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universidad

Las novatadas y los colegios mayores reproducen lo peor de la sociedad

La primera vez que un tío me puso la mano encima fue en una fiesta de colegio mayor, me arrinconó subiendo unas escaleras y me agarró fuerte del cuello para besarme sin mi consentimiento​.

Siempre que la gente pregunta dónde estaba cuando los aviones se estrellaron contra las torres gemelas el 11 de Septiembre del 2001, yo recuerdo que estaba preparando las maletas para irme a estudiar a Madrid. No sé explicar muy bien qué sentía entonces pero en resumen era una mezcla de ilusión con un miedo atroz. Tampoco sé muy bien por qué junto a mis padres decidí que lo mejor aquel primer año sería estar en un colegio mayor, ahora me parece una locura.

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Sinceramente la idea del colegio mayor, incluso de la universidad, se había construido a través de la ficción. En mi cabeza, todo era perfecto, yo iba a vivir en un espacio seguro para poder ir construyendo una vida en Madrid. Gente nueva, fiestas, la universidad, en la teoría todo parecía un sueño. Iba a trazar una línea en el suelo, iba a ser más libre, dejar “las provincias”, encontrarme por fin sin las ataduras que me asfixiaban en Vitoria.


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En cuanto mis padres salieron por la puerta del colegio mayor empezó la fiesta. Mi nombre dejó de ser Déborah, para convertirse en un Déborah Ah, con una a alargada, que cuando las veteranas pronunciaban le imprimían un desagradable tono sexual, como de gemido. Cada vez que me cruzaba con una veterana debía presentarme tal y cómo me habían rebautizado. Cada vez que alguna veterana me veía se dirigía a mí así. Otras chicas tenían que presentarse cantando, otras sin mirar a la veterana a la cara, en fin, todo respondía al capricho de quién estaba por encima de ti. La línea entre la broma y la humillación, entre la manera sutil de integrarte y el abuso era muy muy fina.

Por eso, cuando veo en bucle el vídeo de la chica siendo golpeada por su compañero en un colegio mayor me resulta casi obligado parar a reflexionar. Aquellos primeros meses estuvieron llenos de experiencias nuevas, de gente que ha formado parte de mi vida durante años, pero la mierda que nos comimos también fue demencial. Ahora deseo haber podido grabar lo que vi: novatos obligados a beber hasta perder la consciencia, chicas obligadas a bailar para chicos, chicos que las manoseaban, insultos, tocamientos, abusos.

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La primera vez que un tío me puso la mano encima fue en una fiesta de colegio mayor, me arrinconó subiendo unas escaleras y me agarró fuerte del cuello para besarme sin mi consentimiento. Me magreó las tetas y se marchó. Olía y sabía alcohol. En aquel momento pensabas “es normal, él es un veterano y tú una nueva", simplemente te callabas y seguías en la fiesta.

"La primera vez que un tío me puso la mano encima fue en una fiesta de colegio mayor, me arrinconó subiendo unas escaleras y me agarró fuerte del cuello para besarme sin mi consentimiento"

No era un caso aislado, la cultura de la violación es algo tremendamente presente en los comportamientos típicos de aquellos años. Intuíamos que no era normal, que algo iba mal, pero hemos tenido que esperar años para poder comprender en su totalidad que significaban ciertas cosas. Presumir la heterosexualidad de todos, presumir que era normal que te rifaran entre nuevos, que te subieran la camiseta, que te tocaran, que te humillaran y que en definitiva abusaran de ti. ¡Cuánto hemos aprendido desde entonces!

Pero es que en aquel momento pensabas “es normal”, él es un veterano y tú una nueva, simplemente te callabas y seguías en la fiesta. Ella es una veterana y tú te callas. Así es como funcionan las relaciones de poder en ese microcosmos que es el Colegio Mayor.

En aquellos momentos no eres consciente de nada, no eres consciente de que los comportamientos no son “normales”, participas de todo y en todo, para que no te etiqueten, bebes, haces el imbécil y consientes, porque quieres encajar. Encajar era obligatorio. Recuerdo la primera noche, me sacaron de la cama para ir hasta un parque, junto con otros compañeros y compañeras de colegios mayores para “socializar”, la socialización era algo obligado, no podías decir que no.

