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Materia Prima

Maternidad gentrificada

OPINIÓN// "A esos tiempos en que se podía ser una mujer joven, en proceso de educación y a la vez madre, se los tragó una idea del progreso".

Cuando vivía en Manizales y estaba en el colegio nunca me sentí discriminada por ser mujer. Digo esto, hago una pausa y me pregunto, ¿de verdad? Más bien debería decir: cuando vivía en Manizales y estaba en el colegio nunca se me ocurrió pelear por mis derechos, porque nunca me sentí callada ni oprimida ni marginada por ser mujer, y por eso nunca hice de la causa feminista mi propia causa. Hago otra pausa. Recuerdo. Digamos que después de salir de Manizales, de revisar mi historia y el comportamiento de muchos de los hombres con los que me relacionaba cuando vivía allí, pude entender que vivía en una burbuja. Recuerdo algunos episodios. Tenía once años, mi deseo estaba en ascenso. Lo que más me gustaba era darme besos con muchos niños, niños que después escribían en las mesas de los salones "El que piense que Fátima es una perra escriba X" y una manada de XXXXXXXX de tinta invadía las mesas de madera. Y así las paredes de los baños, las mesas del comedor. Las mamás de mis amigas les tenían prohibido juntarse conmigo. También me acuerdo que una vez un grupo de chicos adolescentes me encerraron con una amiga en un apartamento, nosotras teníamos doce años y ellos unos catorce o quince, y nos acorralaron, nos trataron de quitar la falda, nos obligaron a darles besos, a tocarlos, nos tocaron las tetas. Yo estaba empezando a sudar y el sudor estaba empezando a oler, oler fuerte, oler mal. Dejaron de molestarme porque decían que yo olía demasiado a chucha. Oler mal me salvó. Oler mal fue una reacción de mi cuerpo, mi cuerpo ponía resistencia cuando yo todavía no entendía de resistencia. Me acuerdo también del caso de una chica de un colegio de monjas y de un tipo de mi colegio. Eran novios. El chico no era muy popular y como sus amigos no le creían que tenía sexo, decidió grabarse sin que ella se diera cuenta. Los amigos reprodujeron el video y éste se filtró y se volvió muy popular en todas las videotiendas de Manizales. Con mis amigas lo alquilamos y lo vimos. Es el video porno más impresionante que he visto. El chico le hacía un gesto a la cámara de Miren pues, y le metía la verga por el culo a la chica que no debía tener más de quince años. Era la primera vez que yo le veía la verga a alguien que conocía. Fue también la primera vez que supe que culear era algo literal. No me erotizó, tampoco tomé una posición que defendiera a la chica, me quedé muda, incapaz de reflexión. La chica tuvo que irse de la ciudad con toda su familia; escuché mitos sobre ella durante toda mi adolescencia. Que había quedado embarazada y se había ido a vivir a Estados Unidos. Que se había vuelto prepago, en fin. Muy poca compasión, en todo caso. Ni siquiera las mujeres la defendimos, éramos muy jóvenes y nos pareció escandaloso, pero normal. ¿Cómo no me indignaba que los chicos de mi colegio hablaran de grillas para referirse a las chicas de barrios humildes a quienes "se comían" descrestándolas con sus camionetas cuatro por cuatro? ¿Cómo no me escandalizaba cuando hablaban de tal y tal como una prepago? ¿O cuando emborrachaban a las mujeres para poder comérselas? No sé que hizo mi memoria con esos episodios claves durante tanto tiempo. Vuelven después de ver la polémica película de Víctor Gaviria, La mujer del animal, y preguntarme si el exceso de violencia contra la mujer, su opresión fomentada en parte por la familia, es sólo una cuestión de clase social, de marginalidad y de pobreza.

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Puedo estar equivocada, pero me parece que en Colombia se tiene una concepción muy distorsionada del feminismo que ha hecho que incluso las mujeres se abstengan de declararse feministas, cuando creo que la única manera de oponerse a la normativización del desprecio hacia las mujeres es ejerciendo una resistencia feminista. Se asocia feminismo con lesbianas furibundas que luchan vestidas de hombres contra el heteropatriarcado falocéntrico; se asocia feminismo con militancia y casi siempre con el nombre de Florence Tomas (quien ha conseguido grandes logros pero creo que no es la única manera de entenderlo); se asocia feminismo con histeria y se utiliza la histeria para desprestigiarlo. Y se olvida así que el feminismo ha conseguido una reivindicaciones tremendas no sólo para las mujeres, sino también para comunidades marginadas de la A a la Z; pero también, y eso es algo que quizás muchos hombres no entiendan, ha conseguido triunfos para los hombres heterosexuales y la revaluación de lo que significa la masculinidad, para la libre circulación de su deseo, para darles otra posibilidad de relacionarse, de tomar decisiones sobre sus afectos, de conocer otros ángulos de las mujeres e incluso sus propios lados femeninos (sin que esto los convierta en homosexuales), que pueden contribuir a ampliar sus horizontes de placer, y por qué no, de bondad, de conexión con el mundo, de felicidad.

