
Aunque para muchos los cibercafés suenan a lugares venidos a menos, debido a que cualquier vicioso de las redes sociales y la información tiene computadora en casa, trabajo o internet en su teléfono celular, los tres locales que visité tienen la particularidad de ofrecer privados por el mismo costo de la hora de servicio. ¿Qué es un privado?, se preguntarán algunos. Lo respondo con las palabras de Yisus, un amigo en este recorrido antropológico: “hotelitos de paso, casas de campaña, saunas pero con ropa”.En la prehistoria del cibersexo, a finales de los noventa, recuerdo que el ligue era una muñeca rusa: una dentro de otra, y así. Se iba a un cibercafé con privado, se ingresaba a un chat, se preguntaba quién estaba en ese mismo ciber, y luego el intercambio: de cabina a cabina. Quien quisiera, se conocía. Alguno iba al cubículo del otro: o tres, o cuatro. En eso no hay reglas. Lo prohibido es lo que llama a los asiduos de estos espacios. En aquel tiempo el factor sorpresa era lo común. Como no todos tenían fotos de sí mismos o de sus cuerpos, era imposible que la decisión fuera previa al encuentro. En el cara a cara se proclamaba “si jalabas o te enclochabas”. Ahora es diferente: hay imágenes del momento, webcams, todo el tiempo nuestro rostro gira delante de los otros.En mi recorrido conocí a Yisus, y le propuse que me acompañara en esta exploración. Yisus, aunque no ejerce la prostitución, sí acepta que le paguen unas cervezas, pero en su casa, muy listo me dice: “que me den el efectivo y ya veré yo cuándo me las tomo”. Yisus frecuenta los cibers, los saunas y las cantinas. Tiene 24 años, nació en Torreón y vive en casa de su hermana en la zona norte de Monterrey. Es moreno y tiene un tatuaje en la espalda que dice “jesusjesusjesus”. Lo llamo Yisus porque las jotas tatuadas de su nombre parecen más i griegas. Lo encontré en el ciber de 24 horas: una mirada desde otro cubículo.
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