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Ilustración de pacobullicio
masaje tántrico

Así se siente un orgasmo causado por un masaje tántrico

Escuché que un masaje tántrico podía llevarme a un orgasmo prolongado que se expande por todo el cuerpo y quise probar si era cierto.

Para el capitalismo el tiempo es dinero y los resultados de nuestras acciones determinan su valor. Esta forma de pensar está metiendo la cola no solo en cómo trabajamos y consumimos, sino en cómo comemos, cómo nos vinculamos y hasta cómo cogemos.  

Al sexo lo vivimos como si fuera una bomba de tiempo que hay que desactivar. Pero, ¿qué pasa cuando le damos al cuerpo el regalo de detenernos a sentir? 

Hace tiempo escribí para este medio una nota sobre el succionador de clítoris que me llevó a investigar sobre el tantra. El tantra es un conjunto de herramientas para reconectar con nuestra potencia orgánica y con el placer y, a diferencia de lo que muchos creen, no refiere solo a una manera de ver lo sexual sino a una filosofía de vida que se puede llevar también a la cama. 

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Una terapeuta que entrevisté me explicó que los orgasmos tántricos no tienen nada que ver con la copia occidental que conocemos -un camino de pico y descarga que te deja vacío de energía- sino que se experimentan como oleadas de satisfacción que te recorren. 

A mí los orgasmos occidentales me encantan, pero ante la promesa de uno que dura minutos y se siente en todo el cuerpo, quise tirarme de cabeza.  

El problema es que comprobar esto con algún compañero sexoafectivo sería muy difícil, porque ni el porno ni la escuela enseñan nada sobre esta filosofía. Tenía que dar con alguien que supiera. Así llegué a una escuela tántrica en Buenos Aires, y pedí un turno para un masaje que me llevara a descubrir las mieles de este contacto.

La experiencia

Llego a mi turno con el corazón latiendo a mil. ¿En serio estoy por desnudarme para un desconocido con el fin de tener un orgasmo de 15 minutos? Me calmo rápido: no es la primera vez que me desnudo a cambio de, con mucha suerte, uno de diez segundos. Cuando cruzo la puerta me calmo el doble, la casa de techos altos y molduras antiguas huele bien y tiene la energía perfecta para olvidarse por un rato del ritmo de la ciudad.

Esta es una escuela integral no dogmática que acerca a la gente a esta cultura desde hace más de 10 años. Me recibe Maximiliano, quien dirige el centro junto a su compañera Fernanda y hoy va a timonear mi placer. Me explica que el masaje no necesariamente implica genitalidad; que en las primeras sesiones se hace un escaneo para ver hasta dónde se quiere llegar y a veces se genera tanto goce sin contacto con la vulva, el ano o el pene, que ni siquiera es necesario tocarlos. 

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También que durante la experiencia trabajará sobre frente, espalda y costados de mi cuerpo. Sale unos minutos y me pide que lo espere acostada, relajándome. Me saco la ropa (sí, toda) y me acuesto en un futón en el piso. La temperatura del cuarto es cálida, las luces son sutiles y suena una música que ya había escuchado en yoga y en sesiones de meditación. Toda la puesta ayuda a que cuerpo y mente se relajen.

Maximiliano vuelve a entrar y me indica respirar profundo, sentir la piel que me separa del aire, sentir el aire que acaricia mi piel. Una mano agarra mi mano y otra toca mi corazón. Arranca el viaje. Empiezo a pensar que esto es una locura, que mi ingenuidad me trajo a una secta de locos que solo quieren manosear gente desnuda, pero de repente algo se afloja. Dos manos llenas de aceite de caléndula y coco empiezan a recorrerme con muchísima suavidad. Lo que siento es súper intuitivo pero a la vez no puedo compararlo con ninguna caricia que me hayan hecho antes. El contacto arranca boca arriba, y aunque no hablamos, las manos del masajista dialogan con mi respiración, que va marcando el ritmo. Clavículas, garganta, antebrazos, dedos, ombligo, tobillos; nada queda fuera del recorrido inicial. 

