Bashar al-Assad y Vladimir Putin durante una reunión celebrada en el Kremlin el pasado mes de octubre. (Imagen por Alexey Druzhin RIA NOVOSTI/EPA)
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La apuesta rusa por el régimen sirio se asienta en una relación estratégica de décadas que tiene su principal símbolo en la base naval rusa de Tartus. Por lo tanto es lógico que desde el principio del conflicto Al-Assad haya contado con el apoyo político ruso, cuyo detalle más determinante ha sido el veto sistemático de Rusia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contra cualquier resolución que reprobase la actuación de Damasco.Pero también ha fluido una importante ayuda logística y militar que ha implicado un importante desembolso económico para unas arcas rusas lastradas por la bajada del precio de los carburantes y las sanciones internacionales. En los meses previos al despliegue ruso el régimen de Al-Assad estaba dando algunas muestras de debilitamiento.Con varias derrotas militares a manos de los rebeldes que si bien no han sido estratégicas si pusieron en manifiesto el cansancio militar del ejército sirio y sus aliados de Hezbollah y las milicias iraníes poniendo en duda la capacidad de mantener lo que los iraníes llaman la "Siria útil" que incluye la costa, Damasco y Homs.Estado Islámico también aprovechó este cansancio para acercarse a la capital rompiendo la cacareada normalidad damasquina con bombardeos y atentados. La intervención rusa ha dado un giro radical a esta situación permitiendo recuperar la iniciativa al ejército de Al-Assad en enclaves tan importantes como Alepo.
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Soldados del régimen sirio celebran la toma de una población al sur de Alepo con la ayuda de la aviación rusa. (Imagen vía SANA/EPA)
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