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Cultură

Así es pasar de contrabando 700 gramos de cocaína en el estómago

Cuando era joven, recuerdo que una de mis primas pasó un tiempo haciendo de mula.
Ilustración: Marilyn Sonneveld

Cuando era joven, recuerdo que una de mis primas pasó un tiempo haciendo de mula. Voló de Curazao a Europa con el estómago lleno de cocaína envuelta en film transparente, transportó maletines llenos de droga desde Jamaica y dejó de hacerlo únicamente porque la atraparon. Quise conocer mejor su trayectoria de narcotraficante, por lo que fui a visitarla a su casa.

Tras dejarme entrar, Sharon* se sentó en su sofá de cuero negro y me dijo que no entendía por qué me interesaba tanto su historia. «No sé qué tiene de especial tragarse globos llenos de coca», insistió. De origen mitad holandés, mitad surinamés, Sharon se crió en un pueblo muy pequeño, pero a los 13 años ya recorría las calles de Ámsterdam. «Donde yo vivía solo había holandeses. Lo odiaba. Yo quería salir con gente que fuera como yo».

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Se hizo amiga de algunos chicos de las afueras de la capital, quienes la introdujeron en el mundo de la cocaína en crack y la enseñaron a robar a la gente. Su madre, muy preocupada, trató desesperadamente de sacarla de aquel entorno delictivo, aunque sin mucho éxito. «Me dio a elegir: o volvía a Surinam, o me mandaba a un internado de los más estrictos. Escogí el internado, porque sabía que si me mandaba a Surinam estaba jodida», recuerda.

Fue expulsada del internado, pasó un tiempo en un centro de detención de menores y acabó en una prisión para adultos «por robos y cosas así». En 2001, tras salir de prisión, Sharon viajó a la pequeña isla caribeña de Curazao porque había oído que era muy fácil pasar cocaína de contrabando por ahí. Según el plan, debía recoger una maleta llena de cocaína justo al otro lado de la aduana e inmediatamente después dar la vuelta y coger un avión de vuelta a los Países Bajos con ella.

«La gente con la que tenía que encontrarme no era muy de fiar, así que decidí no hacerlo y me quedé en la isla una temporada», explica. En Curazao no paraban de hacerle propuestas para que pasara coca de contrabando. Obviamente, Sharon era un objetivo fácil: no era de la isla y no tenía familia allí. «Muchos me pedían que les pasara droga por la frontera cuando se enteraban de que era holandesa, pero yo siempre les decía que no. Hasta que me encontré con una amiga a la que conocí en mi país», recuerda encogiéndose de hombros. «Me pidió que le pasara material y accedí. En aquella época todo el mundo lo hacía. En cada vuelo había al menos diez o veinte personas con droga. En Curazao hasta las abuelitas vendían droga».

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A modo de prueba, Sharon se tragó un globo relleno de cocaína. Pasó sin problemas, así que se tragó otros 70, más o menos, cada uno con diez gramos de coca. Por transportar 100 gramos le pagarían 1.000 florines (unos 400 euros). La cocaína estaba envuelta en plástico, sellada con cinta de embalar y reforzada con sendas capas de plástico y látex. «Estaba muy bien empaquetada. Había gente a la que le costaba mucho tragárselas. Practicaban con trozos grandes de zanahoria o algo parecido», me cuenta entre risas.

Desgraciadamente, los globos con cocaína no siempre estaban tan bien envueltos. Una amiga de Sharon murió a los 19 años porque uno de los globos que llevaba dentro se rompió. «Pero aquello era cocaína pura. Yo solo me metía cocaína procesada, porque esa no te mata. O eso es lo que me decían, al menos. La verdad es que he visto a muchas mulas acabar en Urgencias».

Antes de tragárselos, Sharon probaba cada globo soltándolo en un cubo con agua. Si iba a parar al fondo, había que volver a empaquetarlo. «No es tan complicado», me asegura. El contrabando de droga parecía una buena opción para Sharon, ya que quería volver a Holanda y aquella era la mejor manera de obtener un billete de avión gratuito.

Sharon me cuenta que ni siquiera se puso nerviosa la primera vez que lo hizo. Se limitó a esperar pacientemente en el aeropuerto, junto a las otras mulas, y cruzó el control de aduanas. «Suelen fijarse mucho en la gente que no come, supongo que porque piensan que no puedes comer cuando tienes un montón de cocaína en el estómago. Pero yo comí como siempre», me explica. «También es importante no parecer asustada o nerviosa. Me hicieron un montón de preguntas y las contesté como si nada. Incluso les pregunté si querían que me desnudara o hacer alguna otra comprobación».

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Sharon nunca tuvo que entregar la mercancía durante el vuelo, como ocurre en muchas ocasiones. En esos casos, las mulas deben lavarlos y volver a tragárselos. «Te da muy mal aliento», afirma.

Una vez en tierra, Sharon expulsó los globos con ayuda de un laxante especial de chocolate. Luego simplemente debía entregarlos directamente a los traficantes. «Si no lo hacías, te buscabas un buen lío». Sharon nunca tuvo problemas en ese aspecto. Una vez oyó que un chico de 18 años no consiguió expulsar los globos porque se le habían quedado atascados en el tracto intestina. Un cirujano tuvo que abrirle el estómago y entregar la mercancía –pero no al chico- a la policía. Incluso en esos casos, los médicos deben respetar su juramento hipocrático.

Recuerda que, en otra ocasión, tuvo que sacar una maleta llena de droga de Jamaica. «Fue muy sencillo», explica. «Habían sobornado a los agentes de aduanas. En Holanda, un mensajero cogió el maletín y cruzamos el control juntos. No tuve que hacer nada más». Dado que Jamaica no se considera un «país de alto riesgo», no se suelen efectuar controles en los vuelos con esa procedencia. Con aquel viaje se embolsó 3.700 euros.

La pensión que recibe Sharon actualmente es muy inferior a lo que solía ganar. Cada vez que una operación de contrabando salía bien, se premiaba comprándose ropa.

Pero todo terminó cuando la atraparon en 2007. En aquella ocasión, en vez de tragarse la mercancía, la había metido en un dildo hueco que luego se metió en la vagina. «Pensé que solo me pasarían los rayos X por el estómago, pero también me hicieron fotos ahí abajo. «Pero no te meten en la cárcel si llevas menos de tres kilos. Lo único que tienes que hacer es hablar con la policía y luego te puedes ir. Nunca había visto el interior de una comisaría de policía».

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Dejaron que Sharon volviera a los Países Bajos. «Me supo mal por mi madre, porque tuvo que comprarme el billete», lamenta. Como castigo, las autoridades le cortaron el pasaporte en dos trozos y le prohibieron coger aviones durante un año. La madre de Sharon vio en aquel episodio una oportunidad de hacer cambiar a su hija y la llevó de vuelta a casa.

Sharon añora los viejos tiempos, pero no el contrabando. Ha oído que cada vez está más complicado. «Ahora hay controles más exhaustivos en los vuelos desde Colombia y Curazao», explica. No estoy muy puesta en los últimos métodos, pero en cualquier caso no voy a volver a dedicarme a ello». Por su forma de decirlo quedaba claro que no mentía.

«¿Qué más quieres saber? Ya te he dicho que no es tan interesante», dice con un bostezo.

*Se ha utilizado un nombre ficticio para preservar su anonimato.

Traducción por Mario Abad.