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Identidad

Ser diagnosticado con VIH me enseñó a vivir

Aprendí que la vida es invaluable, y que uno es vulnerable. Que esto no es una enfermedad, sino una oportunidad para aprovechar la vida y vivir. Y para entender que vamos a estar bien.
Jeff Leavell. Photo courtesy of the author.

"Papi, contágiame".

"Disculpa, ¿qué?", respondí.

"Quiero ser positivo, papi. Soy negativo. ¿No quieres llenarme con tu semen infectado?".

Ese fue el comienzo de una conversación que tuve hace poco en Scruff, una aplicación de citas para gays. También fue el fin de la conversación, porque en lugar de darle un sermón al sujeto sobre la probabilidad de transmitirle mi VIH indetectable, simplemente lo bloqueé.

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Salí positivo en 2013, en el inicio de una nueva era del VIH: la era del PPrE, las medicinas antirretrovirales y las cargas virales indetectables. Es algo muy diferente a la época en la que crecí, rodeado de la devastación del Sida. Vi morir a un amigo de mi madre y el estigma que iba de la mano de la enfermedad.

Durante la mayor parte de mi vida adulta, el VIH fue el monstruo debajo de la cama, la peor cosa que me podría pasar.

Y luego me pasó. ¿Es todo lo que temía? En lo absoluto. Con frecuencia me impresiona lo bajo que ha sido el impacto del VIH en mi vida. Pero sí cambió mucho cómo veo el mundo y cómo el mundo me ve a mí.

Por un lado, enterarme de que tenía VIH me hizo ser consciente de mi mortalidad. Si algo así me podía pasar, entendí, cualquier cosa podría pasarme: aneurismas, cáncer, recibir una bala en la cabeza.

También me siento un poco contaminado, un poco sucio. Así empezó otra conversación en una aplicación:

"Espera… ¿tienes SIDA?".

Todos mis perfiles en páginas de citas muestran que soy VIH positivo indetectable; los configuré así porque es una de las primeras cosas que la gente ve, y así no tengo que estar diciéndolo una y otra vez.

"No tengo SIDA. Soy positivo indetectable", le expliqué, tal vez siendo demasiado amable.

"No hay diferencia. Sigues estando enfermo. ¿Me puedo contagiar si dejo que me lo mames?"

Ni siquiera sé como hablarle a gente así. Intento ser paciente, recordar que estas son oportunidades para educar.

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Pero de nuevo, ¿por qué tengo que ser yo el educador? Para empezar, está Google, y además hay miles de estudios, artículos, documentales y blogs que pueden enseñar al respecto. Un hombre gay que vive en un área metropolitana en 2016 y no sabe cuál es la diferencia entre el VIH positivo indetectable y el SIDA, es decididamente ignorante. Y probablemente merece ser bloqueado.

Pero de todas formas intenté ser paciente y le expliqué cómo son las cosas.

"Sí, pues suena muy arriesgado", respondió. "De pronto tu saliva se mete en mi verga o algo. Avísame cuando estés mejor y hablamos".

"No me voy a mejorar", escribí, oprimiendo 'enviar' antes de darme cuenta lo mucho que me arrepentía de haber escrito eso.

Y a veces me enfurece la injusticia de todo el asunto. Fui diagnosticado positivo a mis 44, dos años después de haber superado una adicción de 24 años a la heroína. Sé exactamente cómo ocurrió; fue con un fuck buddy que tenía. Alguien en quien confiaba (y en quien todavía confío). Habíamos dejado de usar condones desde hace años. Ambos nos hacíamos las pruebas frecuentemente. Yo era activo y la verdad creí que como yo estaba encima no había riesgo. Me sentí confiado. Él se sintió confiado. Un día me llamó para avisarme que lo habían diagnosticado como positivo. Tuvo mala suerte con otro tipo, y simplemente fue la tormenta perfecta.

Recuerdo pensar: no dejé la heroína sólo para contagiarme de SIDA. Y me acuerdo del momento en el que me dijeron, en el lugar de diagnósticos justo afuera del bar gay en el que trabajo, en una tarde de domingo. Me fui a mi casa llorando. Le dije a mi esposo, Alex; él me abrazó y me dijo que todo estaría bien. Que estaríamos bien.

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Y hasta ahora, Alex ha tenido razón. Hemos estado bien.

Soy afortunado. Tengo el apoyo de mi esposo y de nuestro novio, Jon. Recibo el amor de toda mi familia y amigos. Y me niego a esconder o negar mi estado. Lo menciono en Facebook todo el tiempo, y hablo de eso en todas mis redes sociales. Intento ser tan abierto como puedo, porque creo que es importante demostrarle a la gente que está contagiada y asustada que todo está bien, y que estamos bien. Podrán sentirse contaminados, o enfermos y feos, pero no lo somos. Ustedes son fuertes. Somos sobrevivientes. Seguimos aquí.

Recuerdo al amigo de mi madre, Tony. Era uno de los hombres más hermosos que he visto. Él nos cuidaba a veces a mi hermano y a mí, nos llevaba a almorzar y nos contaba las historias más inapropiadas sobre sus aventuras sexuales. Este tipo fue responsable de gran parte de mis fantasías de masturbación adolescente, e hizo que ser gay luciera para mí como algo glamouroso y mágico, lleno de sexo, amor y asombros. Cuando lo vi hospitalizado, enfermo, flaco y agonizante, sentí como si el mundo se fuera a acabar. Toda la belleza, el glamour y el amor que había encontrado se estaba desvaneciendo con hombres increíbles como Tony.

Intento recordarlo cuando alguien dice cosas desagradables u odiosas sobre mi estado. Intento acordarme de cuando fuimos por helado con mi madre y todos sus amigos gays después del funeral. Alguno prendió el radio y bailamos y reímos en el atardecer de Nueva York. Cuando le pregunté a mi madre por qué reíamos, ella dijo, "porque estamos cansados de llorar, hijo. Porque es mejor reír".

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Es a ellos a quienes recuerdo cuando otros intentan molestarme. Hermosos y fuertes, todos ellos ahora están muertos.

Cuando me diagnosticaron como positivo, me prometí a mí mismo y a todos esos hombres que murieron que esto tendría significado. Tomaría esto que me pasó y sacaría algo bueno de eso.

Cuando me acuesto en mi cama y me siento aterrado, y pienso que la heroína o un porro son lo que necesito para calmarme, pienso en esa promesa que hice. Cuando temo tanto al fracaso que me imagino empacando mi propia vida y desapareciendo, recuerdo que esto tendrá significado. Que haré algo al respecto.

Voy a vivir. Incluso si eso significa vivir con VIH, voy a vivir. Y voy a vivir todo lo que pueda. Por esos hombres que bailaban. Por Tony. Por todos nosotros.

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