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Animalistas liberan a un cerdo tras una acción en un matadero de Madrid

Acompañamos a un grupo de activistas a encadenarse a un camión con cerdos en un matadero de Getafe, Madrid.

Todas las fotografías por el Colectivo Britches

Lunes, seis y media de la mañana. Hemos quedado con un grupo de activistas por los derechos de los animales frente a la estación de Príncipe Pío, en Madrid, desde la que saldrán varios coches con destino a un matadero de Getafe, al sur de la capital. Sólo nos han dado una consigna: venir de riguroso negro.

En la acción participan una veintena de personas a título individual y coordinados a través de las redes sociales. Se suman así a una iniciativa global que ya ha tenido lugar en otros países, como Israel, Inglaterra o Australia, y también en otras ciudades de España, como Pamplona o Barcelona. "En ésta última se consiguió salvar a una gallina", me cuenta una de las activistas en el camino. "Algo es algo".

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Aquí va a ser más difícil: no hay gallinas, sino cerdos, lo que complica la operación por una cuestión logística. Pero el modus operandi y el objetivo son idénticos: inmovilizar un camión a la entrada del matadero, encadenarse a él y negociar para que al menos uno de los animales sea trasladado a un santuario en el que pueda vivir el resto de su vida en libertad.

Un pequeño bosque flanquea el matadero. Empieza a amanecer, hace un frío que pela y huele a rayos. Armado con un walkie-talkie, uno de los activistas se desplaza unos metros para avisar al resto cuando se acerque el camión. En apenas unos minutos, éste aparece cargado con decenas de cerdos hacinados.

Los movimientos de los activistas son fugaces. En cuestión de segundos, dos de ellos cortan el acceso al matadero con una cadena y despliegan una pancarta y varios carteles con leyendas como "Stop Matanza" o "Liberación animal". Otros tres se encadenan al camión tras colocar cuñas en las ruedas. El resto, armados con botellas de agua, dan de beber a los cerdos.

Los trabajadores del matadero salen en tromba. "¡Estáis incumpliendo la ley de bienestar animal!", grita uno. Los cerdos, confusos, chillan mientras los activistas tratan de dialogar con los trabajadores. Se producen los primeros momentos de tensión. Uno de los matarifes se muestra chulesco y burlón. "¿Te gustaría que tus hijos fueran ahí?", le espeta uno de los activistas. El tipo, que podría ser un gorila de discoteca, cambia el rictus. "Ten cuidado con lo que dices, chaval". El resto se afanan en subrayar que se trata de una protesta pacífica: "sólo queremos salvar a uno de los cerdos", explican.

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La policía no tarda en aparecer. Pero frente lo que algunos temían, se muestran de lo más conciliadores: se limitan a relajar los ánimos, identificar a los activistas y a explicarles que tenían que haber pedido permiso para la concentración. El dueño del matadero, un señor de voz aflautada y que recuerda vagamente a Jesús Bonilla en Los Serrano, asegura que no quiere problemas. Tras una hora de negociación, se compromete a ceder un cochinillo. Sólo hay un problema: hay que ir a buscarlo a una granja situada a dos horas de distancia.

No todos los activistas lo ven claro. Dos de ellos no se fían del dueño del matadero y se resisten a quitarse las cadenas. Pero el resto les convencen en pocos minutos: "no podemos hacer nada por estos animales, pero si salvamos a uno de ellos, la acción habrá servido para algo". Armado con una radial, uno de los trabajadores corta las cadenas.

Pese a que ha habido acuerdo, no va a ser tarea fácil. "Esto no es como tener un perro o una gallina", explica el dueño del matadero. "Un cerdo tiene mucho control por lo de la peste porcina. Aquí cumplimos todas las normativas: yo ya he montado nueve mataderos". Afortunadamente, muchos santuarios de animales tienen esa documentación en regla: si todo sale como ha prometido el dueño del matadero, los activistas habrán ganado una pequeña y simbólica batalla.

Actualización: El cerdo ya ha sido liberado. Aquí os dejamos con su foto.