Relaciones

Cuando dejar la tapa del váter levantada acaba con tu relación

"A lo mejor esta pandemia nos sirve para entender que el papel higiénico es de trogloditas".
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Ana. Todas las fotografías cortesía de los entrevistados

Simón está harto de que Ana deje unas cosas “que ni siquiera sé para qué sirven” colgadas detrás del perchero de la puerta del baño. “Es que imagínate que estás tranquilamente entrando en el baño para cagar y de repente, ¡PUM!, se caen esas mierdas al puto suelo”. “¡Son mis esponjas kongac!”, se defiende Ana. “Aquí está saliendo toda la mierda. Espero que estés contenta de romper esta pareja para siempre”, me increpa Simón. Les he preguntado si existen manías que su pareja haga en el baño que les molesten. Al parecer, hay más de las que pensaban.

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Dos personas forzadas a encerrarse en un piso de 30 metros cuadrados, duchándose y cagando constantemente en el mismo baño. Parece el resumen de un thriller de Netflix, pero es una situación real que muchas parejas están viviendo ahora mismo. En tiempos de cuarentena, las malas manías higiénicas del lavabo que dejamos pasar por alto pueden convertirse en un verdadero fastidio. De hecho, un estudio ha demostrado que el 66,5% de las parejas se plantearía dejar la relación si su novio o novia tiene mala higiene en el baño. No cambiar el rollo de papel higiénico, llenar las estanterías de productos de belleza o no tirar de la cadena son tres de las principales manías que más molestan a nuestros compañeros románticos.



Ana y Simón aseguran que no llegarían a dejarlo por un tema tan banal como el baño. Sin embargo, Simón puede enumerar varias manías de Ana que no le gustan demasiado. “Uso toallitas húmedas para limpiarme. Yo entiendo que eso es malo para el medio ambiente, pero el papel higiénico es un concepto errado y del pasado. A lo mejor esta pandemia nos sirve para entender que el papel higiénico es de trogloditas. A mí no me da gusto. Lo que me jode es que yo soy el único que lo usa y se preocupa de comprarlo, pero luego se acaba porque ella también lo usa cuando, en realidad, ¡es para mí!”. “Es verdad, lo uso”, reconoce Ana. Por su tono de voz, me la imagino cabizbaja y arrepentida. Temo haber destapado asuntos peliagudos que estaban mejor enterrados.

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“Pues nada, acaba de salir aquí el tema. El único que se preocupa de comprarlo soy yo. A ella le da igual”, prosigue Simón, corroborando que mis miedos no son infundados. “Aquí la única que se preocupa de limpiar soy yo”, se defiende Ana. “Eso es verdad”, concede Simón, y añade: “nunca hemos discutido por temas del baño, en realidad. Reconozco que me he calentado ahora. Cuando en una relación hay algo que te guardas acaba explotando y yo hoy he explotado, pero en realidad nunca discutimos”, asegura, intentando tranquilizarme.

Paula y Óscar son muy pulcros y consideran el baño una zona que podría llegar a crear conflictos. “Hay ciertas cosas que no se pueden pasar por alto, sobre todo cuando tienes solo un baño. No quiero ir a la mañana y encontrarme con el regalo que me has dejado en el váter hace una hora”, dice Paula. Su mayor problema con Óscar es que él suele llevarse el móvil al baño para entretenerse mientras hace sus necesidades y puede llegar a quedarse ahí “tres cuartos de hora”. “Estamos viendo una película y me dice: un segundo, voy al baño. Veinticinco minutos después tengo que ir a preguntarle si la quito o me la acabo yo sola. ¡Y resulta que él estaba viendo Twitter!”, se queja Paula.

