Un día con los muerteros de la Doctores

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Un día con los muerteros de la Doctores

"¿ Hay temporada alta?", pregunté. "Claro. No sé porque la gente se muere más en los meses de septiembre a febrero".

"No le tengas miedo a la muerte… respétala", me dijo Gustavo al verme sorprendido. El cuerpo de una mujer que murió electrocutada se encontraba en la plancha metálica. Lo abrió a la mitad con un bisturí. La sala, blanca y quirúrgica, tenía una luz muy fuerte que atravesaba mis pupilas. Gustavo y Armando, embalsamadores de la Funeraria Grossman, en la colonia Doctores, trabajaban en la estancia.

Los movimientos de Gustavo, un tipo carismático y repentinamente serio, eran precisos, similares a los de un carnicero: cortó, destazó y sacó visceras. "Nadie entiende la muerte", dijo mientras inyectaba formol en las arterias del cuerpo para preservarlo mejor.

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Aunque cubrí mi boca y nariz con mi chamarra, el olor era insoportable. Me revolvió el estómago. "El truco es no respirarlo tanto, ya con el tiempo te acostumbras", me aconsejó Armando. La sangre del cuerpo se escurrió y se filtró por la coladera de la plancha de metal. "¿Nunca habías visto un muerto?", preguntó. Afirmé con la cabeza. "Entonces no mames, es lo mismo".

Cada cuerpo y proceso es diferente. Existe una técnica, pero depende mucho de cómo venga el cuerpo. Algunos llegan mutilados o putrefactos y se necesitan otros procedimientos. Ellos los separan en cinco categorías.

• Caso legal (Por homicidio, posible homicidio)

• Íntegro (hospital, no historial clínico)

• Caso médico legal

• Putrefacto

• Estudio clínico

No todos los cuerpos pueden ser incinerados. Se necesita un documento que aseguré que la persona murió de manera natural.


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En la sala de al lado se encuentra el horno de cremación. Ahí, Raymundo, el hornero, volteaba un cuerpo para lograr encenderlo completamente. "Algunos cuerpos tardan en prenderse y otros se queman al instante, pero normalmente se necesita de una a tres horas", me platicó Raymundo mientras secaba el sudor de la frente.


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Sonó una alarma. Gustavo y Armando se dirigieron a la puerta para recibir otro cadáver. Era una mujer de cerca de 27 años de edad. La descripción del forense determinaba que había muerto por asfixia. Se había ahorcado con un cable de luz.

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Pasaron 20 minutos cuando volvió a sonar la alarma, dejando otro cuerpo de una mujer que murió por hepatitis. Fueron cinco los cuerpos que vi aquella noche en un lapso de cuatro horas. "Esto no es nada, a veces se nos llenan las seis planchas y llegamos a tener de nueve a 12 cuerpos en un turno de ocho horas. También depende si es temporada alta", me platicaron. "¿ Hay temporada alta?", pregunté sorprendido. "Claro. No sé porque la gente se muere más en los meses de septiembre a febrero".

@_zurdo