“Nos defendíamos a chingadazos”: así era la lucha homosexual hace 40 años
Foto por Pável Gaona.

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Identidad

“Nos defendíamos a chingadazos”: así era la lucha homosexual hace 40 años

Homofobia, represión policiaca y SIDA: Juan Jacobo Hernández nos cuenta cómo era ser homosexual en los años 70.

Artículo publicado por VICE México.

“Soy homosexual, ¿y qué?” Con una playera estampada con ese lema y toda su labia roja de filiación trotskista, Juan Jacobo Hernández azuzaba a las juventudes adscritas al Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) a reclamar sus derechos y a detener la violencia de la que eran objeto. Si esa declaración, abierta y desafiante, aún hoy le causa escozor a los defensores de las buenas costumbres, ¿qué tan subversiva sería ante una multitud en los años 70, en un país tan misógino, machista y conservador como México?

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Juan Jacobo nació un 20 de enero de 1942. Sus 76 años no se notan ni en la elasticidad de su figura ni en su lengua afilada que no le teme a las “malas palabras”. Cuando hace falta decir “coger”, “culo” o “tetas”, lo hace sin maquillar su discurso con eufemismos. Cuando comienza a rememorar uno se da cuenta que está ante alguien que nació en la primera mitad del siglo pasado: las anécdotas brotan a raudales y los datos, como un archivo vivo, se suceden uno tras otro sin ninguna mezquindad.

En las oficinas del Colectivo Sol —asociación civil en pro de los derechos humanos en la que trabaja—, nos recibe con esa sonrisa perenne que ni las décadas de batallas ni la muerte de amigos y aliados han logrado abatir.

VICE: ¿Cómo fue la primera marcha, en la que participaste, hace 40 años?
Juan Jacobo: Primero me gustaría acotar que la primera vez que hubo homosexuales en la calle manifestándose no fue en una Marcha Gay, fue en una marcha política por el décimo aniversario de la matanza de los estudiantes del 68. Y para que eso fuera posible, todos tuvimos una especie de “etapa formativa” que desembocó en que saliéramos a las calles ya como un grupo más o menos bien constituido. No fue algo que surgió por generación espontánea. Yo, por ejemplo, en el 69 estuve en Nueva York y me tocó vivir el post-Stonewall. Eso incidió mucho en mi percepción, porque fue la primera vez que vi homosexuales en entornos de trabajo, de militancia y de movilización comunitaria.

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Era algo totalmente nuevo para mí y que me marcó definitivamente porque en México, lo que nos interesaba en aquellos tiempos, era la cogedera, la peda y el baile, pero no existía la parte de la reflexión. Nos faltaba la parte de mirar hacia adentro y estructurar un argumento político. Pero algo muy positivo es que no éramos territorialistas: sí, eramos homosexuales, pero pensábamos en el bien de todos, no nada más en las carencias o las luchas de nosotros los jotos.

¿A qué respondió entonces que se saliera a las calles en una marcha propia, si lo que se buscaba era el bien común?
Había una necesidad real y urgente de supervivencia. Hoy los contextos han cambiado, aunque claro, tengo que aclarar que sólo en ciertas burbujas. ¡Ya ves los asesinatos en Taxco! ¡Los asesinatos casi semanales de travestis y transgéneros! ¡La expulsión de las personas homosexuales casi cotidianas de sus propias casas! Y esto pasa incluso en la Ciudad de México, no nos vayamos con la finta de que aquí en la capital ya todo está superado. Si esas cosas pasan aún hoy, imagínate en los años 70. Por eso en el 79 que se hizo la primera marcha, la demanda inmediata era que se acabara la represión y la persecución policiaca que se daban semana tras semana. Viernes y sábados salía la policía con las jaulas, las famosas perreras, a recoger jotos, putas y borrachos. Sacaban lana de los putos y las putas, éramos como el cochinito de la policía. Y hay de ti si cargabas con tu agenda —recordemos que en aquel entonces no había celulares— porque entonces tenían también los datos de tus conocidos. Entonces la extorsión era infame.

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“¡Éramos terroristas y nos valía madres!”

