Soy Leyenda: Ronaldo Nazário
Ilustración de Dan Evans

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el legado del fenómeno

Soy Leyenda: Ronaldo Nazário

Pocos jugadores han demostrado un mayor amor por el fútbol que Ronaldo Nazário, que fue capaz de superar una terrible lesión y convertirse en el mejor delantero de la historia.

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La serie Soy Leyenda vuelve a los estadios para rendir un merecido homenaje a uno de los mayores iconos futbolísticos de todos los tiempos: el delantero brasileño Ronaldo Nazário da Lima. Ah, cuánta nostalgia.

Superman

El Valencia CF tiene el balón e intenta sacarlo desde atrás. Gica Popescu, enfundado en la mítica camiseta azulgrana de Kappa, salta al quite; el balón queda suelto. Iván de la Peña se acerca para controlar la pelota, pero de repente se aparta: algo, un ente de una potencia desmesurada, se cruza en su camino y se lleva el esférico. ¿Es un pájaro, es un avión?

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Este extraño ser, que visto desde lejos cuesta de distinguir de un AVE puesto a máxima velocidad, empieza a galopar por el campo. Los defensas del Valencia intentan detenerle como sea: se cruzan en su camino, le empujan, le patean, intentan que caiga al suelo. No tienen éxito. No hay nada que hacer contra esa fuerza de la naturaleza.

El ente entra al área como una exhalación, se escapa del sándwich que querían montarle dos zagueros apartándoles como si fueran muñecos, acomoda el cuerpo y define mandando la pelota al palo largo. Andoni Zubizarreta, el portero valencianista, no puede hacer nada más que mirar.

Gol. Pero qué gol, además: ¡qué gol!

¿Es Superman?

No: es Ronaldo Nazário da Lima.

Ronaldo —el original, el brasileño, el Fenómeno— llegó a Barcelona en verano de 1996 procedente del PSV Eindhoven. El club holandés le había fichado del Cruzeiro, donde el delantero había impresionado al mundo; tanto, de hecho, que el seleccionador Carlos Alberto Parreira se lo había llevado como reserva al Mundial de 1994 cuando Ronnie apenas tenía 17 años.

Ronaldo aterrizó en un Barça sumido en la incertidumbre tras la marcha de Johan Cruyff. Después de ocho años bajo la guía del carismático entrenador neerlandés, el club necesitaba figuras a las que agarrarse, así que pasó de confiar en un entrenador que servía de escudo contra todo y contra todos a ligar su destino a un futbolista.

No puede decirse que la cosa funcionase mal. La campaña empezó titubeante, y el público del Camp Nou nunca aprobó especialmente el juego que proponía el nuevo entrenador, Sir Bobby Robson —quien, por cierto, había llegado a Barcelona acompañado de un prometedor técnico asistente: un tal José Mourinho—. Aún así, el equipo logró sobreponerse gracias a varias noches mágicas y terminó ganando la Copa del Rey y la Recopa de Europa.

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Ronaldo de pie y el defensor en el suelo, derrotado: esta fue la estampa más habitual del delantero brasileño en Barcelona. Foto de Gustau Nacarino, Reuters

Ronaldo acabó el año con cifras récord: 47 goles en 49 partidos en toda la temporada. Solo en liga, el brasileño marcó 35 tantos, un número que ni siquiera el gran Romário había alcanzado.

Se trataba sin duda de un fichaje estratégico, un acierto descomunal de la directiva. Ronaldo no solo metía goles a mansalva: también encarnaba la figura del futbolista con gran peso mediático que en un futuro cercano iba a dominar el mercado. De algún modo, el brasileño era un puente hacia el fútbol del siglo XXI.

La pena para el Barça es que apenas un año después de haber llegado, Ronaldo se marchó al Inter de Milán. La leyenda del Superman culé quedó en la retina de los aficionados españoles, pero fue un sueño efímero debido a la ambición desmedida de su agente y a la tacañería de la directiva. Afortunadamente para el club azulgrana, Rivaldo recogió su testigo.

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Ronaldo firmó por el Inter en verano de 1997, previo pago de 4 000 millones de pesetas de la época —unos 24 millones de euros, sin tener en cuenta la inflación— de Massimo Moratti al Barça. En Milán, el brasileño protagonizó buenas campañas, pero nunca recuperó el mismo nivel de brillantez desbocada que le había caracterizado en Barcelona…

…aunque eso no implica que dejara joyas de todos los colores, como su inolvidable regate al portero laziale Luca Marchegiani en la final de la Copa de la UEFA de 1998.

El Mundial de Francia 1998 fue la primera gran prueba de fuego para Ronaldo. El brasileño llegó al torneo gala como gran icono mundial del fútbol: en los años previos a la cita mundialista, la multinacional norteamericana Nike había convertido al Fenómeno en el centro de innumerables campañas publicitarias. Una inmensa audiencia global estaba pendiente de hasta el más mínimo movimiento del delantero.