Primer descubrimiento: El masaje no se parece del todo a un masaje. Es más como danzar en el agua o en un mar de piel y aceite tibio. Si te dejas llevar te saca rápido de donde estás. Mente, cuerpo y manos del que te tocan se vuelven un todo orgánico. 

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El contacto no está centrado en la genitalidad pero es altamente erógeno. ¿Por qué? Porque para el tantra el erotismo abarca mucho más que los genitales. Nunca pensé que mi paladar cargara tal potencia sensorial, que las caricias en el pelo podrían darme un reflejo en la espalda baja o que la piel de la zona de mis riñones me erotiza tanto o más que la del pecho o la cola. Maximiliano hace algo en mis pies que no entiendo y sus manos son una cinta transportadora. Ahora me levanta la espalda del futón y me sacude los hombros antes de volver a acostarme de costado. Los movimientos no empiezan ni terminan, y cuando inhalo y exhalo al compás, la fluidez me hace sentir que soy un bote o que estoy en un bote. De pronto, como si mi cuerpo no pesara, una acción que arranca con un abrazo me deja sentada sobre las piernas de mi guía, mi espalda contra su pecho. Un dedo me recorre el esternón y otro la nuca. Descubro que con este contacto la genitalidad se puede activar sin estimulación directa. Mi cuerpo está completamente despierto y todavía no me rozaron ni cerca de la ingle. 

Al rato dejo de distinguir con qué parte me está tocando. ¿Son sus codos o sus rodillas? ¿Me acaba de soplar la cintura? Ya no importa y me entrego de lleno a la experiencia. 

Ahora estoy boca abajo y los mimos se detienen largo rato en la piel que une mis piernas con mi cola. Una forma de tocarme que en otra circunstancia me aburriría me está fascinando y simplemente me enfoco en respirar y sentir. Respirar y sentir. 

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En medio del viaje me doy cuenta que mi abordaje del masaje tántrico era el antitantra: comprobar si podía conseguir más y mejor que con un orgasmo “normal”. 

Pero aquí no se trata de analizar ni medir. Todo es tan suave e intenso que mi cabeza hace un cortocircuito hermoso y se apaga. Esta estimulación te lleva a un estado de sensibilidad y excitación sostenida. Al olvidarte de la dictadura cultural de qué zonas son erógenas y cuáles no, el cuerpo entero se convierte en una gran bola de fuego que se agranda y se contrae. Se apaga la ansiedad de ir rápido hacia lo genital, entonces cuando los toques llegan a esa zona, el goce te sorprende ya gozando y se multiplica en potencia de placer.

Segundo descubrimiento: El orgasmo tántrico no es mejor ni peor que el no tántrico, porque el orgasmo tántrico no existe. Lo que existe es el orgasmo en un contexto de estimulación tántrica. 

Es fácil comprender por qué en este marco algo que viví mil veces se siente tan distinto: al navegar durante mucho más tiempo en las sensaciones preorgásmicas y tener un registro de pies a cabeza, cada zona tiene sentires cercanos al éxtasis. Entonces, cuando el desencadenamiento orgásmico en sí se produce, es más profundo y genera un estado de trascendencia que deja al cuerpo expandido. El orgasmo no es distinto, yo estoy distinta cuando llega. Tan sensibilizada, que es todo mi cuerpo, y no solo mi vulva, que lo recibe y lo celebra.  

Tercer descubrimiento: La palabra “acabar” nos cagó la cabeza. En el tantra el orgasmo no es el fin de nada. Acá el camino le permite al cuerpo ir cargando energía erógena en todos sus canales. Esa energía acumulada te deja preparado para seguir en la exploración, aún después del encuentro sexual. Los días siguientes al masaje sigo en el mood bote de ternura que navega en aceite de caléndula tibio. Bailo mejor, me detengo a acariciarme cuando me baño, camino más lento y hasta siento más intenso el perfume de las flores por la calle. 

Entonces, ¿mito o realidad? No sé si diría que un masaje tántrico lleva a un orgasmo larguísimo. Diría que el masaje tántrico es un orgasmo larguísimo en sí. Y que si nos adentramos en esta manera de encarar la intimidad vamos a aprender un truquito muy valioso: el de detener el tiempo y acariciarlo, a ver qué pasa.