Música

Los nuevos conciertos ¿distopía o vuelta a la realidad?

Fui al concierto de Pedroladroga y Cecilio G para intentar entender como serán los conciertos después del covid.
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La autora muy concentrada viendo el concierto. Fotografía por Ariadna Gutiérrez

Cuando Pedro Sánchez dijo “quedan suspendidas los desfiles, las fiestas populares y las verbenas” sentí como si se hubiera cancelado la felicidad colectiva. Todos los eventos que reunían a la gente con el único objetivo de disfrutar, de olvidar lo malo del día a día y celebrar el aquí y el ahora, desaparecieron. Por mucho que internet nos bombardeara con un montón de ofertas culturales, no era lo mismo. Que queréis que os diga, pero ver por enésima vez a tres chavales tocando con la guitarrita un par de temas que hablaban sobre estar confinado, desde su balcón, no es la panacea. 9 en intención, 3 en ejecución. Música un poco deslucida. Toda la euforia, adrenalina y comunidad que nace de la música en directo había desaparecido.

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La nueva normalidad era la tierra prometida. Podríamos volver a hacer aquello que nos gustaba. Bares, cines, playas, museos, festivales, conciertos, todo. Iba a volver T-O-D-O. Hasta los guiris. Y lo podríamos saborear acompañados, con nuestros amigos, con nuestros panas. ¡Iba a ser genial!! ¡Íbamos a recuperar nuestras vidas, joder! Os juro que no veía el día en el que volverían los conciertos. Y ahora ya están aquí.



Pero tampoco nos flipemos. Aunque ya no esté Fernandito Simón dándonos el parte diario, las cosas no han vuelto a ser exactamente como antes. Después de más de tres meses de silencio en todas las salas y recintos de conciertos, nature is healing y la música está volviendo a sonar, pero con restricciones. Festivales como el Cruïlla, el Primavera, el Tomavistas o el Grec han diseñado toda una programación de conciertos con distancia social, para este verano. Entre una cosa y otra, ahora hay conciertos casi cada día de la semana. ¿Una maravilla o una condena para nuestros bolsillos? Seguramente, ambas.

Uno de los primeros conciertos, en la Españita postencierro, fue el que dieron Belako en un autocine de Madrid, el 25 de junio. Los Stories de los pocos afortunado que fueron dejaban ver un público medio sentado/medio de pie, en grupitos de 2-3 personas, y bastantes mesitas. Mucha distancia social, mucha distancia con el escenario, mucha distancia así en general. Un cruce entre un posible episodio de Black Mirror, la escena de baile en el bosque de The Lobster y una especie de fiesta privada para ricos. ¿Pero cómo sería estar ahí? ¿Cómo sería querer bailar y sin abalanzarse sobre el escenario para dejarte la voz con tu tema favorito, pero al mismo tiempo tener que quedarte prácticamente estático en tu sitio?

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"Mucha distancia social, mucha distancia con el escenario, mucha distancia así en general"

Necesitaba vivir esa experiencia. Volver a sentir la música más allá de una pantalla. Abrazar esta realidad distópica con mis propios brazos. Así que nos días después, ahí estaba yo, sentada en una sillita de plástico, viendo a Cecilio G en las Nits del Forum. Ahora, con todo conocimiento de causa, puedo decir que: los conciertos de la nueva normalidad se parecen más a una fiesta en el club de campo de Gossip Girl que se va de las manos, que a lo que estamos acostumbrados. Pero vamos por partes.

Siete de la tarde, parada de metro Forum, Barcelona. Llego tarde. Tantos meses de encierro hacen perder a cualquiera su habilidad para saber de memoria los horarios del metro. El trayecto se hace escuchando La Bestia del Mambo para entrar en el rollo. Mientras que intento respirar con la mascarilla, sin ponerle caras raras al guiri que tengo delante, pienso en cómo comportarme. ¿Debería estar sentada todo el rato o mejor lo empiezo directamente de pie? Esa noche actúan Pedro La Droga y Cecilio G, no es precisamente un concierto para sentarse. Una se tiene que integrar.

Cualquiera que haya estado en alguno de sus shows sabe que puede pasar cualquier cosa. Nunca hay que olvidar a Cecilio G entrando en el Sónar con un caballo, o cuando actuó en el Cara B, se cabreó, fregó el suelo del escenario y se marchó sin haber acabado el concierto. Una tómbola de emociones asegurada.

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Un par de medianas, un bikini y otra birra más. Por mucha nueva normalidad que haya, un concierto siempre se empieza en un bar para hacer cojín. Sino luego pasa lo que pasa. Apuramos las copas, nos ponemos las mascarillas y nos dirigimos hacia el recinto. A lo loco. Como si no hubiera pasado nada. La única diferencia es que todo el asfalto, que antes era tierra de botellón, ahora estaba completamente vacío. Llegamos al primer control. Sin colas. Poco contacto.

"Ahí estaba la gente de siempre, la que está en todos los conciertos. Saludas. Dudas si quitarte la mascarilla o no para hablar mejor"

Me alegro, sino nos hubieran quitado los arándanos de la merienda. Gracias nueva normalidad. En lugar de acceder directamente al recinto, había que cruzar 50 metros de absoluta nada con las mascarillas puestas. Parecía un recordatorio de que la simulación está rota, tú estás muy solo en esto y más que lo vas a estar en tu asiento con distancia social.

