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Ilustración de pacobullicio 
tanatología

¿Cómo funciona la tanatología para superar la muerte de una mascota?

La pérdida de un animalito puede ser muy difícil y poca gente lo entiende. Por suerte hay técnicas para lidiar con este proceso.

El duelo por la pérdida de un animal cercano a veces es visto como ilegítimo: socialmente se suele minimizar porque no era un ser humano, y es como si el dolor no tuviera derecho a ser tan profundo y expansivo. Tenemos nombre para las relaciones de pareja, filiales, laborales y amistosas, pero en nuestro vocabulario no existe una palabra para referirnos a una relación persona-animal

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Este tipo de amor y compañerismo es especialmente difícil de comprender para quienes no han desarrollado lazos significativos con seres de otras especies, y no falta quienes minimizan la pérdida con un “bueno, si te sientes sola cómprate otro perro y ya”. Pero la no-presencia también tiene la capacidad de afligir. 

Ante la muerte de un ser querido, usualmente experimentamos cuatro sentimientos en el proceso de duelo: la negación, la culpa, el enfado y la tristeza.

Desde la tanatología —el estudio de la muerte y los procesos de duelo— podemos encontrar algunas herramientas para lidiar de una forma más asertiva con la muerte de un animal querido. La tanatóloga Gaby Pérez Islas comparte en su podcast “Después de la pérdida: la muerte de una mascota” que es necesario validar los duelos porque ningún duelo es comparable con otro, es un desacierto comparar el dolor de perder a un hijo con el de una mascota o una amistad, sencillamente duele lo que duele y ya. 

“A veces la muerte de la mascota coincide con que hubo un accidente en casa: una caída, un golpe, o se quedó abierta la puerta de la casa y el animalito se salió y se perdió. Si este fue tu caso: no te recrimines, tienes que poder perdonarte, y si tienes algo por lo cual pedirle perdón a tu animalito, puedes hacerlo escribiéndole una carta”, recomienda Gaby.

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La culpa, para algunas personas, puede manifestarse después de “dormir” a un animalito, ya sea por complicaciones médicas durante una cirugía o accidente, o porque por la vejez ya vive con mucho dolor. Esta decisión conlleva una gran carga moral, porque desde nuestra cultura, la muerte debe ocurrir de forma completamente natural. Pero no tiene por qué ser así, es un procedimiento que, por lo general, viene desde el amor, el cuidado y una preocupación genuina de que el animal sufra lo menos posible. 

Ernesto Domínguez, terapeuta y tanatólogo, sugiere otro ejercicio epistolar: “Escríbele una carta diciéndole lo que le amaste, lo que le aprendiste y si quieres pedirle perdón de algo.” 

¿Qué no es conveniente hacer? Gaby agrega: “Algo que hacen algunas personas, en medio de su duelo, es que se apresuran a adoptar a otro animalito y le bautizan con el mismo nombre con la intención de reemplazar al perrito, a la gatita. Esto no es recomendable porque fomenta nuestra negación, cada animalito tiene su individualidad y hay que respetar eso.”

Si hay niñas o niños viviendo esta pérdida, es una buena oportunidad para hablar sobre la muerte. Para muchas niñas y niños la pérdida de una mascota es la primera a la que se enfrentan. Y en lugar de decir “se escapó con sus amigos” es una oportunidad para hablarles de la muerte. 

Algunas personas nos platicaron cómo vivieron los duelos al perder a sus animales de compañía, y qué aprendizajes adquirieron:

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Sofía, 27

“Fue una pérdida súper repentina, ya me estaba preparando porque Kenzo, mi perrito, ya era viejito, pero no hay nada que te prepare por completo. Debo confesar que sentí un poco de tranquilidad, porque ya era un animalito muy pesado de cuidar, y me genera culpa decir esto pero por un lado me sentí liberada, y supongo que es normal tener sentimientos contrapuestos: de tristeza y de alivio. A Kenzo lo veía todos los días y era completamente dependiente de mí, ni siquiera hay humanos con quienes conviva tanto como lo hacía con él y mis otros animalitos. 

