Cultură

Baila o muere: la historia de Psicodromo, la discoteca más salvaje de Barcelona

“Para todos aquellos que sufran de catarro veraniego, ha llegado la hora de comerse la pastilla".
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Pepebilly pinchando en Psicodromo. Todas las fotografías cortesía de Nando Dixkontrol

Aunque la dictadura del bisturí la haya desfigurado por completo, hubo una Barcelona preolímpica. Y era muy distinta. Sucia, canalla e insomne, pero sobre todo barata, como a medio hacer. En ella había territorios comanche, fronteras y tribus urbanas. Y la gentrificación era una palabra muy larga que afectaba a megaurbes como Nueva York o Londres, capitales a años luz, ligas diferentes.

La gente se movía en moto sin casco y las rondas, ese invento que nació obsoleto y que conectó la periferia con el resto de la ciudad, apenas era un proyecto. Las playas, excepto la de La Barceloneta, poblada de restaurantes y merenderos en los que comíamos paella con los pies hundidos en la arena, eran un páramo. Por no decir un vertedero. El skyline costero lo dibujaban chabolas, vías de tren, fábricas y las omnipresentes chimeneas de Badalona al fondo, "Chernobyl". Todo muy lumpen y apocalíptico. En dos palabras: Barcelona molaba. Era maravillosa porque era de verdad, no un producto de diseño; no una "ciudad balneario", como la denominó Guillermo Hernáiz, dispuesta a venderse al turismo.

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Cuando en 1986 supimos que seríamos sede olímpica se puso en marcha la campaña "Barcelona Posa’t Guapa" -es decir que admitíamos que era o estaba fea- y vivimos 6 años de locura urbanística. Mientras duró la cirugía (labios, glúteos, rinoplastia y barbilla), las miradas de la policía y de las instituciones se centraron en prepararse para la cita deportiva. Eso daba margen de movimiento a todos aquellos que se movían y encontraban al amparo de la noche. Ese mismo año, Zeleste cambiaba su sede en la calle Platería por la de Almogàvers (hoy Razzmatazz) y el mítico Kiosko General de Barcelona alargaba sus madrugadas hasta las 8 de la mañana, confiando los mandos a un joven DJ de verborrea afilada y pintas raras, de nombre Nando Dixkontrol.

Barcelona no dormía. Se salía cada día, a fondo. Diseminados por toda la ciudad había un montón de garitos que recogían las diferentes vanguardias y sonoridades del momento. Nunca la noche fue tan colorida y animada. Ars, 54, Ozono, Otto Zutz, Studio Ono, Final, Fibra Óptica, Verdi, Inercia, Distrito Distinto, Beat, sala Metro, 666… Conforme la década avanzaba, la mandanga fluía inyectando un presente con horizontes, las resacas apenas existían (porque no se paraba) y la ciudad no tenía ojeras. Con los locales a reventar y hasta las cejas de farlopa y anfetas, la necesidad del afterhours se hizo imperiosa y el primero nacía, homónimo, en la Plaza Goya, en la actual sala Metro.

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Habituales de Psicodromo en plena sesión

En la otra punta de la ciudad, en plena transición hacia el sector terciario, el barrio industrial de Poblenou y sus fábricas vacías, se convirtieron en una golosina para el ocio nocturno. Eso lo sabe bien Cristof, propietario de 666, en Llacuna, 145. Local de culto por su programación y atrezzo (ríete del Batcave londinense). Por su escenario pasaron todos los grupos punk, post punk y góticos del panorama: Ilegales, The Meteors, U.K.Subs, Alien Sex Fiend, The Chameleons o Killing Joke, estos últimos incluso antes de que Tony Gitano los presentara en primicia en uno de aquellos "dobles pases" dementes que encumbraron a Chocolate.

Inquieto y siempre un paso por delante, Cristof se hace con una antigua fábrica de muebles y tresillos a escasos 100 metros de Zeleste, en Almogàvers, 88. El propio personal de 666, entre ellos Pepebilly, el DJ, se encarga de tirar al suelo todas las paredes hasta dejar un enorme espacio diáfano, soportado por 6 columnas de hormigón. La pista está lista. Dixkontrol, que se deja ver por todos los garitos y lleva dos años incendiando KGB en la franja de 6 a 8 de la mañana, es el elegido para pilotar la nave. Aquel chaval iluminado tiene algo.

