Mi mejor amigo asesinó a cinco personas en mi casa, pero no es un monstruo
Ilustración por Ralph Damman

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Salud Mental

Mi mejor amigo asesinó a cinco personas en mi casa, pero no es un monstruo

Matthew de Grood pasó a la fama como el asesino de masas que acabó con la vida de cinco de nuestros amigos comunes. Sin embargo, estoy convencido de que nosotros también le fallamos a él.

Este artículo se publicó originalmente en VICE Canadá.

El 15 de abril de 2014 empezó como cualquier otro día de fin de semestre. La celebración del Día de las Bermudas en la Universidad de Calgary concentraba en el campus a montones de alumnos con poca ropa que se saltaban las clases para empezar a beber desde bien temprano. Nunca me han gustado las multitudes, y mi idea de disfrutar de mis primeras horas de merecida libertad distaba mucho de pasarlas rodeado de compañeros de clase borrachos, vestidos con ropa de playa de llamativos colores y bailando al ritmo de grandes éxitos de los 40 principales. Por suerte, muchos de mis amigos compartían mi opinión, por lo que decidimos montar nuestra propia fiesta de fin de semestre en mi casa.

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Vivía en una casa cerca del campus con cuatro amigos de la infancia. Los preparativos empezaron muy pronto, y se aceleraron con la llegada de varios otros asistentes sospechosamente dispuestos a echar una mano. Una vez hube entregado mi proyecto de final de carrera, me apresuré a volver a casa mientras ojeaba la cadena incesante de mensajes de amigos que querían confirmar detalles de la fiesta. A última hora de la tarde, nuestra modesta casa estaba atestada de invitados, que habían empezado a distribuirse por el garaje y el patio. El ambiente general no podía ser más propicio para dar la bienvenida al verano. Nada podía hacerme sospechar que horas después estaría sentado en una fría sala de interrogatorios, con las manos y la ropa manchadas de sangre, narrando detalladamente el transcurso de aquella feliz celebración a un policía e intentando asimilar que cinco amigos míos habían sido asesinados a puñaladas.

Una semana después, estaba escribiendo mensajes de condolencias y asistiendo a los funerales de cinco amigos a los que había invitado a mi fiesta y con los que había estado charlando, cinco amigos a los que quería, en quienes confiaba y que habían formado parte de mi vida y de mis planes de futuro. Con cada día que pasaba, una nueva realidad se iba perfilando más clara: el asesino de esas personas era también alguien a quien consideraba un amigo.

Invité a Matthew de Grood a mi casa. Hasta aquella fatídica noche, estas palabras podrían resultar triviales y caer fácilmente en el olvido, pero lo que ocurrió después cambió su sentido para siempre. Esa noche, Matt apuñaló a cinco personas en cuestión de minutos, mientras varios amigos y yo habíamos salido a buscar algo de comer. De regreso, nos cruzamos con Matthew cuando salía de la casa. En esos breves instantes, perdí a seis amigos y me vi envuelto en un doloroso proceso jurídico.

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matthew de grood asesino asesinato múltiple

Tres de las víctimas de la matanza, de izquierda a derecha y con los rostros visibles: Brendan, Kaiti y Josh

Los medios de todo el mundo se empezaron a interesar por los detalles escabrosos de los asesinatos, y la insistencia con las que pedían entrevistas nos obligaron a mis amigos y a mí a aislarnos y recluirnos en nuestro dolor. Aunque finalmente no tuve que testificar ante el tribunal, mis declaraciones corroboraron el relato de los hechos.

Según las pruebas presentadas, Matt sufrió alucinaciones provocadas por una crisis mental aguda, un terrible episodio que fue la antesala de la enfermedad mental que posteriormente se le diagnosticó. La complejidad de sus síntomas (o la falta de los mismos, en algunos casos) dificultaba la posibilidad de establecer un diagnóstico preciso, algo bastante frecuente cuando al paciente le sobrevienen varias enfermedades a la vez. El tribunal dictaminó que Matt no era penalmente responsable de los asesinatos, una decisión controvertida que a día de hoy se sigue cuestionando.

Los familiares y amigos de los fallecidos ahora se ven obligados a hacer acopio de entereza para enfrentarse a las audiencias de revisión anuales de Matt, un acontecimiento que se convierte en un verdadero espectáculo para los medios. Por desgracia para nosotros, conocemos la maquinaria judicial mejor que la mayoría y hemos acabado por aceptar el papel que nos ha tocado desempeñar.

Pero aquella noche, cuando vi a Matt salir de casa a toda prisa, no era consciente del caos que estaba a punto de desatarse como una oleada de devastación que todavía hoy sigue tambaleando mi vida.

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Simplemente me limité a correr tras un amigo que necesitaba ayuda.

