Mi padre me enseñó a quererme después de declararme trans
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Identidad

Mi padre me enseñó a quererme después de declararme trans

Nunca olvidaré el día que me llamó "hija" por primera vez.

Siempre me sentí incómoda con mi padre. Yo no era como los otros hijos; era femenina, introvertida, y muchas veces mis relaciones eran con hombres. Cuando era pequeña era fácil convivir con él, pero a medida que fui creciendo, cada vez era más difícil conectar como padre e hijo.

Cuando iba en quinto grado (entre los 10 y los 11 años), los niños de mi colegio empezaron a llamarme maricón. Le pregunté a mi hermano qué significaba, y ahí fue que entendí que era gay. Mis compañeros se dieron cuenta antes que yo por mi manera de caminar, hablar, y vestirme. En este punto de mi vida fue cuando empecé a cambiar de ser una persona feliz a una adolescente que sufría de bullying y depresión.

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Nunca dije nada porque me daba pena, pero mis padres no se opusieron cuando les dije que me había unido a la Gay Straight Alliance (Alianza Gay- Heterosexual) de mi escuela, y me dejaron ir sin problema a mi primera Marcha del Orgullo Gay cuando tenía 13 años. No fue necesario salir del armario, ellos claramente me aceptaban.

A mi padre no le daba vergüenza ir conmigo al centro comercial a ver una película –a pesar de que yo llevara unas botas de tacón y un abrigo largo de piel (que mi hermano me regaló de Navidad). Era un adolescente travesti, y los hombres de mi familia me defendían y me ofrecían su aceptación incondicional. Sin embargo, el mundo exterior, fue menos generoso. Me acuerdo muy bien de un acontecimiento en particular: cuando tenía 14 años, una niña pequeña me preguntó si era niño o niña. Sin pensar, le dije que era niña. Me gritó, "¡no lo eres!" y se fue corriendo. Era muy común que me pasaran cosas así, pero aunque me pasaba a menudo, no significa que fuera menos cruel.

Casi estaba a punto de terminar el instituto, dejé la escuela. En cuanto pude me fui de casa; vivía solo en el pueblo donde crecí cuando tenía 17 años. No fue para alejarme de mi familia –simplemente necesitaba estar sola. Un año después, metí en cajas todo lo que tenía y mi madre me llevó en coche hasta Nueva York. Recuerdo estar en la cocina de la casa de mis padres y le dije a mi padre que me iría a vivir a Nueva York. Me daba miedo que se enfadara; no tenía dinero y no tenía planeado seguir estudiando.

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Pero mi padre me abrazó y me dijo que me iba a apoyar –de hecho, me dijo que mi seguridad y convicción le parecían inspiradoras. A lo mejor no le encantaba la idea de que su hijo menor se fuera a la ciudad más grande de Estado Unidos, pero supongo que sabía que me tenía que ir. Desde que era pequeña soñaba con la ciudad, por instinto sabía que era el lugar en el que tenía que estar.

Tan pronto como me fui de casa, me alejé mucho de mi familia. En Nueva York, podía desaparecer todas las noches; me perdía en los bares, en las fiestas, y en mi departamento oscuro. Traté de aliviar mis problemas de diferentes maneras, y nunca hablé sobre mi salud mental con mi familia.
Cuando tenía 22 años ya había vivido en Nueva York durante cuatro años –toda mi vida adulta. Fui a casa unas cuantas veces, para Navidad y para la boda de mi hermano. Pero fuera de eso, estaba lejos de mi familia, y de mí misma. Después de años de negación y de auto medicarme para calmar los problemas psicológicos que sufría, de repente dejé de hacerlo.

"Pasé años negando quién era yo realmente. Hice ejercicio para ponerme musculoso, intenté conseguir una voz más grave y coleccionaba con vergüenza ropa de mujer"

Pasé años negando quién era yo realmente. Durante ese tiempo, traté de convertirme en la imagen de lo que yo creía que era un hombre. Hice ejercicio para ponerme musculoso, intenté conseguir una voz más grave y coleccionaba con vergüenza ropa de mujer. Me había olvidado del adolescente travesti que se conocía a sí misma tan bien.

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Pero después de que algunos de mis amigos me ayudaran a tener una vida más saludable, empecé a ser más honesta conmigo misma. Dejé de intentar de obligarme a ser un hombre. A los 22 años finalmente entendí que era transgénero. Todos los obstáculos en mi vida cayeron como fichas de dominó y alcancé un nivel de claridad que no había tenido desde que era niña. Me costó una década, pero finalmente estaba lista para enfrentarme a mí misma.

Llamé por teléfono a mi madre y a mis hermanos. Fueron inmensamente comprensivos y alentadores, y eso me dio confianza, pero aún tenía miedo de hablar con mi padre. Por supuesto sabía que me aceptaría; como siempre lo había hecho. Pero era su hijo, y me daba vergüenza. No podía predecir cuál sería su reacción. Me contestó el teléfono y le dije: "Soy transgénero". Le expliqué que estaba pasando por una transición para poder vivir mi vida como una mujer.

Me dijo que me quería y después me dijo algo que jamás olvidaré: "No tengo expectativas sobre qué tipo de persona deberías ser". Empecé a llorar, pero no sé si se dio cuenta. Esas palabras han permanecido conmigo, y vuelvo a ellas con frecuencia, cuando siento que heridas del pasado se vuelven a abrir. Había tratado de ser un hombre toda mi vida, y saber que mi padre no esperaba eso de mí –que me amaba de cualquier forma– me hizo tener confianza, y me ayudó a darme cuenta de que no tenía absolutamente nada de qué avergonzarme. Los niños LGBT necesitan padres como él. Si no tenemos eso, es más probable que suframos.

Veo a mi padre una o dos veces al año, y trato de llamarle, pero no soy muy buena con eso de mantenerme en contacto. Tengo muchísimos recuerdos de nuestra relación. Recuerdo haber visto La guerra de las galaxias con él noche tras noche –es su saga favorita. Aún lo puedo escuchar cantando Bob Dylan los sábados por la mañana cuando era pequeña, tocando su guitarra acústica. Nuestras vidas han cambiado, toda mi familia se ha separado, pero aún estamos juntos.

Me acuerdo de muchos momentos con mi padre que me dieron confianza en mí misma, o que describen nuestra relación. Pero en particular hay un recuerdo que es muy especial para los dos: un día, más o menos seis meses después de mi transformación, recibí una carta suya. Estaba dirigida a Diana. Me dijo que estaba orgulloso de mí, pero eso ya me lo había dicho antes. Sin embargo, por primera vez en mi vida, mi padre me llamó hija.