Además de este hostigamiento desde las instituciones, ¿cómo era la atmósfera o la cotidianidad para un homosexual?
La homofobia y las agresiones eran vistas como la cosa más normal. Había una falta casi total de espacios dignos y vivíamos en la indefensión. Ojo: estábamos indefensos, ¡pero no mancos! No teníamos la defensa legal o cívica, pero teníamos la entereza de nuestras propias fuerzas. Fue así como después de varios años de trabajo interno salimos en el año 78 a marchar junto con los estudiantes.

De la salida del 78 al 79 hubo otra reorganización interna en la que principalmente teníamos que ver cuáles eran esos adversarios a vencer: la policía, la prensa amarillista, los jueces cívicos que eran parte de ese sistema al que nos estábamos enfrentando y que nos estaba jodiendo. Así que lo que buscábamos en esa primera marcha, pues era terminar con las redadas, ¡y lo logramos! Pero fue a punta de pelea y no en el sentido figurado, sino de pelea literal.

Recuerdo cómo llegábamos a la redacción de los periódicos un puñado de locas furiosas, les mentábamos la madre y les poníamos una chinga pero buena. ¡Éramos terroristas y nos valía madres! Íbamos a las delegaciones donde había homosexuales detenidos y por la fuerza sacábamos a la gente. Era un espíritu temerario, aventurero y muy valiente.

¿Qué edad tenías en aquel entonces?
Yo andaba en mis treintas, tampoco era ningún pollito inocente. Pero también había mucho más jóvenes que yo, partiéndose la madre si había que partírsela. No faltaba quien nos acusaba de machines o heteronormados por nuestras actitudes. ¡Pero nos valía madres! Ahí era de “te defiendes o te parten la madre”, no había espacio para andarse con pendejadas ni con medias tintas. Teníamos que responder con la misma fuerza, la misma vehemencia y con las mismas chingaderas con las que nos agredían aquellos cabrones.

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Además de estos actos contra periódicos y en las delegaciones, ¿les tocó entrarle a los madrazos durante alguna marcha? ¿Los llegaron a agredir?
¡Pero claro, desde la primera! Cuando salimos en el 78 a marchar con los estudiantes, los grupos de Lamba, Oikabeth y FHAR nos pusimos a tender nuestras mantas en Santo Tomás y de repente llegaron unos seis o siete machines porros del Poli. Comenzaron con sus “¡Ahí están los pinches putos, ahora sí les vamos a dar en la madre!” ¿Pinches putos? ¡Tomen, cabrones! ¡Con los palos de las mismas banderas y de las mantas nos defendimos a chingadazos y los hicimos correr! No era una opción el echarnos para atrás.

Y apenas estábamos agarrando vuelo, en plena efervescencia y en la reconciliación interna que tienen todos los movimientos, cuando nos cayó el chahuiztle del SIDA.

“Tu diagnóstico positivo era tu certificado de defunción”

¿Cómo afectó la llegada de la pandemia del VIH/SIDA a los movimientos de liberación LGBT en México?
Fue una generación entera perdida, y fue una llegada muy sorpresiva y dolorosa. El SIDA nos mató a mucha gente. Recuerdo una vez, cuando me invitaron a una reunión de las Naciones Unidas, como todavía no se usaba el mail, me ponía a rellenar tarjetas postales a mano. Esto ocurrió en el año ya del 94. Para mi sorpresa, me di cuenta de que tenía en mi agenda más de 200 conocidos directos, muertos. Sólo en ese momento me di cuenta de la devastación. No había sido consciente o tal vez no había querido ver la magnitud del moridero.

Y todo esto empezó en 1982, año en que vi por primera vez a uno de nuestros compañeros con la mirada de la muerte. Y entonces comenzó el terror. Después de la efervescencia y la alegría del combate, se desvaneció la espuma y nos quedó el horror de la mano del SIDA. Porque no era vivir con VIH: era el SIDA. Si te tocaba, te morías. Punto. Tu diagnóstico positivo era tu certificado de defunción. Esto disminuyó tremendamente nuestras filas y prácticamente diezmó al movimiento. Esto tuvo una ventaja y una desventaja: por un lado unimos nuestras fuerzas contra otro enemigo común, que era el SIDA, y cerramos filas. Volcamos nuestro conocimiento y nuestras energías a resolver ese problema inmediato.

