Cultură

Esa gente que se come toda la comida para compartir

No paran de comer y SIEMPRE cogen los trozos más grandes. Y lo peor es que puedes ser uno de ellos.
Comida
Foto vía Flickr | CC BY 2.0

Creo que todo el mundo tiene un colega de esos que cuando en el centro de la mesa hay un plato de bravas “para compartir” no acaba de entender el concepto “compartir”. Gente que se aísla en su propia realidad, que anula a los demás comensales y adopta una velocidad constante de consumo de refacciones.

A ver si me explico. Imagina que asistes a una orgía —eso tan normal que hacen las personas los miércoles al salir del curro— en la que hay un tipo o una tipa que va tan a por todas que se lo folla todo durante todo el rato y no deja a la gente follar. No sabes cómo diablos se lo hace pero ese ser no te deja a ti ni a los demás asistentes operar con tranquilidad ni disfrutar del momento.

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Es un ser nervioso que todo el rato está mirando a su alrededor a ver qué hay disponible y mirando qué hace la gente y proyectando los movimientos de los demás para no quedarse sin una brizna de placer. Ese Gran Follador lo eclipsa todo, dejándote ahí en medio preguntándote “¿pero qué coño?”. Y así todo el rato. Un sin vivir. Un sin follar. Volviendo a casa en metro te preguntas qué coño ha pasado que acabas de asistir a una orgía en la que no has podido follar.


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Si fuese un investigador de la facultad de Piscología de la Universidad de las Islas Baleares haría un estudio científico que se llamase “El Efecto Cretino: la pérdida de los mecanismos afectivos y empáticos en la consagración del placer individual” y sostendría que existe un mecanismo en el cerebro que hace que seamos conscientes de que vivimos en un mundo en el que hay gente real a nuestro alrededor con necesidades y deseos similares a los nuestros. El estudio que me acabo de inventar también certificaría que existen ciertas personas que tienen este mecanismo estropeado o que, directamente, no lo tienen. Estas son las personas que viven bajo el yugo del Efecto Cretino.

Y esto sucede muy a menudo cuando hablamos de comida. Para los demás personas —las personas normales— es incomprensible que esos seres no detecten que se están terminando todo el ágape ellos solitos, que no tengan algo en el cerebro que les haga pensar “ey, vamos a dejar algo para los demás”. Es que si nadie cogiera ni una sola patata brava en ningún momento, estas personas no notarían nada raro y seguirían comiendo hasta el final de las provisiones. Empatía cero. Gente que se lava las manos en los baños de una gasolinera y deja el grifo abierto.

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Y no solo es una cuestión de ritmo e indiferencia, esta gente también vigila cuidadosamente qué producto deben adquirir. Siempre optarán por la patata más grande, el nacho más condimentado o el cubata más cargado. Cuando sirvan el pan en la mesa los podrás ver mirando detenidamente la panera y cogiendo con celeridad y sin dudar el trozo más grande; esto es la tranquilidad de la abundancia. Esta gente sufre al pensar que no se alimentarán correctamente si comparten algo y entonces todos sus mecanismos de supervivencia se activan. Lo hacen sin darse cuenta, es el instinto animal de cuando unas hienas devoran una presa descuartizada en medio de la sabana.

Pero lo peor de todo es que estas personas obligan a los demás a entrar en su juego demencial, convirtiendo un evento social en una lucha letal para recolectar la comida más apetecible. Es la dictadura del cretino, aquello que nos obliga a comer a un ritmo que no nos apetece y a sufrir por tener que buscar y escoger la mejor materia prima posible. Porque si decidimos no entrar en el juego, nos quedaremos sin estas viandas por las que igualmente tendremos que pagar.

Porque al final, esta lucha gastronómica es una lucha económica. Te pasas demasiadas horas currando en ese jodido call center como para que un capullo venga y se coma tu comida; como para que coja todas esas horas de vida que has sacrificado en el servicio de atención al cliente, se las trague y las defeque cómodamente en su casa. Por Dios, calma, solo queríamos tomar unas aceitunas tranquilamente mientras vaciábamos unos botellines de cerveza, no hace falta sufrir.

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Pero pensad que ellos, aunque sea inconscientemente, estarán desarrollando algún tipo de enfermedad extraña que les pasará factura dentro de unos años. No es normal ni sano vivir con toda esta angustia. Que no os den rabia, al final son pobres diablos que no pueden controlar sus necesidades más básicas y que se estarán precipitando inevitablemente hacia una muerte lenta y dolorosa. Pero cuidado, ellos no se dan cuenta de lo que hacen por lo que debemos estar analizando constantemente si nosotros somos uno de ellos; sí, en cualquier momento podríamos estar actuando también bajo el Efecto Cretino.

Cierto, la existencia de estos seres alterará la potencial tranquilidad de un banquete, pero no os esforcéis mediante discursos moralistas, nunca podremos educarles en las buenas prácticas de los comensales. Convivid con ellos, pues ellos son los condones que hemos tenido que tirar al intentar ponérnoslos al revés sin querer; son los paquetes de tostaditas que al llegar a casa hemos visto que alguien ya había abierto y consumido un poco en el supermercado; son como los cabrones que no dejan follar en las orgías. Son todas esas cosas terribles que existen y con las que tenemos que convivir.

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