Los cobayas son esa especie de mega-hamsters de rostro mofletudo que chillan cuando los aprietas. Fueron domesticados en el siglo XVI, cuando los exploradores los llevaron a Europa desde las Américas, donde se convirtieron rápidamente en una mascota popular entre las clases altas. Mientras tanto, la gente que vivía cerca de las montañas de los Andes siguió cocinando y comiendo cobayas como habían hecho durante siglos. Bueno, vale ya de tonterías. Lo que os veníamos a contar es que, si en algún momento vais a pasaros por los Países Bajos, hay por allí una pequeña aldea de cobayas que si queréis podéis adoptar: para comer (por favor, no), estrujar o cualquier otra cosa que deseéis. Allí se pasan el día entero rodando sobre la hierba esponjosa, entre diminutos molinos de viento y gnomos en miniatura sosteniendo saxofones. Hay incluso una zona separada, más tranquila, donde los cobayas de más edad pasan su jubilación sobre un lecho de dorado heno rodeados de cacas y vegetales podridos. Puede que huela a mierda, pero si nos dieran la oportunidad contendríamos la respiración el tiempo suficiente para ponernos un cobaya en cada mano y restregárnoslos tiernamente por la cara hasta hacernos estornudar.
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