***

Matthew de Grood fue mi primer y más cercano amigo de la infancia. Nos conocimos en la guardería y a ambos nos unía la misma sensación de incomodidad cuando estábamos en compañía de otras personas. Con el tiempo, creamos un grupo cerrado de amigos leales que, incluso después de lo ocurrido, constituyen los pilares de nuestras vidas. Casi como la de dos hermanos, nuestra relación se mantenía siempre intacta y no perdía intensidad, por mucho tiempo que pasáramos sin vernos.

matthew de grood asesino asesinato múltiple

Matthew de Grood vía Canadian Press

Matt y yo teníamos muchas cosas en común; nacimos con solo semanas de diferencia, crecimos en el mismo barrio acomodado de las afueras y a los dos nos gustaba el skate. Tuvimos una infancia relativamente armoniosa y normal y sacábamos buenas notas durante la educación primaria y secundaria. A instancias de nuestros padres, nos matriculamos en la Universidad de Calgary, donde establecimos relaciones personales y profesionales con compañeros y profesores. Hasta aquella noche de abril, los dos éramos el reflejo perfecto de los ideales y expectativas de nuestra sociedad, jóvenes amables y carismáticos, con el optimismo lo suficientemente intacto como para seguir creyendo que podíamos convertir el mundo en un lugar mejor. Desde abril de 2014, se nos ha reducido a meras estadísticas en un discurso dominado por el fracaso y la injusticia, temas sobre los que se debate a menudo pero que nunca pueden llegar a articularse, y mucho menos entenderse, plenamente sin experiencia y reflexión previas. Todos los sistemas abstractos (estigmas, limitaciones estructurales y represión emocional) que reforzamos y de los que formamos parte han dejado su impronta en Matt y en mí y contribuyeron en gran medida al estado emocional en que se encontraba Matt aquella noche.

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A Matt y a mí se nos inculcaron esos valores a conciencia todos los días, sentados a la mesa con nuestros padres. Su padre era policía; el mío, médico, y mi madre, enfermera. Hoy ambos compartimos el conocimiento empírico de las brechas interseccionales existentes entre las estructuras de salud mental, jurídicas y sociales. Este conocimiento y el trauma que ambos hemos vivido me han permitido abrir los ojos a la multitud de malentendidos y señales a los que no se prestó la suficiente atención y que llevaron a Matt a actuar como lo hizo. Estos acontecimientos también han mermado esa capacidad de mantenerse firme en las opiniones que a menudo la distancia permite y promueve.

Un lapso de 24 horas sucedido hace tres años se ha convertido en carroña para medios y redes sociales, en la comidilla de muchas oficinas y en el principal tema de conversación de muchos hogares a la hora de comer. Pese a que lo puedo entender, las conclusiones que suelen extraer me parecen regresivas y sesgadas y no ayudan en nada ni a los supervivientes, ni a sus familiares, ni a Matthew de Grood, ni a ese uno de cada dos canadienses que antes de cumplir los 40 habrá sufrido alguna enfermedad mental.

Esa falta de comprensión de las causas que subyacen a la tragedia son una muestra de las fallas de la sociedad de la que han sido víctimas mis amigos, sus familias y tantas otras personas. Si no se produce un cambio progresivo en la actitud con la que se abordan las enfermedades mentales y en los servicios para su tratamiento, continuarán perpetuándose los mismos estigmas y sistemas defectuosos que condujeron a la muerte de cinco de mis amigos.

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Poco a poco estoy aprendiendo a no asumir la culpa por no haber sabido reconocer a tiempo los síntomas de Matt durante nuestra amistad, por mi incapacidad de ayudar a un amigo cuando más lo necesitaba. Pese a que muchos especialistas me han asegurado que Matt mostraba muy pocos indicios que pudieran presagiar lo que ocurrió aquella noche y que, en cualquier caso, poco podría haber hecho yo para evitarlo, hay en mi interior un sentimiento insaciable de culpabilidad del que no consigo desprenderme. El tecnicismo por el que se conoce esto es el síndrome del superviviente, pero el haber sobrevivido a este calvario es solo una pequeña parte de lo que me atormenta. En cualquier caso, es importante saber identificar y entender las formas de intervención que pueden suponer una diferencia. Puede resultar difícil llegar a desgranar y asimilar las complejidades de la vida diaria, y a menudo nos topamos con un manto de frustración que parece impenetrable, que limita nuestra capacidad de mantener pausadas conversaciones sinceras y a veces incómodas. Los traumas también tienen ese carácter persistente y un tanto surrealista y a veces nos empujan a ignorar todas las chorradas que nos han enseñado y a sacar a relucir sentimientos primitivos largo tiempo reprimidos. Los traumas alteran nuestras relaciones con familiares, amigos y extraños. Hoy, ironías de la vida, Matt y yo sufrimos los mismos síntomas: TEPT, ansiedad y depresión, pese a que ninguno de los dos ha estado nunca en una zona de guerra.

