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Identidad

La mujer pionera en la búsqueda de alienígenas

Cuando Jill Tarter se unió al programa de ingeniería de Cornell, era la única mujer de la clase. Desde entonces, esta radioastrónoma se ha convertido en el rostro visible de la búsqueda sistemática de vida extraterrestre. Y Jodie Foster la interpretó...
Photo courtesy of Jill Tarter

Conozco el nombre de Jill Tarter desde mis primeras clases en la universidad. Esta radioastrónoma que sirvió de inspiración para el personaje de Jodie Foster, Ellie Arroway, en la película de 1997 Contact, es el rostro visible de la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Para entrevistarla he tenido que reprimir los chillidos de fan loca que habría emitido la estudiante de física que un día fui: en determinados círculos esta mujer es un icono. Como miembro del Instituto para la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI, por sus siglas en inglés), Tarter fue una de las primeras científicas que se embarcó en una búsqueda constante y metódica de inteligencia extraterrestre, empleando un enorme conjunto de telescopios para rastrear los cielos en busca de señales alienígenas.

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"Soy la jefa de animadoras del SETI y la Matriz de Telescopios Allen", me dice Tarter por teléfono, presentándose con un estilo muy ensayado. Su voz es muy cercana. Habla con mucho cuidado, perfilando los espacios entre cada palabra, y sus descripciones son una mezcla de metáfora y jerga, técnicamente precisas pero también muy accesibles. La impresión general que da es argumentada y alentadora. Resulta fácil comprender por qué es tan eficaz como defensora del Instituto SETI: su sólida presencia ―y su impresionante currículum académico― impiden que se ridiculice la búsqueda de "hombrecillos verdes".

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Tarter fue hija única y se parecía a su padre tanto como a su madre. "Todas las fotos que tengo de mí cuando era pequeña están llenas tanto de peces como de vestiditos monos", indica Tarter. "A lo mejor llevaba un precioso vestido blanco bordado, todo almidonado y planchado, con calcetines cortos blancos, zapatitos de domingo y cintas en el pelo, y a la vez estaba sosteniendo un pez enorme que acababa de pescar con mi padre".

Cuando tenía ocho años, su padre intentó obligarla a que dejara de mezclar los duros hobbies al aire libre con la moda. Sentada sobre la lavadora para estar al mismo nivel que su padre, recuerda haberle gritado, "¿Qué quieres decir con que tengo que elegir?". Acabó convenciéndole con una mezcla de protestas y lágrimas ("altamente manipuladoras"). Tarter recuerda orgullosa cómo claudicó su padre: "Si estás dispuesta a trabajar muy duro, no hay razón para que no puedas hacer lo que decidas que quieres hacer". Recogiendo el guante de aquel reto, ella le contestó: "Quiero ser ingeniera".

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Foto cortesía de Jill Tarter

El camino fue largo y duro. Cuando Tarter ingresó en la Universidad de Cornell a principios de los sesenta para sacarse su título universitario, era la única mujer en una clase de 300 ingenieros y las residencias de estudiantes estaban separadas por sexos. Ahora se ríe al recordar que los dormitorios de los hombres estaban convenientemente situados junto al Pabellón de Ingeniería mientras que su casa estaba a más de un kilómetro y medio de distancia, en la otra punta del campus. Para más inri, la política del campus exigía que llevara falda tan pronto como cruzara el puente sobre el lago. "En el invierno de Ithaca, cuando hay siempre cayendo algo del cielo, hace frío y es todo muy incómodo, tenías que llevar falda para hacer ese recorrido", afirma Tarter. "Era de lo más ridículo".

Los estudiantes permanecían encerrados en sus dormitorios cada día desde las 10 de la noche hasta las 6 de la mañana siguiente. "Estábamos 'protegiendo' a nuestras mujeres", explica Tarter. Los hombres empleaban esas horas en colaborar entre ellos para hacer los trabajos de clase, resolviendo entre todos los problemas matemáticos, pero como ella era la única mujer del programa, Tarter "se sentaba en soledad y lo hacía todo ella sola".

(Aunque es posible que las puertas cerradas con llave indirectamente la ayudaran a desarrollar sus habilidades en el campo de la física, seguían siendo muy frustrantes por un motivo: a Tarter le encantaba patinar sobre hielo y vivir junto a un lago que estaba helado todo el invierno tendría que haber sido ideal. En lugar de ello, "ya estaba despierta y lista para salir", recuerda, "¡y las puertas seguían cerradas!").