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Ronnie, pues, no solo jugaba a fútbol: también era el símbolo del fútbol del futuro en todos los aspectos. El brasileño fue el primero en recorrer el camino de la ultramediatización que comenzó a mediados de los años 90 y cristalizó a principios de los 2000 con jugadores como David Beckham y Ronaldinho.

Evidentemente, ese nivel de presión no podía ser sano para un ser humano. A Ronaldo, el ruido y la locura terminaron por hacerle claudicar la noche anterior a la final de la Copa del Mundo.

En Francia 1998, Ronaldo recibió una presión desbocada… y al final terminó claudicando. Foto de Oleg Popov, Reuters

Antes de alcanzar la final, el brasileño había jugado un excelente torneo; había metido cuatro goles y había colaborado decisivamente en el camino de Brasil hasta la final de París —que, por cierto, debían jugar frente a la anfitriona Francia. El día antes, sin embargo, Ronaldo pasó por una crisis —¿cardíaca, nerviosa, epiléptica? Aún hoy no está claro— que lógicamente afectó su rendimiento al día siguiente.

En el partido decisivo, Brasil fue borrado del campo por una Francia rocosa y solidaria liderada por otro crack en ciernes: Zinedine Zidane. Ronaldo estuvo gris. Los locales se convirtieron en campeones del mundo: Brasil no pudo repetir el triunfo de 1994.

Ronaldo volvió a casa triste… pero ojo: el fútbol tiene una importante parte poética, que a nadie se le olvide. El Fenómeno merecía una segunda oportunidad… y los dioses del balompié, si es que existen, estaban dispuestos a concedérsela si antes pasaba por su calvario particular.

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La redención del Fenómeno

El punto más bajo de la carrera de Ronaldo no fue esa derrota en Saint-Denis, sino que llegó varios meses más tarde… y por partida doble. El primer golpe llegó en un nefasto 21 de noviembre de 1999. A medio partido entre el Inter y el US Lecce, Ronaldo fue a controlar un balón, hizo un mal gesto… y la rodilla dejó de responderle. Los doctores le confirmaron el mal presagio: haría falta cirugía.

Ronaldo se operó del tendón de la rodilla e inició un proceso de recuperación que debía concluir el día 12 de abril del año 2000, cuando el brasileño por fin regresó al campo en un encuentro de Coppa Italia frente a la SS Lazio.

El Fenómeno saltó al campo en la segunda mitad y tocó un par de balones con normalidad. Todo parecía ir bien hasta que, en un contragolpe, el brasileño intentó encarar al defensa, tiró una de sus legendarias bicicletas… y la rodilla le falló. Ronaldo cayó al suelo y seguidamente se agarró la pierna, inconsolable: solo había podido jugar siete minutos.

Tocaba volver a operarse, volver a recuperarse, volver a empezar desde cero.

¿Podría?

Las lágrimas de Ronaldo el día de su lesión frente a la Lazio fueron las lágrimas de los seguidores del Inter… y del fútbol en general. Imagen vía Reuters

Si algo demostró Ronaldo a lo largo de su carrera fue amor por el fútbol. Él vivía por este deporte; fuera del campo era un chico alegre y reservado, sin excesivo interés por el mundo que le rodeaba. Su amor era la pelota. A ningún fan le importa que traicionase sus colores para irse al rival; Ronaldo era demasiado alegre, encarnaba demasiado bien el juego para enfadarse con él.

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Seguramente fue por eso, por esas buenas vibraciones que siempre transmitió, que el fútbol le concedió la oportunidad de redimirse. El brasileño se perdió la mayor parte de la temporada 1999-00, la 2000-01 entera y parte de la 2001-02; regresó a los campos siendo un futbolista mucho más pesado —Gordo, le empezaron a llamar con crueldad— y menos ágil… pero también más listo.

El Fenómeno de Barcelona dejó de existir con la segunda lesión, pero a cambio el balompié ganó un jugador quizás aún más letal, un asesino que no necesitaba una cabalgata para destrozar a la zaga: al nuevo Ronaldo le bastaba una carrera por partido para imponer su ley.

El Mundial de Corea y Japón 2002 se convirtió en el escenario perfecto para representar el nuevo acto de su obra.

Ronaldo protagonizó una de las fotos del Mundial de Corea y Japón 2002 en un partido frente a Costa Rica. Foto de Suhaib Salem, Reuters

Brasil llegó a Corea y Japón con un equipo mejorado con respecto al de 1998. Aunque el estado físico de Ronaldo era una incógnita, la canarinha seguía disponiendo de los veteranos, como Rivaldo, Cafú y Roberto Carlos, y además había sumado una serie de jóvenes valores liderados por un pequeño mago mulato que compartía nombre con el Fenómeno: Ronaldo de Assís Moreira —mejor conocido como Ronaldinho.

En el torneo asiático, los cariocas fueron una auténtica apisonadora. Brasil superó la fase de grupos ganando todos los partidos y posteriormente fue superando eliminatorias una tras otra. Ronaldo, de quien se dudaba, estuvo pletórico: marcó la burrada de ocho goles y llevó a su selección a la final en volandas. La Alemania de Oliver Kahn no fue rival: los brasileños se impusieron por 2-0… y Ronaldo metió los dos goles.