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Con toda mi veneración por las mujeres y los hombres del pasado (y del presente) que han hecho posible que yo pueda escoger la vida que quiero vivir, a veces pienso que ciertas reivindicaciones feministas son un tiro por la culata. Por ejemplo, pienso que aún no está resuelto el tema de la maternidad. Por un lado, está el debate en torno al aborto, la posibilidad de decidir si se quiere ser madre o no. Se aboga, incluyéndome, por el derecho de una mujer de decidir si quiere o no ser madre. Y la pelea del feminismo mal entendido se va por el lado de que la mujer pueda decidir no tener un hijo. Pero si en cambio, la mujer decide tenerlo, que es precisamente por lo que abogan los movimientos políticos más conservadores, no hay feminismo que defienda las garantías para la calidad de vida de la madre y por lo tanto de la hija o el hijo. Si uno decide ser mamá joven se lo traga la tierra si no tiene un buen equipo, que en Colombia es la mayoría de los casos, y no parece haber causas feministas que defiendan el derecho de la madre joven. Muchas madres jóvenes son madres solteras. Y las que están estudiando o trabajando quedan jodidas, y por eso a uno le dicen que se tiró la vida. Me lo dijeron a mí por lo menos cinco veces mis amigas más feministas. No es posible abortar (o es caro, o es ilegal en casi todos los casos) y a veces no se quiere abortar. Y si uno decide tener al muchachito, la cagó, y no falta que el tipo le diga que ese muchachito no es suyo, porque como las mujeres ahora se acuestan con todos, no se sabe.

Las universidades, y lo digo por experiencia propia, no tienen espacios para las mamás y sus hijos. Muchas de mis amigas cuentan que fueron criadas en salones de clases, sus mamás las llevaban a la universidad sin problema. Entonces, a raíz de esto, hubo también una época en que las universidades abrieron jardines infantiles. Pero este mundo ideal ha desaparecido. Por ejemplo, el jardín de la Universidad de Los Andes, aunque era un poco caro, aún así era un espacio abierto que le permitía a muchos estudiantes y profesores y empleados de la universidad tener a sus hijos cerca en un espacio sano y confiable. Este jardín, que fue el lugar donde estuvieron mis hijos por dos años, cerró porque no era negocio para la universidad. A esos tiempos en que se podía ser una mujer joven, en proceso de educación y a la vez madre, se los tragó una idea del progreso, la gentrificación de la maternidad. Los niños en las universidades y en los espacios laborales fueron desapareciendo porque se espera que la mujer joven no tenga hijos. Punto. Una mujer con hijos rinde menos, es paradójicamente, menos productiva.

