‘Horses’ de Patti Smith me sigue enseñando cómo ser libre

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Noisey

‘Horses’ de Patti Smith me sigue enseñando cómo ser libre

Su rechazo a encajar dentro de la visión universal que tenemos de la feminidad me ayudó a ganar confianza en mí misma.
Daisy Jones
London, GB

Según las extrañas leyes de la sociedad, hay ciertas cosas que los chicos y  las chicas "se supone" que tienen que hacer según cuál sea su sexo. Cuando eres joven, puede ser fácil internalizar estas ideas, como si la ley hubiera decretado que todos los intereses tienen que caber de forma ordenada dentro de la caja de un sexo. Pero a medida que vas creciendo, te vas dando cuenta de que eso es una gran gilipollez. A los tíos les puede molar la purpurina y los pintalabios y las tías pueden ser pilotos de coches de carreras, y cualquiera puede decidir que no le va ni una ni otra cosa independientemente de su sexo. Todos estamos hechos de oxígeno, huesos y tejido muscular, y cualquier cosa de este mundo debería estar abierta a cualquier ser humano que reúna estos elementos.

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Sin embargo, para que podamos darnos cuenta de esa gilipollez tiene que haber un catalizador, y para mí fue ese catalizador fue Patti Smith. Nací a principios de los 90 en Inglaterra, dos décadas después de que publicara su primer álbum, así que para mí hablar de su legado dentro del contexto del Nueva York de los 70 sería como si mi abuela pretendiera escribir un artículo de reflexión sobre Lil Yachty. Pero lo que sí puedo decir es que descubrir todas sus maravillosas peculiaridades de adolescente determinó la forma que tengo de pensar en el sexo, la libertad y otros temas que me gustaría aplicar a mi propia existencia. Y desde entonces siento la necesidad de refrescar todos esos temas una y otra vez.

Como mucha gente, mi primer contacto con Patti Smith fue a través de su icónico álbum de debut, Horses, ese disco en el que nos mira fijamente desde la portada en blanco y negro, vestida con una impecable camisa blanca, sujetándose los tirantes y con una chaqueta negra sobre el hombro. A diferencia de la música que publicó un par de años después en Easter, donde exploró un sonido más accesible,  Horses es una creación sobrenatural y desconcertante que parece salir directamente de las ranuras más oscuras de su mente. Su voz chirría, casi desafinada. Siendo una quinceañera llena de hormonas cuyas aficiones favoritas eran atiborrarse de pastillas y escribir poemas horrorosos, su peculiar sentido del ritmo y letras surrealistas se asentaron como una semilla dentro de mi cerebro. A esa edad, Patti Smith me hacía sentir como si fuera la única persona cuya mente se sentía atraída hacia todas direcciones por una fuerza caótica pero invisible.

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La canción que no dejo de escuchar es "Land", el tema de 9 minutos que cierra el disco y que incluye tantas formas y ritmos salvajes que parece como si Patti estuviera pintando una obra de arte abstracto con su voz. Se tira los dos primeros minutos recitando un poema ella sola. Su voz empieza casi como un murmullo, pero a medida que avanza el poema, su voz gana velocidad y fuerza, como si estuviera a punto de caer presa de una posesión satánica. "Empezó a estampar la cabeza contra el armario, empezó a estampar la cabeza contra el armario, empezó a reírse de forma histérica", escupe, con una voz que va decayendo como su fuera un accidente de avión y una línea de guitarra firme se va construyendo por debajo de sus palabras. Para cuando empieza a cantar "Horses! Horses! Horses!", empiezas a sentir que eres tú el que te estás dando cabezazos contra un armario. Al final, la canción encuentra el equilibrio con un riff de guitarra melódico, y todo vuelve a estar bien. Es lo que siempre hace Patti Smith, te empuja hacia el caos y luego te vuelve a arrastrar hacía él, de forma que llegas a sentir como que te falta la respiración.

"Land" no me gustó de inmediato. La poesía improvisada no es muy bailable, el estribillo no engancha como las canciones de las Spice Girls y dura el doble que la mayoría de canciones. Pero aun así, es un tema penetrante, extraño e intransigente. Cuando sonó por mis altavoces por séptima vez consecutiva, empezó a tener sentido para mí. A Patti Smith le importa una mierda que su música suene atractiva o fácil de digerir, y no trata de esconder las salvajadas que salen de ella cada vez que acerca la boca un micrófono. No suena como nada que hubiéramos escuchado antes, o después.

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Siendo una adolescente que odiaba ponerse vestidos, llevaba el pelo corto cortada por mí misma y quería ser skater, el rechazo de Patti a adaptarse a la visión universal que tenemos de la feminidad me ayudó a ganar confianza en mí misma. Nunca me vi llevando tacones ni demasiado maquillaje sobre mi rostro, parecía que eso no iba conmigo. No me gustaba cómo me observaban algunos chicos, como si fuera un trozo de pastel listo para comer. Pero cuando eres joven e impresionable, crees que debe de pasar algo raro contigo y que si intentaras adaptarte al resto todo te iría mejor. Pero en las frías mañanas de camino al instituto, mientras fumaba cigarrillos de liar y escuchaba Horses en mi iPod, me decía a mí misma que mis mejores años estaban por venir. Patti Smith me hizo darme cuenta de que las normas que la sociedad define según el sexo son completamente absurdas, y que podía decidir no seguirlas.

