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40 años después del golpe de estado en Chile, entrevistamos al periodista que transmitió la despedida de Allende

Guillermo Ravest vive en México y sigue lamentando no poder arreglar el mundo.

Guillermo Ravest.

“Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza
de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza
de que, por lo menos, será una lección moral
que castigará la felonía, la cobardía y la traición.”

Salvador Allende

Ayer se cumplieron 40 años del golpe militar en Chile. Seguramente, durante todo el día, en Chile se escucharon y publicaron fragmentos del último discurso de Salvador Allende despidiéndose de los chilenos, antes de que las fuerzas golpistas tomaran el Palacio de la Moneda. Para nosotros escucharlo es tan sencillo como buscarlo en Youtube, pero para Guillermo Ravest fue asunto de vida o muerte.

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“Soy el periodista que aquel martes 11 de septiembre de 1973, desde el exterior de La Moneda, el palacio de gobierno chileno, recibí en mi emisora Radio Magallanes la petición urgente del presidente Salvador Allende: ‘Compañero Ravest, necesito salir en directo inmediatamente’. Estuve hace 40 años en el lugar correcto y en el momento oportuno que me dictaba mi deber de periodista y de hombre de izquierdas”.

Guillermo Ravest tiene 86 años, tres nietas y ha publicado tres libros. Mientras la semana pasada tomamos café cargado en su casa, cerca de Texcoco, me contó cómo fue el día del golpe, el exilio y los problemas que le acarreó demostrar que él y Amado Felipe transmitieron por radio el discurso de Allende.

A este hombre el golpe lo encontró como director de Radio Magallanes. “Estábamos en una ratonera, era el sexto piso de un edificio a cuatro calles de La Moneda, podían habernos allanado en aquel momento, algo ocurrió, ¿qué? No sé, suerte, un creyente podría decir que fue la divina providencia, pero no nos allanaron entonces. El equipo, esa quincena de periodistas y técnicos que estuvimos esa mañana del 11 en la radio, salimos indemnes, salvamos el pellejo”.

Desde la madrugada del martes 11 de septiembre ya corrían los rumores del golpe de estado. Ravest me dijo que tenían tanto tiempo cantando el golpe en Chile que casi sintió un poco de alivio cuando al fin sucedió. Poco después de las ocho de la mañana comenzó la repetición del fragmento del Bando Militar (el mensaje que enviaron las fuerzas armadas) a través de diferentes emisoras: “La prensa, radiodifusoras y canales adictos a la Unidad Popular deben suspender sus actividades informativas a partir de este instante. De lo contrario recibirán castigo aéreo”.

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A las 8:30 de la mañana Guillermo se reunió con el personal de Radio Magallanes y decidieron seguir transmitiendo. A las 9:20 comenzaron su hazaña periodística: sacar al aire las últimas palabras de Salvador Allende a pesar de las amenazas de los golpistas.

Desde bien temprano comenzó la llamada Operación Silencio y quitaron del aire a dos estaciones de radio afines con Allende. Radio Magallanes era la última en pie. Con la amenaza de atacar por aire y tierra a quien le diera el micrófono al presidente, Ravest le dio la oportunidad a Salvador Allende de hablar por última vez con el pueblo chileno. “Por una casualidad que me honra en protagonizar yo estaba en la sala de los radio controladores de mi emisora, tomé el fono y me salió la inconfundible voz de Allende”.

—¿Quién habla?

—Ravest, compañero…

—Necesito que me saquen al aire, inmediatamente, compañero…

—Deme un minuto, para ordenar la grabación…

—No, compañero. Preciso que me saquen al aire inmediatamente, no hay tiempo que perder…

El último discurso de Salvador Allende, transmitido por Radio Magallanes.

“Sin sacarme la bocina de la oreja, y para que el mandatario me escuchara, grité a Amado Felipe —quien se encontraba al frente del tablero de control del estudio, a unos tres metros de distancia—: ‘Instala una cinta, que va a hablar Allende’ y a Leonardo Cáceres: ‘Corre al micrófono para anunciar a Allende’. Allende debe haber escuchado esos gritos y le pedí: ‘Cuente tres, por favor, compañero, y parta…’”

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Una vez que terminó su discurso, Allende le dijo a Guillermo: “No hay más compañero, eso es todo” y sus palabras más que descriptivas fueron proféticas. Cinco horas después dio inicio la dictadura de Augusto Pinochet. “Cuídese, compañero…”, así se despidió Guillermo y esas fueron las últimas palabras que intercambiaron el periodista y el presidente.