Un primer plano a los efectos de esta idea de la productividad nos lanza al otro extremo de la paradoja. Es el de las mujeres que han hecho "las cosas bien", que tienen hijos en el tiempo justo en que nuestras sociedades lo esperan, cuando ya tienen su vida profesional resuelta, un trabajo estable, una pareja, unos ahorros, cuando ya han respondido satisfactoriamente a todos los requisitos de lo que se espera de una mujer de nuestro tiempo, una "mujer moderna". Se dice que tener hijos cuando se es "adulto" puede implicar una manera más madura de educarlos. Se dice que ya se tiene todo y que eso asegurará que los hijos no pasarán trabajo. Que se les puede dedicar más tiempo. Que ya uno no está pensando en salir a rumbear, ni en nada más que en ellos (es decir, ¿la mujer desaparece y surge la madre?). Sin embargo, vale la pena preguntarse, ¿es esto posible y cierto? He observado lo siguiente en muchos casos. La mujer ya hizo todo lo que tenía que hacer y ahora solo quiere ser mamá y dedicarle todo el tiempo a sus hijos y espera que su pareja la entienda, es lo más lógico. Pero pasa que muchas de estas mujeres, que en sus tempranos treinta fueron el paradigma de lo chévere, que tienen ocho maestrías, que fueron educadas por monjas socialistas para ser mujeres independientes y no necesitar de los hombres para obtener lo que desean en la vida, que han sido exitosas y han viajado y tenido súper buenos sueldos, se casan, tienen hijos y a veces se vuelven amargadas y estresadas como sus mamás, y a veces terminan dependiendo de un esposo tacaño que les da cincuenta mil pesos al mes y les dice "Cuídelos", y con ellos tiene que comprar mercado, pañales, pañitos, y las cosas de aseo de la casa. Si además, si se le da al niño el hermanito, porque no queda mucho tiempo, la mujer, que ahora es La mamá, tiene dos niños de teta, y el marido le dice que vaya viendo qué se pone a hacer porque ella tiene que hacer algo, no puede quedarse holgazaneando todo el día. El marido, supuestamente un tipo muy de nuestra época, decide que como ella está en la casa todo el día haciendo nada, no necesitan a la empleada, llega todos los días a las doce y cuarto y pregunta por qué la casa está tan desordenada y que dónde está el almuerzo, y el almuerzo no es nada fácil porque además el señor tiene sus mañas alimenticias, póngale que sea vegano porque dizque eso hace que el cerebro le funcione más rápido. Y así a las seis de la tarde a esta mujer se le va la vida; no le queda mucho tiempo para disfrutar de los niños tan añorados; a las seis de la tarde está agotada, y luego a acostarlos, la hora gris. Con los niños dormidos, llega la hora de reinventarse, hay tiempo no para descansar, no para ver una serie, sino para ponerse a trabajar, porque si esta mujer es, supongamos, artista independiente, habrá que ponerse a trabajar. Pero está tan agotada que qué reinventarse ni qué reinventarse, solo es persona para dormir.

Muchas mujeres ni siquiera tienen un marido como el descrito anteriormente, sino parejas que las apoyan en sus decisiones. Y aún así, se sienten culpables, se sienten fracasadas, sienten que lo que han trabajado tantos años ahora se viene abajo, hay que salir a buscar trabajo y dejar a los niños con niñeras, cuando lo que quisieran de verdad es quedarse en la casa con los niños. ¿Por qué esto no es una opción? Me pregunto. Pasa que el feminismo mal entendido se torna una voz. Es como si la voz dijera, ¿Tú pediste igualdad? Acá está tu igualdad, y así, tienes que ser mamá y al mismo tiempo producir lo mismo que él. Toma tu igualdad, te han dicho, y esa es la trampa de un malentendido feminismo de la igualdad, como si la "igualdad" dependiera de la productividad económica. Es un pensamiento muy peligroso, que ha caído en manos de ciertas mentes perversas con ganas de hacerle tragar a las mujeres su odioso feminismo, su odioso clamor por la igualdad.

Detengámonos un poco en esto de la igualdad. En una familia no debería ser una cuestión de producción económica; ni ponerse en el nivel de una relación de poder. Las relaciones de igualdad no tienen que ver con lo que suponemos deben ser y hacer los hombres y las mujeres; tiene que ver con reconocer y entender la situación del otro. Respetar los tiempos y los ritmos de la maternidad y también del trabajo y del estudio y del ocio y del cuerpo, como se respeta el tiempo de cocción de los alimentos, para ponerlo en términos elementales. No todo debería ser una cuestión de "devengar" por igual; el bienestar de una familia, la cocina, el cuidado de los niños y de la casa, también son una manera de producir, y producir no es sólo dinero. Pero ojo, esto que estoy diciendo puede devolvernos a una posición de riesgo: la mujer regresa al espacio doméstico y se convierte en la empleada de servicio, y el hombre sale y gana plata y cree que eso lo hace poderoso y puede disponer. Ahí es donde debería entrar el feminismo del que hablo, que le abra un espacio a los hombres en el terreno doméstico (por ejemplo, que ellos sean los que se queden en la casa cuidando a los niños, como sucede ya en muchos lugares del mundo con los "Stay at home Dad"), que le permita a los hombres declararse feministas. Estos son los hombres que me gustan, y que creo que más y más le están gustando a las mujeres que me gustan. Hombres que no ven a las mujeres como un territorio de conquista, que no invierten el discurso feminista para manipular a sus parejas. El feminismo bien entendido abre el espacio doméstico como un espacio de creación y bienestar, en oposición al espacio con el que comúnmente se asocia: de debilidad, de claustrofobia, de subordinación, maltrato y violencia. El feminismo bien entendido posibilita que las mujeres puedan ser madres cuando quieran y cómo quieran y que la sociedad no les cierre las puertas a sus decisiones y que esta no sea una cuestión de clase.