Cuando todo está listo, Dixkontrol le pone tres condiciones: el local comprará toda la música que él quiera, podrá programarla a su antojo y cuando se acabe la aventura, se la llevará toda consigo. Es importante remarcar que antes las salas eran las propietarias de la música. Los garitos pagaban los vinilos y así componían un fondo de armario que identificaba la sala con tal o cual discurso musical. El reclamo era la ideosincrasia del local, no la figura del pincha. En el año 89 el DJ seguía siendo un componente más de la plantilla. Las cabinas (por norma) estaban en el rincón más remoto de la sala y las maletas de discos eran cajas de bebida. Con los 90 a la vuelta de la esquina, ese modelo perecía. Y Dixkontrol no tenía ninguna intención de pasar desapercibido.

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Cuando la cabina estuvo armada, en el lugar focal y preeminente del garito, ligeramente elevada para que todo dios pueda verla y entender que desde ahí se oficiaba la misa, las miradas se clavaban en ella. Y allí, en el púlpito sagrado, un joven que necesita imperiosamente comunicarse, con sus pintas, con sus mezclas innovadoras, con todos los poros de la piel, empieza a convertirse en leyenda. Y bautiza aquel tinglado con un nombre rocoso extraído de un cómic bizarro: Psicodromo. Psico (mente) - Dromo (recinto). Una suerte de recinto para psiques, un velódromo mental de tres pares de cojones.

El 28 de septiembre de 1989, 11 días antes de la caída del muro de Berlín, el "What Time is Love" de KLF retruena como himno fundacional. Trance.

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Dixkontrol en acción. Atención al flyer de la pared ("Fin de año 21 horas non stop")

En plena fiebre after, Psicodromo lo tiene todo; dimensiones perfectas, estética lúgubre y un DJ que con sus sesiones, perfectamente pensadas, calculadas al milímetro por franjas horarias y tipo de público, controla los tempos, la cadencia y el discurso. La nave empieza a rugir y las noches se petan, pero el after es un desierto. Nadie acude a lo mejor; cuando la normalidad impera de nuevo en la ciudad y te coge bailando extasiado. Pero una madrugada todo cambia: una redada masiva que afecta simultáneamente a Ozono, Ars y Otto Zutz deja a un montón de peña en la calle con el mandibulín y la jarana en el cuerpo. En ese momento, todos pusieron rumbo a Poblenou y nunca más se fueron.

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En pocos findes, Psicodromo se convierte en el más allá, citando a Xavier Agulló, “era transgredir, traspasar e ir a parar a una geografía insólita, ignota”. Y cuando decidieron abrir las tardes… Desfase. Sesiones de 16, 18 hasta 20 horas seguidas. Garito del revés, insomne, impávido al desaliento, bien nutrido de pirulas, speed y musicón. En el interior no hay zonas VIP, no se hacen distinciones de clase, credo ni condición, las tribus se mezclan y el espectáculo es el de la jauría orbitando Barcelona a 130 BPM.

Dixkontrol y Pepebilly, el segundo de abordo, viven por y para la mezcla. La militancia es extrema y como diría aquel, en cada misión nocturna y mañanera, finde tras finde, la consigna es clara: no hagan prisioneros. Tal es el nivel de compromiso con la cabina y lo que representa, que deciden instalarse a vivir en el piso de arriba, como si éste fuera una suerte de rectoría. Se podría decir que Dixkontrol se convierte en el primer DJ residente de Barcelona; y no porque pinchara allí cada finde (que también) sino porque residía, literalmente, en Psicodromo. Con él, Pepebilly y 14 animales más hacen de la discoteca su fortín. El piso no era especialmente grande para una brigada de fiesteros así, pero tenía un recibidor de 1 000 metros cuadrados con un equipo de sonido de la hostia. Y cuando se aburrían, bajaban a ponerse unos disquitos. Ah, y con las neveras llenas de priva. Había semanas que aquello no acababa nunca. Nunca.

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Podía parecer que todo estaba improvisado y que aquel jabalí se rascaba los huevos entre semana, cambiando la piel de los excesos del finde, pero la realidad era muy diferente. Dixkontrol vivía obsesionado por la mezcla. Hermanar temas, emulsionar géneros a priori opuestos, crear una nueva canción de la suma de dos y hasta tres temas. Era su fijación. En la mezcla reside la clave del viaje. La mezcla permite crear un relato y lo más importante, si hay mezcla no hay silencio. Y si no hay silencio, la fiesta continúa.

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Familia Psicodromo. En el piso de arriba llegaron a vivir 15 personas

Nando era de raíces en los breaks hip hoperos y el electro americano que el gran Petete (E.P.D.) le traía de sus viajes a USA. Pepebilly era muy blanco. Venía del 666, del cold wave, de las guitarras afiladas del post-punk y la crudeza del industrial. Sus respectivos universos conjuntados, sumados a la explosión de la EBM, el acid house y el synth pop de aquellos días, permitió tejer un discurso sonoro ecléctico y muy rico en matices que Dixkontrol sublimaba con su puesta en escena en cabina: discos en llamas, cubatas girando sobre la galleta del vinilo y sus arengas al micro: “para todos aquellos que sufran de catarro veraniego, ha llegado la hora de comerse la pastilla. El disco de las pastillas para los pastilleros de la madrugada. Viva San Juan, a romperlo todo hijos de puta”.