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En estos momentos, Matt está más allá del sistema penal, en condición de paciente bajo tutela y tratamiento, más que de criminal al que debe castigarse. Sin embargo, a lo largo de los últimos tres años, esta decisión se ha cuestionado y puesto como ejemplo de los fallos de nuestro sistema judicial, como si el hecho de no tratar a Matt como un criminal fuera una injusticia. Aunque es cierto que lo que hizo es horrible, sé por todas las pruebas y por su pasado que Matt no cometió asesinato en primer grado.

El mes pasado, muchos titulares anunciaban que ahora Matthew de Grood gozaba de "libertades extraordinarias". Es verdad, pero hasta cierto punto, ya que esas libertades forman parte del programa de rehabilitación de Matt. El lenguaje usado en esos titulares busca la provocación, no plantear un debate sobre los complejos matices del plan de tratamiento y de vida de Matt ni de los programas de rehabilitación canadienses en general. Lo cierto es que el actual sistema de salud mental ha fallado para todas y cada una de las víctimas de esta tragedia y a muchos otros ciudadanos canadienses. Matt fue declarado penalmente no responsable y en estos momentos está recibiendo el mejor tratamiento posible. Será puesto en libertad cuando un comité de especialistas lo considere oportuno, y cuando llegue ese momento, volverá a estar expuesto a los mismos problemas diarios para acceder a unos recursos de salud mental sobrecargados, mal entendidos y faltos de financiación, además de tener que lidiar con su notoriedad. Este es el aspecto que más me preocupa de su puesta en libertad.

Los métodos de rehabilitación orientados a la reintegración no resultan efectivos o apropiados en todos los casos, lo que puede suponer un riesgo para la comunidad. Es un hecho constatado que las personas que sufren enfermedades mentales graves son más proclives a ser víctimas de la violencia que el resto de la población. Pero centrarse en estas personas y no en la población general no hace sino agrandar la brecha entre ambas, sin tener en cuenta si estas personas alguna vez han supuesto o pueden suponer un peligro para la población.

La primera traba que impidió a Matt reconocer su enfermedad fue la del estigma: nadie quiere creer que un ser querido está aquejado de una enfermedad mental. Ahora, los trágicos sucesos de aquella noche refuerzan todavía más ese estigma y ponen más palos en las ruedas a las personas que tratan de superarlo y buscar ayuda profesional. Los entornos seguros se crean a base de comprensión, apoyo e intervención colectiva. Muchas de las acusaciones que se han vertido en este caso no eran injustificadas, sino fruto de la desinformación. A los canadienses les preocupa la laxitud de los precedentes jurídicos actuales y que por sistema un criminal pueda evadir la cárcel alegando enajenación mental. Sin embargo, no se dan cuenta de que son esos mismos precedentes jurídicos los que permiten que se encierre de forma injusta a otros ciudadanos. Ampliar el alcance de la ley implica aumentar el poder de aquellos que la definen, aplican y ponderan y constituye una forma de perpetuar la incomprensión, la violencia y la injusticia. Quien no crea que esto ocurra en Canadá, le recomiendo esta lectura.

La cercanía con la que he vivido estos sucesos han dejado en mí una huella indeleble, y aunque no he hecho más que empezar mi camino hacia el perdón, he aprendido a aceptar que la compasión y la empatía llevan al cambio y a la toma de decisiones racionales y progresivas. Ahora soy capaz de entender que el sufrimiento y la desesperación pueden provocar reacciones negativas e irreflexivas. Me frustra sobremanera que la gente no sea capaz de ver a qué hay que atribuir la culpa en este caso y se empeñe en prolongar las condiciones que propiciaron esta tragedia y que propiciarán otras si no se pone solución.

Soy consciente de que hay poco que pueda decir para convencer de lo contrario a quien crea que estoy defendiendo a un asesino despiadado movido por la lealtad que una vez hubo entre nosotros. Sé que es imposible que exista una opinión unánime en un caso así, pero si las personas que comprenden mis motivos igualaran en número a las que quedaron impactadas por aquellos sucesos, tal vez podríamos avanzar significativamente en la senda de la comprensión y la compasión, de la justicia verdadera. Esos son los valores que definían a mis amigos Jordan, Kaiti, Lawrence, Josh y Zack y los que me dan fuerzas para seguir adelante. A mí también me preocupa la puesta en libertad de Matt, pero por razones muy distintas a las del resto.

matthew de grood asesino asesinato múltiple

Las víctimas, con el rostro visible, de izquierda a derecha: Brendan, Kaiti, Josh y Jordan