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especial moda 2013

Los raggare aman los hot rods y el rock'n'roll

Los raggare aparecieron por vez primera en los años 50. Durante la guerra la infraestructura industrial sueca permanecía intacta y, en consecuencia, su economía de exportaciones experimentó un boom. Hasta los jóvenes de clase obrera se podían permitir...

Gamen, Pilen y Henry, de los Road Devils, sentados sobre el Hudson 1951 de Gamen. Foto cortesía de Sten Berglind.

   Los raggare son greasers de los tiempos modernos, tan importantes para la idenatidad nacional sueca como las albóndigas, ABBA y las rubias de ojos azules. Y esto, a pesar de que la subcultura raggare consiste en la apropiación de los coches americanos, el rock’n’roll y las chaquetas de cuero de tío duro. Se han convertido en algo tan común y corriente en Suecia que ya nadie presta atención cuando chavales de provincias con el pelo engominado pasan con su hot rod (o en un cutre Volvo si no se pueden permitir más) escuchando rock’n’roll a todo volumen y ondeando la bandera confederada de camino a la mayor exhibición de coches americanos que se celebra en el mundo: la anual Power Big Meet, en Västeras.

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   Los raggare aparecieron por vez primera en los años 50, gracias a la influencia que ejercieron en los adolescentes suecos las películas y la música americanas que inundaron la Europa de posguerra tras la instauración del Plan Marshall. Debido a la posición neutral de Suecia durante la guerra, su infraestructura industrial permanecía intacta y, en consecuencia, su economía de exportaciones experimentó un boom. De repente, hasta los jóvenes de clase obrera se podían permitir coches, copias del Jailhouse Rock de Elvis Presley y entradas para ver Rebelde sin causa. Estados Unidos se convirtió para ellos en sinónimo de esperanza, sueños y modernidad.

   Pero seguian siendo los años 50 y Suecia era muy, muy conservadora. Los raggare –que nadaban desnudos, tenían sexo, bebían y se peleaban– no tardaron en convertirse en un facil tema escandaloso de los que tanto gustan a los tabloides. La joven y rebelde subcultura se extendió por toda Suecia, y también en otros países nórdicos se empezó al poco tiempo a considerar como fetiche a la ruda e inconformista juventus americana que inmortalizaban las películas de la época. Para los greasers de los USA, tener un coche americano no era, obviamente, nada del otro mundo. Sin embargo, en Suecia, si lograbas hacerte con uno, eras propietario de uno de los mejores clubs de la ciudad: una sala de estar con ruedas equipada con estéreo, un sofá donde pegarte el lote, un maletero repleto de bebercio y pista de baile allí donde aparcaras.

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   Sintiendo curiosidad y con ganas de conocer mejor los orígenes de estos suecos amantes de lo americano, localicé a uno de los últimos miembros aún con vida de una de las cuatro bandas raggare que hubo originalmente en Estocolmo: Sven-Erik “Svempa” Bergendahl. Svempa sigue pasando sus días redecorando a lo chulo sus vehículos, solo que los coches americanos han sido reemplazados por enormes, llamativos camiones Scania, con los que ha ganado más de 200 premios en exhibiciones celebradas en todo el mundo.

Svempa, hoy con 74 años de edad, en su garaje en Estocolmo.

VICE: ¿Cómo comenzó en Suecia el movimiento raggare?
Svempa Bergendahl: Gamen [un célebre raggare de los primeros días] fundó una banda, los Road Devils, en la zona norte de Estocolmo. Para contrarrestarlos, unos colegas y yo, del club de motoristas KFUM, nos metimos en los hot rods y rebautizamos nuestra banda como Road Stars. Yo debía tener 17 ó 18 años entonces. Tenía un Ford Thunderbird por el que había pagado unos 900 dólares. Hoy costaría más de 60.000. ¿Puedes creerlo? Gamen y aquellos chicos se reunían en el centro de la ciudad, en un sitio llamado Cupido, mientras que nuestro garito estaba en Bollmora, al sur. Había otras dos pandillas en el sur de Estocolmo: los Car Angels, en Farstanäset, y los Teddy Boys, en Södermalm. Más tarde empezaron a surgir imitadores en ciudades más pequeñas, pero no tenían coches de verdad. Conducían Volvos u Opels. Los llamábamos blöjraggare [raggare con pañales].

