mujer zapatista
Fotografías por Montserrat Rojas

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“Vamos a defender lo que hemos construido”: Un cuarto de siglo del movimiento zapatista

Más allá del pasamontañas, los zapatistas indígenas de a pie han buscado una posibilidad ética a la que entregar su lealtad hacia una supervivencia digna.

Artículo publicado por VICE México.

El movimiento zapatista cumple 25 años. No por Marcos, o Galeano o Pedro, comandantes Insurgentes cruciales en la estrategia militar y de comunicación política, pero no los artífices de la determinación, la voluntad y el tesón de los pueblos originarios. Eso sale de una ira organizada después de 527 años de explotación y marginación. En la que en plena década de los ochenta en el sureste mexicano, aún se creía que el indígena no tenía alma y debía bajarse de la banqueta si venía algún mestizo caminando sobre ella.

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Más allá del pasamontaña, son los zapatistas indígenas de a pie que han buscado una posibilidad ética a la que entregar su lealtad hacia una sobrevivencia digna. Y como zapatista de a pie me refiero al pueblo indígena que vive en las montañas, el que resiste y construye desde el reconocimiento de su propia vulnerabilidad: la cafetalera, el carpintero, el taquero, la poeta, también el insurgente que en los 11 días de guerra armada entre el EZLN y el ejército mexicano, debía beberse su propia orina para sobrevivir, para poder defender una lucha que era de ideas, de pensamientos; que ha buscado exhaustivamente un principio en donde poder reflexionar de nuestros dolores y esperanzas desde el pensamiento crítico para resistir con rebeldía a el sistema neoliberal.

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El subcomandante Moisés alista su caballo, prueba que la silla de montar está bien puesta: “no se vayan a desbocar los demonios”, bromea; haciendo alusión a esa silla de montar de Pancho Villa en la cual destacaba el grabado de un Belcebú, en vistas de que el general revolucionario se consideraba el mismísimo demonio para los gringos. Moisés fuma un poco de tabaco, luego sube a su caballo para posarse delante de los más de 4 mil 500 soldados insurgentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y detrás de un comando de motociclistas rebeldes.

“…no les estamos pidiendo a los hermanos, a las hermanas de allá afuera a que agarren un arma. A lo largo de veinticinco años no lo hemos ganado con balazos, con bombazos; es con resistencia y rebeldía[…] No le tenemos miedo al capitalismo, al finquero, al nuevo finquero ¿O sí le tenemos miedo?”, pregunta Moisés, posicionado como vocero del zapatismo, en la explanada copada por miles de pasamontañas con gorras verdes y paliacate rojo al cuello; alrededor, un cinturón de colectivos y redes de apoyo formadas por civiles de distintas partes de México y el mundo.

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Hace mucho calor, la selva impone sus formas. Jacobo descansa un momento en un montecito, allí pega el aire que le llega por debajo de su pasamontaña de algodón. Ha venido desde el municipio de Francisco Gómez en el ejido de La Garrucha. En estos días le ha tocado estar de guardia como base de apoyo para el evento del aniversario zapatista. Come unas galletas y una coca cola para engañar a la barriga y poder cumplir con lo suyo. Dejó unos días a su familia que ya preparaba la cena de año nuevo: Frijolitos, arroz, tostadas de maíz y ensalada de calabaza y rábanos. Lleva 20 años siendo zapatista, construyendo literalmente la comunidad en donde vive. Trabajando la madera para alzar la clínica, parte del auditorio, la tienda y los baños de lo que se conoce como el caracol de la Garrucha en la selva Tzeltal.

“Aquí están mis manos, astilladas, cansadas, pero es que no queda de otra, no teníamos lugar. Se murió una hija mía por una gripe que se le complicó por falta de atención, no había ropa para cubrirla, nos mataba el hambre, el frío y el olvido. Nos tuvimos que organizar”.

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Al oriente del caracol en el que estamos, Patricio Anayeli remueve el cerdo adobado en uno de los anafres que desbocan el sugerente humo que dialoga con el hambre de los visitantes.

“Ahora te atiendo mi amor…”.

