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Cultură

Las historias más extrañas de lo que hace la gente en los casinos

Trabajar en un casino no es tan sencillo como parece.

Foto vía Wikimedia Commons

Trabajar en un casino no es tan sencillo como parece. Siempre pensé que consistía básicamente en saludar a la gente al entrar, servirle una bebida, esperar a que perdiera un montón de dinero y finalmente verla salir tambaleándose mientras se inventaba una excusa para contarle a su pareja. Quería saber si el tema era como pensaba, así que llamé a algunos amigos que trabajan en estos lugares.

Cuando trabajas en un casino tienes que estar muy atento y alerta mientras todos los que te rodean se emborrachan. Debes ser capaz de reaccionar a todas las situaciones rápidamente y mantener una sonrisa en la cara incluso cuando estás hablando con el más imbécil del universo.

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Ahora bien, si omitimos todo el estrés, la verdad es que es una gran oportunidad para presenciar toda una serie de cosas extrañas y maravillosas. Los casinos enganchan todo tipo de personajes. Tienes que lidiar con ludópatas que están convencidos de que la siguiente jugada los hará ricos, millonarios excéntricos, abueletes trágicos que apuestan a diario su pensión, adolescentes oportunistas que se juegan su último billete al blackjack con la esperanza de que la cerveza les salga gratis. Por lo visto, muchas personas aparentemente cuerdas pierden los estribos cuando ven que su dinero se les escapa de las manos.

Seis personas que trabajan en casinos me contaron sus mejores anécdotas. Cada una de las siguientes historias corresponden a sus relatos.

Foto vía Wikimedia Commons

EL LOCO

Muchos jugadores tienen varias supersticiones y rutinas a las que se apegan religiosamente mientras apuestan. Por ejemplo, algunos solo hacen apuestas con la mano izquierda, mientras que otros comienzan a soltar tacos o a cantar pequeños mantras antes de jugar. Una vez vi a un tipo que tiraba sal en un cenicero cada vez que el croupier hacía girar la ruleta. Era para alejar a los malos espíritus, por supuesto.

Mientras trabajaba de camarera en un casino de Bucarest, un gran apostador me pidió que le llevara algo de comer, pero solo cuando la ruleta hubiera dejado de girar, ya que de lo contrario podría traerle mala suerte, dijo. Esperé pacientemente y luego fui a buscar lo que había pedido. Cuando volví a preguntarle si también quería algo de beber, vi que el tipo se había metido la mano en los pantalones y se estaba masturbando.

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Pensé que estaba alucinando, pero era tan obvio que todo el mundo a mi alrededor también se había dado cuenta. Al parecer, era su amuleto de buena suerte. Cada vez que la ruleta giraba, el hombre se metía la mano en los pantalones y se daba un buen meneo.

CÓMETELO

Como el encargado de observar las cámaras de seguridad toda la noche, me ha tocado ver cosas realmente extrañas. La más loca pasó en un casino de Nairobi, en Kenia. Un cliente llegó a la ruleta y repartió su dinero sobre dos tercios de todos los números. Uno calcularía que las probabilidades eran bastante buenas, pero pese a ello, perdió. Cuando se dio cuenta, se sorprendió. Agarró el dinero antes de que el croupier pudiera cogerlo y comenzó a correr. Un guardia de seguridad lo acorraló bastante rápido, pero tan pronto se dio cuenta de que no tenía ninguna oportunidad de escapar, se puso los billetes en la boca e intentó tragárselos.

Inmediatamente, otro guardia intervino. Los dos abordaron al tipo y lo obligaron a escupir el dinero. Sin pensarlo dos veces, los guardias volvieron a poner los billetes en la ruleta (arrugados y babeados). El croupier llamó a la señora de la limpieza y ella llegó con un ventilador eléctrico. Una vez se secaron los billetes, los estiraron y los pusieron de nuevo en el juego. No sé qué pasó con el tipo.

DESCARGA REAL

Durante años he trabajado vigilando casinos en cruceros. Una mañana, más o menos a las 6:00, el casino en el que estaba trabajando estaba vacío, a excepción de una mujer estadunidense jugando en las tragaperras. La mujer ya estaba terminando y había ganado unos cuantos miles de dólares. En un determinado momento se dio cuenta de que necesitaba ir al baño, pero estaba convencida de que si se iba, alguien le iba a robar sus ganancias. Algunos jugadores son un poco paranoicos, a pesar de que saben que mis compañeros y yo estamos controlando las pantallas.

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En vez de ir al baño o llamar a un ayudante, se puso detrás de las tragaperras, se bajó los pantalones e hizo sus necesidades ahí mismo. Después, volvió a las máquinas aliviada —a dos metros de distancia de su propia mierda— y siguió jugando como si nada hubiera pasado. Cuando el encargado de las tragaperras vino a ver cómo iban las cosas, notó un olor horrible. Enseguida ató cabos y preguntó a la mujer qué había sucedido. La mujer, sin inmutarse, aseguró no haber hecho nada y que recordaba vagamente haber visto a alguien caminando por ahí atrás.

