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No interesa que sepas cuánto daño puede seguir haciendo Fukushima

La principal crítica contra la mayor empresa de servicios públicos de Japón desde que se produjera el terremoto (y el posterior tsunami) es la sospechosa falta de voluntad por mantener al público informado.

Trabajadores de Fukushima y quienes les apoyan levantan sus puños frente a la sede de TEPCO durante una manifestación en Tokio el 14 de marzo de 2014. Toru Yamanaka / AFP / Getty Images

El pasado julio, cuando la Tokyo Electric Power Company (TEPCO) anunció que seguiría adelante con su plan de construir un “muro de hielo" alrededor de los reactores dañados de la central nuclear de Fukushima Daiichi, la sensación fue como dar un paso atrás. En junio, la empresa responsable del desmantelamiento de la planta devastada por un tsunami en marzo de 2011 indicó que su intento inicial de instalar una estructura similar no tuvo éxito. A pesar de que los conductos estaban llenos de una solución química a -29 °C, no eran capaces de enfriar el suelo.

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Se han utilizado satisfactoriamente técnicas similares para la construcción de túneles para el tráfico bajo el agua y pozos de minas. Sin embargo, el doctor Dale Klein, ingeniero y experto en política nuclear, no está tan seguro de que el resultado sea el mismo en un proyecto de esta magnitud. En su opinión, a pesar de que congelar la tierra que rodea los reactores del uno al cuatro podría ayudar a delimitar el agua que TEPCO utiliza como refrigerante, no se sabe a ciencia cierta cómo esto podría afectar a las fuentes de agua naturales existentes en la zona que rodea la planta. “El agua baja de las montañas hacia el océano, y no tengo muy claro que en TEPCO sepan realmente cómo va a rodear esa barrera helada”, aseguró en una entrevista con VICE.

“El agua tiene que salir por alguna parte”, continuó. “Es un terreno difícil y un problema complejo, y creo que no lo comprenden del todo”.

Resulta preocupante que alguien como Klein, con una dilatada experiencia en el ámbito político como pedagógico, exprese sus dudas ante el proyecto. En 2006, Klein fue designado presidente de la Comisión de Reglamentación Nuclear de la administración Bush y, tras dejar el cargo en 2009, continuó en la organización como comisario. Actualmente, además de ser el director asociado del Instituto de Energía de la Universidad de Texas, forma parte de una comisión consultiva internacional de TEPCO y viaja a Japón tres o cuatro veces al año para colaborar con otros especialistas en la labor de limpieza ad hoc que se está llevando a cabo.

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Además de la negativa de TEPCO a considerar otras alternativas, la principal crítica de Klein contra la mayor empresa de servicios públicos de Japón es la misma que muchos otros han expresado desde que se produjera el terremoto (y el posterior tsunami): una sospechosa falta de voluntad por mantener al público informado.

“Cuando empiezan a circular rumores, TEPCO debería salir al paso y decir, “Esto es lo que sabemos y esto es lo que no sabemos”, en lugar de guardar silencio”, afirmó Klein. Dan la imagen de que están encubriendo algo, cuando realmente no es así”.

Sin embargo, resulta difícil conceder a TEPCO el beneficio de la duda cuando la tónica de la empresa en este asunto desde antes de los desastres naturales ha sido la mentira, la desinformación y una aproximación deficiente a la cultura de la seguridad. Raras veces es constructivo señalar con el dedo en tiempos de crisis, pero cabe señalar que TEPCO ya ha sido amonestada por el gobierno japonés, la comunidad científica internacional, organizaciones pacifistas, los medios de comunicación de todo el mundo y por partidarios y detractores de la energía nuclear por no facilitar detalles importantes cuando se necesitaban desesperadamente. Si a esto sumamos el hecho de que continúa vertiéndose radiación en aguas del Pacífico, no es de extrañar que un tribunal japonés anunciara a finales de julio su intención de procesar a los directivos de TEPCO.

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Esta negligencia se remonta a la crisis de la central de Fukushima. Tres meses después de que se paralizara la actividad de la central, el Wall Street Journal publicó un informe elaborado a partir de una docena de entrevistas con ingenieros de TEPCO en el que aseguraba que los trabajadores de la central sabían que algunos reactores no resistirían un tsunami. Desde la construcción de la central de Daiichi a finales de la década de 1960, los ingenieros se han reunido con los directivos para tratar la posibilidad de reforzar los reactores en riesgo, pero sus peticiones fueron denegadas debido a los costes que ello implicaría y a una falta de interés general por renovar una central que, en aquel momento, funcionaba normalmente. En 2012 se sacó a la luz una de las medidas fruto de la reducción de costes, que consistía en el uso de cinta adhesiva para sellar las fugas de los conductos.

