yo sería de esa gente
que le va ganando tierra al mar.
Si estuviera en el Sahara
ganaría lluvias
cultivando rosas
sobre pausados camellos
que conocen la vivienda de las aguas.
Pero soy de aquí
y soy millones
vibrando en el cansancio elemental
de ganarles nuestra vida
a un puñado de crápulas. Laura Devetach Yo no iba a escribir sobre esto. En mi columna de esta semana iba a ir un texto que me parecía divertido y melancólico sobre Los simpsons. Escribirla me tenía ilusionada y nostálgica. Estaba llena de pequeñas reflexiones sobre el pasado y frases que encontré ingeniosas para hablar de nuestras emociones, de la televisión, del mundo y la memoria. La escribí con tiempo y ganas, así como la pensé.
No podemos limitarnos a decir que lo que pasa en Colombia es porque el Gobierno de Duque (descendiente directo del Gobierno de Uribe: ese expresidente que está siendo investigado por armar a grupos para-estatales para hacer ejecuciones extrajudiciales, entre otras) presentó una infame reforma tributaria, en medio de una pandemia mundial que, además de miles y miles de muertos (75.627 a la fecha) ha hecho polvo la economía de la mayoría del país. Sin embargo, para esta catástrofe podemos citar esa como la gota que rebosó la copa. ¿Por qué un Gobierno presenta una reforma tan salvaje contra la mayoría de la población en una situación así? ¿A tan poco tiempo de otras elecciones presidenciales? A veces tengo la sensación de que a los gobernantes colombianos no les interesa persuadir, que tienen tanta certeza de que se quedarán allí por todos los medios de los que dispone un Estado, que ni siquiera les interesa convencernos de que los votemos. No necesitan ni mentirnos. Igual ganarán ellos: los mismos, los amigos de los mismos, los hijos de los mismos, los primos de los mismos de siempre.“Porque lo que ha pasado durante los últimos días, durante los últimos años, durante los últimos siglos me ha resultado tan violento, tan brutal, tan desolador y desesperante que creo haber perdido las palabras para hablar de algo más”.
Fue tan cínica la reforma y tan cínico ha sido todo el Gobierno, que la gente, ya cansada, triste, empobrecida, amenazada y agotada, salió a la calle en una continuación de las manifestaciones del 2019, pero con una pandemia encima. Lo que estaba mal, ahora está peor: a los líderes sociales los siguen asesinando, nadie sabe nada de las garantías del proceso de paz, la desigualdad, producto de una economía voraz y neoliberal, no para de crecer y la “economía naranja”, terminó por destruir los bolsillos de la clase media, que ya estaba en vías de extinción. Las vacunas tardan demasiado en llegar y el Estado no aparece por una enorme cantidad del territorio nacional. Todo se repite, pero peor. En Colombia la historia se repite primero como tragedia y luego también.“A veces tengo la sensación de que a los gobernantes colombianos no les interesa persuadir, que tienen tanta certeza de que se quedarán allí por todos los medios de los que dispone un Estado, que ni siquiera les interesa convencernos de que los votemos”.
Los medios oficiales hablan de las ventanas rotas, de “vándalos” que atentan contra los buenos y responsables militares que nos “cuidan”, que defienden el “orden” social. El ministro de Defensa hace un recuento de daños materiales y mezcla en una bolsa sin sentido a todos los grupos armados que existieron en el país para justificar los desmanes, todo se reduce a que hay “terroristas” (lo que sea que eso signifique) en las marchas.
“El universo alterno que crean, donde hay una amenaza que siempre viene de afuera, que seguro varios de mis tíos temen, que justificarán lo que está pasando pensando que alguien les quiere quitar sus casas, ellos, también con ínfulas de ricos y con la tranquilidad de saber que ni sus hijos ni sus sobrinos están en la calle como para temer que los maten”.
Como estoy lejos, observo lo que pasa por las pantallas de mi celular y mi computador: miles y miles de cuentas que se suman a documentar y a transmitir en las calles, desde las ventanas. En un video, de los primeros y más impactantes sobre los muertos por el Estado, se escucha la voz de una mujer que llora con ira al enterarse de la muerte de su hijo Santiago Andrés Murillo, de 19 años, por un balazo de la policía. Nunca la vemos, no es necesario, se la oye gritar “que me maten de un tiro a mí también”, en otro live vi manifestantes esconderse en casas desesperados, mientras el ESMAD les disparaba.
A quienes están en la calle, que no huyeron como huimos tantos, que no se guardan como hacemos tantos otros y que no justifican, no ignoran y no son indolentes: todo el agradecimiento del mundo. No merecemos a la gente que está poniéndole el cuerpo a este pedido por una sociedad mínimamente más justa, que seguramente terminará con más muertos de los necesarios y con menos cambios de los prometidos, pero que será algún precedente, así sea para la memoria. Esxs jóvenes, campesinos y campesinas, sindicalistas, pelados y peladas, feministas, estudiantes y todos los que marchan son verdaderamente el único orgullo nacional, el único estandarte en ese lugar desmesuradamente cruel, horrorosamente injusto que es Colombia.“Hay optimistas o ingenuos que repiten que el país “por fin despertó”, pero no puedo sumarme a ese clamor porque eso sería una enorme injusticia. Hay una Colombia, esa que quizás estamos viendo apenas ahora, que siempre ha estado despierta. Hay una porción del país que pone el cuerpo y también pone los muertos en esta guerra”.
Antes pedimos que se vayan.
Antes, pedimos justicia.
Ahora pedimos que no se rían de nosotros.
Después, ¿qué pediremos; piedad?
Usá tu odio para el bien común.
Poné tu odio al servicio del bien común.* El mundo tal como lo conocemos está cambiando, las estructuras vinculares que nos habían impuesto se han derrumbado. Esta es la quinta entrega de El Desplome, una columna bimensual de María del Mar Ramón sobre lo que estamos construyendo desde los escombros.