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Marca España

Un momento, ya es legal beber cerveza en la calle en Barcelona o qué

Lejos quedan esos oscuros días en los que te multaban cada fin de semana por beber una lata en la calle.
Gustau Nacarino / REUTERS

Era un clásico de los fines de semana. Terminar la noche bebiendo latas de cerveza en la plaza del MACBA de Barcelona, charlando tranquilamente sobre futuros profesionales imposibles o intentando flirtear patosamente, muy patosamente, con compañeras de clase; opereta que —demasiadas veces— terminaba de la misma manera: con la aparición inesperada de algún Mosso d’Esquadra pidiendo la documentación mientras un servidor intentaba ocultar la lata de cerveza detrás de la espalda, técnica absolutamente ineficaz.

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Recuerdo ese “No, no, es que la lata no es mía” pasando por el “Pero joder, si solo es una lata y no estamos molestando a nadie” hasta llegar al mítico “Tendríais que estar persiguiendo políticos corruptos en vez de multar a unos chavales bebiendo en la calle”, pero la multa caía igualmente. Una y otra vez, en todo tipo de situaciones. No recuerdo los importes pero como las pagaba tarde o ni las pagaba, alguna llegó a acumular tres cifras bastante imponentes, importe que se vería debidamente descontado en futuras nóminas o retenido en cuentas bancarias famélicas.

Pero pese a que beber en las calles de Barcelona sigue siendo ilegal —el intento de la alcaldesa Ada Colau de cambiar esa letal ordenanza de civismo, allá por 2017, no dio sus frutos—, parece que esos tiempos de multas eternas en la plaza del MACBA quedan ya muy lejos. No sé si será por la experiencia acumulada a la hora de esquivar momentos y lugares frecuentados por la policía o porque ya no soy ese jovenzuelo que SIEMPRE bebía latas en cal calle porque no se podía permitir una noche de bares, pero el caso es que últimamente cuando me paseo por la noche barcelonina con una lata en la mano en ningún momento tengo miedo a ser multado. Cuando pasan Mossos cerca de mí ya no sujeto esa lata como si fuera una bolsa con bebés robados a familias pobres para vender a los ricos. Ya no sufro al beber alcohol en la calle.

Puede que sea por mi actitud, por el hecho de que ya no me comporte como un degenerado y no vaya por la calle cantando el No Children de Mountain Goats de una forma especialmente apasionada, como si me fuera a morir si no lograba que todo el vecindario escuchara ese momento de la canción con esa frase que dice “And I hope when you think of me years down the line, you can't find one good thing to say”, cánticos que molestaban a los vecinos, quienes llamaban a los Mossos y a su llegada me multaban por beber y alterar el orden público.

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¡Qué maravilla la vigilancia ciudadana! Hasta donde yo sé, la calle es un espacio público, por lo tanto, de libertad e, inevitablemente, de conflicto. La calle como espacio de revueltas y la calle donde chocan formas muy distintas de entender la vida, sin que nadie tenga la razón absoluta pero sin duda sin que nadie tenga el derecho moral a castigar al que sea o actúe de forma distinta. Pero en fin, bienvenida ordenanza ciudadana de civismo.

PERO BUENO, mis noches de aventurarme en el alcohol siguen existiendo y sigo meando en la calle y llegando a casa sin saber cómo y durmiéndome en el metro y haciendo cosas de nula responsabilidad, aún así, ya no me paran policías por la calle ni me llegan denuncias ni nada. Son muy escasos los momentos en los que temo por una posible multa, de hecho realmente percibo como si fuera imposible que me pudieran multar, como si la policía ya se hubiera cansado de pasarse el día multando a jovenzuelos borrachitos —todo ese papeleo y toda esa guerra dialéctica con el acusado—, cosa que me parece bastante sensata.

¿Qué ha pasado? ¿El consistorio se ha relajado? ¿Se han dado cuenta de que todo eso de la ordenanza de civismo era una chorrada? No lo sé, pero me viene bastante bien. Puede que hayan sido esas hordas demenciales de turistas que se pasean por la calle bebiendo cerveza sin reparo las que hayan ayudado a aceptar esta nueva realidad. Que estén echando a los vecinos de los barrios al menos ha tenido una parte positiva, ¿no? No hay mal que por bien no venga, o eso dicen.

Claro que quizás todo esto esté en mi mente y las multas por beber en la calle sigan cayendo sin control pero me gusta pensar en ese limbo existencial en el que las normas estúpidas se han evaporado por completo.