Las (lamentables) Olimpiadas de Franco, o cómo la dictadura violó el deporte
La guía oficial de las Olimpiadas de Helsinki de 1952. Imagen vía Twitter.

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un tesoro miserable

Las (lamentables) Olimpiadas de Franco, o cómo la dictadura violó el deporte

El franquismo intentó aprovechar los Juegos Olímpicos de Londres'48 y Helsinki'52 para promocionar sus presuntas virtudes. La historia fue tan miserable como los resultados cosechados.

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Cuarenta años. Cuarenta años hace que murió el dictador (demasiado pocos me parecen) y aún sigue habiendo quien habla maravillas de su tiempo, desde el viejo senil que te asegura que "esto con Franco no pasaba" hasta el pepero de turno —senil quizás no, pero sí demente, que es peor— que suelta cualquier burrada que te puedas imaginar.

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Como prefiero tomarme las cosas con arte a cabrearme, en estos casos me viene a la mente el famoso monólogo de Roberto Benigni en el que se reía de quienes decían que "Mussolini también había hecho cosas buenas". "Bueno, ¡él y Stalin algún puente inaugurarían o algo, o a alguien le darían los buenos días alguna vez!", como decía el artista italiano.

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Quizás por la profusión de noticias alrededor del dictador —o quizás porque el miércoles fui a un restaurante de cocina fusión y la cena me sentó fatal, no sabría decir—, el caso es que esta semana tuve una pesadilla rarísima. En ese 'sueño de la razón' se me apareció un monstruo, un ser repugnante con cuerpo de gnomo y la cabeza de Franco que se miraba al espejo con una sonrisa presuntuosa. Recuerdo que al cuello llevaba la medalla de plata de la prueba de tiro de los Juegos Olímpicos de 1952.

Lo más terrible, sin embargo, era su voz, una mezcla entre la imitación del programa 'Polònia' y Gollum diciendo "mi tesoro". La voz en cuestión solo decía una frase ad nauseam: "Lo importante es participar, lo importante es participar, lo importante es participar…", repetía.

¿Por qué os estoy contando esto? Pues porque esta terrible visión, además de náuseas, me causó una profunda curiosidad, así que empecé a investigar. ¿Qué habría hecho Franco en Helsinki'52? ¿Qué tendría que ver el dictador con los Juegos Olímpicos, y con el deporte en general?

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Lo que os cuento a continuación es lo que descubrí. Y no, no queda demasiado espacio para el "algo bueno habrá hecho" de Benigni.

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A pesar del énfasis propagandístico que hacía la dictadura nacionalcatólica de Franco en el deporte, lo cierto es que su régimen se encargó de destruir sistemáticamente sus valores básicos. El dictador reemplazó la triste realidad de la posguerra por las típicas postales bonitas de Benidorm que solíamos encontrar en los estancos: fotos lamentables, trucadas hasta el tuétano y más falsas que un euro de madera. La Guerra Civil duró oficialmente tres años, pero en realidad se alargó muchísimo más. El deporte fue una de sus víctimas.

Francisco Franco jugando al golf: la típica imagen de un hombre profundamente preocupado por un país en ruinas, por supuesto. Imagen vía Twitter.

El deporte según Paco

Es interesante notar la importancia que los movimientos totalitaristas del siglo XX dieron al deporte: más que como entretenimiento y superación personal, las dictaduras utilizaron la actividad deportiva como arma propagandística casi bélica con la cual intentar superar a los 'enemigos'. Los regímenes totalitarios usaban los saltos, las carreras, los partidos y en general cualquier competición para sacar el hacha de guerra e insertar la idea de conflicto permanente en los ciudadanos de sus países —porque una idea, un concepto, es casi imposible de erradicar cuando se instala en el cerebro.

El deporte español creció considerablemente durante las primeras décadas del siglo XX. A pesar de ser un entretenimiento principalmente para ricos —dado que estos eran los únicos que disponían del tiempo para practicarlo—, lo cierto es que las actividades deportivas fueron diversificándose a lo largo de los años veinte y treinta.

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La selección española que logró la plata en los Juegos Olímpicos de Amberes en 1920. Imagen vía WikiMedia Commons.

El éxito de la selección española de fútbol en los Juegos Olímpicos de Amberes en 1920 fue una muestra temprana del potencial de crecimiento del país. Quince años después, en 1935, el gobierno de la Segunda República creó un corpus de leyes específico y fundó la Junta Nacional de Educación Física, un órgano destinado a regular y promover la actividad deportiva en el país. La Guerra Civil lo truncó todo.