Patricio es de la comunidad de Las Margaritas, a unas 3 horas y media del Caracol de la Realidad. Migró desde hace algunos años desde Juchitán. Es orgullosamente “muxe”, el llamado tercer género que sobretodo tiene presencia en la cultura zapoteca.

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“Trans, puto o muxe, no importan las categorías, sino entrarnos en el corazón hacia mirar otro mundo”, dice.

Patricio quiso añadirle Anayeli a su nombre de pila. Le gusta como suena. “No puedo cambiar de dónde vengo, pero sí a dónde quiero ir”, me dice. Él se interesó por el zapatismo desde que supo que en su lucha incluía la problemática social de las personas con sexualidades e identidades diferentes a la heterosexual, a través incluso de militantes zapatistas como el Coronel Gisela, del que Marcos por el año 2002, se refería como el coronel “que es uno y una y no es lo mismo, pero es igual”.

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El sol recoge su manto dorado de la selva y da paso a una noche más fresca. El estrado se ha llenado de música de corridos y banda en honor al Subcomandante Insurgente Pedro, quien pereció en el combate de Las Margaritas en aquel 1 de enero. Sube entonces una niña de ocho años. Sus ojos concentrados y su voz adorable, bien firme. Se llama Juana y a micrófono abierto comienza:

“Comandante Insurgente Pedro,
estrella de la madrugada,
derramaste sangre encima del oro un 1 de enero de 1994,
hoy miles de hombres y mujeres requieren tus pasos gigantescos,
tu pensamiento brilla en el mundo. Lloramos al recordar tu nombre.
Subcomandante Insurgente Pedro. Pedro-Pedril. Héroe americano”.

Juana cambia el idioma sin esfuerzo: del Tzeltal al Castilla (como se le llama al español en las comunidades, metáfora más específica de la Conquista), preparó su palabra en el taller de poesía de la escuelita zapatista en la región de Belén.

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Después de dos horas y media, se acaba la parte artística y cultural del evento y se da paso a “bailar el mundo” como dice Rosa, quien está en el turno de la noche y madrugada en la Junta de Buen Gobierno, la forma de organización autónoma de los zapatistas para ejercer su derecho nosótrico: “el mandar-obedeciendo, donde el pueblo manda y el gobierno obedece”. Una organización con representantes rotativos para gobernar en directa sinergia y consenso con la comunidad y lo que quiere para sus territorios, en los que, dicho sea de paso, se ha erradicado el alcohol y las drogas, con lo que se ha reducido dramáticamente la violencia intrafamiliar, aunado a una constante revaloración de la mujer y sus derechos. Para la evolución de su sistema de gobierno, en 2003, el Ejército Zapatista tomó la importantísima determinación de separarse de las decisiones de los pueblos y limitarse a cuidar y asistir a ese “pueblo-gobierno”; evitar contaminar la relación de democracia directa comunitaria. Además de ello, el EZLN ayuda con sus canales de comunicación libre a la difusión del sentir-pensar del movimiento neo-zapatista.

Rosa recibe paquetes de medicinas que han traído los visitantes para la clínica, también peticiones de estudiantes y colectivos para hacer proyectos dentro de la comunidad. Cuando termina de escuchar a cada persona, me habla de la difícil situación que hay en la región de los Altos de Chiapas por el conflicto de tierras y los crecientes despojos.

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En la repartición de terrenos en los años setenta, me cuenta, se encimaron ejidos y se dotaron a las comunidades de la misma tierra. Muchas cosas se hicieron sobre papel y no sobre la realidad. Esto preocupa porque se siguen desatando conflictos graves de despojos y violencia por grupos armados que ya no son entrenados por el ejército (como pasó en Acteal) sino por mafias vinculadas al tráfico de drogas y venta de armas, que han contado en este tiempo con la permisibilidad del gobierno federal y estatal, me cuenta Rosa.