Un segundo control. Estamos dentro. En lugar de acceder directamente al espacio del concierto, nos encontramos con una especie de terraza chill out. Césped artificial, sillas de tela, musiquita ambiente. Exacto, la clase de lugar que les gusta a la gente que hace fiestas de blanco, catas de vino y barbacoas temáticas. Hasta los baños estaban absurdamente limpios. Ahora los conciertos no son conciertos, son experiencias. ¡Otra cerveza, por favor! Por suerte hay cosas que no cambian. Ahí estaba la gente de siempre, la que está en todos los conciertos. Saludas. Dudas si quitarte la mascarilla o no para hablar mejor. Aún no sabes qué es lo más educado. Ves a gente guapa, arreglada para la ocasión.

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La auotra, hidratándose en su sitio

Durante un momento, todo parece medio normal. Hasta que te acercas a la zona del público. Ese espacio, que siempre estaba a reventar, ahora había sido colonizado por unas pocas sillas de plástico. ¿El paraíso de la gente cansada? Efectivamente. Por lo general, recordaba a algo así como el bingo de media tarde que se juega en las fiestas del pueblo donde solo van abuelas porque los jóvenes están durmiendo la resaca. Creo que es importante tener presente que estábamos a punto de ver un concierto en el que, por lo general, su público se desborda. Pero esta vez exigiéndoles a estos asistentes no abandonar su asiento. No era precisamente lo que tenía en mente para mi primer concierto pospandemia, pero la gente fue llegando.

Desde megafonía se nos indicó ocupáramos nuestros asientos y respetáramos la distancia de seguridad. Entonces, pasó lo que tanto había echado de menos. Se encendieron las luces del escenario. Empezó a sonar ese primer beat, fuerte, incansable. Y entre ovaciones del público y luces de neón, salieron Pedro la Droga y Cecilio G como si de un torbellino de otro planeta se tratara. No habrían podido empezar más arriba. La gente no duró ni media canción sentada en las sillas. Tampoco lo hizo la camiseta de Cecilio G sobre su cuerpo. El público estaba frenético, extasiado. Llevaba tiempo sin ver tantas ganas de petar un concierto.

"Si la pista era una fiesta, el escenario lo era aún más. La entrega era total por ambas partes"

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Pero a veces, por mucha organización que haya, hay fuerzas mayores que hacen que pase lo inevitable. Las primeras filas siguen siendo nuestra obsesión. Una parte de los asistentes se acercaron, sin ningún reparo, cegado por la electricidad del momento, hasta las vallas. Querían estar cerca, sentir que todo seguía igual. ¿Cómo vas a lanzar barras como Ceci y hacerlo desde una silla? ¿Cómo paras una avalancha humana animada por los propios artistas? Evidentemente era complicado. Aún así, tanto la gente de las graderías como la mitad de la pista se mantuvo bastante al margen.

Las sillas se volvieron mesas improvisadas y la gente enloqueció. Si la pista era una fiesta, el escenario lo era aún más. La entrega era total por ambas partes. Los flashes no paraban, Stories a mil por hora. Miras a tu colega. Quieres abrazarle, decirle que eres tú literal, chillarle tu parte favorita a la oreja. Pero no lo haces. La distancia y eso. Esto quedará en la memoria de todos para siempre. Se trataba de celebrar que por fin volvíamos a estar todos donde queríamos estar, pero bailando en un punto fijo.

En lugar de telonero y artista principal, fue un espectáculo de más de dos horas en la que ambos se combinaron, junto con la presencia de colegas y colaboradores, sin que la música cesara ni un solo minuto. Un repaso por su discografía de actitud callejera y corazón experimental. El concierto culminó cuando Cecilio canto About Na’. El ya más que confirmado rey de Bogatell miró a su público y confesó que era la primera vez que no se cabreaba con el público de Barcelona. Que había estado bien. Y por supuesto que lo estuvo. Agradeció esa noche. Nosotros también.

Lo que queda claro de los conciertos de la nueva normalidad son una versión encorsetada de lo que solíamos llamar música en vivo. Si los ves desde fuera todo parece una representación escolar de lo que solían ser. Aquí el público, aquí los cantantes, aquí la barra. Pero todo por separado. Sin contacto. Cada uno sin olvidar su papel y la responsabilidad que este conlleva. Podríamos saltar hasta el escenario si quisiéramos, pero no lo hacemos. Es un poco el absurdo, el precio a pagar si queremos seguir disfrutando de la música, más o menos, como hasta ahora. No podemos negar que hay un poco de sentimientos encontrados en asumir esta responsabilidad.

"Es un poco el absurdo, el precio a pagar si queremos seguir disfrutando de la música, más o menos, como hasta ahora"

Como cuando decides no salir un fin de semana para evitar la resaca del día después. Quizás estarás como una rosa por la mañana, pero seguirás pensando en todo lo que te perdiste, en como hubiera sido estar lo más cerca posible del escenario. De momento, nos tendremos que conformar con que nuestros espacios de contacto, pogos y cualquier sucedáneo que te llevara a refregarte contra el sudor de un desconocido, se hayan convertido en una versión distópica de un club privado para gente con modales. Pero todo volverá. Y como dijo el propio Cecilio G, aguantamos esto y más.

@evasefe