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El Fenómeno quizás ya no fuera el mismo de antes de la lesión, pero seguía siendo el mejor.

La última gran aventura

El Real Madrid de los Galácticos se dio cuenta de que en las botas de Ronaldo todavía quedaba infinidad de fútbol y lo eligió como gran objetivo en verano del año 2002. Tras una operación rocambolesca que a punto estuvo de terminar con Fernando Morientes en Barcelona, el equipo blanco se hizo con los servicios del brasileño el último día del mercado: al día siguiente, las camisetas con el número del Fenómeno se agotaron de la tienda.

El hype con Ronaldo quedó justificado en el mismo día de su debut frente al Club Deportivo Alavés: apenas un minuto después de saltar al campo, el delantero controló un centro desde la izquierda de su compatriota Roberto Carlos y fusiló al cancerbero rival.

En la campaña de su llegada, Ronaldo ganó la Liga y la Copa Intercontinental con el Real Madrid. El brasileño ofreció noches maravillosas rodeado de un conjunto de una brillantez cegadora pero discontinua: los Galácticos eran capaces de jugar al fútbol como nadie gracias a su infinita calidad individual, pero no siempre ofrecían su mejor versión. Eran un equipo de picos increíbles más que de trabajo duro en el día a día.

Una derrota en las semifinales de la Champions League frente a la Juventus de Turín finiquitó la etapa de Vicente del Bosque en el banquillo madridista; Fernando Hierro también se retiró en el verano de 2003. David Beckham llegó como el último gran galáctico, pero a partir de ahí el Real Madrid pasó por unos años irregulares.

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El Fenómeno siguió marcando —en sus dos primeras temporadas en la capital española, Ronaldo anotó 30 y 31 goles—, pero no fue capaz de guiar a su equipo a los títulos. La llegada de Fabio Capello en verano de 2006 marcó el principio del final de la etapa madridista del brasileño; en enero de 2007, Ronaldo fue finalmente traspasado al AC Milan.

El Ronaldo que llegó a Madrid era más lento y pesado que el que deslumbró en Barcelona… pero probablemente fuese aún más letal. Imagen vía Reuters

Como decíamos antes, la fidelidad a unos colores concretos nunca fue el fuerte de Ronaldo. Tras pasar de Barcelona a Madrid, el brasileño confirmó su escaso compromiso pasando del Inter al Milan; quizás fuese por el karma, pero el caso es que en la capital lombarda volvió a lesionarse de gravedad.

En 2009, el Fenómeno, ya muy ajado, volvió a su Brasil natal para disputar sus últimas campañas con el Corinthians. El físico ya no le perdonó: en 2011, tras varias lesiones y en un estado de forma más bien a deplorable, Ronaldo no tuvo más remedio que dejar caer el telón definitivamente y retirarse.

El momento: Estadio multiusos de San Lázaro, 12 de octubre de 1996

Si hay un momento que defina a Ronaldo, este es sin duda el gol que anotó frente al SD Compostela —Compos, para los fans— en 1996. El tanto no solo condensa la exuberancia física y técnica del delantero: también explica su irreductible voluntad de jugar, de no rendirse pasara lo que pasara y se cruzara quien se cruzara.

El tanto no requiere descripción alguna: es tan espectacular que habla por sí solo. Hasta Sir Bobby Robson, que las había visto de todos los colores en sus décadas de experiencia, se levantó del banquillo con las manos en la cabeza, incrédulo. Posiblemente era la primera vez que presenciaba una explosión de potencia como esa.

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Metafóricamente, Nike aprovechó el gol para producir un anuncio: difícilmente podríamos encontrar mejor ejemplo de lo que significó el delantero brasileño para su generación que este momento.

El primer jugador del siglo XXI en todos los aspectos: eso fue precisamente Ronaldo Nazário.

Declaración final

"Para mí, Ronaldo es el más grande. Era tan bueno como Pelé. No había nadie como él: nadie ha influenciado tanto el fútbol y los futbolistas como Ronaldo"

Zlatan Ibrahimović, delantero sueco cuya carrera no podría entenderse sin Ronaldo

Ronaldo Nazário fue un regalo para el fútbol: hizo felices a los fans de cuatro de los mayores clubes del mundo, dio una alegría inolvidable a una nación loca por este deporte y marcó el camino para una generación de delanteros. Si a mediados de los años noventa Éric Cantona señaló hacia dónde iría este deporte con su "au revoir", Ronaldo nos dio la mano para guiarnos en este viaje hacia el futuro.

La herencia del Fenómeno, más allá de sus goles, es el fútbol actual. Habrá quien deteste el deporte moderno por su tendencia al espectáculo y ultracapitalismo: pero difícilmente encontraremos a alguien que odie a Ronaldo Nazário. Al fin y al cabo, ¿quién podría odiar a un brasileño risueño que llegó a ser el mejor dedicándose a lo que le hacía más feliz?

Sigue al autor en Twitter: @kj_mestre