En el periodo que va de 1936 a 1961, la dictadura se aseguró de difuminar los valores propios del deporte y sustituirlos por los del régimen. La educación física se convirtió en un método propagandístico más, un método para conseguir el tan cacareado ciudadano "perfecto" según la clásica idea fascista —el "hombre funcional" de Mussolini o el "superhombre" hitleriano, siempre con el componente étnico de por medio además—. Mediante herramientas como el Frente de Juventudes, la Sección Femenina y el Sindicato Español Universitario, el deporte terminó más orientado a preparar a posibles miembros del ejército o de la Falange que a formar individuos sanos.

La imagen física se utilizó como sistema de propaganda. Se trataba de crear una mitología emotiva para las clases medias que actuase como pantalla para ocultar lo conflictivo y transformar la realidad en una imagen de la unidad, el orden y la jerarquía.

Fernández Nares, S. 'La educación física en el sistema educativo español'. Universidad de Granada, 1993

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El régimen, pues, debía asumir el control de la educación física para poder plegarla a sus exigencias. Para ello, el 22 de febrero de 1941 creó un organismo que en un principio llevó el 'humilde' nombre deDelegación Nacional de Deportes de Falange Española Tradicionalista y de FET y de las JONS. Posteriormente se conocería como Delegación Nacional de Educación Física y Deportes e integraría otras instituciones que ya existían antes de la guerra como el Comité Olímpico Español, el Consejo Nacional de Deportes y la delegación española del Comité Olímpico Internacional.

Una imagen metafórica: el teniente general José Moscardó aparentando ser un personaje importante frente a un montón de ruinas. Moscardó fue nombrado presidente del COE y Delegado Nacional de Deportes para recompensar los servicios prestados a los golpistas en la revuelta militar. Imagen vía Wikipedia Commons.

Gollum sin anillo pero con medalla

El interés de Franco hacia los deportes era principalmente propagandístico, un mero postureo para poder manipular a sus ciudadanos. Dada la popularidad del fútbol, el franquismo decidió que podía utilizarlo como un arma más y le dirigió la mayoría de la inversión; a la práctica, eso significa que a los demás deportes apenas si se les hacía caso.

En estas circunstancias, el sistema deportivo de posguerra inevitablemente quedó reducido a un pequeño y mal organizado órgano autosuficiente que se financiaba con el dinero proveniente de las quinielas. Como era de esperar, esto hizo que la mayoría de los deportes fueran imposibles de practicar por falta de instalaciones. El único que se siguió creciendo fue el inoxidable fútbol.

Igual que otros totalitarismos, el franquismo se obsesionó por la imagen de España en el exterior. Las Olimpiadas de Londres de 1948 —conocidas como "los Juegos de la austeridad" por la situación de la capital británica tras la Segunda Guerra Mundial— y de Helsinki de 1952 fueron las oportunidades perfectas para mostrar el ¿músculo? del nuevo régimen. Sin embargo, los atletas que Franco mandó al Reino Unido y a Finlandia eran principalmente unos maniquíes: el soporte que se les había dado para entrenar en casa había sido entre pequeño y nulo.

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El delegado nacional de deportes, el general José Moscardó —que había dirigido la Escuela de Educación Física de Toledo antes de la Guerra Civil y posteriormente había sido ascendido a Delegado Nacional de Deportes por su cooperación con la sublevación— pronunció un discurso ante los atletas españoles el 19 de julio de 1948, justo antes del viaje a Londres. Su contenido fue bastante indicativo.

José Moscardó —segundo por la derecha, con una gorra de plato inmensa— de fiesta con unos colegas: Ramón Serrano Suñer —segundo por la izquierda; conocido como el "Cuñadísimo" por ser familiar de la esposa de Franco— y Heinrich Himmler —primero por la izquierda; comandante de las SS nazis y responsable del Holocausto—. Imagen vía WikiMedia Commons.

"Todo deportista español ha de dar en Londres, en cualquier prueba en que intervenga, su máximo rendimiento, y han de brillar nuestras cualidades raciales de valor, entusiasmo y energía en todo momento", aseguró Moscardó. Nótese el énfasis en las presuntas "cualidades raciales", típico de los fascismos que en los demás países habían sido derrotados tras la Segunda Guerra Mundial.

