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Cultură

Aquila non capit muscas – Amor también puede ser una bomba

Consecuentes con la postura que pretende evocar el documental Up Against The Wall Motherfuckers!, sus autores han declinado ser entrevistados para VICE. Faltaría saber qué dice a todo esto Ben Morea, el protagonista, o el más prominente de los...

A ver cómo lo explicamos, sin que nadie llegue a sentirse lastimado. Consecuentes con la postura que pretende evocar el documental Up Against The Wall Motherfuckers!, sus autores han declinado ser entrevistados para Vice. Aducen sentirse incómodos con “algunas formas y contenidos de la revista”. ¡Bravo! No todo el mundo, en este mundo donde la presencia lo es todo, sacrifica en nombre de sus convicciones la oportunidad de acaparar por breves segundos una parcela del atestado y esperpentizador aparador mediático. De ninguna manera puede esa refracción disuadirme de seguir adelante con mis planes de sondear su trabajo, les comunico a vuelta de correo electrónico a Marcos Flórez, Samuel M. Delgado y José Luis Maire, la tricefalia responsable del documental. Y no, no me siento ofendido para nada. Todo lo contrario. Resulta estimulante encontrarse con gente, sobre todo si es joven, que, haciendo oídos sordos a los cantos de Parténope, rechaza figurar en la instantánea de la vanitatis publicitaria si con ello preserva al menos la actitud… por estéril que dicho pundonor resulte a estas alturas del hipercapitalismo. Faltaría saber qué dice a todo esto Ben Morea, el protagonista, o el más prominente de los protagonistas del documental. Morea fue uno de esos huesos duros de roer que le crecieron al sistema en Estados Unidos durante los 60, un jumpin´ jack flash que como el de Jagger & Richards nació en un fuego cruzado de huracanes y se educó a correazos en la espalda. Hijo del obrero y multiétnico Lower East Side, el distrito más caliente de la contracultura neoyorquina, a su contacto con las pandillas puertorriqueñas y la vida en la calle se añadiría a una temprana afición a la heroína. El resultado de esa ecuación, lo han adivinado, fue el trullo. Allí se redimiría el delincuente juvenil al aflorarle la sensibilidad pictórica, entusiasmado por el expresionismo abstracto. A finales de los 50, de nuevo en libertad, el flujo beat le condujo hasta el Village y allí cobró conciencia política al conocer a Allen Ginsberg, a Julian Beck y Judith Malina del Living Theatre, y a través de estos a Murray Bookchin, el libertario que sentó las bases del ecologismo socialista. En las reuniones que el último llevaba a cabo en su apartamento, Morea se instruiría así mismo en dadaísmo y surrealismo, en anarquismo y situacionismo.

Desprovisto de educación académica, esa súbita ilustración se tradujo en un chorro de fibrilación crítica que entre 1966-68, años en los que publica el fanzine Black Mask, irá basculando del arte  y la cultura a la política, y viceversa. Mientras acontece ese interín, Morea creará escenografía propia para el teatro de guerrilla que venían desarrollando diggers y yippies: consigue colapsar el MOMA congregando allí una multitud con el propósito de cerrar simbólicamente el museo; invade una galería de arte con un ejército de mendigos; se planta en Wall Street para convertirla en War Street. Todo eso fraguará en el variopinto colectivo conocido como Up Against The Wall Motherfucker, o sea Contra La Pared, Hijoputa, el imperativo policial de protocolo con hippies y chusma, también parte de un poema de Leroi Jones donde era un atracador negro quien así se dirigía a sus víctimas blancas. En los Motherfuckers, autodenominados “una banda callejera con análisis”, se concentraban los restos de la recién disuelta sección neoyorquina del Students for a Democratic Society, pero también disidentes anónimos, desertores de Vietnam, y, supuestamente, desechos de las calles, traficantes, yonquis, pandilleros. ¿Con qué atrajo Morea a tan disparatada ralea? Una ideología radical basada en la negación, su sentido del espectáculo, una imagen de tipo duro que incluía cazadora de cuero y navaja automática, y, no nos engañemos, en muchos casos la oportunidad de aplicar la teoría revolucionaria y liarla. Un día saboteando una lectura poética, dándole un susto de muerte a uno de los rapsodas al dispararle con balas de fogueo. Otro, organizando sus propias jornadas libertarias en el Fillmore East y reventando un concierto de MC5. La violencia formaba parte cotidiana de América, y en el seno de los Motherfuckers esa violencia podía sublimarse con coartada intelectual. Tras dejar su impronta en Woodstock abriendo brechas por las que la multitud pudiera colarse y saqueando los almacenes de la organización para distribuir tiendas de campaña y comida, protagonizarán un importante salto cualitativo con el programa Armed Love, Amor Armado, una campaña de atentados bomba contra entidades bancarias y empresas armamentísticas que firman con el apocalíptico seudónimo Conspiración Internacional de Hombres-Lobo del Infierno.

