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Cultură

¿Por qué los historiadores le tienen tanto miedo al acto de tirar?

Puede que sea muy difícil dedicar tu vida a estudiar algo que te caliente, pero durante siglos, los historiadores, académicos y eruditos han estado ocultando y disfrazando los encuentros históricos y artísticos de la sexualidad antigua.

Un gran pene con piernas, viniéndose sobre un ojo, siglo segundo d.C. Imagen vía Wikicommons. 

El mes pasado, un arqueólogo en la isla griega de Ítaca encontró un par de penes esculpidos en un precipicio en la bahía de Vathi. Los penes se hallaron junto a inscripciones talladas en piedra, escritas en griego antiguo que decían: “Nikasitimos estuvo aquí cogiéndose a Timiona”. Se estima que la inscripción tiene aproximadamente 2.500 años. La prensa fue rápida en denominar el hallazgo como uno de los encuentros arqueológicos eróticos más fascinantes, pero eso no es totalmente cierto. El erotismo se encuentra en todos los récords históricos, y los arqueólogos se han encontrado exhibiciones y descripciones sexuales mucho más viejas y mucho más fascinantes que ésta. Lo que hizo que este encuentro particular fuera único fue, en adición a que los garabatos les enseñaron sobre la alfabetización durante los tiempos del acrópolis, que los arqueólogos estaban contentos de hablar sobre sexo y dispuestos a reconocer que las inscripciones sugerían que el sexo gay no era solamente una práctica de las clases altas, y que no se practicaba solo en eventos sociales muy restringidos. Los académicos recientemente están dispuestos a tratar los aspectos de la sexualidad en la historia, y muchos todavía tratan de evadir el tema. Eso es muy desafortunado, porque hay mucho material antiguo, instructivo y revolucionario sobre el sexo allá afuera.

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La Venus de Willendorf, causa de innumerables erecciones históricas, alrededor del 2.500 a.C. Imagen vía Wikicommons

Sin contar la muy elaborada y curvilínea Venus de Willendorf y sus piezas femeninas desnudas, el hallazgo arqueológico sobre la sexualidad más viejo puede ser una pequeña estatuilla de un hombre inclinado sobre una mujer todavía más doblada hacia adelante, ambos con genitales muy reconocibles que tiene 7.200 años de antiguedad y que fue encontrada en Alemania en el 2005. Difícilmente este encuentro está aislado. A donde vayas en el mundo encontrarás desde orgías pansexuales en los muros de las cuevas de Xianjian en Asia central, hasta tabletas tamaño bolsillo de 4.000 años con figuras de mesopotámicos participando en una forma muy estilizada de sexo oral, anal y estilo perrito, hasta el pergamino Playboy que tenía Ramesés (príncipe egipcio) hace aproximadamente 3.000 años. El mundo esta lleno de docuementos de gente tirando desde hace mucho tiempo. Cualquier persona que lea la historia registrada ha sido confrontado con los pensamientos obscenos y crudos de Boccaccio (uno de los padres de la literatura occidental) a Chaucer (autor de los Cuentos de Canterbury), o de Sapphos (un poeta griego) a Shakespeare, de “El jardín perfumado” al “Loto en el oro”. La historia es indudablemente pornográfica, sin embargo, muchos de nosotros pensamos que es pulcra y perfectamente limpia.

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La clave de nuestra imagen de una historia limpia y perfectamente almidonada es en gran parte la mezcla de una destrucción activa e ignorancia estratégica. Aunque hay una supresión sistemática real (o por lo menos no una meticulosa, bien definida y a largo plazo) de los materiales "sucios" antes de la invención del término “pornografía” y del desarrollo de leyes antiobscenidad en 1857 con la Ley Británica de Publicaciones Obscenas, nuestros ancestros hicieron todos sus esfuerzos para atropellar las grandes cantidades de material sensible en sus propios tiempos, utilizando sistemas jurídicos similares al de Stewart Plotter; ‘lo sabrás solo cuando lo veas’. En 1520, la iglesia arrestó a un grabador italiano por imprimir panfletos instruyendo a la gente sobre cómo mejorar sus posiciones sexuales, y en 1748 la primera novela erótica escrita en inglés, “Memorias de una mujer de placer”, también conocida como “Fanny Hill” tuvo una censura muy amplia.

Pero algunas obras históricas, como las despreciables líneas de autores romanos, tales como Juvenal o los garabatos obscenos en las márgenes de los ‘Libros de horas’ que escribían los monjes, ya estaban establecidas en partes de las tradiciones históricas y ampliamente difundidas. “Obviamente”, escribe el fallecido Walter Kendrick, autor de ‘El museo secreto’ y una figura trascendente hasta el día de hoy en temas de la historia del porno y su supresión, “no podían ser destruidos… cualquier reliquia del mundo antiguo, poseía, simplemente gracias a su supervivencia, un valor que anulaba la naturaleza verdadera de la reliquia en sí”.

