Medio Ambiente

La actividad pesquera ilegal que está acabando con la Antártida

Subimos a bordo de un barco de Greenpeace para conocer de cerca una práctica que está dañando el planeta y alimentado la violación de los derechos humanos.
MA
traducido por Mario Abad
icebergs antartida
Todas las fotos por Andrew McConnell / Greenpeace 

El archipiélago de las Órcadas del Sur, en el océano Glacial Antártico, está formado por un grupo de islas cubiertas de nieve en unas aguas cristalinas llenas de icebergs y rebosantes de fauna; un paraje tan remoto como idílico que todavía no acusa demasiado la huella de la humanidad. Pingüinos, focas y ballenas son algunas de las especies que habitan este rincón prístino de la Antártida, el último reducto natural del planeta.

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El futuro de la Antártida nos afecta a todos, no solo a la fauna que la habita ni a los pocos científicos que la estudian in situ. El cambio climático ya ha provocado un aumento de la temperatura sin precedentes en algunas regiones del continente. El deshielo y el consiguiente aumento del nivel del mar tendrá consecuencias devastadoras; en el océano Glacial Antártico habita el krill, un tipo de crustáceo que se pesca en cantidades industriales y que es capaz de eliminar de la atmósfera la misma cantidad de CO2 que producen todos los hogares de España al año. No hay que ser un genio de la ciencia para darse cuenta de que deberíamos proteger la Antártida a toda costa.



El ecosistema marino de esta remota región, a cientos de kilómetros de la civilización, se ve amenazado por las operaciones de transbordo de mercancías, una peligrosa práctica que se lleva a cabo en secreto amparada por un vacío legal en el marco de la legislación pesquera internacional.

En estas operaciones, se transfiere el cargamento de un barco ⎯pescado, tripulación o mercancías⎯ a otro en alta mar. La realizan sobre todo los barcos pesqueros para trasladar las capturas a buques frigorífico, de forma que pueden seguir pescando sin tener que regresar a puerto para descargar. Esto también les permite reaprovisionarse de todo lo necesario para proseguir con la operación: combustible, alimento y tripulaciones de reemplazo. Sin embargo, al no haber prácticamente control sobre estas actividades, se cometen todo tipo de infracciones, tanto de los derechos humanos como relativas a la explotación del medioambiente.

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Un barco de pesca transfiere un cargamento de krill

Ahora mismo, hay un equipo de VICE a bordo del MV Esperanza, uno de los barcos de Greenpeace, en una expedición para investigar el impacto de la actividad pesquera en estas frías aguas. Día y noche, un equipo de investigadores de Greenpeace estudian mapas, gráficas y sistemas de rastreo en tiempo real, y montan guardia para vigilar una zona en la que pocos se aventuran. Ahora, este equipo ha publicado un nuevo informe en el que llevan tres años trabajando y con el que intentan señalar hasta qué punto esta práctica, de la que tan poco se sabe, constituye un riesgo para los océanos y la gente que trabaja en ellos.

El barco de Greenpeace llegó a las Órcadas del Sur a principios de la semana pasada, coincidiendo con tres operaciones de transbordo de krill en las agitadas aguas de la zona. Sirviéndose de los datos del Observatorio Mundial de Pesca y de investigaciones anteriores, el equipo de Greenpeace ha elaborado un registro de 416 buques frigorífico “peligrosos” que operan en alta mar.

Se categorizó a estos buques de peligrosos atendiendo a una serie de factores, como la distribución geográfica de las operaciones, el tiempo que pasan en alta mar, el posible historial de actividad pesquera ilegal, no declarada y no reglamentada, los periodos de actividad de los que no se dispone de datos de seguimiento por satélite y las visitas a los puertos con regulaciones muy laxas.

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La tripulación de Greenpeace observa dos operaciones de transbordo de krill entre pesqueros y buques frigorífico, en aguas de las islas Órcadas del Sur

Según ellos, estos barcos suponen una amenaza para nuestros océanos porque facilitan la pesca ilegal, una actividad que genera entre los 9000 y los 21 000 millones de euros al año y representa un 15 por ciento de las capturas totales. Se considera pesca ilegal aquella en la que los buques infringen las leyes y regulaciones nacionales o los acuerdos internacionales establecidos para controlar la actividad y mantenerla a niveles sostenibles. Esto puede implicar desde el uso de métodos prohibidos y perjudiciales para el medioambiente hasta superar la cuota de pesca establecida o capturar especies ilegales. Los pescadores ilegales no declaran sus capturas, por lo que resulta imposible cuantificarlas.

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La pesca no regulada no solo supone un riesgo para el ecosistema marino, sino también vulnera los derechos humanos de los trabajadores de estos pesqueros. Existen muchas denuncias internacionales de pescadores a los que se ha obligado a trabajar en turnos agotadores y condiciones peligrosas, trabajadores a quienes retuvieron la paga, confiscaron su documentación, e incluso impidieron el acceso a agua potable. La práctica del transbordo permite encubrir este tipo de prácticas. La sobrepesca desestabiliza los ecosistemas marinos y daña las economías locales. Utilizando la práctica del transbordo, las flotas pesqueras pueden operar sin ser vistas y eludir los controles.

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En una investigación a la que ha tenido acceso el equipo de VICE, Greenpeace revelaba hasta qué punto hay involucrados en la práctica del transbordo buques frigorífico con un historial más que dudoso.

Un total de 26 de estas embarcaciones han estado operando en la Antártida en los últimos 3 años. En ese mismo periodo, las autoridades portuarias han inspeccionado estas embarcaciones un total de 168 veces, y en al menos 119 de ellas los barcos no pasaron la inspección, lo cual supone un índice de fracaso del 70 por ciento.

“El historial de seguridad medioambiental de estos buques es una bomba de relojería”, nos contó Will McCallum, de la campaña de Greenpeace Protect the Ocean. “Si esto sigue sin controlarse, podría provocar daños incalculables en este ecosistema tan frágil”.

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En 2017, se hundió un buque frigorífico tras una operación de transbordo en la Antártida. El 5 de mayo de ese año, a las 5:00 hora local, el buque emitió una llamada de socorro tras colisionar con un trozo de hielo. Les estuvo entrando agua durante dos días, hasta que el capitán ordenó abandonar el barco. La tripulación, compuesta por 43 miembros, fue evacuada y puesta a salvo en otro buque. El barco frigorífico dañado iba cargado con 560 toneladas de fuelóleo pesado (HFO), un combustible cuyo uso en el océano Glacial Antártico está prohibido desde 2011 por lo dañino que puede llegar a ser para el medioambiente.

“Son barcos que operan en un entorno casi virgen, por lo que es esencial que cumplan con las más estrictas normas de seguridad, lo cual, obviamente, no es el caso”, añadió McCallum.

El equipo de VICE pasará las próximas semanas a bordo del MV Esperanza, acompañando a los investigadores y activistas de Greenpeace en sus esfuerzos por sacar a la luz el verdadero alcance de una actividad ilegal, poco regulada y potencialmente perjudicial para el medioambiente.

@MikeSegalov

Este artículo apareció originalmente en VICE UK.