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¿De dónde procedía el nombre “raggare”?
En sueco, ragga significa “recoger chicas”, y todo lo que nosotros hacíamos era conducir arriba y abajo recogiendo chicas. Hoy en día la gente se cita por internet, pero entonces había que ir a los locales o hacer lo que nosotros: recoger chicas que necesitaran que las llevaran. Y funcionaba. Todas querían que las llevaran en un coche bonito. Yo nunca he sido muy ligón, pero aun así yo parecía gustarles a ellas. Para mí, lo que de verdad importaba eran aquellos hermosos coches americanos y mi amor por los hot rods. Trabajé de mecánico en un garajey, como no me podía permitir un Yankee [“coche americano” en slang] nuevo. compraba coches antiguos, los arreglaba lo mejor que podía con tapacubos nuevos y unas capas de pintura y los intercambiaba por coches mejores. Por mi vida deben haber pasado unos 25 viejos Yankees.

¿Cómo era la vida raggare en esos tiempos?
En Bollmora había una mujer llamada Raggarmorsan [mamá raggare] que llevaba un café en el que nos dejaba estar. Cuando la desahuciaron de Bollmora y tuvo que trasladar el café al norte, a un suburbio más acogedor, todos la seguimos, pero los vecinos no querían por ahí “basura raggare” y hubo bastante conmoción. En el local de Raggamorsan te podías permitir un café y un bollo de canela, o una Coca-Cola, por pocos céntimos. Luego íbamos con el coche a hacer una ronda por varios cafés de Estocolmo. En ninguno estaba permitido el alcohol, y si le habías echado un poco a tu Cola –se veía porque el color era ligeramente más pálido–, entonces te echaban.

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   Algunos chavales destilaban su propio alcohol casero. Yo, sin embargo, no bebía. Conducíamos de un lado a otro toda la noche, alternábamos con chicas y escuchábamos discos de 7” en el estéreo del coche o Radio Luxembourg, que era el único canal que no emitía aburrida música religiosa. Por lo general yo no llegaba a casa hasta las 4 de la mañana. Intentaba estar en mi casa lo menos posible; mi padre era alcohólico y mi madre, que era muy pobre, tenía que hacer varios turnos trabajando como limpiadora para llegar a fin de mes. A veces llegaba a casa y lo único que había en la nevera era un trozo pequeño de salchicha. Yo era delgado, pero algunos de los otros chicos eran guapos y populares entre las chicas. Dedicábamos mucho tiempo a poner nuestros coches a punto y nos pasábamos horas delante del espejo antes de salir a conducir.

Svempa al volante, con su banda, los Road Stars, en su Pontiac Cabriolet de 1953. Foto cortesía de Sven Aberg/Scanpix.

¿Qué clase de innovaciones a la moda aportaron los raggare a Suecia?
Tener buena pinta era muy importante, por supuesto. Yo fui uno de los primeros en Estocolmo en llevar jeans. Tenía unos Wrangler Blue Bells que le compré en Hammarbyhamnen [el puerto al sur de la ciudad] a un trabajador de un barco que acababa de regresar de EE.UU. ¡Joder, lo celoso que se puso todo el mundo! Se quedaron de una pieza. Esto fue antes de que Lee y todas las otras marcas llegaran a Suecia. Yo estaba orgulloso de la hostia, y las chicas parecían en éxtasis. También tenía una de esas chaquetas universitarias reversibles. Llevábamos botas de cuero con hebillas a un lado y chalecos con el nombre del club pintado en la espalda. Solo unos pocos se podían permitir chaquetas de cuero. Por eso llevábamos chalecos o chaquetas tejanas, aunque los jeans no aparecieron hasta más tarde. Poníamos colas de zorro, llamadas raggaresvansar [colas raggare] en las antenas de nuestros coches, y nos peinábamos hacia atrás con Brylcreem para que el cabello no se moviera por muy rápido que fuéramos. Tener un espeso pelo negro peinado en tupé se consideraba muy, muy cool.

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¿Y qué llevaban las chicas?
Mi esposa, Monica, llevaba los tacones de aguja más altos de toda la ciudad y era de las pocas que realmente podía caminar con ellos. Trabajaba en una zapatería, así que siempre tenía a mano lo más nuevo. Las chicas no se ponían entonces tanto maquillaje, no tanto como las chicas de hoy, con esas cejas pintadas casi hasta la línea del cabello. Las chicas raggare se ponían lápiz de ojos y mezclaban pasta de cinc con polvos de colores para conseguir esa hermosa sombra rosada en los labios. Parecían estrellas de cine, con esos grandes peinados y esas faldas elegantes. A veces se hacían coletas con unos monos clips para el cabello a los lados. Y en esa época tenían mucho tirón los hula hoops. Había otras subculturas rondando, por esos tiempos; gente que bailaba jitterbug, a los que llamábamos swingpjattare, y mods que tocaban jazz complicado en sótanos y llevaban pantalones ceñidos y zapatos de punta. Y todos competíamos por llevarnos las chicas.

