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Cultură

Balas de goma en las calles de Madrid

El 14N desde el punto de vista de una americana.

La artista americana Molly Crabapple estaba en Madrid el 14-N. Estas son sus impresiones sobre lo sucedido.

Cuando estás en una protesta, cualquiera que sea, tienes la sensación de que vas a cambiar el mundo.

Me encontraba yo sentada en una baranda, haciendo dibujos de la marcha de 400 mil personas en apoyo a la huelga general en Madrid. Veía una infinidad de rostros y, sobre estos, un arco iris de izquierdas: banderas negras y rojas de la CGT (Confederación General del Trabajo), globos rojos de la UGT (la Unión General de Trabajadores), banderas con los colores amarillo, rojo y morado de la Segunda República. La gente portaba banderas hechas en casa para protestar contra la ley de austeridad que la UE pretende imponer a España.

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Cuatrocientas mil bocas cantando: "¡Arriba! ¡Arriba! ¡Todos a luchar!". Máscaras de Guy Hawkes marchando junto a estudiantes, niños y obreros del rostro endurecido. Los cánticos, los letreros, los cuerpos, todos aspirando a una emocionante, pero a la postre engañosa conclusión: tienen que ganar.

Por supuesto, las manifestaciones no cambian el mundo. Por sí solas son un carnaval. Una fiesta de disfraces con música, fuego, acuerdos y burlas a los reyes. El gris de todos los días anulado por un lapso de unas horas. Un éxtasis rebelde que, en última instancia, sirve para mantener a la jerarquía en su lugar. Aquellos que están en el poder, si tienen un ápice de conciencia, dan permiso a que se celebre este carnaval, ya que funciona como válvula de escape. El carnaval, en sí, no es poder.

Comprendí esto durante los protestas de Occupy Wall Street. Sentíamos que estábamos construyendo un mundo nuevo en una plaza de cemento hasta que la policía de Nueva York partió cabezas y arrojó nuestra nueva ciudad en miniatura a unos camiones de basura.

15M, el movimiento español contra la austeridad que arrancó en mayo de 2011, fue en cierto modo el padre de Occupy. Ocho millones de personas (uno de cada seis españoles) salieron a tomar las plazas de la ciudad. Stephane Gruaso, un cineasta documental que cobró fama durante el 15M, dice: “Fue algo que no reconocí. Aquello no era un partido político, no era un sindicato; era gente de muchos estratos diferentes hablando. Me pegué al movimiento como un papel mojado. Queríamos lo mismo que la gente de la plaza Tahrir y Occupy Wall Street. Un mundo mejor, una vida decente".

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El 15M fue parte de la ola de protestas que dominó 2011. La Puerta del Sol, igual que la Rotonda de la Perla en Bahrein o el parque Zuccotti en Nueva York, se convirtió en una de esas ciudades de tiendas de campaña inmediatamente reconocibles, plagadas de señalizaciones, bibliotecas gratuitas y centros de medios tapizados de cables. Los medios españoles tacharon al 15M de perroflautas. Igual que Occupy Wall Street, el 15M no exigió nada: se regodeó en sus asambleas masivas, continuó siendo un movimiento de resistencia no violenta y, finalmente, perdió impulso ante las fuerzas policiales y su propia burocracia.

El movimiento 15M todavía sobrevive a través de asambleas vecinales que hacen de todo: desde comprar comida a través de cooperativas hasta oponerse a las hipotecas y pagar los gastos legales de los manifestantes.

España, mientras tanto, ha seguido los pasos de Grecia en cuanto a escoria y rescates financieros. Una ley particularmente fea obliga a la gente a liquidar sus hipotecas incluso después de ser desalojados de sus casas. Hace dos semanas una mujer se suicidó arrojándose por una ventana mientras unos agentes intentaban arrebatarle su casa. El cincuenta y tres por ciento de los jóvenes están desempleados. Aquellos que pueden salir del país, lo hacen. La gente está molesta con los dos grandes partidos políticos, PP y PSOE. Un miembro socialista del parlamento a quien tuve ocasión de conocer estaba exasperado porque el 15M no hacía uso de su número para darle la victoria a su partido. Salam Abu Orabi, un estudiante de enfermería de 21 años, se ríe: “Lo que ha pasado en España es igual que lo de Estados Unidos. Republicanos, demócratas. PP, PSOE. Son lo mismo. Yo no voté. No creo en ningún partido”.

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Los países endeudados del sur de Europa, Portugal, Italia, España y Grecia (conocidos en inglés por el acrónimo PIGS, o cerdos), convocaron para el 14 de noviembre una huelga general contra la ley de austeridad, paralela a las cientos de protestas por el mismo motivo en todo Europa. Los principales sindicatos españoles, UGT y CCOO (la política española ha sido una sopa de letras desde que Orwell escribió Homenaje a Cataluña) nunca tuvieron gran presencia en el 15M. Son, sin embargo, parte de la historia española. Prohibidos en España durante las décadas del fascismo en, resurgieron con la democracia en 1975. Ligados al partido socialista, también han sido víctimas de los recortes. Es la clásica desconexión entre los trabajadores con un salario digno dentro del cada vez más pequeño sector industrial y aquellos con una vida precaria en el sector de servicios. Pero los sindicatos pueden hacer que la infraestructura se detenga.