Muchas veces, el principal problema de las parejas es la falta de comunicación. Nos guardamos las cosas que nos molestan por no crear un drama innecesario. A Paula parece que no le cuesta decir lo que piensa, aunque Óscar es más reservado. “Yo tengo mucho temperamento y si hay algo que me molesta suelo decirlo. Por ejemplo, si él pone a cargar la maquinilla de afeitar, le digo que cuando termine enchufe el deshumidificador porque si no no se seca la ropa”, asevera Paula. “Sí, yo soy más despistado, aunque si algo me incomoda se lo digo”, confiesa Óscar. “Yo no suelo hacer cosas que te incomoden”, protesta Paula. Una vez más, rezo por no haber removido demasiado las armoniosas aguas de la convivencia en pareja. Ambos aseguran que están llevando bien la cuarentena porque siguen trabajando. “No notamos mucho la diferencia”, comenta Paula.

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Judit y Darío cargan a sus espaldas seis años compartiendo piso así que la cuarentena no les hace sufrir demasiado. Judit tiene claro que “a mí me molesta que se acabe el papel y no lo cambie”. “Pero coger un rollo del estante es muy sencillo, es estirar la mano”, replica Darío. “Pues más razón me das, tan fácil es y no lo haces”, protesta ella.

“A él le molesta que tire los pelos de la bañera al váter pero no tire de la cisterna”, prosigue Judit. “No me molesta si los tiras al agua”, contesta él. “O sea, el problema es apuntar”, responde Judit. “Sí, porque en la pared del váter se ven más. Si los dejas en el agua el impacto visual es menor”, concluye Darío. “Estás destapando muchos problemas”, me recrimina él. No tengo excusas: soy una instigadora del caos.

Darío no aguanta que Judit entre en el baño mientras está meando. Tampoco se plantea lavarse los dientes si su pareja se encuentra en el váter. “Con esto no puedo”, confiesa. Pasar la barrera de hacer pipí frente al compañero romántico es algo que las parejas gestionan de forma diferente. Sara y David, por ejemplo, no llevan tanto tiempo viviendo juntos como Darío y Judit pero, “ya hemos roto esa veda”, confiesa ella. “La puerta del baño no se cierra nunca. Sabemos que está mal. Mi hermana dice que se va la magia pero, nuestra magia, en ese sentido, se fue hace mucho”.

Sara y David comparten un pequeño apartamento en Barcelona. La cuarentena les ha dejado encerrados en 30 metros cuadrados. “Vivimos en un piso muy pequeño, lo más lejos que podemos estar es si uno se encierra en el baño y el otro se pone en la puerta”, cuenta Sara. Ella tiene Trastorno Obsesivo Compulsivo de limpieza y es especialmente meticulosa con la higiene del baño. “Cuando él se afeita siempre quedan pelos. Son pelos tan pequeños que aunque los limpie siempre se quedan en un rincón, pero yo lo odio”, cuenta. “El otro día le vi quitando el vaho del espejo con un calcetín”, añade. Incrédula, le pido explicaciones a David, pero él no las encuentra. A veces, situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.

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Sara y David

Manu* decidió pasar la cuarentena con su novio y ahora se está arrepintiendo. “Está paranóico con la limpieza, desinfectamos el suelo dos veces por semana. Me obliga a lavarme las manos corriendo cuando vuelvo de la compra. Si dejo la tapa del váter salpicada de gotitas se pone enfermo. Y le digo: ¡chica, meas de pie, deberías entenderme”. Todos los días a las ocho se une a los aplausos. “Ya siento que me estoy aplaudiendo a mí mismo”, me confiesa. Nunca había compartido piso, ni con su novio ni con nadie, y el experimento le está dejando claro que era mejor así. “Yo no sé si lo dejaremos por culpa del baño, pero lo que sé es que dejaremos de lado la idea de irnos a vivir juntos”, acepta.

Reflexiono acerca de pasar la cuarentena en pareja. A mí me ha tocado hacerlo lejos de mi novio. Aceptaría con los ojos vendados discutir diariamente sobre el papel higiénico y la tapa del váter si pudiera estar con él. Todas las parejas que han hablado conmigo tienen una suerte enorme. ¿Qué importan las manías que podamos tener en el baño si, durante esta pandemia, podemos sentirnos un poquito menos solos al lado de la persona que nos ama?

*Manu ha preferido no revelar su nombre por si su novio se enfada.

@aria_dna.arias