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Sexo

Me acosté con mi profesora del instituto y fue una mierda

Lo que empezó como una fantasía que parecía sacada de una comedia sexual para adolescentes se convirtió en una incómoda experiencia que me enseñó más de lo que yo quería sobre la crueldad, el deseo y el poder.
Illustration byAnh Tran

Ilustración por Cei Willis

Siempre ha habido profesores que follan con sus alumnos. Es una tradición que se remonta a los tiempos de Sócrates y seguramente incluso antes, y sin embargo seguimos fingiendo incredulidad cada vez que en las noticias aparece una nueva historia de sexo entre profesores y alumnos. Cuando la presunta infractora es una mujer medianamente atractiva, deponemos las armas que teníamos reservadas para sus contrapartidas del sexo opuesto y el Casanovas de turno sale al paso con comentarios como: "¡Cuando yo iba al instituto no había ninguna profesora buenorra que hiciera eso!". Pues sí que las había, y siempre las habrá, solo que quizá no iban por ti.

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Mi profesora de inglés era una de esas docentes jóvenes y cool que todo el mundo quería tener como amiga. Rondaría los treinta años y, aunque nunca intentó ser "una de los nuestros", tampoco tenía una actitud condescendiente. Además, estaba buenísima, o al menos lo estaba en el contexto de una ciudad pequeña. Ella era la profesora "tía buena" del instituto. Sus grandes pechos solían ser tema de conversación frecuente en la sala de taquillas. Su culo era objeto de innumerables miradas mías y de muchos otros pre y postpúberes. Ella tenía todo lo que se podía desear para alimentar una fantasía erótica entre alumno y profesora.

Al final del año escolar, la profesora (a la que llamaré X desde ahora) nos dio a todos unas tarjetas escritas a mano. Supongo que cada una, como la mía, contenía un sentido mensaje de aprecio y buenos deseos, solo que en la mía también había incluido sus datos de contacto.

"Si este verano te apetece tomar un café y comentar tus lecturas, envíame un email."

Quizá fuera un gesto inocuo, desde luego, pero no podía arriesgarme a perder la oportunidad solo por si no lo fuera. Como estás leyendo esto, ya sabes que mi instinto no se equivocaba.

Finalmente, reuní valor suficiente para enviarle un email a finales de junio. Estaba plagado de las típicas cortesías: ¿Qué tal el verano? ¿Tienes algún viaje planeado? ¿Qué has estado leyendo? Una vez me quité los prolegómenos de encima, le propuse ir a tomar un café a una librería de la zona, estratégicamente situada en la ciudad de al lado, fuera del barrio del instituto. Aunque la cita acabara siendo un simple encuentro platónico, ambos sabíamos que levantaríamos sospechas si alguien nos viera fraternizar frente a las mismas puertas de la educación. Su respuesta no se hizo esperar: "Me encantaría. ¿Qué te parece la semana que viene?".

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Debo decir que la profesora X estaba (y por lo que sé, sigue estándolo) casada. También sabía que tenía un hijo, pero eso no me detuvo en mis intenciones. No es que me enorgullezca, pero ante la perspectiva de hacer realidad una fantasía adolescente arquetípica, la brújula de la moral puede torcerse un poco. He crecido viendo absurdas comedias sexuales para adolescentes como American Pie y "dramas" como Juegos salvajes. Hollywood me empujó a ello desde que descubrí lo que era masturbarse y, joder, iba a ir a por todas, costase lo que costase.

Una semana después fui a la librería hecho un manojo de nervios, haciendo lo posible por parecer el adulto sofisticado que no era. Por suerte, ella había decidido dejar de lado su papel de profesora y, una vez que tuvimos nuestros cafés en la mano y nos saludamos, empezamos a pasear entre los estantes, comentando algunos títulos y recomendándonos otros. No había nada de flirteo, era puro calentamiento, una versión más relajada de la profesora X que conocía en clase.

Estuvimos una hora paseando por la librería, charlando sobre lo que fuera que tuviéramos delante. Finalmente llegó el momento de marcharnos, no sin que antes ella me hiciera una proposición.

"Oye, ¿por qué no nos pasamos los números de teléfono, y así podemos continuar la conversación otro día?"

En ese momento se disiparon todas mis dudas sobre sus intenciones.

Aquello no era amor. No era conexión entre dos personas. Se trataba de una conquista, pura y simplemente, una que muchos chavales nunca llegan a saborear.

