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Cómo es enamorarse de adictos a la heroína una y otra vez

Me fascinaba su intensidad. Eran rudos por fuera y tiernos por dentro. Chicos malos que se juntaban con otros chicos malos, decían groserías y eran impredecibles.

Hace cuatro meses, llevé a mi novio Jonathan a una clínica de rehabilitación —la misma a la que llevé a mi primer novio hace diez años—. Mientras Jonathan llenaba el papeleo y hablaba con los terapeutas, yo sólo pensaba en que su seguro únicamente cubriría la desintoxicación de cinco días que nunca le funcionaba. Tenía miedo de que muriera.

Era una situación aterradora y muy familiar. Tengo 27 años de edad y desde los 17 he tenido tres relaciones largas con tres hombres adictos a la heroína.

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A pesar de que donde vivo parece que en todos lados hay drogas, sé que no es una coincidencia. Después de mi primer novio —Julio, un luchador con el que empecé a salir en preparatoria— me prometí nunca volver a salir con un adicto a la heroína. (Ni siquiera fumo mota y nunca he probado los opioides.) Pero pasa una y otra vez.


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Sé que todos piensan que es muy raro. La gente asume que me enamoro de las emociones fuertes que produce la adicción. Pero no es cierto, me enamoro de la personalidad (de personas que casualmente tienen problemas de adicción). Mis novios no eran adictos cuando los conocí. Uno probó opioides en varias fiestas y le gustaron; otro se clavó con a heroína después de que le recetaron oxicodona; el otro estaba en recuperación cuando empezamos a andar pero tuvo una recaída. Todos eran muy apasionados en su amor hacia mí.

Me fascinaba su intensidad. Eran rudos por fuera y tiernos por dentro. Chicos malos que se juntaban con otros chicos malos, decían groserías y eran impredecibles. Eran muy sociables en las fiestas y en general eran muy divertidos. Como soy una persona demasiado cuidadosa, me atraía la forma en que ellos siempre buscaban aventuras. Sentían curiosidad por cosas que me daban miedo. Me protegían y me sentía segura con ellos.

Cuando digo que eran tiernos por dentro me refiero a que conocían el dolor. El papá de Jonathan se suicidó, tiene otros seis hermanos y todos tienen problemas de adicción. Iván tuvo que soportar el alcoholismo de su madre toda su vida. Todos decían que eran fuertes ante el dolor pero tenían inseguridades que los hacían muy susceptibles, una característica muy difícil de encontrar en un hombre.

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Sentía que me entendían y me amaban con todo y mis defectos. Eran personas inconsolables que sabían como consolar a otras. Como los amaba y me trataban tan bien, hacía hasta lo imposible por hacerlos sentir bien.

Mis amigos y mi familia no estaban de acuerdo. Decían que yo —una chica alegre que solía ser porrista y que pide que la llevaran al hospital por una cruda— era demasiado buena para ellos.

"No va a cambiar", me decían todos y sólo lograban hacerme enojar. No lo sé y él tampoco lo sabe. ¿Y quién eres tú para decirme eso?


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Lloraba en la regadera porque no encontraba una persona dispuesta a escuchar. Incluso en internet, todos los comentarios eran negativos: "¿Es adicto? ¡Déjalo!".

Lo que nadie era capaz de entender era que estaba enamorada y estaba tratando de luchar por la salud de mis parejas, como cualquier persona haría si su amado estuviera enfermo. No era mejor que mis novios, sólo tuve una infancia más fácil.

Las personas que me regañaban no entendían que sus novios no eran necesariamente mejores solamente porque sus errores no estaban tan mal vistos. En realidad nunca sentí envidia por las relaciones de mis amigos. No creo poder aguantar la mitad de toda la mierda que hace la gente con relaciones "normales".

Nunca me preocupé de que me fueran a engañar o se enamoraran de alguien más. Estaban más que comprometidos conmigo y su dedicación era tanta que casi llegaba a la obsesión. Me enviaban cartas kilométricas, me daban regalos cada que se celebraba algo (comprados o robados, la verdad no sé). Sabían cómo se sentía estar entre la espada y la pared. Por eso siempre me apoyaban.