Minutos después el drama continuó en Radio Magallanes. A las 10:27 de la mañana cortaron la transmisión, el equipo dedujo que los militares habían llegado a la planta transmisora. No sabían si sus compañeros estaban detenidos o habían sido asesinados.

Ravest y Felipe decidieron que era hora de que todos volvieran a casa: “Lo único cuerdo era desalojar los estudios”, sin embargo tanto Guillermo como Amado prefirieron quedarse en las instalaciones. Dice que para no deprimirse limpiaron y destruyeron todos los documentos que pudieran servir a los milicos.

En las calles había toque de queda. A las seis de la tarde, Ligeia, su pareja, logró contactar telefónicamente con Guillermo. “Me dijeron que todos los de la Magallanes estaban muertos”. Ligeia le preguntó cómo estaba y le dijo que aquel hombre se había matado. No necesitaba mucha explicación, ese hombre era Allende. Ambos acordaron hablar al día siguiente. Guillermo y Amado permanecieron dentro de los estudios de Radio Magallanes hasta el mediodía del jueves 13 de septiembre.

“¿Y qué comieron en esos días?” Me contesta que lo esencial: café y cigarrillos.

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Durante esos dos días hicieron 40 copias del discurso de Allende. Cada uno se quedó una mitad y decidieron entregarlas al Partido Comunista chileno. “Sabíamos que estábamos envasando un trozo de historia”.

Imposibilitado para seguir ejerciendo como periodista por las implicaciones, Guillermo trabajó incluso de jardinero en los meses siguientes para conseguir dinero.

En diciembre de 1973 dejaron una orden de presentación a un juzgado militar para Guillermo con su hija Paula, quien entonces tenía tan solo 11 años. Era el momento del exilio.

Guillermo se fue con su familia a Alemania y poco después a Rusia. “Se nos acabó el dedo como a los españoles”, me lo dice mientras golpea el dedo pulgar contra la mesa: “Este año sí se va Franco, este año sí se va Pinochet…” Y así pasaron siete años. En esos años junto con un grupo de periodistas chilenos transmitieron desde Radio Moscú un programa diario que duraba tres horas; eran el mosquito en la oreja de Pinochet.

Me enseñó su bitácora, las diferencias horarias y me contó sobre las cartas que les mandaban los presos dándoles las gracias.

Pero la historia no termina allí. Aún le quedaba otra batalla. “Mantengo mi convicción de que el mejor homenaje a Allende es honrarlo con la verdad”.

Durante décadas, debido a intereses políticos dentro del Partido Comunista, se dijo que el periodista Hernán Barahona y el radioperador Federico Godoy habían sido quienes transmitieron las palabras de Allende en Magallanes.

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Guillermo me dice que le da rabia que hayan borrado así la verdadera historia de quienes sí estuvieron ese día en la radio. Hace énfasis en que Barahona no era uno de ellos. Me dice que cada vez que cuenta esta historia no lo hace por protagonismo, y yo le creo.

Aunque desistió en varias ocasiones de llevar el asunto hasta sus últimas consecuencias, el 28 de agosto de 2007 finalmente solicitó la intervención del Tribunal de Ética y Disciplina del Colegio Metropolitano de Periodistas. “No pedí sanciones. Sólo que esa instancia investigara la veracidad de los hechos ocurridos el 11 de septiembre de 1973”.

A pesar de que absolvieron a Hernán Barahona, ya que ni siquiera pudo comparecer debido al cáncer que lo aquejaba, se pudo probar que Barahona abandonó Radio Magallanes minutos después de las ocho de la mañana.

Sin embargo como no se refirieron a la suplantación de roles en su resolución, Guillermo decidió apelar. Ahora el juicio se ha llevado al Tribunal de Ética y Disciplina del Consejo Nacional.

Esta fue la resolución del TRED: “Existen antecedentes escritos y testimoniales —que no concuerdan con las versiones de El Siglo citadas [en la edición de septiembre de 1989]—: Guillermo Ravest, en ese entonces director de Radio Magallanes, estuvo de la cabeza de la grabación señalada [últimas palabras de Allende]. Esta situación es avalada por el propio jefe de prensa de la radioemisora en las declaraciones que prestó ante este Tribunal”.