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Representación de un hombre griego en una posición sexy con otro hombre griego, alrededor de 475 a.C. Encontrada en la Tumba del Nadador. Imagen vía Wikicommons.

Para el final del siglo XVIII, sin embargo, muchos angloparlantes ya habían aceptado la idea de Edward Gibbons (un importante historiador británico) de que la decadencia y la caída del Imperio romano estaba ligada al hecho de que la depravación desmoronó los ancestros culturales e ideológicos de Occidente, así que cualquier evidencia de o interacción con aquellas imágenes promiscuas, era considerado más peligroso que nunca. Entonces, apenas la historia empezó a expandir su audiencia gracias a la aparición de la impresión en masa y la expansión de la educación, un proyecto masivo de encubrimiento entró en marcha. En un famoso caso, los académicos sintieron que sería profundamente indecoroso tener que lidiar con un insulto del autor romano Catullus Carmen XVI, que más o menos decía “te voy a dar por el culo y voy a follar con tu boca, /Tú, patético Aureluis y tú Furius maricón”. Entonces más bien, hasta 1970, nadie nunca se ofreció para hacerle una traducción, y simplemente se eliminaba aquella frase de los manuscritos  declarando que el poema era un fragmento, y que el resto se había perdido con el tiempo. Tomó mucho tiempo para que los eruditos pudieran admitir que el Papiro de Turín, un pergamino egipcio de aproximadamente 3.000 años, tenía un segmento erótico mostrando una gran orgía de actos sexuales, encontrado por investigadores en 1820, pero mantenido un secreto hasta 1970. Quizás más indignante aún, un número importante de editores del siglo XVIII hicieron algo conocido como expurgación, el acto de borrar elementos crudos, en obras de Shakespeare y otros autores clásicos, y muchas veces reescribiendo escenas enteras para poder evitar los chistes sexuales. Tan recientemente, como a mediados del siglo XX, los traductores del poeta sufí, Jalal al Din Muhammad Rumi del ahora increíblemente popular poema extenso “Masnavi”, decidieron dejar los poemas más obscenos en Latín. Las historias de Rumi sobre follar al estilo burro (el acto de follar al estilo perrito, pero cuando el hombre se va a venir, decide sorprender a la mujer metiéndosela en el culo) con mujeres nobles, sirvientas y califas impotentes, siguieron no disponibles para lectores angloparlantes hasta 1990, cuando Coleman Barks (un poeta americano) por fin tradujo los 47 poemas omitidos y los publicó como “Risa deliciosa: Enseñanzas revoltosas desde el Masnavi”

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Sátiro copulando con una cabra, alrededor del primer siglo d.C. Imagen vía Wikicommons.

Por la misma época, los eruditos estaban luchando con el arte clásico lujurioso también. Mientras excavaban en Pompeya a mediados del siglo XVIII, descubrieron una amplia selección de murales de la alta sociedad, algunos pasando de gráfico a realmente explícito, estatuas de faunos follando con cabras, y una representación particularmente graciosa de un gladiador luchando con su propio pene que se ha transfigurado en una bestia rabiosa. Sin poder destruir las efigies, los nobles franco-italianos que estaban en control de la región crearon la categoría de pornografía y escondieron las obras de arte en habitaciones con seguro en el museo local, luego conocido como el ‘museo secreto’, donde solamente un puñado de los individuos que se pensaban como presuntamente preparados y correctos, tenían permiso de acceder a estas habitaciones cerradas. La idea del museo secreto se volvió popular y a través del siglo XIX, los museos alrededor del mundo empezaron a formar sus propias secciones secretas y habitaciones en donde esconder sus colecciones más gráficas del ojo público.

Sin embargo, la preservación de estos cuadros obscenos para estudiar significaba que los guardianes secretos, tenían la obligación de emitir imágenes de sus colecciones para aquellos que no podían visitarlas. Muchos le hacían prólogos a sus obras con advertencias introductorias para el lector de los contenidos explícitos, y les ordenaban ser críticos serios y distantes, para tratar de enmascarar la sexualidad de las figuras con la teoría agresiva. Otros intentaron proteger a los jóvenes, a las mujeres y a los de poca educación, nublando los genitales en las escenas sexuales, o convirtiéndolos en figuras geométricas extrañas, en sus representaciones de las imágenes.

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Intentos periódicos se han hecho por revolucionarios y libertinos para deshacer las redacciones y transformaciones de los eruditos contemporáneos. En un ataque de liberalismo, Giuseppe Garibaldi (el libertador de Italia) abrió a la fuerza las puertas del Museo Secreto de Nápoles para marcar una Italia nueva, unida y libre en la mitad de la década de 1860. Mientras tanto el señor Richard Burton (un actor galés) intentó introducir en 1883 el Kama Sutra a Occidente. Pero finalmente los más quisquillosos seguían ganando. “Hasta la década de 1990”, explica el experto en sexualidad romana en el arte, el profesor John Clarke de la Universidad de Austin, Texas: “Los académicos evitaban trabajar en textos ‘obscenos’ griegos y romanos, o pinturas y esculturas ‘pornográficas’, dejando que escritores aficionados y sin experiencia publicaran libros con imágenes sensacionalistas y extremadamente inexactas.