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Esta clase de compromiso tan intenso era absorbente. Pero a veces no estaba tan padre. Cuando sales con una persona así, lo que más amas de él puede ser lo que más te desespera. Esa pasión se puede convertir en una amenaza de saltar desde una ventana con una cuenta regresiva: "Cinco, cuatro, tres —¿vas a regresar conmigo?— dos, uno".

Eso no era amor; era manipulación. Y es necesario establecer límites.

Y claro que había otros bajones, como la vez que Iván dejó de tomar buprenorfina y tuvo síndrome de abstinencia todo el camino de la playa a la casa y se la pasó vomitando por la ventana de mi auto. Me espanté al verlo tan mal y traté de llevarlo al hospital pero no quiso.

En vez de eso, lo llevé a donde me pidió. Mientras estacionaba el auto, él se salió sin avisarme y entré en pánico cuando unos tipos se acercaron a ofrecerme drogas. Después, cuando vi por el espejo retrovisor, me di cuenta de que ya no estaba en el auto y me puse a llorar como loca al pensar en todo lo que lo podría pasar. Dos minutos después regresó con una enorme sonrisa en el rostro y una limonada.

He ido a las famosas narcotienditas, amenazado de muerte a dealers y estado en persecuciones a toda velocidad sólo para asegurarme de que mis novios estaban yendo a su rehabilitación (y resultó que no). He llamado a sus familias, a sus supervisores de libertad condicional y he pasado horas buscando tratamientos en internet. He revisado los registros telefónicos, no sólo para ver a quién llamaron sino para rastrear los números. Mis habilidades detectivescas son legendarias.

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Y es raro pero después de haber pasado tanto tiempo leyendo sobre adicciones y programando horarios para reuniones en AA, a veces parece que soy yo la que está en rehabilitación.

¿Por qué es tan difícil buscar ayuda para una persona? ¿Cuántas veces más tengo que ver Descanse en paz en Facebook o leer otros obituarios sobre jóvenes de 24 años que "murieron repentinamente" antes de resolver la crisis de opioides en el país? Me costó tanto trabajo lograr que Iván entrara a rehabilitación que llegué a bromear con que iba a aplicar la John Q para que lo recibieran en las clínicas.

Es desgarrador ver a tu novio sufrir de esa manera. He visto a muchos hombres llorar porque no saben como dejar algo que está destruyendo sus vidas. Se odiaban por sus propios fracasos. Quería ayudarlos a sentir que iban a estar bien y que podíamos ser felices sin drogas. Prendía velas, ponía música de meditación y me quedaba despierta toda la noche con ellos cuando tenían síndrome de abstinencia.


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Pero el amor no era suficiente. Si no podían hacerlo por su propio bien y el de su familia, no lo iban a hacer por mí.

E incluso durante esos breves periodos de sobriedad, las cosas no mejoraban como por arte de magia. Jonathan lleva un mes sobrio y se la pasa preguntándome cuándo vamos a regresar, como si fuera mi obligación ahora que ya dejó los opioides. Pero las cosas llegaron al punto en que siempre le reclamaba por drogarse e investigaba todo, lo cual no era sano para ninguno de los dos. La adicción estaba tan arraigada a nuestra relación que la sobriedad no resolvía nuestros problemas.

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Pero esto no significa que esté resentida. Tomé la decisión de terminar la relación porque era enfermiza pese a que al principio era hermosa. Todavía me importan y trato de mantenerme en contacto con ellos. Por el momento los tres están sobrios. Tengo fe en que van a seguir siendo fuertes y van a poder ser felices y hacer feliz a alguien más así como alguna vez me hicieron muy feliz.

No sé si mi patrón romántico va a continuar pero no me arrepiento del tiempo que pasé obsesionada en él. Amar a estos hombres me enseñó a amar con más intensidad, a luchar por las cosas en las que creo y a nunca rendirme con una persona sólo porque la situación no es perfecta.

Mi corazón se hizo más grande gracias a ellos.

*Todos los nombres fueron modificados. Bree Marie es el seudónimo de una mujer que vive en Delaware County, Pennsylvania.

Este artículo fue publicado originalmente en The Influence, una página de noticias que abarca el espectro completo de la relación entre los humanos y las drogas. Sigue a The Influence en Facebook o en Twitter.