FYI.

This story is over 5 years old.

violencia extrema

La horrenda gloria de la nueva lucha libre japonesa

El más loco, violento y repudiable espectáculo de los deportes de combate es la New Japan Pro Wrestling. Que, de alguna forma, es algo que puedes ver en la TV.
Illustrations by Ben Passmore

Probablemente no irás al cielo si disfrutas al ver la New Japan Pro Wrestling (NJPW). Además, seguramente estés enfermo en algún grado. Vale, admito que vivimos en una civilizaciónenferma. Yo también estoy enfermo. Me encanta ver a tipos haciéndose daño mutuamente. Veamos juntos la NJPW por la tele. Voy a traer unas palomitas. No te importa si me pongo cómodo, ¿verdad?

¿Es raro si digo que debo parte de mi adicción a la NJPW al hecho de que apenas sé lo que está pasando? Cuando pongo el canal correspondiente, enormes letras amarillas llenan la parte baja de la pantalla: "EL EQUIPO TIME SPLITTERS DEL CAMPEONATO DE LA IWGP SE CONVIERTE EN EL 38º CAMPE?"N", rezan. No sé ni a qué viene ni a qué se refieren. Es mágico.

Publicidad

Más lucha: El fin de Hulk Hogan

De repente, llena la pantalla el logo de la NJPW con humo saliéndole por detrás. El sonido triunfante de la guitarra eléctrica le acompaña. Seguidamente aparece un luchador herido, que se acerca a la cámara renqueante, con los labios abiertos y sangrando.

"Nunca dejaré que alguien hable a la ligera de Super Júnior", nos advierte mediante los subtítulos. ¿Entonces, esto una división y no una persona, equipo o facción? ¿A quién demonios le importa? Después de 30 segundos de autopromoción, las cámaras enfocan por fin el ring, ubicado en el "Bodymaker Colosseum, antiguamente conocido como Osaka Prefectural Gymnasium", para que podamos ver cómo masacran a un luchador llamado Vampire Chicken.

Algunos en el público traen puestas máscaras de cirugía. Hay un hombre sin camiseta dando vueltas en el ring, supuestamente interesado en el resultado de la pelea, aunque no se habla de su presencia. Viste un gigantesco casco que me recuerda al que usa Sauron en El Señor de los Anillos. Es como si un castillo embrujado creciera en sus hombros.

El panorama pinta negro para el escuálido Vampire Chicken. Se enfrenta a un chico guapo con una musculatura digna de los Masters del Universo, cabello largo y rubio y con una cara idealizada de cirugía. Sus labios de un rojo cereza artificial de Cupido sonríen y revelan unos dientes luminosos. Su cara es misteriosamente joven.

Sin cambiar de expresión, el rival patea directamente a Vampire Chicken en la cabeza. La violencia es llamativa, visceral… y real. Esto es el "estilo duro", la versión japonesa de la lucha profesional.

Publicidad

Todo es real, ya sabes. Ilustración de Ben Passmore.

No he visto una sola mujer en la NJPW, excepto en el público. Este es un reino de fantasía habitado en su totalidad por hombres duros, aunque los vestidores varíen en tipos de cuerpo, estilo, y edad; es una amplia paleta de masculinidad violenta. Hay jóvenes prometedores y estrellas en decadencia. Este es un mundo de dandis, de intercambio de moretones, de asesinos sin emociones, y de arquetipos de hombres salvajes que parecen gárgolas. Un mundo de seres que se arrancan el cabello y muerden todo lo que está a su alcance.

[daily_motion src='//www.dailymotion.com/embed/video/x23t4j5' width='480' height='270']

La razón número uno para ver la NJPW —podría decirse que no para ver lucha profesional— es el luchador Shinsuke Nakamura. Nakamura, para meternos un poco en el cine japonés, es un personaje de Takashi Miike: un dios mafioso que llama la atención solo con su cara. Nakamura es como el avatar de alguna fuerza mitológica que transciende el 'show' e inquieta los corazones de los espectadores.

Podría intentar compararlo con ídolos de otros campos, pero Nakamura es único. Es un matón cansado del mundo que sube al ring como Michael Jackson. Su terribles ataques —Nakamura es "El Rey del Estilo Duro"— son como dagas danzantes, sus movimientos son excéntricos y posee un juego de pies a la Fred Astaire. Su cara es la de un hombre que se esfuerza por controlar su propia violencia. Nakamura parece un prisionero de sus habilidades; su lucha profunda se refleja en sus gestos.

