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Dos Caras

Manny Pacquiao, el ídolo filipino de las dos caras

Manny Pacquiao es el deportista de las dos caras, y su carrera en el boxeo se ha visto empañada por los elementos más oscuros de su personalidad. Es un hombre de contrastes, y esta es su leyenda.
Illustration by Dan Evans

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Si el mundo del boxeo fuera un instituto estadounidense, Manny Pacquiao sería el apuesto atleta que arrasa en todos los deportes, y que hasta se las arregla para ser un buen chaval y sacar buenas notas. "¡Qué pasa, Pac-Man!" le gritarían sus colegas mientras él caminara por los pasillos repartiendo saludos, intercambiando reverencias y chocando sus puños y sus dedos contra la interminable pasarela de enrollados que le envolvería.

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"¿Qué pasa, Manny?", le preguntaría su mejor amigo, Logan, después de darle un codazo cariñoso. "¿Te apetece bajarte a tomar unos chupitos con Chad y los chicos, antes de enfilar hacia una fiesta en una casa que la va a petar?". "Lo siento, Logan, pero esta noche no puedo". Esta noche nada de travesuras ni de descantille ni de desfase. Aquí el Destroyer tiene que quedarse en casa y estudiar para los exámenes. Y eso es porque Emmanuel 'Manny' Dapidran Pacquiao, aka 'Pac-Man', aka 'El pegador filipino', aka 'El Mexicutioner', aka 'el Destroyer', solo tiene una cosa metida entre ceja y ceja. Y esa no es otra que sacar las mejores notas posibles para que se lo rifen las mejores universidades, y conseguir su diploma con honores en el Hall of Fame de los estudios.

Soy leyenda: Muhammad Ali

Ahora abrimos plano y Manny está en el dormitorio de su habitación, vigilando sus medallas, sus trofeos, sus placas y sus galones, todos los que ha acumulado durante su paso por el instituto. 'El primero y el único campeón mundial de ocho categorías distintas, nada menos'. '10 títulos mundiales'. 'El primer boxeador de la Historia en conquistar cinco títulos consecutivos en cinco categorías distintas. 'El luchador de la década del 2000', tal y como le proclamaron los miembros de la Asociación de Escritores de Boxeo de Estados Unidos, el Consejo Mundial del Boxeo y la Organización Mundial del Boxeo.

Ganador en tres ocasiones del título de 'Luchador del Año'. Y hasta del de 'Mejor Luchador Asiático de Todos los Tiempos', tal y como le votaron desde BoxRec. Y considerado durante años como el mejor luchador de todas las categorías del boxeo por casi todas las revistas, organizaciones y cuerpos gobernantes del boxeo mundial entre 2007 y 2011.

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Claro que como tanta otra gente que parece tan perfecta por afuera, basta con rascar un poco la superficie para descubrir a otro Pacquiao. ¿El auténtico?

PA Images

En las Filipinas a Pacquiao se le conoce como a 'Pambansang Kamao', una expresión que podría traducirse aproximadamente como 'el Puño Nacional'. La suya iba a ser una ascensión desde lo más bajo hasta lo más alto. Pacquiao nació, al igual que una cuarta parte de sus paisanos, en la más absoluta pobreza. Era tan pobre que dejó la escuela y abandonó a su madre y a sus seis hermanos cuando tenía catorce años, debido a la extrema indigencia en que vivían. Como él mismo admitiría, creció rodeado de drogas y de violencia. Claro que siempre ha invocado a su devoción por la iglesia católica, una todopoderosa institución en su tierra, como el señuelo que le permitiría enfilar el camino recto en tiempos de turbulencia.

Y, pese a todo, con tan asombrosa galería de logros, y tan afable y amigable como pueda resultar a primera vista, lo cierto es que algunas de sus opiniones son imposibles de conciliar con su naturaleza de embajador de la lucha y de súper campeón. Pacquiao ha confesado sin rubor alguno que los homosexuales "son peor que animales". Igualmente, y a pesar de que ha admitido haber probado todo tipo de drogas, ha exigido la pena de muerte para frenar el consumo de estupefacientes en su país.

Lo proclamó, ni corto ni perezoso, durante su primera comparecencia en el senado de su país; tras debutar en un cargo de senador que ejerce por obra y gracia del dictador ultraviolento que dirige el país, su incondicional y adulado, Rodrigo Duterte.

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Manny Pacquiao atendiendo en el Senado de Filipinas el pasado 20 de septiembre. Foto REUTERS/Erik De Castro

En su debut en la cámara baja filipina, Pacquiao, no contento con exigir la pena de muerte a traficantes, propuso que la misma se ejecutara por ahorcamiento o fusilamiento. Tales opiniones suenan como las atrocidades que son a oídos de cualquier occidental; sin embargo, en la Filipinas de demagogia de su dictador, son opiniones compartidas y reivindicadas por millones. Digamos que eso no le disculpa en absoluto, pero sí es un reflejo de la cultura social en la que ha crecido.

Nivel básico: El ataque

Cuando uno tiene que referirse a Pacquiao como boxeador, lo cierto es que es casi perfecto. El filipino solo conocería a su actual y legendario entrenador Freddie Roach, después de haber conquistado sendos títulos mundiales (los dos primeros) en dos categorías distintas. Roach le instruyó en la harmonía del ataque, y con él en el ring, Pacquiao conquistaría otros seis campeonatos mundiales en otras tantas categorías distintas. El filipino se haría con el monopolio de las victorias en todas las categorías en las que compitió durante la primera década del 2000, un hito sin precedentes en la historia del deporte.

