acoso sexual
Ilustración por Luis Martínez

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acoso sexual

Casi todas nosotras hemos sufrido a un Harvey Weinstein

El acoso sexual a las mujeres es una constante en la sociedad, también en España. Estas chicas le ponen voz al #metoo

Lo de Harvey Weinstein debería enfadarnos, indignarnos, darnos asco. Pero no sorprendernos. No solo por el historial de imputaciones por abuso y acoso sexual de este magnate venido a menos, sino porque hay muchos Harveys Weinstein sueltos. El acoso sexual es una amenaza constante en la vida de cualquier mujer. Es la razón por la que pasamos miedo cuando volvemos a casa. La razón por la que, si nuestra única compañía al viajar o al salir de fiesta es una chica, nos advierten del peligro de ir "solas".

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El acoso es la punta de ese iceberg que es la cosificación de la mujer, de la concepción del cuerpo femenino como un ente que se puede comprar con dinero por unas horas, y del que se puede disponer en cualquier momento. Incluso sin permiso. Y muchas mujeres, como muchos hombres, tenemos normalizado ese concepto.

Por eso a veces ni nos reconocemos como víctimas de acoso. Porque es "normal" que nos toquen el culo en una discoteca y es "normal" que nos hagan preguntas fuera de lugar. Es "normal" que nos digan por la calle si somos potencialmente follables sin haberlo preguntado y es "normal" que nos insistan, en ocasiones de manera violenta, para irnos a la cama de alguno.

Aunque tienen su cara B, iniciativas como #MeToo ayudan a visibilizar una realidad frecuentemente silenciada: que lo de Weinstein no es un caso aislado, es un problema social. Todas las mujeres que nos cuentan su experiencia a continuación han sido víctimas de acoso. Y todos sus nombres están cambiados porque este no es -solo- el problema de Paloma, ni de Berta, ni de Clara: es el problema de todas las mujeres. Es el problema de la sociedad "igualitaria" en la que -dicen- vivimos.

Paloma, 37 años

"Cuando tenía 13 años iba por la calle hacia el colegio y un hombre pasó a mi lado y me tocó una teta. En otra ocasión, otro hombre en el autobús tenía agarrado mi culo con sus dos manos. A los 14 estaba con unas amigas y un chico de repente nos sonrió y se sacó la polla, acto seguido comenzó a masturbarse y a perseguirnos por todo el barrio.

Con 15 años, en la Escuela de Arte, entré en un aula con un chico que me gustaba, 4 años más mayor que yo. Tapó las rendijas del espacio (puerta, ventanas) y comenzamos a besarnos. De repente, sacó su polla y comenzó a masturbarse. En ese momento me quería morir, me aparté y le dije que me iba. Me agarró del pelo fuerte y me obligó a que lo besara y me dijo 'hasta que no termine, no te vas'. Después de imaginarme descuartizada y abandonada dentro de una bolsa de basura, se corrió sobre mis zapatos. Fue cuando tomé conciencia de que estaba viva, me miró y me dijo que ya podía irme.

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Salí corriendo, asustada, no le dije nada a nadie. Pensaba que la culpa había sido mía, porque llevaba la falda corta, porque él me gustaba, porque le besé… pero no fue mi culpa. No le dije que restregara su polla contra mí, que me agarrara el pelo hasta hacerme daño, que me obligara a quedarme y a meterle la lengua hasta que se corriera. Nunca volví a la Escuela de Arte hasta que, un día, me armé de valor. Cuando me vió, se acercó a mí y me pidió disculpas por lo que había pasado. Yo le respondí que había sido culpa mía."

Carolina, 23 años

"Una noche estaba con mis amigos en una discoteca y, cuando me cansé de estar allí, me volví a casa andando porque estaba cerca. De camino, en un cruce, un hombre se me abalanzó y me empezó a tocar. Le empujé y salí corriendo, pensando que era un borracho. Le perdí de vista pero, cuando estaba metiendo la llave por la cerradura de mi portal, alguien me empujó por detrás. Era el mismo tío.

Dentro del portal, empezó a tocarme las tetas y la vagina mientras yo forcejeaba, le daba puñetazos y patadas, hasta que vi que unos chicos pasaban por delante y golpeé muy fuerte el cristal. No sé cómo, pero conseguí darle al interruptor que abre la puerta, los chicos pudieron pasar y echaron a ese hombre. Denuncié, claro, y la Policía dio con él. No era la primera vez que lo hacía".

Clara, 27 años

"Aquella noche una amiga y yo decidimos terminar la fiesta antes de tiempo, estábamos cansadas y nos quedaba un largo camino hasta llegar a casa. Esperamos a la llegada del autobús nocturno en Atocha y medio adormecidas montamos en el autobús. Con los ojos entreabiertos nos miramos cómplices, las dos nos dirigimos a la parte trasera del autocar, con una fila de asientos continuos en los que podemos tumbarnos y echar una cabezada durante los 40 minutos de trayecto.