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La desventaja fue que se perdió muchísima memoria. Muchas mentes valiosas se nos fueron y ya no hubo transferencia de ese conocimiento. No hubo generación de memoria o de documentos, cuando lo que se buscaba, lo urgente, era detener a la muerte. Y al mismo tiempo, se perdió el norte de la lucha y se consolidaron algunos grupos que se allegaron al poder. Tristemente esto trajo la frivolización del movimiento, y provocó que la discusión de nuestras necesidades se volviera monotemática: matrimonio igualitario, adopción e identidades trans.

¡Y son luchas que están bien! Lo malo es que pareciera que son las únicas cuando no es así. Si bien hoy el VIH/SIDA ya no era lo que en aquellos tiempos, urge seguir poniéndolo en la agenda. Por otro lado, ¿por qué nadie habla de los homosexuales jodidos? ¿Por qué nadie habla del acceso a la educación? ¿Por qué nadie habla de que hay un chingo de jotos sin los servicios básicos? Lo peor que nos pudo dejar el SIDA fue que unos pocos se posicionaron junto al poder y se adueñaron de los temas que según ellos, son los prioritarios e importantes. Lo que se conoce como el famoso pink washing.

“Muchos ultraconservadores han salido del clóset, ¡ahora las conservadoras son más osadas!”

Si miramos hacia el norte, hay lugares o nombres que resaltan si pensamos en la lucha homosexual, como Stonewall o Harvey Milk. ¿Cuáles son esos nombres mexicanos emblemáticos que nosotros no deberíamos olvidar?
Bueno, primero quisiera acotar que nosotros no tenemos esa capacidad de rescate y valoración de nuestras figuras como sí lo tuvieron los gringos. ¿Por qué? Por la calidad periodística. Si uno de nuestros enemigos a vencer eran precisamente el Alerta y el Alarma!, ¿crees que con ese periodismo se iban a revalorar o rescatar nuestras figuras?

Pero de que hay nombres importantísimos, los hay. Ahí tienes a La Mema, Gerardo Ortega Zurita, esta travesti increíble y fantástica de formación verdaderamente izquierdista y que se dedicó a brindar un espacio de cobijo a las travestis pobres. También está Samantha Flores, que sin ser activista como tal, actualmente es la única mujer trans que está hablando sobre un tema importantísimo, que es la comunidad homosexual de la tercera edad.

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Y de ahí para el real: Nancy Cárdenas, Xabier Lizarraga, Arturo Bentancourt, Fernando Esquivel… pero si le sigo no paro y además no quisiera omitir alguno, porque todos fueron piezas clave. De verdad hay muchísima gente, muchos conocidos y que personalmente aprecio mucho. Son nombres que tal vez a mucha gente no le suenen, pero que espero que alguna vez lleguen a ser rescatados en documentos, reconocidos y celebrados.

Aún en pleno 2018 hay mucha controversia con respecto al famoso “exhibicionismo” en las marchas. ¿Ya desde aquellos ayeres se usaba el cuerpo como herramienta de disidencia?
Claro. Ya desde el 79 comenzaron a salir las primeras trans a mostrar sus tetas producto del aceite y de las hormonas. No podía haber liberación política sin la liberación del cuerpo. Por supuesto que no se hacía con la fastuosidad de hoy con esos penachos monumentales o con esos cuerpazos de los mayates que bailan en los carros alegóricos, pero claro que ya se mostraba el cuerpo.

¿Y a qué crees que se deba que 40 años después se le siga teniendo tanto miedo al cuerpo?
Así como muchos jotos hemos salido del clóset, también lo han hecho muchos ultraconservadores. ¡Ahora las conservadoras son más osadas! Esas famosas viriloides no se muerden la lengua. Pero hay que entender que provienen de familias que conservan y transmiten de manera férrea la heteronormatividad, traen enquistado en el cerebro a un pequeño sacerdote, a un monaguillo, a un diácono. Pero ese tema ya tendría que estar más que superado: mi culo es mi culo y el tuyo es el tuyo. Si tú te lo quieres tapar, pues tápatelo, si yo quiero andar con el culo al aire me lo destapo y ya. No le veo mayor ciencia, ya que dejen ese conservadurismo que da hueva.