Un pene volador, con un pene de cola, alrededor del primer siglo d.C. Imagen vía Wikicommons.

Lo que cambió, explica Clarke, fue el desarrollo lento de una conciencia académica muy reciente de que el pasado debe ser considerado en sus propios términos y por sus propias reglas. “Hasta bien entrados en el sigo XX”, escribe Kendrick en el Museo secreto “…el énfasis caía en el lado opuesto” alentando a las personas a evaluar el arte en términos de sus propias normas morales. Pero ahora se llega al acuerdo que podemos analizar la importancia social de las piezas sexuales que aparecen a través de la historia, distanciándonos de nuestras nociones actuales y nuestras percepciones de ellas. “Los momentos de vergüenza sexual”, escribe Barks en ‘Risa deliciosa’ explicando su punto de vista sobre el erotismo en la poesía sufí que estaba traduciendo, “las erecciones y sus caídas repentinas, las ganas por el clítoris que no tiene límites, el impulso perverso de hacerle una trampa sexual a algún amigo –estas cosas son comportamientos reconocibles y Rumi en ningún momento hace juicios de valor bajo una lupa”. Fue este tipo de espíritus los que en el 2000 finalmente vieron que el Museo Secreto de Nápoles abriera sus puertas al público general, de manera permanente

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Pero aún en esta nueva era de apertura teórica ante la sexualidad en la historia, la práctica no siempre concuerda con la teoría. “Una vez descubrí qué tan poco estudiado era este tema en la academia”, dice Clarke, “no tenía ningún escrúpulo perseguirlo. Aunque aclaro que tenía antigüedad y un buen puesto en ese momento. Recuerdo discutirlo con mi esposa [una colega] qué tan difícil era para ella conseguir su primer trabajo con una tesis sobre el humor sexual romano”. Frecuentemente parece, que los académicos (si no los desalienta un sutil prejuicio o una precaución personal) más que todo le temen a lo que pueda llegar a pensar una audiencia más amplia.

En 1991, el análisis arqueológico bíblico tuvo una pequeña crisis sobre si publicar o no unas fotos de una lámpara con la representación de una pareja follando, e hicieron una encuesta a su público lector sobre qué hacer. Decidieron imprimir la imagen en una página con una perforación, para que de esa manera aquellos que no quisieran ver la imagen, pudieran rasgar la página si querían, y aun así algunos lectores cancelaron sus subscripciones. Y obviamente, la tendencia de los periódicos a publicar una historia diciendo “La pornografía más antigua” y “pin ups prehistóricas” acerca de la excavación en el 2009 en la que fue hallada una mujer neolítica desnuda, aun hoy, 10.000 años después, asusta a muchos estudiosos que prefieren evitar el sensacionalismo.

Algún tipo en Pompeya al que se la están mamando. Imagen vía Apricity

Aunque todavía más de todo lo dicho aquí, simplemente es difícil para la gente tomar lo que hoy denominamos como pornografía de manera seria y como una disciplina académica. “Es difícil justificarle a las personas ‘oye, necesito dinero para irme a ver porno’” dice un profesor de la Universidad de California en Berkeley, Matthew Kirschembaum, quien actualmente enseña una clase sobre la pornografía contemporánea llamada: “Estudios críticos sobre el sexo y la pornografía”. Él es uno de los muchos académicos alrededor de Estados Unidos tratando de estudiar las formas modernas del erotismo, y dice que muchos sienten la necesidad de disfrazar la pornografía moderna con una teoría o con la historia para darle un poco más de legitimidad. El estudio de la pornografía moderna es, para Kirschenbaum, importante porque es una parte masiva y muy influyente de la industria moderna que mientras vuela bajo un radar, puede afectar la manera como hablamos y pensamos acerca de asuntos importantes como enfermedades de transmisión sexual, y obviamente, la sexualidad en sí. Pero para muchos es difícil sacarse de la cabeza la incomodidad que significa el hecho de estudiar algo que los pueda calentar, sea algo histórico o algo moderno, y después tener que lidiar con la percepción pública y los valores moralmente arraigados, antes de poder obtener la importancia social y relevancia histórica del arte erótico.

Hay un montón de académicos que están más que cómodos hablando de y estudiando de manera desapasionada la sexualidad. Y con cada día que pasa, logramos remover un poco más los tabús que hacen que el anuncio de un encuentro de un grafiti griego, se vuelva un titular amarillista y provocativo. Pero al final de día, dice Kirschenbaum, “puede ser muy incómodo mostrarle a alguien de tu clase tu porno favorito”. Eso aplica muchas veces al arte erótico histórico también. Entonces, mientras no estemos activamente redactando y ocultando nuestro pasado sexual, todavía puede parecer extraño ver eso como una parte de la historia, discutida abiertamente, puede hacer incluso que los académicos se retuerzan.