Caemos rendidas, profundamente dormidas. Yo comienzo a soñar con el novio que tenía en aquel momento, a mis 19 tiernos años, es un sueño apacible, confiado, agradable, hasta que un dolor punzante y repentino rompe mi descanso. Hay un hombre sentado a mi lado, rápidamente soy consciente de lo que me está haciendo: me está tocando la vagina. Con rabia y desgarro le golpeó con mis piernas. Él ni se inmuta. Siento impotencia, ahogo, incredulidad.

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Corro hacia el conductor del autobús y trato de explicarle lo que ha pasado, estoy aterrada y las preguntas de los pasajeros comienzan a hacerme sentir vergüenza, ¿lo he soñado?, ¿No estaré montando este pollo sin sentido? Finalmente el conductor para el coche y llega la policía, me toman declaración y se llevan a ese hombre. Después de aquel día, él desapareció y únicamente tuve que volver a verle el día en que se celebró el juicio por agresión sexual. Pero el sentimiento de culpa, de miedo y de desprotección se mantuvo durante años".

Marta, 39 años

"A una no le gusta recordar los acosos, pero hay mil historias. Una vez estando en un bar con amigas, un tipo algo más mayor que nosotras se puso justo detrás, muy cerca.

Al principio creíamos que estaba esperando para pedir, pero al cabo de un rato notamos un movimiento extraño y nos separamos un poco para mirar: se había sacado el pene y se estaba masturbando mientras nos rozaba. Puajjjj! Si me pasara hoy reaccionaría de otra forma. Creo que la castración suena bastante razonable".

Victoria, 25 años

"Una noche estaba en una discoteca y me robaron el móvil esperando en la cola del baño. Cuando salí y me di cuenta, fui a buscar a mis compañeros de piso, con los que estaba de fiesta. No los encontré y no tenía cómo llamarlos, así que me volví a casa andando porque estaba cerca.

De camino, un chico se me acercó y empezó a hablarme. Eran como las 4 de la mañana y estábamos solos en la calle. Me preguntó que cómo me llamaba y le respondí por cortesía, como cuando me dijo que cuántos años tenía y que qué tal la noche. Me dijo que si me iba con él y le respondí que no, que me estaba yendo a casa. Se ofreció a acompañarme y le contesté que prefería irme sola. Entonces, me agarró de los brazos y trató de empujarme hacia la cuesta de un garaje que había al lado. Me solté y me fui corriendo, y me caí porque iba con tacones y con miedo. No me persiguió, pero tampoco miré atrás para ver cómo reaccionó.

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A la mañana siguiente, cuando lo conté en el grupo de WhatsApp de mis amigos, uno de ellos me dijo que 'no volviera a irme sola a casa por la noche'. 'Sola' para una mujer significa sin el acompañamiento de un hombre, y me dolió tanto aquella respuesta como lo que había pasado la noche anterior".

Berta, 28 años

"A los 18 años estuve de prácticas en una agencia de viajes. Era una agencia familiar en la que solo estábamos mi jefe y yo. Él tenía 62 años, era un hombre casado y con hijos. El día que empecé a trabajar, todo fue normal, sólo hablamos de temas laborales. Pero el segundo día, en cuanto llegué, de las primeras cosas que me preguntó mi jefe fue que cómo era en la cama. Yo, atónita, le dije que no tenía por qué responderle a aquello, que era un tema personal que él no tenía por qué saber. Él, muy tranquilo y entre risas, me contestó que si decía eso era porque no sabía cómo era realmente. También me contó que él era muy activo sexualmente y que a la chica que había estado antes que yo allí trabajando le gustaba mucho el sexo.

En la agencia teníamos una mesa alargada donde nos sentábamos los dos, uno a cada punta. Un día me quiso enseñar un programa nuevo en su ordenador y tuve que levantarme de mi silla. Al ver que iba con vestido, me dijo que podía sentarme en sus piernas mientras me explicaba el programa. Me negué y le dije que me quedaba de pie.

Lo comenté con mis compañeros de clase y todos me aconsejaron que me fuera de allí. Yo decidí aguantar y acabar mis prácticas. Como desde el primer día supo que tenía pareja y le dejé claro que sus intenciones no iban a ningún sitio, por mucho que fuera una 'cría' inocente, no volvió a insinuarse más. Sí que me siguió soltando algún que otro comentario como 'si yo tuviera tu edad, no te me escapabas', a lo que yo hacía oídos sordos. Tenía claro que si intentaba pasarse de la ralla tomaría una decisión, pero en ese momento solo quería acabar mis prácticas e irme de allí".

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Julia, 24 años

"Desde que empecé el instituto, mi grupo de amigos ha estado formado por chicas y chicos. Hemos crecido desde los 12 haciendo cosas juntos: irnos de viaje con el instituto, por nuestra cuenta, saliendo de fiesta, compartiendo camas sin que pasara nada… Rompiendo un poco con el estereotipo de que los tíos y las tías no pueden ser amigos porque habrá sexo y problemas.

