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La hora feliz: Bukowski’s Bar, homenaje a los escritores borrachos

En esta entrega de 'La hora feliz', exploramos el Bukowski's Bar, sus cocteles poco convencionales y sus historias de borrachos.

Bienvenidos de nuevo a La hora feliz; en donde cantineros de bares, cantinas y restaurantes de México nos cuentan las mejores historias de borracheras que guardan sus barras mientras exploramos sus tragos más emblemáticos. En esta entrega, exploramos el bar Bukowski's Bar en plena hora feliz.

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"Nos van a patear, ¿verdad?", le dice un bartender a Claudia. La chica da un vistazo al salón que dirige desde hace unos años. Las mesas del Bukowski's Bar están llenas, se escucha el bullicio provocado por las conversaciones pero prácticamente nadie está consumiendo nada. Uno que otro distraído toma un café o una cerveza. Ella mira su reloj, en cinco minutos serán las siete de la noche. Levanta la cara, ve al chico tras la barra y le responde: "Sí. Nos van a patear. Hay que prepararnos".

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A las siete en punto la gente comienza a ordenar. Pareciera que los parroquianos —o huéspedes, como los llaman aquí— se pusieron de acuerdo. Casi. Todos ellos saben que, como todos los días, ha comenzado la "hora feliz" y durante 60 minutos piden al dos por uno los tragos y cocteles que los bartenders diseñan para este sitio de la calle de Hamburgo 126, en la librería El Péndulo de la Zona Rosa.

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Los meseros van de la barra a las mesas y de regreso. No hay que darles tregua, hay que beber tanto como lo hacían los escritores y poetas borrachos a quienes se les rinde culto en las paredes de este bar: Charles Bukowski, Humphrey Bogart, Kafka y más.

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Llegan a las mesas las bebidas en vasos cortos o copas, coquetas todas. Un tipo solitario bebe mientras chatea en su teléfono celular, una chica da pequeños sorbos a su vaso sin despegar nunca la mirada del libro que acaba de comprar, una pareja brinda por el amor. Un grupo de treitañeros que dos horas antes tomaron al Bukowski's como lugar de trabajo, han olvidado qué fueron a planear una estrategia de ventas y ya le están dando al trago. De pronto uno grita, ha resuelto el dilema que los llevó a extender la oficina al bar, lo otros alzan la copas y brindan, las mejillas de todos se chapean más. Ellos son la prueba de que los proyectos fluyen mejor con un martini.

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El Bukowski's bar abrió hace casi ocho años, el 28 de abril del 2010. A Jaime Ades y demás socios de El Péndulo —la librería con cafetería que es una suerte de centro cultural de barrio— se les ocurrió agregar al concepto la venta de bebidas alcohólicas. "Y si Charles Bukowski hubiera puesto un bar en México", declaró en una ocasión Ades, "hubiera escogido la Zona Rosa".

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En la terraza los tragos también fluyen. Y aunque las luces de hoteles y establecimientos cercanos se cuelan, en realidad favorecen la atmósfera de taberna que se respira en el sitio. La Zona Rosa es pretenciosa, siempre se ha creído culta y "nice", pero nunca lo ha logrado. Lo que si le salen bien son la fiestas. ¡Y qué fiestas!, de las buenas, con lentejuela, alcohol adulterado o barato, con música electrónica o rock noventero para chavorucos. Por eso sorprende que en medio de ese escenario haya un lugar con halo de bohemia, de bar antiguo.

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Su carta de cocteles me llama la atención por basta —tiene cerca de 30—, barata —en pocos lugares de la Ciudad de México uno pueda tomar un par de cocteles bien mezclados y balanceados por menos de cien pesos, o shots de mezcal, tequila o cualquier otro licor al dos por uno— y, sobre todo, porque se han atrevido a convertir un simple café en un trago de bar y no le tienen miedo a crear combinaciones con el mezcal.

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Voy dispuesto a tomar los tragos que me sirvan Gustavo y Jonathan, los bartenders que están en ese momento. En una de esas me preparan algún coctel que ellos hayan diseñado. Cada determinado tiempo se realiza una convocatoria con los bartenders de los tres bares que tiene El Péndulo y cada uno diseña tres tragos. Luego de una degustación surgen tres bebidas ganadoras que se ofrecen en una promoción trimestral. Al final los más consumidos entran a la carta. Para la época decembrina, por ejemplo, diseñaron unos cocteles de ponche.

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Gustavo me da una degustación de tres mezcales (de Guanajuato, Tamaulipas y Oaxaca). 'Sampler Diego', le llaman. Están servidos en orden, desde el más suave, con 36 grados de alcohol, hasta el más robusto de 41, que envuelve la boca con ese buqué de humo y maguey. Me dan también para acompañar unas flautas de pollo bañadas con salsa verde y roja y espolvoreadas con queso Chiapas; muy buenas, pero no le quitan protagonismo al trago; al igual que los tacos, las costillas, las papas y los demás platillos que se sirven en este bar, sólo son un buen acompañante.