Un año después del informe del Wall Street Journal, TEPCO admitió que la catástrofe de Fukushima había provocado que se liberaran en la atmósfera 2,5 veces más radiación que la que se había calculado inicialmente. A día de hoy, continúa habiendo fugas.

En el tercer aniversario de la catástrofe, familiares de las víctimas del tsunami ofrecen oraciones en Namie, cerca de la central de Fukushima, en el lugar donde estaban sus hogares antes de que fueran arrasados. Yoshikazu Tsuno/AFP/Getty Images

Este año, cuando se cumple el tercer aniversario del desastre, continúan saliendo a la luz nuevos casos de negligencia en la gestión y los niveles de radiación siguen en aumento. El pasado febrero, TEPCO reveló que las fuentes de aguas subterráneas cercanas a la central de Daiichi y a escasos 25 metros del Océano Pacífico contenían 20 millones de becquerels del dañino estroncio 90 por cada cuatro litros (un becquerel equivale a una emisión de radiación por segundo). Aunque el nivel de contaminación del agua con estroncio 90 aceptado internacionalmente ronda los 120 becquerels por cada cuatro litros, estas cifras se ocultaron a la Autoridad Regulatoria Nuclear de Japón durante casi cuatro meses. Como represalia, el organismo de vigilancia nuclear del país censuró a TEPCO por carecer de “la competencia básica para la medición y el manejo de la radiación”.

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El mes pasado, TEPCO informó a la prensa de que en agosto de 2013 había 15 arrozales contaminados fuera de la zona de exclusión de Fukushima, después de que se retirara un gran fragmento de escombros de uno de los reactores dañados. Pese a que las lecturas correspondían a marzo de 2014, TEPCO no las hizo públicas hasta cuatro meses después, a principios de julio, lo que significa que uno de los alimentos más sagrados de Japón había estado acumulando peligrosos niveles de radiación durante casi un año.

Desgraciadamente, la lista continúa. Esto solo es una crónica resumida de los despropósitos y las deficiencias de comunicación de TEPCO. Se plantean muchas incógnitas, aunque quizá la más repetida sea: ¿por qué? ¿Por qué se está encubriendo mediante censura interna una crisis que empieza a considerarse el peor caso de contaminación nuclear de la historia, incluso peor, respecto a las emisiones, que Hiroshima, Nagasaki o Chernóbil? Si la omisión de información no es intencionada, como sugiere el doctor Klein, ¿por qué la revelación de los datos no ha contribuido a que se ponga más empeño desde las instituciones por controlar la situación  y evitar que se pasen por alto o no se informe de posibles irregularidades?

Cuando le hice estas preguntas a la premio nobel de la paz Helen Caldicott, su respuesta fue inmediata: “Porque el dinero importa más que las personas”.

La doctora Caldicott era profesora en la Facultad de Medicina de Harvard cuando, en 1978, fue nombrada presidenta de Médicos por la Responsabilidad Social, una organización estadounidense de médicos contrarios a la guerra nuclear, el cambio climático y comprometidos con otros asuntos relacionados con el medio ambiente. Junto con su ente matriz, la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear, la organización obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1985, un año después de la marcha de Caldicott.

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El pasado septiembre, Caldicott organizó un simposio en la Academia de Medicina de Nueva York titulado “Las consecuencias médicas y ecológicas de Fukushima”. Asimismo, en octubre de este año publicará un libro sobre el tema. Su experiencia no solo se basa en la investigación académica, sino también en toda una vida ejerciendo como médico y aplicando tratamientos preventivos en la era nuclear.

“Japón produce piezas para reactores nucleares, como vasijas de confinamiento”, explicó en una entrevista con VICE. “Hacen una gran inversión en energía nuclear, a pesar de tener acceso a nueve veces más energía renovable que Alemania".

Si bien Caldicott considera que la diferencia entre Fukushima y Chernóbil radica en la fuga constante de material radiactivo, en ambos casos queda patente el esfuerzo de las instituciones por evitar que se disipe la cortina de humo. “Pasaron tres meses hasta que el gobierno nipón explicara al mundo que se habían producido tres fusiones de los núcleos de los reactores, cuando los accidentes se produjeron durante los tres primeros días”, afirmó. “No están realizando inspecciones rutinas de los alimentos De hecho, se está cultivando en zonas con altos niveles de radiactividad, e incluso se rumorea que la comida más radiactiva se está envasando y vendiendo a los países en vías de desarrollo”.