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Hacemos una pausa y me siento a comer con Guillermo, su hija Paula y su nieta. Me ofrecen un pastel chileno que tiene picadillo, puré de manzana, pollo con cebollas caramelizadas y un poco de vino. Paula me cuenta que el consumo de vino es parte de la vida cotidiana de los chilenos. “De niños nos daban de tomar vino con un poco de agua y azúcar”.

Después de horas de charla, le pregunto qué haría diferente. Me respondió así, a pesar de los sinsabores: “Si volviera a ser joven, volvería a ser periodista. Es raro haberme encaminado a esta vocación porque provengo de una familia obrera, ferroviaria; renuncié a ferrocarriles con gran escándalo de mi familia y quise ser escritor…” Dice esto, mientras fuma una pipa. Su colección debe tener como unas ocho (al menos a la vista), la más bonita es una pipa cubana con franjas de colores, pero dice que es la única que no le gusta. “No creas que fumo en pipa por pose, es la única manera que encontré de fumar menos”.

“Desde los ocho o diez años no paré de leer, conseguía libros prestados, tuve una afición lectora que creo que me marcó. El hecho de leer mucho, desde libros pícaros a la edad del despertar sexual, hasta cosas serias, de aventuras, como Salgari o Verne, creo que me despertó una gran curiosidad por saber qué era el mundo, qué es la vida, y desde entonces mantengo una gran curiosidad que aun de viejo no se me agota”.

Y no sólo su curiosidad sino su entusiasmo. A pesar de su hablar pausado y tranquilo, me cuenta con una sonrisa los pormenores de lo que está pasando en Chile, dice que gracias a los jóvenes esta conmemoración del 40 aniversario del golpe militar será distinta, que al fin se están destapando las cosas, que son los estudiantes los que están moviendo la agenda.

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“¿Viste que ya reconoció la Suprema Corte en Chile?” Paula abre los ojos, parece que la pregunta de Guillermo la tomó un poco por sorpresa, mientras cierra tras de sí la puerta de la casa de su padre.

Apenas el viernes la Suprema Corte chilena reconoció que tuvo “omisiones” al rechazar miles de amparos promovidos por víctimas de la dictadura de Augusto Pinochet, aun así la Corte se negó a pedir disculpas.

Guillermo dice que su primer “golpe periodístico”, como él le llama, fue la crónica del duelo a pistola entre Salvador Allende y Raúl Rettig, era una primicia. “Años después vine a enterarme que el duelo era por una mujer”. Pero los senadores no eran buenos tiradores, ambos salieron ilesos de aquel duelo.

Le pregunto a Guillermo si vale la pena morir por una noticia. “Hay noticias y noticias, un simple hecho de la calle, una nota pasional, una noticia así, no creo que valga la pena. Ahora, si el periodista tiene una posición, no digo política, sino una actitud o una postura social de empatía o de solidaridad con la gente más jodida en este mundo o con los pueblos más agredidos, si tiene uno una actitud solidaria, ahí a lo mejor sí vale la pena morir por una noticia que incumba a muchos; sin embargo no creo que el martirologio de un periodista sea lo más recomendable”.

Guillermo decidió mudarse definitivamente a México en 1995. Me enseña su biblioteca. Sus libros están en unas cajas ya que en dos semanas se muda con su hija al centro de Texcoco; dice que va a extrañar la vista de su casa en San Miguel Tlaixpan porque “tiene montañas, como en Chile”. En el patio, una gallina mueve sus aspas como si fueran alas. Guillermo se pregunta qué hará con ella ahora que se va a mudar. Me invita a un pan hecho en casa y me pregunta que si quiero un trago.

“Lamento que los que queríamos una sociedad mejor, más justa, más ecuánime, gastamos tanto esfuerzo personal y colectivo y no pudimos arreglar el mundo, ni el país ni el mundo, al contrario, como viejo tengo el cargo de conciencia de que hemos entregados a los jóvenes y a las nuevas generaciones, un mundo tan feo, tan invivible, que por lo único a lo que yo aspiraría a ser joven, es por volver a luchar por una sociedad mejor”.