"Allí donde nuestra actuación pueda ser superada, [espero que] surja en el acto el español con coraje, con entusiasmo, con el tesón admirable que los españoles ponemos cuando, en cualquier trance de la vida, hemos de defender a España", aseguró el antiguo general, y entonces añadió un fragmento aún más indicativo de las escasas esperanzas reales del régimen: "Si así sucede, no importan los resultados que se obtengan y sí la manera honrosa de cómo se habrá triunfado, puesto que en el deporte el no ganar no supone derrota".

Resumiendo: el franquismo quería dar imagen de grandeza, pero en realidad era consciente de que no se iba a lograr una mierda. Casualmente, el único deporte que ganó una medalla fue la hípica: los jinetes Jaime García Cruz, Marcelino Gavilán Ponce de León y José Navarro Morenes se hicieron con una plata en el salto por equipos. Decimos 'casualmente' porque, vaya, la hípica era el deporte favorito de Moscardó.

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En Helsinki el resultado fue similar: una medalla de plata, aunque para Ángel León González, que se dedicaba al tiro con pistola. Desde el máximo respeto, podríamos decir que ni el tiro ni la hípica son precisamente los deportes más populares de las Olimpiadas, aunque sí que eran representativos de la absurdidad del régimen —disparos y caballos—. Los problemas de España en aquel entonces seguían siendo los mismos: falta de dinero para mandar atletas hasta Finlandia, y falta de atletas preparados —pero eso daba igual, lo importante era que España representase a si misma ahí, donde todos los demás amiguetes iban.

Franco tenía a su disposición muy pocos atletas de verdad: tres para la selección española de atletismo (para pruebas de fondo y, si acaso, las de 400 metros); siete para la Federación Española de Remo (cuatro más tres reservas); el legendario Joaquim Blume, único representante de la Federación Española de Gimnasia; dos tiradores de platos y otros dos de tiro nacional; un equipo completo de polo acuático y sus reservas (que también si hacia falta se reciclaban como nadadores); y en hípica, un total de 15 caballos.

La delegación española en Helsinki, pues, acudió a la cita con un total de 27 deportistas acompañados del delegado olímpico Rafael Sanchez-Rosenlindt y de sus respectivos entrenadores, preparadores físicos, médicos, etcétera —todos hombres, por supuesto. El relato posterior que se hizo fue curioso: "sí, ha ido fatal… pero los ha habido peores".

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Si bien en algunos deportes se esperaba una mejor clasificación, España quedó en el puesto 41, con muchos países por detrás

Boletín Oficial de la Delegación Nacional de Deportes, 1952.

La realidad es que España llegó a las Olimpiadas de Londres y Helsinki sin atletas verdaderamente preparados, y como era de esperar los resultados fueron bastante patéticos. La falta de recursos y el escaso interés real de las autoridades en el deporte obligó al régimen a vender que se había ido allí "a participar".

Por si eso fuera poco, en una muestra de sus inclinaciones ideológicas, la delegación española se dedicó a saludar a las autoridades militares —especialmente en Helsinki— y a visitar cementerios para homenajear a los héroes nacionales de cada país… con la esperanza de que la religión católica lavara la cara del régimen opresor. De cara al interior, las autoridades dieron la culpa a esos fracasos a los arbitrajes y a otros factores, fortificando la unión entre los ciudadanos de que en realidad 'podríamos haber tenido más suerte'.

***

Al conocer todo esto, poco a poco empecé a entender los porqués de la pesadilla que había tenido —más allá, insisto, de los fideos con salsa Teriyaki del miércoles—. La medalla, el espejo, la voz, la presunción, el "lo importante es participar"… todo era una gran alegoría de la miseria de un régimen obligado a aparentar para mantener callados a sus ciudadanos. La celebración y el deporte, para el nacionalcatolicismo, no eran más que útiles métodos de represión al fin y al cabo.

Como cuando estás obsesionado con una canción que te resuena en la cabeza todo el día y la única solución es escucharla, la investigación me resolvió los porqués de la pesadilla. Sin embargo, por alguna razón el malestar no se me fue al conocer sus porqués. Inevitablemente me pregunté si habíamos cambiado tanto desde entonces, si ahora por fin entendemos el deporte con nobleza, si hemos dejado de utilizarlo como cortina de humo para tapar otros problemas.

El Dr. Strangelove y sus problemas en extirpar la 'semilla' fascista que contamina su día día. Imagen vía Flickr.