Publicidad

Cuando un oponente lo provoca, Nakamura parece experimentar una genuina culpa moral, como cierto disgusto por lo que está a punto de hacer. Su cara cambia, se agita: se rinde ante el ente violento que mora dentro de él y lanza un golpe que dejaría lisiado a cualquier caballo de arado, una mezcla inolvidable de solo de guitarra y 'Hulk machaca'.

La NJPW también ofrece unas cuantas caras extranjeras. Está AJ Styles, que es como el AJ Styles de la TNA excepto que cien veces mejor, y Doc Gallows, previamente conocido como Festus y Luke Gallows en la WWE, ahora con la cabeza pintada al estilo de Mantaur. También hay un luchador norteamericano llamado Ricochet que se mueve como un personaje de videojuego. Aparentemente ajeno a las leyes de la física, Ricochet salta, rebota y vuela por los aires a su antojo; sus convencionales oponentes newtonianos parecen reliquias de una previa etapa evolutiva, cavernícolas tratando de matar algo que se mueve en la cuarta dimensión.

Un estilo MUY duro. Ilustración de Ben Passmore.

Mucho se podría decir sobre todo lo que no es la New Japan Pro Wrestling. Hay, desde luego, un enorme contraste con el delicioso McDonald's que es la WWE —cuya popularidad la convierte, de algún modo, en el baremo para medir los otros torneos de 'wrestling'. Las transmisiones de la NJPW son emocionantes y brutales. No están presentes muchos de los elementos a los que están acostumbrados los fans de la WWE, incluyendo los guiones de telenovela: el producto es más puro y pesado, aunque más sofisticado. La NJPW se mueve entre el porno 'Gonzo' y el cine de autor.

Publicidad

Es complicado explicar hasta qué punto es extraña la NJPW, incluso si dejamos de lado el exotismo. De verdad que es rara. El público se sienta en la oscuridad, callados en su mayoría; el presentador no hace el payaso, sino que simplemente anuncia los nombres de los competidores con voz de falsete. Incluso la campana suena de una forma extraña, como si fuera de madera.

Las peleas son más largas que las de la WWE; su ritmo y su composición dinámica son más complejos. Casi siempre hay un segmento de "espíritu indomable" donde un competidor apalea, sin piedad, a un adversario que se niega a darse por vencido o incluso aceptar el dolor que siente. Hulk Hogan solía hacer algo similar, quitándose golpes cuando se enojaba, pero sus oponentes pegaban flojísimo en comparación con estos.

Los movimientos de la NJPW también son más salvajes que los de la WWE: técnicas como el 'Dragon Screw Leg Whip', el 'Magic Killer', los 'Mongolian Chops' y los 'Mountain Bombs' incluyen tornillos atroces y planchas que ninguna federación de lucha debería permitir. Los luchadores se enfrentan a lesiones serias, incluyendo mandíbulas rotas a mitad del encuentro.

La violencia es condenable. Le confesé mi nueva obsesión por la NJPW a un amigo de quien respeto la opinión, y resultó que él también comparte una mezcla de culpa y deleite. Me dijo que cuando ve la NJPW se siente sucio: "Sé que no debería gustarme, pero la verdad es que me gusta mucho".

Los luchadores de la NJPW practican varios estilos, un recuerdo de cuando la UFC ponía a pelear a un boxeador contra un karateka. En la NJPW, un monstruo de 2 metros con apariencia ochentera y ojos saltones se enfrenta a una solemne máquina de destrozar gente que deja a sus oponentes como galletitas y los ahorca con sus piernas. ¿Quién ganará? ¿Terminará el gordo grandullón liado como un 'pretzel'? ¿Cuál será el sonido cuando se le desgarren los tendones?

La primera vez que me topé con la NJPW fue por accidente, cambiando de canal en un cuarto de motel, y puedo decir que esa fue la introducción ideal. Los programas de televisión presentables a altas horas de la noche no abundan en nuestros días: la TV nocturna es el imperio del mal, algo que no deberíamos dejar ver a nuestros hijos. Es peligrosa y diferente, apasionante y cruda, una ventana tentadora hacia un mundo radicalmente desconocido. La NPWJ es arte… pero arte a hostias. Y vaya hostias, ya os digo.