“Algunos médicos de Japón están empezando a preocuparse por el aumento de las enfermedades, pero han recibido instrucciones de no comunicar a sus pacientes que las dolencias están causadas por la radiación”, continuó. “Todo esto es por el dinero. Lo único que les importa.”

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El dinero al que se refiere no solo procede de la exportación de piezas de reactores nucleares, ni de la presión que la economía está ejerciendo sobre la conciencia nacional de Japón. Forma parte de un tejido de connivencia y secretismo que van más allá de los registros de TEPCO. A finales del mes pasado, el vicepresidente de Kansai Electric Power Company (KEPCO), que obtenía casi el 50 por ciento de la electricidad de fuentes de energía nuclear como Fukushima antes del accidente de 2011, informó a la prensa nipona de que el presidente dela compañía había realizado un donativo de unos 3,6 millones de dólares a siete primeros ministros japoneses y a otras personalidades políticas entre 1970 y 1990. La cuantía del donativo se basaba en la medida en que sus mandatos favorecieran a los sectores de la energía nuclear y eléctrica.

Si no es el dinero lo que mueve a las instituciones al oscurantismo informativo respecto a Fukushima, lo es el miedo a la histeria colectiva. Cuando se supo que el la Agencia Internacional de la Energía Atómica, organización pronuclear asociada a la ONU, había llegado a un acuerdo con los representantes del gobierno de Fukushima para clasificar la información que pudiera despertar la preocupación de la población, los temores de que se estuviera llevando a cabo una campaña de encubrimiento se agravaron ante la gravedad de una situación cada vez más surrealista.

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Norio Tsuzumi (en el centro, de pie), vicepresidente de TEPCO, y sus empleados agachan la cabeza en señal de disculpa a los evacuados en el refugio de Korivama. Ken Shimizu/AFP/Getty Images

Pese a los esfuerzos, mucha información ha salido a la luz. Desde agosto de 2014, sabemos que continúan aumentandolos niveles de radiación cerca de la zona de Fukushima, incluso después de tres años de descontaminación. Sabemos que los médicos han registrado 89 casos de cáncer de tiroides en un estudio con menos de 300.000 niños de la zona de Fukushima cuando la tasa de incidencia normal en jóvenes es de uno o dos por cada millón. Sabemos que los científicos japoneses siguen siendo reacios a publicar sus hallazgos sobre la catástrofe por miedo a que el gobierno nipón les estigmatice.

También sabemos que los marineros estadounidenses que realizaron labores de socorro inmediatamente después del accidente han experimentado distintos tipos de cáncer, que el recuento de glóbulos blancos de los monos que habitan en el exterior de la zona restringida de Fukushima es inferior al de otros ejemplares de otras partes del país y que la comunidad internacional está subestimando en gran medida los efectos de esta catástrofe.

La efectividad del muro de hielo de TEPCO se comprobará llevando a cabo el proyecto. No obstante, el doctor Klein, la doctora Caldicott y otros expertos tienen una opinión distinta sobre lo que debería haberse hecho.

“Quisiera que probaran a utilizar bombas externas para ver si así se podría ralentizar la entrada de agua”, dijo el doctor Klein. Para ello sería necesario instalar bombas mecánicas corriente arriba, alejadas de la planta, para recoger y contener el agua y evitar que pase sobre los reactores dañados. “Antes de que ocurriera el accidente, se desplazaban cerca de 102.000 litros de agua al día en el lugar”.

“El problema es que TEPCO no ha invitado a la comunidad internacional para que contribuya a solventar la situación”, dice la doctora Caldicott. “El gobierno japonés debería haber invitado a una gran empresa como Bechtol, dedicada a la fabricación de reactores, para que sus ingenieros presentaran una propuesta”.

Al mismo tiempo, Caldicott reconoce que no todo está en manos de Japón. “Debería crearse un consorcio de expertos de Francia, Rusia, los Estados Unidos y Canadá que colaboraran codo con codo, junto con el gobierno de Japón, para hallar una solución”, opinó.

Otros consideran que Japón debería acudir al Kremlin. La catástrofe de Chernóbil dio a Rusia y a Ucrania un grado de experiencia sin parangón en la gestión de accidentes nucleares.

Aunque el debate sobre el impacto medioambiental de Fukushima continúa candente entre la comunidad científica y el público, el doctor Klein prefiere tomar distancia respecto a la polémica y poner las miras en el resultado final. “Me gustaría que se llevara a cabo una operación segura. Es complicado”, admite, “pero tenemos que apoyar a Japón en la labor de limpieza siempre que nos sea posible”.

Sigue a Johnny Magdaleno en Twitter: @johnny_mgdlno