Fui a la primera discoteca nudista de París
Jerémie Lapeyre, uno de los organizadores de la fiesta, a la derecha. Todas las fotos por Lucie Etchebers

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Identidad

Fui a la primera discoteca nudista de París

Recomiendo a todo el mundo que vaya desnudo a una discoteca, siempre y cuando el resto de gente también vaya desnuda, claro.

Este artículo apareció originalmente en VICE Francia

Tras varios años intentando averiguar dónde encajo yo en el mundo queer, parece que por fin he empezado a reafirmar mi relación con mi cuerpo, mi género y mi sexualidad. Para poner a prueba mi nivel de autoconfianza, el siguiente paso no podía ser otro que ir en pelotas a una discoteca llena de desconocidos también en pelotas.

A principios de este mes se organizó en Francia la primera noche de juerga nudista en Point Ephémère, un centro de usos múltiples de París. El evento se llamaba 222-32, que es el código que utiliza la justicia francesa para tipificar el delito de exhibicionismo público. El concepto me parecía intrigante no solo por el elemento de la desnudez colectiva.

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Sentía curiosidad por ver qué ocurría con las normas sociales en un espacio con personas desnudas y bebiendo. Los organizadores ya anunciaban que estaba “estrictamente prohibido cualquier comportamiento de naturaleza sexual”. ¿Serviría esa medida para hacer que la gente se sintiera más liberada o provocaría que nos cohibiéramos más de lo normal?

El día antes del evento, por la tarde, los organizadores publicaron una serie de talleres y charlas sobre el concepto del nudismo y el naturismo como estilos de vida, y ofrecían a todo el que quisiera asistir a la fiesta la posibilidad de conocer personalmente a los organizadores y entender por qué el mundo sería un lugar mejor si hubiera más discotecas nudistas. Al igual que para la fiesta 222-32, también animaban a los asistentes a las charlas a acudir desnudos.

Cuando llegué, me puse nervioso al pensar que el sábado tendría que desnudarme junto al famosísimo Canal Saint-Martin de París. Al final nos dijeron que podíamos asistir vestidos a los talleres y charlas, si queríamos, y fue lo que hice, aunque no pude evitar sentirme avergonzado por mi reticencia a desnudarme.


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Tras la charla, hablé con uno de los organizadores, Jérémie Lapeyre, que me contó que él y sus compañeros habían estado debatiendo largo y tendido sobre qué papel debía desempeñar el sexo en la fiesta y si debían permitir a los invitados enrollarse entre ellos. Finalmente, decidieron que lo mejor era prohibirlo por completo. “Queríamos celebrar un evento en que la gente se sintiera libre y se respetaran todos los valores relacionados con el nudismo”, me explicó Lapeyre. “No queríamos que vinieran solo buscando sexo y tampoco quería pasarme la noche vigilando que se observaran las normas”.

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Le comenté a Lapeyre que el evento parecía muy acogedor y abierto, y me respondió que lo era por naturaleza. “Estar desnudo afecta a tu comportamiento y a las interacciones con la gente”, señaló. “Te hace actuar de forma más humana, en el sentido más amplio de la palabra”.

La mayoría de los asistentes fueron hombres

Al cabo de un rato, los organizadores tuvieron que pedir amablemente a las personas desnudas que estaban en la terraza que volvieran a entrar. Aunque el recinto se había reservado exclusivamente para el evento, al parecer la policía había empezado a recibir llamadas de vecinos quejándose de que había gente desnuda.

Aquello dio pie a Lapeyre para hablar sobre los valores del nudismo. “El nudismo deserotiza el cuerpo”, dijo. Le pregunté si realmente creía que es posible separar la desnudez de la sexualidad, y que si dos adultos desnudos estaban juntos el tiempo suficiente, el sexo acabaría siendo una opción. Lapeyre repuso que, “en lo más profundo del corazón”, estaba convencido de que dos adultos podían estar en presencia del otro desnudos sin que se produjera ningún tipo de tensión sexual entre ellos.

Al menos te dejaban ir calzado

Esa misma noche, llegué al Point Ephémère minutos antes de que abrieran las puertas. A esas alturas seguía sin sentirme muy cómodo con la idea de desnudarme en un club. Sobre todo me daba miedo encontrarme con alguien conocido. Para desinhibirme un poco, decidí ir a un bar cercano a tomarme una cerveza.

La mayoría de los que estaban en la cola eran hombres gais de treinta y tantos años. Mientras todos esperábamos nerviosos para entrar, la mayoría de las conversaciones que oía giraban en torno a qué quería decir exactamente “comportamientos de naturaleza sexual”. Me aliviaba saber que no era el único con dudas al respecto.

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El guardarropa lleno de bolsas con la ropa de los asistentes

Cuando le entregábamos nuestras prendas, la chica del guardarropa —una de las pocas mujeres del local— nos recordaba que el sexo y las drogas estaban prohibidos, a lo que el chico que tenía a mi lado repuso, bromeando: “Ya veremos”.

Solo y desnudo en una sala prácticamente vacía, no sabía muy bien qué hacer, así que me dirigí a una esquina y me senté a observar. Tal vez Lapeyre tenía razón cuando horas antes me dijo que “la ropa es un artefacto tras el cual nos escudamos, un trampolín hacia toda clase de relaciones opresivas”. Quizá ese era mi problema: estaba acostumbrado a ocultarme bajo mi ropa y bajo la imagen que quería proyectar. Echando un vistazo alrededor, me pareció muy curioso lo mucho que dice una persona de sí misma por la confianza con la que se desenvuelve desnuda en público.

El autor en su traje de cumpleaños

El club acabó llenándose y, a medida que pasaban las horas, más tenía la sensación de estar en una noche de fiesta normal: la gente se dividía en grupos de forma natural y conversaban en la pista o a los lados de la sala. Pero parecía que había algo distinto en la forma en que se relacionaban unos con otros. Habiendo retirado el sexo de la ecuación, las relaciones parecían más naturales y amables, menos predatorias. Hubo flirteos, pero parecían menos codificados, menos maliciosos.

La experiencia de esa noche fue realmente positiva. El evento estuvo despojado de la energía frenética que suele predominar en las noches de juerga normales, y resultaba refrescante ver, por una vez, a la gente bailar en una discoteca de París, en lugar de estar mirando al DJ. Al cabo de un buen rato, me había olvidado por completo de que estaba desnudo. Solo volvía a la realidad cuando hablaba con los camareros, que iban todos vestidos. En general, parecía que al no centrar las interacciones en el aspecto romántico o sexual, los organizadores daban pie a que nos centráramos en nosotros mismos. Fue una experiencia reconfortante. Recomiendo a todo el mundo que vaya desnudo a una discoteca, siempre y cuando el resto de gente también vaya desnuda.

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