Bravuconada, la de las bombas, que redundó en mayor constreñimiento policial. Junto a varios de sus seguidores, Morea, que como explica en el documental nunca aspiró a mártir, se vió obligado a desaparecer. Emigrados a una comuna en Nuevo México, allí se dedicarían al bandidaje psicódelico, lanzando boletines e involucrándose en la causa chicana, hasta que escindidos en varios subgrupos, Morea decide perderse con su mujer por las montañas mejicanas. Nadie volvió a saber nada de él hasta finales de los 90, cuando reapareció en Nueva York. Más allá del legado teórico de los Motherfuckers, articulado en el concepto del “grupo de afinidad” —pequeñas células no jerarquizadas, ni  organizadas o inscritas en ningún aparato político, vinculadas por un pensamiento afín y concebidas para evitar a los infiltrados del FBI—, destaca su función, entre quienes quisieran leerlos o escucharlos, como útil desatascador de la ponzoña propagandística de la propia contracultura: la retórica lisérgica de Timothy Leary, el flower power, los peligros de una falsa revolución apadrinada por la burguesía y el negocio contracultural en general, que fomentaba una astuta no-cultura edificada sobre ruinas, serían enérgicamente repudiados en el decálogo motherfucker. En 2011, dos años despues de la publicación del libro De Los Veranos Del Amor Al Amor Armado (La Felguera), donde se vertía al español la colección completa de Black Mask, Morea se dejó caer por este patético país en el transcurso de una gira europea de conferencias. El audio de la realizada en Madrid y fragmentos de otros audios de época ponen verbo al documental Up Against The Wall Motherfuckers!, austera pero educativa síntesis del personaje y la materia, cuyas imágenes proceden de filmaciones de archivo. Sin proselitismo, confiándose al peso de las ideas y conclusiones expuestas por Morea, al poder de esos fotogramas en blanco y negro que muestran una cara de la problemática bien distinta de la acuñada por el tropo contracultural, el documental cumple su cometido si lo que pretendía era explicarse y explicar. Escuchando a la voz en off de un motherfucker asegurando que la acción revolucionaria del grupo no contaba con táctica de medias, pues “vomitamos sobre los medios, que se jodan”, se comprende que Vice no figure entre las lecturas de cabecera del trío realizador. Estrenado el pasado febrero en la Filmoteca de la capital, el DVD Up Against The Wall está distribuido por Playtime Audiovisuales y se le prevé presencia en festivales ad hoc y otros actos parecidos, si bien sus autores se declaran abiertos  a proyectarlo “fuera de los circuitos clásicos”. Quienes deseen un ángulo complementario del asunto deberían hacerse con un libro de título casi gemelo, Up Against The Wall Motherfucker (Seven Stories Press), en el que Osha Neuman, “el menos motherfucker de los motherfuckers”, contradice su propia teoría de que es imposible escribir sobre los años sesenta sin parecer ridículo.