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Durante la semana siguiente, estuvimos practicando los jueguecitos propios de quien está colado por una persona nueva. No estaba seguro de si las tácticas que usaba con mis conquistas adolescentes funcionarían también con la profesora X, pero al final ella empezó a interesarse por mi vida amorosa. ¿Qué edad tenía la mujer más mayor con la que había estado? No era muy mayor, le dije, pero sentía curiosidad por experimentar con mujeres aún mayores.

"Ah, entonces ¿estás buscando a tu Sra. Robinson?"

Era ahora o nunca. "¿Vamos a hacerlo o no?", escribí.

"¿Quieres?"

Le dije que la semana siguiente mi familia se iba de vacaciones y que tendría la casa para mí solo. Accedió a venir.

Como el niñato mierdoso y egocéntrico de 18 años que era, celebré aquello como un logro del que pronto podría pavonearme. Aquello no era amor. No era conexión entre dos personas. Se trataba de una conquista, pura y simplemente, una que muchos chavales nunca llegan a saborear. Pero sabía que si se lo contaba a mis amigos, no me creerían nunca. ¿Cómo podía demostrar mi hazaña ante los pocos elegidos con los que iba a compartir mi experiencia?

Tenía una pequeña Sony Handicam que usaba para grabar tonterías, como bromas y trucos de skate. Eso serviría como prueba. Además, y lo más importante, yo sabía que cuando algo tan mítico y de semejante calibre ocurría, uno tenía la obligación moral de grabarlo para la posteridad, ¿no? Al menos, eso fue lo que me dije a mí mismo. Soy plenamente consciente de que hacerle algo así a alguien era horrible e ilegal… ahora. Pero entonces me parecía más bien una gamberrada al estilo de American Pie. Así que puse un poco de cinta americana sobre la pequeña luz roja de grabación y preparé la cámara para el gran día.

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Esperé en casa, sentado, a que la profesora X aparcara su coche en la entrada, rezando para que ningún vecino me viera saludar a una mujer diez años mayor que yo. Había colocado la cámara en el salón, entre el reproductor de DVD y otros aparatos para el televisor. Había comprobado los ángulos. Para estar encuadrada, la escena tendría que desarrollarse en el sofá. Cuando me dijo que ya había llegado, pulsé el botón de grabación y fui a abrir la puerta.

Como esto no es la revista Penthouse, voy a sintetizar la descripción del acto. Empezamos a enrollarnos. Me miraba con ojos que se me antojaron demasiado hambrientos.

"Llevo todo el año queriendo chupar esos labios", me dijo.

Vaya. Yo también quería hacerle cosas a ella, pero a mis 18 años, tenía esos mismos pensamientos prácticamente con todas las chicas que veía. La concreción de aquel comentario me echó un poco para atrás mientras nos acomodábamos en el sofá.

Quería chupármela. Sí, claro. Mientras estaba en ello, se fue quitando la parte de arriba, dejando a la vista aquellos pechos enormes que había estado admirando desde mi pupitre todo el año, con la piel estriada y ligeramente caídos, sucumbiendo a los efectos de la gravedad y del paso de los años. Hasta aquel momento, todas mis parejas habían sido chicas adolescentes, lo normal para un joven de mi edad. Uno suele envejecer a la par que sus compañeros sexuales. Las carnes cuelgan, se estrían y se hinchan de forma sincronizada. Esto no solo era una zambullida en la parte que más cubre, era saltar a una piscina de aguas gélidas. No había nada de malo en su cuerpo, por supuesto; simplemente estaba asombrado ante lo real que lo sentía, dado mi repertorio de incursiones sexuales con adolescentes de carnes tensas. Para cuando empezamos a follar a cuatro patas, empecé a notar mechones de pelo en lugares en los que no estaba acostumbrado a notar mechones de pelo. Aquello empezaba a ser demasiado para mí.

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Yo también quería hacerle cosas a ella, pero a mis 18 años, tenía esos mismos pensamientos prácticamente con todas las chicas que veía.

"Te… Tengo que parar", dije entre jadeos. "No estoy disfrutando".

"¿Seguro? ¿Quieres que probemos en otra postura?"

"No. Quiero… dejarlo."