Los años de lisergia psicodromera fueron los más prolíficos de su carrera y encumbró las denominadas mezclas indisociables, discos que, por cojones, tenían que ir emparejados y que contribuyeron decisivamente a crear la leyenda del local. Por citar algunas: la canción del Cola Cao con el "Último Imperio" de Atahualpa, la mítica conjunción entre el piano minimalista de Wim Mertens en "Maximazing The Audience" con los martillos afilados del ‘Body to Body’ de Bigod 20, o el radiofónico "Sunny" de Boney M, trotando sobre el "Hypnautic Beats" de Konzept. El sumum de estas fusiones lo representa el "Pigliate na Pastiglia" de Renato Carosone, un alegato al pastillismo y la politoxicomanía, desarrollándose sobre una base rota de hip hop. Tralla.

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En año y medio, la cabina de Psicodromo consigue recrear todas las esencias musicales del momento y para el año 91, aquello ya es un zoológico maravilloso que baila, hiperestimulado, al compás. El éxtasis lo impregna todo y las pastillas se convierten en el sustento de un nuevo paradigma en el que toda una generación de jóvenes reivindica el fin de semana como espacio lúdico, de evasión y contacto. La pulsión de la pista, la efervescencia del subidón y la música que cobra forma y parece abrazarte. Cinética, sudor y el universal lenguaje de los cuerpos en trance; el bendito momento en que la música nos posee y todos somos uno. El mismo. Una utopía deliciosa que terminaba el lunes por la mañana, con el retorno de las obligaciones.

Conforme Carcelona 92, como la bautizó el mítico dibujante de comics Azagra, se acercaba, la presión sobre la sala iba en aumento. Las miradas del mundo se ciernen sobre la ciudad y los cuerpos de seguridad empiezan a poner foco en cosas que antes no preocupaban, entre ellas el ocio nocturno. La popularidad de Psicodromo, unido a su naturaleza díscola, transgresora y narcótica, molestan. Y no tarda en aparecer una ordenanza que prohibe la existencia de locales nocturnos en un radio de 500 metros de la zona de descanso de los deportistas. Psicodromo está a 492. Por 8 metros debe chapar.

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Tampoco obviaremos aquí la particular Caja B que la jauría psicodromera tenía montada (alguien debía alimentar aquel apetito voraz), hecho que ayudó a un precinto rápido, pero sin consecuencias fiscales ni policiales, el 5 de mayo de 1992. Día de su defunción.

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"Los Mejores Juegos de la Historia Olímpica" subieron Barcelona al tren de la modernidad, pero el resacón que produjeron fue como el de garrafón y jamaro. En 1993 la crisis mundial nos despierta a hostias de la inopia y todo ha cambiado. El ocio se desplaza al extrarradio, la música se acelera y la empirulada es masiva. El finde de tres días ha enraizado y coge a Dixkontrol disparando a matar en otro garito efímero que acabaría sus días dilapidado por una redada antológica, el Gat de Montgat. Pero eso ya forma parte de otro capítulo.

Quedarán en el recuerdo colectivo las escenas que ahí se vivieron. Apenas un carrete de fotos y un vídeo del primer aniversario extraído de una grabación cuyo máster está en paradero desconocido, dan fe de lo que allí sucedió. El resto, forma parte de la mitología de Psicodromo, el garito de la calavera con cascos. Bailar o Morir, no hay otro camino.

El próximo viernes 27 de septiembre, justo 30 años después de su apertura, el tiempo se parará durante 8 horas en las cuatro paredes de Psicodromo, las mismas de siempre. El garito sigue activo y sus DJ sobrevivieron a la etapa más salvaje de esta ciudad conservando los vinilos originales. El letrero de 8 metros volverá a lucir orgulloso en la fachada de Almogàvers 88, en su sitio, en su casa. Y en su interior, las mezclas indisociables del incombustible animal volverán a sonar con fuerza, acompañado en cabina por el gran Pepebilly y Ramón Moya, otro incunable de la escena after. El broche lo pondrá la proyección del premiado documental Ciudadano Fernando Gallego: Baila o Muere, película que retrata la vida de Nando Dixkontrol y su influencia decisiva en La Fiesta patria.

Alex Salgado es sociólogo, responsable de la idea original, guion y codirección del premiado documental "Ciudadano Fernando Gallego: Baila o Muere". Los otros autores de la película son Jorge Rodríguez (codirección y montaje) y Frans Beltrán (B.S.O y sonorización).

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