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Rosa afirma que la situación económica de la región es muy grave. Chiapas es el estado más pobre del país y qué decir en la montaña. El sistema de cooperativa dentro de las comunidades zapatistas ha tenido una caída dramática en estos 25 años: antes se destinaba más de la mitad del ingreso de cada familia—por su trabajo en el campo— para una caja comunitaria que servía para las necesidades de la comunidad, pero ahora el porcentaje de aportación a esa caja ha tenido que cambiar para que las familias se puedan sostener, se ha reducido en casi un 30 por ciento; los comunitarios continúan buscando otras formas de ingreso, ir a trabajar de intendencia o en la industria de la construcción en las grandes urbes. Aún con esta situación, su manera de resistir está en la conciencia, en conducirse fielmente con una praxis ética y una política sensible, crítica y comunitaria en cualquier aspecto de su vida; una auto-rebeldía de conciencia que sigue enfrentándose a una marginación política y social por el color de piel, los rasgos físicos, la lengua y el capital.

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El subcomandante Galeano (antes Marcos) lleva un silbato al cuello y con él marca las señales que dirigen a los casi cinco mil elementos del ejército que se van alineando mientras chocan un par de mástiles negros al mismo tiempo: es el latido de la tierra, el ritmo de un mundo que resurge. Galeano pasa revista y camina de un lado al otro. El Sup Moisés habla y es contundente, manda un mensaje al nuevo gobierno federal. Los zapatistas leen que el Tren Maya es una necedad política del régimen entrante que tiene entre otros objetivos destruir las autonomías, no sólo las zapatistas, sino las del resto de los pueblos originarios del sureste y es que desintegrándolas, los recursos naturales quedan a merced de los grandes capitales.

“Compañeros, compañeras, ése que está en el poder lo va a destruir al pueblo de México pero principalmente a los pueblos originarios. Viene por nosotros, y especialmente a nosotros: al Ejército Zapatista de Liberación Nacional. ¿Por qué? Porque aquí estamos diciéndole claro no le tenemos miedo […] Vamos a enfrentar, no vamos a permitir que pase aquí ése su proyecto de destrucción, no le tenemos miedo a su guardia nacional que lo cambió de nombre para no decir ejército, que son los mismos, lo sabemos. Vamos a defender lo que hemos construido y que lo estamos demostrándole al pueblo de México y del mundo que somos nosotros los que estamos construyendo, mujeres y hombres, no vamos a permitir a que vengan a destruirnos”.

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El subcomandante Moisés habla por la radio con Tacho, comandante tojolabal determinante en todas las logísticas de las comunidades zapatistas. Hablan de cómo irán a trasladar a los miles de asistentes de regreso en un día que las corridas de transporte público no trabajan. Moisés mira su reloj, son las 4am, es decir, las 3am de nuestro horario. En el Caracol de la Realidad es una hora más adelante, símbolo que demarca la apuesta zapatista porque todas y todos podamos construir una sola hora, una en la que no haya necesidad de dos relojes que nos marquen la disparidad de un mundo sin pueblos indios.

“Aquel de la política gorgoja y del ganso cansado hace su faramalla del bastón de mando y según él, le pide permiso a la tierra para su Tren Maya. Si la Tierra hablará le diría: ¡chinga a tu madre!”, aclara Moisés.

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Si hay algo que ha tronado las izquierdas en el mundo, es la búsqueda feroz de protagonismo. Mientras tanto, los solitarios pueblos originarios que integran el Congreso Nacional Indígena, incluido el Concejo Indígena de Gobierno y el EZLN, ya dieron su posición. Esto es que con la profundización de la guerra capitalista también los pueblos profundizaran la resistencia y rebeldía:

“Las mineras con las que pactaron, los megaproyectos en el istmo de Tehuantepec, el inmoral proyecto del tren maya, la devastación y privatización para sembrar plantaciones forestales industriales en la selva lacandona y la enajenación territorial al gran capital que son las Zonas Económicas Especiales se toparán de frente con el verdadero poder, el de abajo. Ese que no se rinde, que no se vende y no claudica, porque hacerlo es sabernos muertos como pueblos”, concluye Moisés. 527, 35 ó 25 años: los pueblos originarios resisten desde la soledad para cuidar los recursos naturales que aún nos quedan y que nos enorgullecen tanto cuando le hablamos al mundo de eso llamado México.