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Lenny Maya
Conejilla de indias

Promoviendo orgías burbuja

Piensen en esos colectivos de convivencia estable en los que se limitan los contactos sociales y las posibilidades de contagio de covid, y ahora en esa imagen mental pongan a la gente a follar. 

¿Qué se supone que íbamos a hacer si ya no hay fiestas masivas, si las discotecas están cerradas a cal y canto, si los bares chapan pronto, si los clubes liberales y el Tinder son una temeridad? Teníamos que tirar de lo que había a mano y lo que tengo a mano son las viejas conocidas, que ni son tan viejas ni son tan conocidas. Y así es, digan lo que digan los consejos, tips y advertencias de Marie Claire acerca de no follarte jamás a tus amigas: Es mentira.

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¿No decían que había que propiciar los grupos burbuja? Bueno, pues piensen en esos colectivos de convivencia estable en los que al ser todos integrantes habituales se limitan al máximo los contactos sociales y así las posibilidades de contagio de covid, y ahora en esa imagen mental pongan a la gente a follar. 

Todo comenzó como un juego de niños. Dale un beso a la de tu izquierda, cógele una teta a la de la derecha. Haz un striptease. Envuélvete en la cortina con ella. Hasta que una le dijo a otra, quítate las bragas y abre las piernas. Gabi, cómele el coño. Lo dijo y pareció arrepentirse al instante. Pero a la que le había tocado el lado más fino de la botella fue más rápida que sus pensamientos. Ya estaba desnuda de la cintura para abajo y se ofrecía despatarrada desde el sillón de mi abuela. Yo miré a mi novia, le eché un vistazo a mi marido y me fui acercando a gatas dispuesta a cumplir la orden delante de las personas con las que suelo hablar de libros y obras de teatro en el mejor de los casos y en el peor, con las que llevo a los niños al parque. Al poco rato ya estábamos rodando los cinco por la alfombra.

“Todo comenzó como un juego de niños. Dale un beso a la de tu izquierda, cógele una teta a la de la derecha. Haz un striptease. Envuélvete en la cortina con ella. Hasta que una le dijo a otra, quítate las bragas y abre las piernas. Gabi, cómele el coño”.

La pandemia fue un ambiente favorable al menos para algo, me dio alas como promotora de orgías amicales, un oficio que llevo años practicando con dudoso éxito en la sombra. La primera vez que organicé una orgía no me divertí. Quizá porque me empeño en ser la autora intelectual y me condeno a la actividad meramente cerebral y mi cuerpo desaparece. La segunda vez que organicé una orgía tampoco fue una fiesta. Me recuerdo en una esquina viendo la mezcla de cuerpos desnudos como se ven las bandejas de carne del super o una foto de Spencer Tunick, entre el orgullo y la insatisfacción, la codicia ardiendo dentro de mí por no poder disfrutar de mi propia obra. Me he quedado fuera de la mayoría de mis orgías. Por celos, por parálisis, por envidia, por torpeza, por miedo, por idiota. 

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Pero en tiempos pandémicos no se le hace asco a nada y si la primera me salió rana, al día siguiente ya estaba montando otra, esta vez con mis vecinas, después de cortarnos el pelo en casa de una y de beber unas cervezas. Y a los pocos días un trío al aire libre. Y no mucho después estábamos otra vez jugando a la botella en un picnic en un patrón clarísimo y siempre con la misma gente leal. Nuestra casa se convirtió temporalmente en la casa donde sí se folla fraternalmente, la del placer profiláctico y del amor anticovid. Algunas de mis amigas se volvieron mis amantes y/o amantes de mis parejas y, en un giro sorpresivo, también nuestras amantes se volvieron amantes entre ellas y terminaron por dejarnos. La amistad casi siempre se salvó por un pelo, pero qué se supone que deberíamos haber hecho sino hay mucho más que hacer.

En lo que llevamos de libertad vigilada ya he estrenado varios grupos de orgías burbuja porque después de acostarnos la amistad no parece más fuerte pero sí más inevitable todo lo demás. Somos como esa oveja del meme a la que salvan del fondo de una acequia y al salir excitada, despavorida y atolondrada, corre y vuelve a caer en la misma fosa, y no sabes si la fosa es el sexo o la amistad, pero no hay duda de que te gusta estar ahí.

Este texto hace parte de Conejilla de indias, una columna de Gabriela Wiener en la que escribe sobre ser una cuy en tómbola que no sabe en qué cajita meterse. Léela todos los meses en VICE.

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