De todos modos, teníamos todo el asunto grabado por las cámaras de vigilancia. Cuando escribí mi informe, tuve que esforzarme mucho para ser profesional y no terminar poniendo algo como «la mujer soltó un truño enorme detrás de las máquinas tragaperras». Cuando se supo la noticia, el personal de seguridad fue a su habitación para preguntarle sobre el incidente. Al enterarse de lo que había pasado, su pareja solicitó ser trasladado a otra habitación de inmediato. Seguramente ese fue el final de sus vacaciones.

ON THE ROCKS

En 2009 trabajé en la inauguración de un casino en Bucarest. Todo era muy glamuroso y los dueños esperaban que se moviera un montón de dinero. Yo tenía bastante experiencia en la ruleta, así que mi jefe contaba con que asumiera ese puesto durante la noche. Cinco minutos después de que se abrieran las puertas, tres hombres se sentaron y me entregaron un fajo enorme de dinero para cambiarlo por fichas. Aquello me puso un poco nervioso, pero traté de tranquilizarme para darle la primera vuelta a la ruleta. Con mano temblorosa, dejé caer la bola, pero en vez de quedarse en la ruleta salió disparada y quedó atascada debajo de la puerta de la cocina. Empecé a sudar. Sonreí y me disculpé mientras el camarero me devolvía la bola.

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Volví a intentarlo y pasó exactamente lo mismo. Esta vez, sin embargo, cayó a los pies del batería, en el escenario. «Mierda», dije en voz baja. Los hombres me miraban confundidos; uno me preguntó si era principiante. Traté de hacer un poco menos tensa la situación bromeando con que había usado mucha crema hidratante. Afortunadamente, logré que se rieran y poco a poco comencé a recobrar el control. Mientras el camarero me pasaba la bola de nuevo, me di cuenta de que la mitad del casino me estaba mirando, rezando para que la volviera a cagar. La gente siempre dice que «a la tercera va la vencida», pero obviamente no es verdad, porque la pelota salió volando y aterrizó en uno de los vasos de whisky de los apostantes, haciendo que salpicara alcohol sobre su esmoquin. Llevaba cinco meses preparándome para la gran inauguración y ni siquiera era capaz de hacer girar la ruleta.

GRAN HERMANO

Una noche, mientras trabajaba como croupier, había un jugador que estaba perdiendo unos 56.000 dólares. Estoy seguro de que estaba sobrio —había estado tomando refrescos toda la noche— y tampoco parecía estar bajo la influencia de algo más fuerte. Pero de repente, empezó a hablar al equipo de seguridad dirigiéndose a las cámaras del circuito cerrado. Comenzó a mirar directamente a la lente y a insultar. Decía que había imanes en las bolas, que todo estaba amañado y que todo era una jugarreta. Se dio cuenta de que las cámaras se estaban moviendo y eso lo puso aún más paranoico: «Así que ahora me estáis mirando. ¡Me estáis observando! Me habéis quitado mi dinero y ahora os estáis riendo de mí, ¿verdad?».

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Cogió un cenicero y quiso golpear una cámara con él. Obviamente, en este momento, el personal de seguridad entró en la sala. Me siento un poco mal por el tipo. La gente que estaba detrás de las cámaras se estaba partiendo de la risa.

ULTRAVIOLENCIA

Yo era recepcionista de un casino de Bucarest. Un día, un tipo enorme —de casi dos metros y con barriga cervecera— decidió empezar a jugar a las 8 de la mañana.

Debí haber imaginado, desde que entró, que traería problemas; tenía una expresión muy intensa en la cara. Cuando introdujo los datos en nuestro ordenador, me di cuenta de que había una marca amarilla al lado de su nombre. Las marcas amarillas pueden significan dos cosas: o que apuestas mucho o que eres un tramposo agresivo. Podía haber sido cualquiera. Se le permitió jugar, pero solo con la condición de que yo pusiera sobre aviso al personal de seguridad. El tipo apenas se había sentado cuando empezó a soltar enormes cantidades de dinero por todas partes. Estaba haciendo apuestas fuertes en una de las mesas. Después de unas derrotas consecutivas, su estado de ánimo cambió y amenazó con lanzarle un cenicero de metal al croupier.

Después de pedirle que se calmara, lo cambiaron a otra mesa, donde volvió a usar la misma táctica ridícula de hacer un montón de apuestas a todos los números. Se quedó ahí un tiempo, ganó algo de dinero y empezó a relajarse. Cuando cambió el croupier, también cambió su suerte. En poco tiempo perdió todas sus ganancias, lo cual no le sentó nada bien. Justo cuando entré en la sala, vi a un guardia de seguridad sosteniendo la puerta del área privada mientras mi jefe le gritaba al croupierque corriera por su vida. Nunca he visto a nadie moverse tan rápido y dudo que el croupier echara la vista atrás hasta que llegó a la cocina. Todos los demás en la sala siguieron toda la escena con la mirada, igual de asustados.

El tipo estaba tan enfadado por haber perdido que logró arrancar la parte superior de la mesa de la ruleta —que es increíblemente pesada— y luego amenazó con matar a todos en la sala. El personal de seguridad llegó corriendo y logró arrastrar al tipo afuera. De alguna manera logró volver a entrar y empezó a rogarme que lo dejara jugar de nuevo, prometiéndome que no iba a volver a enloquecer. Me aseguró que no era una mala persona, pero que no podía pensar con claridad cuando estaba en una mala racha. En parte, era comrensible.