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Foto cortesía de Jill Tarter

Tarter ha visto grandes avances para las mujeres en el mundo de la ciencia desde sus años de universidad. Junto con una mejora meramente numérica, contamos con una gran diversidad de modelos a seguir de mujeres increíblemente exitosas que desafían el estereotipo del aspecto que debería tener un científico. Las clases de ciencia en las universidades se están aproximando a la paridad de géneros, aunque los números descienden en los posgrados y conforme se va escalando en el rango de los científicos profesionales.

Durante mucho tiempo Tarter esperó que con eso fuera suficiente. "Pensé que todos los viejos bastardos se habían muerto", confiesa. "Pero acontecimientos recientes han indicado que quizá la cosa no ha cambiado tanto como yo creía". Su voz pierde su característico vigor. Estudió su posgrado en la Universidad de Berkeley y sigue viviendo muy cerca. Cuando hablé con ella, la universidad seguía conmocionada por una serie de denuncias de acoso sexual (y por la deficiente respuesta por parte de la administración), incluyendo la revelación de décadas de abusos a manos del destacado investigador de exoplanetas Geoff Marcy.

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"Los hombres con poder —las personas con poder en general, pero estadísticamente son abrumadoramente hombres— se ceban con las personas que no tienen tanto poder", indica Tarter, "con las personas que dependen de ellos". Durante un posgrado, esa dependencia entre profesor y estudiante dura mucho tiempo, con posibles ramificaciones que podrían perfilar la carrera de este último. Para Tarter, ver estudiantes de posgrado en su antigua universidad siendo acosadas por sus asesores "es una situación muy, muy mala" (cuando Tarter estudió su posgrado en la Universidad de Berkeley solo había un puñado de mujeres en su clase. El primer día, el decano las invitó a su despacho. "Nos dio cálidamente la bienvenida", recuerda, "y nos dijo la suerte que teníamos de que todos los hombres inteligentes hubieran sido arrastrados a Vietnam").

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"Las cosas no están tan bien como yo pensaba", afirma. "La gente sigue guardando secretos. La transparencia es lo único capaz de revertir esta situación".

Nos dio cálidamente la bienvenida y nos dijo la suerte que teníamos de que todos los hombres inteligentes hubieran sido arrastrados a Vietnam

La irritación de Tarter con respecto a la universidad iba más allá del sexismo en las aulas: llegaba hasta el proceso educativo en sí. Sus clases convirtieron el amor que sentía por la ingeniería en interminables repeticiones mnemotécnicas. "Realmente odiaba el hecho de que la solución ideal para un problema nuevo fuera emplear una solución conocida", recuerda Tarter. "No se incentivaba la innovación". Aquello era especialmente frustrante porque había luchado mucho para desarrollar unas excelentes capacidades para la resolución de problemas mientras estaba encerrada en soledad en la residencia del campus. "¡Yo quería usarlas!".

Esta impaciente curiosidad es lo que la llevó a empezar a arriesgar su carrera para buscar alienígenas. Mientras estuvo en la Universidad de Berkeley, Tarter se sintió inicialmente seducida por un pequeño grupo de investigación oculto en el campus que más tarde se convertiría en el Instituto SETI. El investigador jefe necesitaba que Tarter programara un obsoleto ordenador PDP-8/S y también le entregó una copia de "Proyecto Cyclops", un informe de la NASA que resumía ideas preliminares sobre cómo detectar señales artificiales del espacio. Se quedó enganchada de inmediato. "Durante milenios hemos preguntado a los sacerdotes y a los filósofos qué deberíamos creer en torno a si existe vida ahí afuera", explica Tarter. "¡Y de repente contamos con herramientas! Telescopios, ordenadores e ingenieros que pueden intentar hallar la respuesta".

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Buscar alienígenas es uno de los problemas más creativos de la ciencia. La astronomía y las herramientas que la acompañan se centran en rastrear el cielo en busca de señales creadas por la naturaleza, pero buscar extraterrestres es una cosa completamente diferente. "Buscamos algo que esté obviamente diseñado artificialmente", indica Tarter. "Algo que requiere un conjunto diferente de parámetros". La tecnología necesaria para abordar ese problema es tremendamente amplia, "con montones de oportunidades para hacer cosas nuevas que nadie más va a hacer".