Una noche de hace como un año, después de salir de fiesta, tres amigos de ese grupo se quedaron a mi casa a dormir porque estaba muy cerca del sitio al que habíamos ido. Dos de ellos durmieron en un colchón y otro conmigo, en mi cama. Cuando me desperté, por la mañana, me estaba rodeando con el brazo por la cintura y tenía su mano metida en mi pantalón y por debajo de mis bragas.

Cuando se dio cuenta de que me revolvía la sacó inmediatamente, pero se hizo el dormido. Mis otros dos amigos estaban en otro colchón, pero en esa misma habitación. Nunca se lo conté a ese grupo de amigos ni lo hablé con él, igual porque quiero pensar que se arrepiente, pero también porque me da vergüenza y no quiero generar problemas. No sé cómo pudo hacer aquello ni por qué. Estaba dormida, ¿qué morbo puede haber en tocar a una persona que está dormida, y que seguramente no quiere que la toques?".

Natalia, 31 años

"Una vez fui al médico porque me dolía el estómago. Tengo una mutua, así que acudí a un centro privado, concretamente al gastroenterólogo. Me encontré con un señor mayor, de unos 60 años. Me pidió las pruebas que ya me había hecho y me exploró la parte abdominal. Su diagnóstico era confuso y lo que me dijo fue lo siguiente:

'Bueno, no veo nada grave en principio, pero supongo que tienes algo de intestinos. Tengo unas pastillas que son la solución a tus problemas, pero debo advertirte de que tienen un efecto secundario y es que te crecerán los pechos si las tomas. A muchas chicas les gusta, de hecho, una chica vino con su novio después de tomarlas y tenía unos pechos muy grandes. Su novio me dijo que estaba muy contento con este cambio, y evidentemente los dolores de estómago habían desaparecido. ¿Qué tal si las pruebas y me dices qué tal te van? Puedes volver en dos semanas, o si quieres te paso mi número y me cuentas qué tal. O te llamo yo la semana que viene y me comentas y lo vemos en la próxima visita'.

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Me quedé alucinada y asqueada al mismo tiempo, ya que todo estaba fuera de contexto. Bajé a la recepción y pensé en decir algo allí, aunque luego no lo hice. Una semana después me llamó un par de veces. Ni le cogí el teléfono ni volví a ese centro".

Patricia, 32 años

"Con 15 años tomaba un sándwich con dos amigas en un parque al lado de instituto durante el descanso de mediodía. Al rato nos dimos cuenta de que había un tío escondido detrás de un árbol, masturbándose mientras nos miraba. Él vio que le habíamos pillado, y tardó un buen rato en irse.

Con 20 años estudiaba en Lyon y un día en el metro me senté frente a un tío. No me fijé al momento, pero cuando bajé la mirada me di cuenta de que se había bajado los pantalones por completo y que buscaba mi mirada. Ese mismo año (en aquella época llevaba muchas faldas cortas con botas altas de tacón), un día, saliendo del metro, un grupo de chicos me llamó puta por ir vestida así.

Hace unos años, en una piscina privada de una residencia en Madrid, dos amigas y yo hacíamos topless cuando nos dimos cuenta de que un hombre se estaba masturbando mientras nos miraba. Y no he listado todas las cerdadas que me han soltado por la calle desde que soy adolescente. Lo triste es que ayer mismo compartí estas experiencias con el hastag #MeToo en Facebook y, de 11 personas que le dieron al botón de 'Me gusta', sólo dos eran hombres. Me parece increíble que los chicos no reaccionen ni opinen sobre esto, algo que les puede pasar a sus madres, sus hermanas, sus novias… No reaccionar es inaceptable, porque es dejar que pase y normalizarlo".

Mara, 26 años

"Hace unos meses, en el Sonorama, estaba con una amiga yendo a un concierto a plena luz del día cuando se acercó un tío e hizo el gesto de ir a tocarle el culo. Al ver que iba a hacerlo, le di una ostia. El chico no dijo nada, con las mismas se fue, sin acelerar el paso siquiera. Creo que iba muy borracho, pero no es excusa.

Cuando esto pasó, un grupo de chicas se nos acercó y nos dijeron que la noche anterior les había ocurrido lo mismo con ese mismo chico. Me dejó un poco tocada que no nos hubieran avisado, al ver que se estaba acercando con intenciones claras".

***

Probablemente la causa de discriminación más antigua de la Historia es tener vagina. Y ya va siendo hora de acabar con ello. Compartir experiencias, visibilizar y denunciar está muy bien pero solo con eso no basta para llegar a que todos empaticemos y comprendamos. Ninguna sociedad puede decirse o pensarse justa mientras el 50% de su población esté expuesta a la violencia, al acoso y al abuso sólo por pertenecer al "sexo débil".