No es la primera vez que he vivido esto, de niña perdí varias mascotas. Aunque esas mascotas no dependían 100% de mí, pienso que por eso esta pérdida fue más dura, porque yo lo cuidaba por completo, me levantaba temprano todas las mañanas para sacarlo a pasear y darle de comer. Tras su muerte me escribió más gente de la que nunca me había escrito jamás, ni siquiera en mi cumpleaños, era un perrito especial y muy apreciado. Lo platiqué con mi psicóloga, aunque fue un duelo muy rápido, porque así suelen ser mis duelos en general”.

César, 28

“La muerte de Chuck —la pequeña schnauzer con la que crecí— fue muy triste, pero no fue difícil, acepté rápido su muerte, lo que implicaba y la tristeza que vendría. Recuerdo haber pensado ‘antes había Chuck y ahora ya no la hay y ya, eso es todo, es lo que cambia’. Le he llorado algunas veces que la recuerdo, sigo guardando sus fotos, me gusta hablar de cómo era. Al hablar de esto, por ejemplo, siento un huequito en el estómago, pero también entiendo que ese hueco es sólo la consecuencia natural de haber amado mucho a otra criatura viva que, por definición, moriría en algún momento. La tristeza que sentí y los remanentes que quedan son parte del amor que le tuve, uno de los varios vínculos que me siguen uniendo con lo que fue y que me recuerdan que, de hecho, su vida existió y fue maravillosa los años que duró.

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Si bien, la muerte no ha sido ajena a mi vida, la muerte de Chuck fue la primera vez que sentí que perdí a un familiar, casi una ‘persona’ con la que crecí, alguien que me conocía profundamente. No lo hablé mucho. Creo que lo normal: mandar abrazos, palabras amables, personas cercanas me preguntaron cómo estaba un par de días después y ya.

De esta experiencia aprendí que la muerte de una mascota puede llegar a doler tanto como la muerte de una persona, porque con ambas se puede construir cotidianidad y ambas pueden llegar a ser familia”.

Carla, 27

“Sentí una tristeza enorme, compartimos once años de vida y se fue hace tres meses. Me quedo tranquila de que no sufrió pero no puedo negar que el día de su partida mi perrita se llevó un pedazo de mi corazón. La extraño todo el tiempo, los primeros días soñaba mucho con ella —y aún me pasa—, nos trajo mucha felicidad a mí y familia, y no sé si los perros saben cuando uno no está bien pero siempre estaba cerca de mí cuando estaba triste.

Los animales por naturaleza son seres más simples y eso provoca que el amor sea muy genuino. Le he llorado un montón y cuando hablo de ella siempre digo entre risas que se siente como si una persona se hubiera muerto. Estoy empezando a hacer las paces con la muerte. Extrañamente, con esta y otras pérdidas, he aprendido a apreciar las cosas pequeñas y que hay mil maneras de demostrar amor y sobre la importancia de transmitir ese sentimiento”.

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Angélica, 30

“La primera fue en 2019 y la segunda fue ahora en pandemia, en 2021. La primera fue mi perra Pinky, que ya tenía 15 años, y estaba bien de salud, pero mi otra perrita le cayó encima y se le rompió una pata. La tuvieron que operar pero después de la cirugía ya no reaccionó y murió. Con ella viví prácticamente la mitad de mi vida. Además soy hija única, entonces ella era mi compañía. El duelo me pareció muy, muy doloroso, desde que murió hasta que me dieron las cenizas, y después. 

La gente a mi alrededor, mis amistades, mi pareja, mi familia, fue súper empática, porque entendían la relación que tenía con Pinky. Yo ya había tenido depresión y me cuidaron mucho en este proceso, para estar acompañada por si tenía alguna recaída. Igual mis jefas en el trabajo me ofrecieron su apoyo y fueron muy comprensivas. Mi terapeuta es tanatólogo y este duelo sí fue algo que trabajé en terapia: lo trabajamos como hubiéramos tratado la muerte de una persona, de hecho le escribí una carta de despedida. Yo sentía mucha culpa y estaba furiosa, cada que me preguntaban por ella me soltaba a llorar. 

Después de esto aprendí a no juzgar los dolores y procesos de otras personas, a respetar. A una amiga le movió mucho la muerte de su tortuga, y aunque este duelo es aún menos común que el de un gato o un perro, yo lo entendí e intenté estar ahí para ella”.