¿Era un sueño para vosotros iros a Estados Unidos?
Sí. Algunos de los raggare originales terminaron yéndose a Estados Unidos y les fue muy bien, pero otros se tuvieron que volver. Yo, personalmente, nunca quise irme a vivir allí. Fui por primera vez en 1989, con Scania, y conduje casi 4.000 millas en camión. Vi mucho país. La comida era mala, la gente vivía en condiciones difíciles, y muchas personas abultaban como casas. Sentí alivio cuando volví a casa. Sin embargo, mucha gente me dice que California está muy bien. En aquellos tiempos, América ejercía gran influencia sobre nosotros porque fue donde aparecieron Elvis Presley y el rock’n’roll. Para nosotros, el rock llegó como una liberación.

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Unos raggare pasando el rato en un café de Estocolmo a finales de los 50/inicios de los 60. En los cafés no se servía alcohol y el único mobiliaria eran unas mesas, unas sillas y un jukebox. Foto cortesía de Sten Berglind.

¿Cómo se apropió la cultura raggare de la bandera confederada?
Nunca usamos esa bandera. Eso vino más tarde. Pero sé que las únicas connotaciones que [los raggare] veían en ella eran el rock’n’roll y la rebelión que emergieron en el sur de Estados Unidos.

¿Cómo reaccionaban los medios de comunicación a los raggare?
En aquellos días se nos tenía miedo. Era una época totalmente diferente. Sí, de vez en cuando se daban las típicas peleas y pequeños delitos como robar gasolina o conducir sin permiso, pero comparado con lo que los jóvenes hacen hoy, aquello no era nada. Pero a los ojos de la prensa y la policía, que eran entonces más estrictos, nosotros no podíamos hacer nada bueno. Solo pasearnos por Kungsgatan [en el centro de Estocolmo] lo que los polis consideraban demasiado rato era suficiente para que le pegaran un golpe con la porra al capó del coche. Los periódicos me entrevistaron a menudo, y algunos padres asustaban a los niños diciéndoles, “¡Si no os portáis bien, vendrá Raggar-Svempa y se os llevará!” Lo que provocó el mayor escándalo de todos fue que algunas de las chicas se quedaron embarazadas. En los años 50 los condones estaban más o menos prohibidos en Suecia, y esto era antes de la píldora, así que las chicas solían ser bastante reacias a llegar hasta el final. Pero es fácil sentir la presión de los demás cuando eres joven y estás enamorada. Conocí a mi mujer, Monica, en aquellos tiempos. Ella tenía 16 años y pasaron meses antes de que me dejara meterme en sus bragas.

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¿Qué opina de los chicos que adoptan hoy el estilo raggare?
En mi opinión, la cultura raggare terminó cuando las pandillas originales y los garitos a los que íbamos desaparecieron en los años 70 y pasamos a hacer vida familiar. Es cierto que sigue habiendo gente que se califica de raggare y se dedica a arreglar coches americanos, pero eso solo les convierte en entusiastas de los coches. Lo que te convierte en raggare es ir por ahí buscando chicas, y esto ya no es posible porque, en la actualidad, no puedes hacer autoestop sin riesgo de que te violen o te maten. Hoy en día hay mucha violencia. En nuestra época, las chicas se quedaban esperando en la calle a que alguien se ofreciera a darles una vuelta. Eso hacíamos. Íbamos por ahí con el coche buscando un poco de fiesta y oyendo a Elvis Presley. Esto es algo que ya no existe.

¿Sigue quedando con sus viejos colegas raggare después de tantos años?
Tengo 74 años y he trabajado toda mi vida. Nunca me he puesto enfermo. Por desgracia, todos mis amigos de los viejos tiempos del raggare fallecieron ya. Mi profesor solía decir, “Svempa nunca va a llegar a nada”, porque mis notas eran demasiado bajas para conseguir empleo en la compañía de teléfonos o donde quiera que entonces trabajara la gente y que no creo que nadie pudiera disfrutar. Las cosas me han salido increíblemente bien, pero he tenido que trabajar muy, muy duro para llegar a donde estoy hoy. Y no podría haberlo hecho sin la ayuda de mi esposa. Es buena con la parte de los negocios.

Suena como si hubiera vivido usted el sueño americano, pero en Suecia.
[risas] Existe toda una cultura en torno a Svempa. He conocido gente con mi nombre tatuado en el brazo. Cuando fui a China con mi espectáculo de camiones, ¡medio país sabía quién era yo! Tengo mi propio club de fans, y la MTV vino hace unos años con un montón de famosos al garaje donde guardo mis camiones.

Agradeciemientos a Sten Berglind, autor de Raggare.

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