Aquello no era lo que había planeado. La contundencia de su cuerpo y el inquietante comentario que hizo sobre mis labios me habían causado tanto rechazo que había superado el punto de no retorno. El último vestigio de mi inocencia se había desvanecido junto con mi erección.

Nos vestimos en silencio y la acompañé hasta el coche.

"Podemos volver a intentarlo otro día", propuso.

"Sí, vale. Ya veremos."

Entré en casa y paré la grabación. Rebobiné hasta justo el momento antes de detenerme y volví a pulsar el botón de grabar para eliminar todo rastro de mi impotencia. Aunque el sexo había sido una mierda, todavía tenía algo que enseñar de aquella incómoda experiencia.

Envié un mensaje a mis dos mejores amigos. Por supuesto, no me creyeron, incluso después de que les dijera que tenía pruebas en vídeo. Cuando por fin les mostré la perturbadora grabación no les quedó más remedio que admitir que había logrado lo imposible. Les advertí de que aquello tenía que quedar entre nosotros, pese a que sabía muy bien que no iba a ser así.

A la semana siguiente, la profesora X y yo intercambiamos unos cuantos mensajes. Creo que ambos nos sentíamos raros por lo ocurrido. Ella quería que nos volviéramos a ver en el mismo sitio para hablar. Así lo hicimos, y traté de aplacar su miedo a que se lo contara a alguien. Luego supongo que el repentino cambio en la dinámica del poder me embriagó y empecé a comprobar lo lejos que podía llegar. Empecé seleccionando libros y DVD al azar.

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"Mmm. Parece muy interesante. Siempre he querido leer este libro."

Había picado.

"¿Por qué no dejas que te los compre?"

"¿De verdad? Muchas gracias. ¿Seguro?"

Ella sabía que no había mucho que discutir, pero los dos hacíamos el paripé, fingiendo que se trataba de un gesto generoso y no de un sutil chantaje para que me comprara los DVD de Aqua Teen Hunger Force y El arcoiris de gravedad. En retrospectiva, me horroriza pensar que fui capaz de hacer algo así, pero seguro que entonces tendría dibujada una sonrisa socarrona en la cara al salir de la tienda con una bolsa llena de artículos. Mi yo adolescente tenía que recomponerse si quería sacar algún provecho de aquella experiencia.

El verano tocaba a su fin y yo casi había olvidado mi affair con la profesora X y me había instalado en mi nueva habitación de la residencia universitaria. Muchos de mis compañeros de instituto acabaron en la misma universidad que yo. Una noche coincidí en una fiesta con un chico a quien conocía del instituto pero con el que nunca había hablado.

"Oye, me han dicho que te has follado a la profesora X. ¿Es verdad?"

Me pilló totalmente desprevenido. "¿Dónde has oído eso?"

"Por todas partes. Me lo han contado unas cuantas personas."

"Pues… Sí, es verdad."

"¡Mentira!"

No iba a dejar que lo pusieran en duda, así que les enseñé la grabación. La gente la vio, corrió el rumor (como ya supuse que ocurriría) y a finales de noviembre recibí la llamada de una desesperada profesora X.

"La gente habla de lo nuestro. ¿Hay una cinta? He oído rumores sobre una cinta."

"No, no", mentí. "A la gente le gusta mucho decir chorradas. No hay ninguna cinta. Se lo dije a un amigo porque tuve que hacerlo, y supongo que él lo largó a unos cuantos más. Ya se olvidarán. Son solo rumores de adolescentes idiotas."

Si yo hubiera estado e su lugar, no me habría creído en absoluto, pero por alguna razón, ella me creyó, quizá movida por esa extraña parte de su cerebro que empezó toda esa historia. Pero en ese momento yo quería poner punto final al asunto. No quería tener nada que ver con la vida de esa mujer. Quería disfrutar de mi condición de universitario y empezar mi vida adulta, así que colgué el teléfono y borré la cinta.

Claramente, X había abusado de su posición de autoridad engañando a su marido y manteniendo relaciones con alguien de quien era responsable. Pero no nos engañemos: no me veo para nada como el bueno de la historia, o como una víctima. Me gusta pensar que he evolucionado, aprendido y madurado, pero estoy seguro de que algunos pensarán que la cabra tira al monte. Quizá en lo más profundo de mi ser todavía se esconde ese lado oscuro de mí capaz de hacer pequeños chantajes y amante del voyeurismo. Espero no tener que averiguarlo nunca.