A diferencia de David Bowie, Grace Jones o Prince, el modo en que Patti juega con el sexo y la libertad en Horses nunca parece una declaración explícita. Por el contrario, su música no es más que una expresión auténtica de su identidad que nos hace ver que no hay que esperar nada específico de ningún sexo. Aceptándose a ella misma por completo, como un ser humano andrógino, complejo y llamativo, Patti rechaza cualquier etiqueta sin ningún esfuerzo aparente. Y además te invita a que hagas lo mismo. Ya sea cantando desde la perspectiva de un hombre en "Kimberly" ("El bebé en mis brazos, envuelto en su ropa") o cantando lánguidamente todos sus pecados en "Gloria" ("Mis pecados son míos, me pertenecen a mí"), el mayor placer de Horses está en su habilidad para pensar desde una perspectiva diferente a la que se espera de ella y más cercana a aquella con la que ella se siente cómoda. En un mundo que trata de enseñarnos que las mujeres están ahí para que las miremos y que el arte más "importante" es el que hacen los hombres, la existencia de Patti Smith dice "no, estáis equivocados".

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Lo mejor de Horses es el modo en que Patti utiliza la combinación de palabras habladas y música para crear un sentimiento que va directo a tu corazón y se mete en tu alma. Incluso con "Free Money", una canción que casi podríamos describir como melódica, las palabras toman su propia vida, una vida trastornada. Lo que empieza como una fantasía romántica para su amante pronto se convierte en algo mucho más doloroso y frenético. Hacia la mitad del tema, sus palabras se revuelven en una serie de ritmos disparatados. "En la profundidad, donde hace mucho, mucho calor en Arabia, Babia, luego frío, fríos campos nevados, y rodaremos, soñaremos, rodaremos, soñaremos, rodaremos, rodaremos, soñaremos, soñaremos", aúlla, como si su habla hubiera sido tomada por una bestia indomable que acecha en su interior.

Escuchar a una mujer que no deja ver ninguno de los complejos asociados a la mirada masculina y explora sin miedo el caos de sus propias emociones es tan intenso como inspirador. Aunque ahora tengo 24 años y me queda muy lejos esa extraña experiencia de ser una chica adolescente, la presión de la sociedad no ha desaparecido por completo de mi mente. Todavía hay momentos en los que intento ser más comedida y aceptable, trato de ocultar mis emociones para no parecer que estoy chalada o intento parecer más heterosexual para que la gente no se sienta incómoda. En esos momentos, vuelvo a Horses, para recordarme que tengo que rechazar esas influencias externas, y todavía me sigue haciendo sentir del mismo modo que cuando tenía quince años.

Este mes,  Horses cumple su 41 aniversario y Patti Smith celebra su 70 cumpleaños. Pero esos números no son del todo relevantes, porque el disco siempre ha sido como un testimonio musical eterno. "Hice 'Horses' como si fuera un puente, un referente para el futuro", dijo Patti Smith el año pasado. "Entendí dónde estábamos, lo que nos habían dado y hacia dónde debíamos ir, y si era capaz de expresarlo, quizás podría inspirar a la próxima generación". Hasta que no vivamos en una utopía sin sexos, siempre habrá gente que no se sienta cómoda en su propia piel y que necesite que alguien le recuerde que no es culpa suya. Este disco continuará rompiendo las barreras para cualquiera que lo escuche hoy.

El año pasado vi a Patti Smith en Glastonbury interpretando Horses de principio a fin. Mientras bramaba "Kimberly", vestida con unos tejanos negros y botas, con el pelo gris encrespado apuntando hacia todas las direcciones posibles como si fuera las patas de una araña borracha, me dio una nueva dosis de poder. Las mujeres estamos hechas para creer que nuestro valor tiene un tiempo límite, como si nos fuéramos a transformar en sacos de carne vieja y seca cuyo único fin es criar a niños, o desaparecer de la vista sin hacer demasiado ruido o hacer algo que pudiera avergonzar a los seres humanos más fértiles. Pero ahí estaba Patti Smith, aullando a sus 69 años, sudando y escupiendo sobre el escenario. Hacia la mitad del concierto se cayó de morros y al ponerse en pie gritó: "Sí, me acabo de caer de culo en Glastonbury, y ¿sabéis por qué? ¡Porque soy un puto animal!". Ver cómo Patti Smith se niega a actuar de la forma que esperamos de una mujer –tanto sobre como fuera del escenario– me hizo sentir que estoy haciendo justo lo mismo. Aunque me haga vieja y mi pelo parezca un cepillo de metal, y sienta la necesidad de gritar a los niños que se crucen en mi camino que tienen que escuchar Horses, este disco siempre estará conmigo.

Traducido por Rosa Gregori.