La insistencia de Roach en la velocidad del movimiento, combinada con la insaciable y demoledora naturaleza de los ganchos del filipino, un boxeador de una agresividad natural aterradora, no tendría parangón en el firmamento pugilístico. Claro que la dupla conocería también algunas derrotas, en su mayoría debidas al hecho de que Pacquiao y Roach jamás diseñaron estrategia defensiva alguna, siempre confiados en la naturaleza destructora del filipino. Ver a Pacquiao sobre el cuadrilátero era una experiencia comparable a ver al FC Barcelona jugar en su momento de esplendor.

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Un estratega ultra defensivo — como podrían serlo Juan Manuel Márquez o Floyd Mayweather — quizá sería capaz de contener o de negar la libertad de su despliegue ofensivo, y detectar agujeros en su semi porosa defensa, claro que nueve de cada diez veces el Barça terminaría por aplastar por siete u ocho goles a cero, a todos los equipos que buscaran atacarles de tal manera.

Manny Pacquiao golpeando al campeón de peso welter WBO en Las Vegas, Nevada el pasado 5 de noviembre. REUTERS/Steve Marcus

Con Manny sucedía algo parecido. Los explosivos nocauts que les propinó a casi todos los adversarios que se cruzaron en su camino durante su época de esplendor, combinados con un imparable gancho de izquierdas que, casi de manera errática, saltaba del cuerpo a la cabeza de sus contrincantes, equivaldrían a palizas rollo siete a cero en casi todas las peleas que disputó. Pacquiao era ofensivo hasta el desconsuelo, entraba con todo, lo cual era un deleite para los ojos, especialmente por lo sublime de su concentración, siempre con la guardia protegida y con el mazo dando.

La filosofía ofensiva de Roach y Pacquiao estaba apuntalada sobre la endemoniada destreza del filipino, que le convertiría en el boxeador más taquillero de su época en Estados Unidos. Y es que allí todo el mundo sabía que, pasara lo que pasara, cada vez que Manny saltaba al cuadrilátero, habría violencia por un tubo.

Y, sin embargo, a lo largo de su carrera Pacquiao tuvo que enfrentarse a muchas denuncias por dopaje. Lo cierto es que nunca nadie había conseguido antes saltar de una categoría pugilística a otra con tanto facilidad y rapidez como el campeón filipino. Basta con fijarse en los recientes ejemplos de Amir Khan y de Kell Brook por saltar de categoría para comprobar cuán estériles eran sus puñetazos contra oponentes más pesados. Y lo rápido que sucumbieron a los golpes mucho más contundentes de sus adversarios.

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Por mucho que Pacquiao salió completamente limpio en los análisis a los que sometió en Nevada, son muchos los que siguen sospechando de él. Y si bien siempre ha negado tenazmente todas las acusaciones, es otro aspecto de su carrera que — además de sus aberrantes opiniones políticas — parece empañar la cegadora gloria de sus conquistas.

El Momento Culminante: Pacquiao vs. Antonio Margarito, 13 de noviembre de 2010

Observad cuán jodido se le ha quedado el careto. Hablamos de la jeta del mexicano Antonio Margarito después de combatir contra Pacquiao en doce asaltos. Si eres capaz de soportar el visionado de este clip de YouTube — gracias a Dios, es solo una muestra de los momentos culminantes del combate, por mucho que si alguien quiere verlo entero, también lo encontrará — entonces serás testigo de una de las palizas más implacables y salvajes que probablemente jamás presenciarás en la historia del boxeo. Y estamos hablando de un Pacquiao que recién dejaba atrás el peso mosca, para debutar en el peso wélter, contra una de los boxeadores más aplastantes de su época, el ínclito Margarito.

Quizá no fuera el mejor combate de Pacquiao, ni su victoria más dramática, pero pocas veces se había jugado tanto en el cuadrilátero que durante aquella velada contra Margarito. Y tal sería su momento culminante porque es la que mejor expresa hasta qué punto el boxeo de Pacquiao fue tan brutal como extremadamente sucinto.

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Manny Pacquiao calentando antes de un entrenamiento en un gimnasio de Las Vegas en 2008. REUTERS/Steve Marcus

Margarito venía de infligir derrotas a todos los adversarios de su categoría. Era corpulento para ser un peso wélter, y venía de deshacerse de uno de los contendientes más correosos de la época, Miguel Cotto. Y, sin embargo, cuando se encontró sobre el cuadrilátero con Pacquiao iba a padecer el escarnio más infernal e implacable de su carrera. Pacquao tenía la velocidad, el carácter y una sed de violencia pura, insaciable, una violencia que le llevaría a devorar a su adversario a pedazos, reventándole el ojo de tal manera que Margarito tuvo que retirarse poco después del rapapolvo.

Una vez más, de Pacquiao se ha dicho siempre que es una fuerza de la naturaleza, claro que no hay nada tan sospechoso para quienes defienden que se dopaba, que la increíble manera en que demolió a tipos que hasta entonces eran auténticos gigantes que le rebasaban en peso y en alcance.

Frasecillas para el recuerdo

"Yo siempre he peleado por mi país, a mí manera, he demostrado que los filipinos somos gente fuerte y que pueden conseguir todo lo que se propongan".

Existen muchos motivos para estar en desacuerdo con Manny Pacquiao, aunque lo que está fuera de toda duda es su devoción por su país. Otra cosa es lo que haga como político, una carrera inquietante en la que ya ha proclamado su incondicional adhesión al dictador y asesino que gobierna el país, Rodrigo Duterte, uno de sus ídolos, después del Papa de Roma.

Sigue al autor en Twitter @williamwasteman // Ilustración: @Dan_Draws