Tarter programó el ordenador y volvió a centrarse en sus estudios de posdoctorado, pero siguió pensando en el Proyecto Cyclops, que recibió su nombre del conjunto de telescopios propuestos para su uso en la búsqueda de alienígenas. Tarter se puso en contacto con el jefe del Comité para la Comunicación Interestelar del campus y le dijo "tengo más de 40 horas a la semana. Si necesitáis ayuda, me ofrezco voluntaria".

Jodie Foster interpretando a Ellie Arroway, el personaje basado en Tarter, en "Contact"

La búsqueda se ha transformado radicalmente desde aquellos primeros tiempos. "A lo largo de mi carrera ha habido dos factores extraordinarios que han cambiado la situación", afirma Tarter. "Uno son los exoplanetas. El otro son los organismos extremófilos".

Cuando Tarter era estudiante, nuestra teoría sobre la formación de los planetas se basaba en una compleja danza de sistemas estelares binarios que interactuaban justo de la forma correcta para producir hipotéticos mundos alienígenas. Si la teoría era correcta, los planetas deberían ser muy escasos, pero con el descubrimiento de más y más exoplanetas ―o planetas situados fuera de nuestro sistema solar― estamos viendo que los planetas son un producto natural de la formación de las estrellas. En la nueva teoría, creemos que el gas y el polvo sobrantes se condensan hasta formar planetas en torno a casi todas las estrellas. "Conocemos un hecho extraordinario, que hay más planetas que estrellas en la Vía Láctea", afirma Tarter.

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El reconocimiento de todos esos mundos cambió nuestra estrategia para buscar alienígenas. Si hay planetas en todas partes, ¿por qué no mirar a las estrellas más cercanas y suponer que hay planetas en torno a ellas?

El otro gran cambio se articula en torno a nuestra comprensión de dónde puede surgir la vida. "Cuando era estudiante aprendí que la vida debía existir dentro de un rango muy estrecho de parámetros", explica Tarter. "Entre el punto de ebullición y el de congelación del agua, en un lugar donde haya suficiente luz solar pero sin una radiación demasiado elevada, con un pH no demasiado básico ni demasiado ácido y todo eso". Pero entonces empezamos a encontrar vida en todo tipo de lugares hostiles: en las hirvientes aguas ácidas de las simas marinas, dentro de la corteza terrestre e incluso en los tanques de enfriamiento de las plantas de energía nuclear. "Sin duda hay muchos más lugares potencialmente habitables ahí afuera de los que habíamos concebido en los primeros tiempos del proyecto SETI", afirma Tarter.

Foto cortesía del Instituto SETI

Para la nueva generación de científicos ávidos de buscar vida más allá de la Tierra, Tarter tiene un consejo: que trabajen en equipo y que muestren flexibilidad.

"No trabajéis solos", es su consejo más inmediato. Estudiar encerrada en la residencia privó a Tarter de la experiencia de trabajar con otros. "¡Nunca formé parte de un equipo hasta que tuve que dirigir uno!", afirma. "Si aprendes pronto cómo trabajar con otras personas que tienen capacidades diferentes a las tuyas ―quea veces se complementan y a veces se superponen―, puedes usar tu experiencia para que el producto final sea todavía más brillante". Si logras crear una red potente, según Tarter, tendrás siempre alguien que te guarde las espaldas.

Porque también "es preciso crearse una coraza", indica Tarter, pero no todo debería ignorarse. "Si sucede algo, no te calles", continúa. "Esa es la parte más dura".

En un ámbito más amplio, Tarter cree que resulta fundamental pensar en las barreras sistemáticas que existen con respecto a la diversidad en la ciencia. "Tienes que reflexionar mucho sobre el tema", dice Tarter e inmediatamente después hace una pausa "En realidad es literalmente necesario que lo pienses detenidamente. Es preciso que emprendas una acción deliberada y no supongas que las cosas van a desaparecer por sí solas". Esta sabiduría es fruto de muchos golpes. "Yo lo hacía antes", admite Tarter. "Mi generación se esforzó muchísimo para llegar hasta donde queríamos llegar. Simplemente estábamos felices de estar ahí y de poder disfrutar de nuestro éxito".

Acabar la carrera y abrirse camino en el mundo profesional era un proceso de enorme filtrado y ella creyó que con eso bastaría. "Íbamos a ser los modelos a seguir", dice Tarter que supuso en su día. "Íbamos a cambiar la opinión del mundo gracias a nuestros resultados e íbamos a dejar de ser ignoradas", ríe mientras recuerda su ingenuidad. "Pero no fue así. No fue así en absoluto".

Foto cortesía de Jill Tarter