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Como joven universitaria que acaba de llegar a la capital se esperaba de ti unas cosas, si te salías de lo establecido, si te desmarcabas, te marcaban, y eso, es lo peor. El ritual de iniciación, la jodida excusa de la socialización de los que están por encima de ti para, en una única palabra, humillarte. Hay veteranas de las que guardo un recuerdo buenísimo pero esa pequeña cuota de poder, ese pequeño espacio, esas cincuenta o sesenta personas sobre las que están situadas, es algo demasiado deseable como para dejarlo pasar. El grado de ensañamiento variaba, obviamente, pero había auténticas cabronas dispuestas a joderte unos meses de tu vida.

"Estabas obligada a irte con chico del colegio mayor de turno con el que se te había emparejado, estabas obligada a quedar con él"

Estabas obligada a socializar, estabas obligada a ir a cada fiesta de cada día de cada colegio mayor. Estabas obligada a conocer a "tu nuevo" porque estabas obligada a ser heterosexual y si no lo eras te callabas. Estabas obligada a irte con chico del colegio mayor de turno con el que se te había emparejado, estabas obligada a quedar con él, la noche X, en el parque X, todo con el fin de conocer gente, muchísima gente, pero con unas connotaciones sexuales absolutamente desagradables. A "tu nuevo", estabas obligada a sonreírle, a hablarle, a acompañarle, aunque te pareciera un auténtico gilipollas y tú a él también. Obligados a beber, obligados a relacionarnos, obligados a ser quienes no éramos, o quienes no queríamos ser.

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El precio a pagar si no lo hacías era caro: la marginación y seguir siendo el novato o la novata de turno sobre la que recaían las bromas más desagradables. La chica de los recados de la veterana de quinto curso, que tenía su séquito de nuevas, arriba y abajo dorándole la píldora. Si tenías suerte podías ser la nueva chacha que les subía el equipaje, cosa que solo duraba unas horas, la nueva acompañante que se iba de compras con la veterana. Éramos el monito de feria de las veteranas.

Han pasado dieciocho años y nada ha cambiado. Los estudiantes que protagonizan el último escándalo han sido expulsados, pero no hay que olvidar que los directores y directoras de cada colegio mayor saben a la perfección lo que pasaba y lo que pasa. Los veteranos promueven estas prácticas, estas “novatadas” estas “bromitas”. Las practicaban año tras año, lo hacían en mi época y lo justificaban. La directora del CMU en el que yo estuve era la primera en llamar “siniestras” a las chicas que no entrábamos en la disciplina de colegio.

Conocen las prácticas, la forma en la que se coacciona y son ellos los primeros que barren la mierda hacia dentro. Los colegios mayores en aquella época —y algo me hace pensar que las cosas no han cambiado demasiado— reproducían lo peor de la sociedad. En los colegios mayores todo el mundo es heterosexual, en los colegios mayores todo el mundo bebe, en los colegios mayores todo el mundo es alucinantemente abierto.

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"La directora del CMU en el que yo estuve era la primera en llamar 'siniestras' a las chicas que no entrábamos en la disciplina de colegio"

Abusos, vejaciones, clientelismo, nepotismo… una serie larga de vicios de lo peor de la sociedad y a pequeña escala con su dosis diario de hijoputismo. Yo aprendí muy pronto a escaquearme, aprendí muy pronto a hacer lo que me daba la gana: a beber, a bailar, a besar, a quién me diera la gana, pero no todas las chicas ni todos los chicos eran tan fuertes.

Hubo gente que no aguantó los dos meses de novatadas. En mi primer año hubo incluso una madre que denunció al colegio mayor por las novatadas. La chica se cambió de colegio y nunca más se volvió a saber nada de ella. Han pasado dieciocho años y una hostia todavía resuena en mis oídos.

Sigue a Déborah en @soysauuce.

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