Stephane dice: "Los sindicatos tenían un problema: el 15M no los necesitaba. No tengo nada en contra los sindicatos, pero los sindicatos son organizaciones políticas y tienen que hacer compromisos. Convocaron una huelga general y ahora están luchando. Pero nosotros llevamos dos años luchando todos los días en las calles”.

La huelga general arrancó a medianoche. Miles de jóvenes de unos 16 años, enmascarados, pegaron estampas de vinilo del sindicato, pintaron símbolos de anarquía y rompieron los cajeros automáticos en todos los negocios abiertos. En los bancos pintaron “Asesinos” una y otra vez. La policía antidisturbios los seguía con precaución, pero estaban mucho menos militarizados que la policía de Nueva York con la que yo crecí. Cuando los manifestantes veían un negocio abierto, cantaban: “¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga general!” y bajaban las rejas metálicas de las tiendas, atrapando dentro a clientes y empleados.

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La noche olía a cohetes y aerosol. Los antidisturbios protegían un TGI Fridays. Un guardia de seguridad con un pañuelo en la cara vio a un niño pintando su edificio. El guardia lo empujó con fuerza y después corrió bajo una lluvia de flashes de cámaras de móvil.

Las marchas duraron todo el día. Cientos de miles de personas en las calles, cubriendo todo el espectro de izquierdas: de miembros del CCOO de 50 años con niños ondeando banderas anarquistas a hippies con taparrabos, todos levantando los brazos al mismo tiempo como si estuvieran presenciando un asalto a un banco; cosa que sucedía, pero a nivel nacional.

Las tiendas temblaban ante el paso de los manifestantes. Una hora más tarde tenían las puertas abiertas, y los dueños, aún preocupados, retiraban pegatinas de sus ventanas.

La marcha de la tarde llegó hasta el Congreso, que para la ocasión estaba protegido con una barrera de cemento de tres metros. Humo rojizo se elevaba desde la fuente Neptuno. Nos quedamos ahí, parados, tras una caminata llena de gloria, preguntándonos que pasaría con España y con nosotros.

Cuando nos marchamos había fuego en las calles de Madrid. La gente arrojaba cohetes, la policía corría con las porras preparadas y disparaba balas de goma. La brutalidad policial es tan endémica en España, explica el periodista Dan Hancox, que a las furgonetas de policía se las conoce como “lecheras”. Partirle la cara a alguien de un porrazo se conoce como “dar leches”.

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Se suponía que vería a Dan para tomarnos un whisky. Oí un par de estallidos en la Puerta del Sol, igual que los cohetes de los manifestantes, y Dan apareció sin aliento. Había estado esquivando balas de goma. Al estilo de los Keystone Kops, los policías perseguían a los jóvenes a la carrera, disparando mientras corrían.

Al día siguiente el gobierno declaró una moratoria a la hipoteca de casas. Estaba llena de agujeros. A muchos activistas les pareció muy poco y muy tarde.

¿Aquellos manifestantes de medianoche? Desembocaron en el hospital Princesa, en un vecindario rico en el noroeste de Madrid. Princesa es uno de los principales hospitales de investigación en Madrid. Debido a la crisis estuvo a punto de convertirse en un centro geriátrico. España tiene el séptimo mejor sistema sanitario del mundo, cosa de la que se presume con orgullo. La transformación del Princesa era una señal más de que, bajo las medidas de austeridad, pronto no habría mucho de qué presumir.

El 31 de octubre, los médicos y enfermeras del Princesa organizaron una ocupación. Colgaron pancartas en las paredes diciendo: “Este es tu hospital. Lucha por él”. Cubrieron las escaleras principales con ofrendas votivas. Las ancianas llenaban peticiones por millares.

Rosario García de Vecunia, directora de reumatología del hospital, se rió cuando le pregunté sobre el futuro de España. “España se está quemando”, respondió. Me dijo que “los políticos están lejos de la gente”, del desempleo y de los desalojos. “Esta es la primera vez que me muestro políticamente activa. Bueno, cuando era estudiante en el País Vasco ocupamos la universidad. Pero eso fue hace 30 años”.

Lo que la Dra. García de Vecunia me dijo tenía resonancias de lo que ya había escuchado desde toda España. Para muchos era su primer acto político más allá de depositar un voto. Pero el país no iba por buen camino y había que luchar. Le pregunté a Salam qué habían logrado las protestas. “Es difícil. Ves a la gente bien vestida y sonriendo. La crisis es difícil de ver, como es difícil ver los resultados de las protestas. Al menos les hemos enseñado al Gobierno, a la Unión Europea y al resto del mundo, que nos oponemos. Lo más importante es que estamos unidos”.