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“Mariguana y puta sí era, pero no borracha”

Y en post de la marcha, ¿la gente se iba a bares o antros como ahora?
¡¿Cómo crees?! Eso no existía. Habían pocos bares, y la gente iba con desconfianza porque ahí es donde caían las redadas. En las marchas de aquel entonces no existía la cultura del “after”: se acababa la manifestación y tan tan: cada quién para su casa. Y es que íbamos a la marcha a la manifestación política, no íbamos a buscar con quién coger, para eso teníamos todo el resto del año. En eso sí veo que es muy diferente a las marchas de hoy, en la que hay una genitalidad galopante.

Además de bares no puedo decirte mucho, porque yo era mucho más de reuniones en depas. En aquel entonces, si tenías un departamento, triunfabas. En las reuniones se charlaba de poesía y de cine. Y claro, que también se ligaba, pero había una tensión sexual muy ingenua. De repente empezaba el ligue con un roce de mano y alguna parejita, en medio de la reunión, se desaparecía. Además no íbamos tanto a bares porque esos eran los lugares predilectos de la policía para las redadas.

Vaya, no me puedo imaginar una marcha que no terminara como hoy: en los antros o en bares.
Pues es que casi no había. De los que recuerdo estaba El estuche o El Safari, o el bar para lesbianas que se llamaba La Misión. Y también debe ser que yo tampoco era tanto de borracheras. Mariguana y puta sí era, pero no borracha [risas].

¿Qué ocurre con la división del movimiento? Hay quienes se cuestionan que hoy haya dos marchas del orgullo [la del 23 de junio y la del 30 de junio] y no se camine en unidad.
La división del movimiento no es más que un mito: nunca hemos caminado juntos. Lo que algunos criticamos es que ahora hay una omnipresencia gubernamental en la marcha desde hace varios años. A nosotros no nos interesa estar en eso. No es de nuestro interés allegarnos al poder ni las prebendas. Lo que a un puñado de locas nos interesa es que se mantengan sobre la mesa los temas torales de la movilización comunitaria.

Hay temas que parecen intocables y que nadie quiere abordar. Los de la marcha del 23 [de junio] se escudan en que “hay elecciones”. ¡Pues que haya elecciones! ¿Cuál es el pedo? Nosotros no somos partido político y nos pasamos por los huevos la veda electoral. Además nuestra marcha es conmemorativa del último sábado de junio y así la mantendremos. No queremos injerencia gubernamental, no queremos injerencia de partidos políticos y no queremos injerencia de las empresas. ¿Que somos cuatro gatos? ¡Cuatro gatos seremos! Pero así saldremos a marchar, con el mismo orgullo que hace 40 años.

Finalmente, tú que has vivido la marcha del orgullo desde su gestación, ¿qué le dirías a estas nuevas generaciones que irán a marchas y que van a tomar la estafeta de las luchas que aún faltan por ganar?
Ofrecer una exhortación a una masa tan disímbola es sumamente complejo. A estas marchas asisten ricos y pobres, niños y ancianos, hay un gran abanico de diversidades ideológicas e incluso gente que asume una postura apolítica.

Si pudiera decirle algo a toda esa diversidad, es que vean más allá de sus narices: que no sólo nuestros temas importan. Ya se ganó el matrimonio igualitario y qué bueno, pero seguimos viviendo en un país de gente explotada, lleno de miseria. ¿Cuántos de los putos están pensando en casarse cuando nuestra realidad es que en este país si tienes licenciatura ganas 5 mil pesos, si tienes maestría 8 mil y con doctorado 15? Antes que ver nuestra orientación veámonos como ciudadanos: llevemos nuestra lucha más allá de lo que sólo a nosotros nos atañe. ¡Hagamos algo por este país, carajo!

Cuando dice esto, en la mirada de Juan Jacobo se encienden las brasas de su juventud trotskista. Su lengua afilada no se ha visto mellada con el tiempo: por el contrario, se ha vuelto más aguda, incisiva y punzante. Por un momento el Juan Jacobo que tengo enfrente sólo se distingue del de la foto de “soy homosexual, ¿y qué?” por el pelo encanecido que le sirve de corona. Dice la canción que “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Pero cuando el caminante es joto, revoltoso y radical, andar no resulta suficiente: el camino se hace a punta de inteligencia, de rabia y de chingadazos contundentes.

@PaveloRockstar