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Sin embargo, aún sigo con expectativas. Espero un coctel. Cierto que en la hora feliz uno puede disfrutar al dos por uno de cualquier alcohol, pero lo que distingue al Bukowski´s son, precisamente los cocteles. Gustavo prepara el primero. Tiene el aspecto de un bloody mary, se llama 'Tequila Guerrero' y es una mezcla de tequila, granadina, limón, tamarindo y unos toques de esencia de chile habanero y chile serrano. El contraste de sabores me recuerda a las golosinas picositas que compraba de niño afuera de la primaria: el pulparindo, el tamarindo con chile de Acapulco, el raspado que llaman diablito y el Miguelito.

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Recojo mi vaso y me dirijo a la barra. Gustavo prepara un tercer trago. La atmósfera se presta para hacer plática de borracho con este bartender que hace ocho años dejó la Escuela Superior de Ingeniería Civil del Politécnico por elaborar cocteles. Como muchos tuvo que decidir entre contribuir al gasto familiar o la escuela. Además le gusta el bar.

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"¿Es complicado diseñar un coctel?"

"El problema es crear un coctel que en verdad te guste. Lo difícil es equilibrar los ingredientes. Una vez hice un coctel con pimienta y clavo, a eso se le agregué salsa tabasco. Como base utilicé mango y mezcal. Le nombré 'Fresco atardecer'. La gente puede pensar: ¿A qué sabrá esa cosa?, pero cuando llegan los huéspedes, lo prueban y te dicen, la verdad: Sí me gustó, es algo a lo que no estaba acostumbrado, superó mi expectativa".

"¿Y es cierto eso que se dice de los bartender, que son conquistadores?".

"Los bartender no somos mujeriegos, sólo tenemos fans".

Trato de indagar sobre alguna historia. El bartender y el cantinero en momentos de crisis se vuelven confidentes de borrachos de bar. Pero estos hombres son como los médicos: tienen ética, no recuerdan lo que les cuentan el borracho en turno.

"Todo lo que te dice la gente tienes que callártelo".

"¿Entonces aquí no hay historias de decepción amorosa o algo así?".

"Aquí no. Aquí tenemos un semáforo. Si vemos que ya está mal un huésped, se le para la venta de alcohol para que no le vaya a pasar algo".

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Gustavo me da la siguiente bebida. De un trago termino lo que tengo en mi vaso para probar la otra mezcla que hizo con mezcal, pepino macerado, jugo de limón y jarabe servido en un vaso escarchado: un 'Mezcal Josefa'. Para el calor citadino de la una de la tarde cae muy bien. Es refrescante y marida con unas papas bravas que me ofrecen.

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Para entonces ya estoy un poco entonado. Nada de qué preocuparse, creo. Jonathan, otro bartender, me prepara un trago más. Intento con él obtener una historia de bar y me la da:

"Hace un tiempo un argentino llegó al Bukowski's a buscar a una chica. Estaba recorriendo el continente hasta encontrar a aquella mujer que le había robado el corazón. Para su mala suerte no la encontró tampoco en la Zona Rosa de la Ciudad de México, pero Jonathan le cayó muy bien. De recuerdo y como muestra de amistad le dejó un billete de dos dólares. De esos raros."

Jon me da un coctel hecho con whisky, amareto y cerveza de barril. Lo han nombrado 'Chela Brandon'. Me sugieren acompañarlo con unas costillas de cerdo con papas. Es una combinación segura, aunque esta vez prefiero beber el coctel solo. Ese viaje que hace el amaretto entre lo amargo de la cerveza y lo seco del whisky hay que disfrutarlo sin interrupciones.

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El último coctel que pruebo es el 'Kafkafé', un batido de helado de café con vodka. En realidad parece una malteada con alcohol. Tal vez es la bebida menos afortunada que pruebo esa tarde. Aunque todo es cuestión de gustos. Decido acompañarla con unas pequeñas hamburguesas que me dan a probar.

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Si por mi fuera me quedaría toda la tarde en ese lugar bebiendo y comiendo, sobre todo después de enterarme que los martes todo el día el alcohol está al dos por uno. Sin embargo, salgo del lugar con esa euforia que siente todo bebedor cuando no llega a la borrachera pero queda entonado —el primer estado de la borrachera—.

Da gusto encontrar sitios fieles a esa costumbre mercadológica que hace ganar tanto a clientes como a negocios: la hora feliz (ya ni los cines tienen esas promociones), donde un buen coctel recuerda que en medio del bullicio hay espacios para la calma.

Fotos del autor. Ilustración de Carlos Castillo.