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Cultură

Una experiencia “varavillosa”

No hace mucho, tumbado yo boca abajo en un sofá rojo, tres hombres adultos hicieron girar sus varas a unos pocos centímetros por encima de la parte inferior de mi espalda. Cada pocos minutos me preguntaban si “notaba algo”...

Tratando de eliminar los dolores de espalda del autor a varitazo limpio.

No hace mucho, tumbado yo boca abajo en un sofá rojo, tres hombres adultos hicieron girar sus varas a unos pocos centímetros por encima de la parte inferior de mi espalda. Cada pocos minutos me preguntaban si “notaba algo”, confiando en que el movimiento circular de sus tubos de acero inoxidable rellenos de “minerales granulados” sobre mi cuerpo aliviaría un constante dolor nervioso que vengo padeciendo desde hace años. Las varitas no tuvieron efecto perceptible alguno en mis molestias, pero miles de personas en todo el mundo creen que estos artefactos desprenden una poderosa energía sanadora.

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Mi experiencia con las varas tuvo lugar en una encantadora casa centenaria en Mount Vernon, Nueva York. Su propietario, un hombre de 39 años llamado Paul Saenz, me había invitado a presenciar una demostración de la vara AMwand, uno de los muchos productos para el bienestar que fabrica una empresa de marketing multinivel llamada Amega Global. Paul es músico a tiempo parcial, padre de dos hijos y fundador de Resonance Technology Global, compañía a través de la cual vende los productos de Amega y otras empresas. Adquirió su primera AMwand (cuyo precio es de unos 305 dólares) a mediados de marzo y se hizo distribuidor de Amega poco después.

Una vez entré en casa de Paul, me topé en la sala de estar con dos hombres agitando vigorosamente sendas varitas encima de un tercero. Me quedé observando y, de forma no muy elegante, sin antes presentarme, les hice varias preguntas sobre lo que estaban haciendo exactamente. El hombre que estaba siendo vareado se llamaba Mike Joyce, y los vareadores eran su hermano mayor, John (apodado Juicecan) y su colega Pers Van Kragg. Cuando pregunté a Mike si había sentido algo que emanara de la vara, afirmó que notó un “cosquilleo generalizado” en su cabeza y espalda. Los vareadores le interrumpieron para decir que eso era por “la estimulación subatómica de las células”. Semejante declaración me produjo cierta intranquilidad, de modo que me dirigí a la cocina como quien no quiere la cosa para conocer al resto de invitados.

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Paul y su esposa, Cheryl, habían congregado un pequeño grupo de amigos y conocidos, todos interesados en mayor o menor medida en Amega y sus productos. Algunos ya poseían o habían tenido acceso a una vara, y unánimemente alababan sus virtudes. Tras una ronda de presentaciones, nos trasladamos al patio trasero para hacer un test gustativo: vino tratado con influjos de la mágica varita AMwand.

El vino, me dijo Paul, era el más barato que su esposa había podido encontrar, lo cual se suponía que haría aún más perceptibles los efectos de la vara. Puso dos vasos vacíos sobre la mesa del patio y los llenó. Pers y Juicecan, ambos propietarios de varas, afirmaron que el vino, independientemente de su calidad, mejoraba de sabor tras agitar por encima la AMwand. Paul, que poco antes había estado agitándole la vara a un cigarrillo para eliminar sus impurezas, se unió al coro diciendo que él vareaba cualquier bebida: “Lo he probado con vino, agua, refrescos y zumos de fruta. De alguna manera elimina el regusto amargo”. Acto seguido empujó uno de los vasos hacia el lado opuesto de la mesa y procedió a oscilar en círculo la vara en la dirección de las agujas del reloj a pocos centímetros por encima del líquido. El proceso duró unos cinco minutos. Una vez finalizado, me dieron a catar el vino que no había sido vareado. Tenía el bouquet del típico vinacho barato poco envejecido y dejó en mi lengua un regusto amargo. Después bebí del vaso vareado. Fue algo muy sutil, pero me pareció que sabía

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un poquitín

menos ácido. La mejora del sabor podía deberse al poder de la persuasión (y al hecho de que el segundo sorbo de vino suele saber mejor, ya que el primero embota las papilas gustativas), pero aun así me quedé intrigado.

Al margen de su participación en Amega y otras firmas de marketing multinivel, Paul trabaja de director de proyectos supervisando la construcción de torres de comunicación y estaciones base de transmisión entre teléfonos móviles. Él considera esto irónico, pues la función primaria de la varita consiste en reparar los daños que causan en nuestros “campos bioenergéticos” los aparatos que emiten radiofrecuencias, así como otras alteraciones electromagnéticas. Según una presentación PowerPoint oficial de Amega, todo ser humano tiene “un campo bioenergético” que consiste en “sutiles organismos con potencial energético que dan poder y resistencia al campo biológico”. También destaca los diez “campos corporales” que pueden salir beneficiados con unos buenos pases de vara, y afirma que “la física cuántica ha revelado que, en el universo, todo es energía”.

“Somos bombardeados constantemente por las emisiones de las torres y estaciones, por los routers inalámbricos que tenemos en casa, por los teléfonos móviles que llevamos en el bolsillo y que nos ponemos al lado de la cabeza a cada momento”, me dijo Paul cuando le pregunté sobre los efectos biológicos perniciosos de la revolución de las comunicaciones y el potencial de la AMwand para rectificarlos. “Incluso si tienes un dispositivo Bluetooth estás recibiendo lo que se conoce como ‘electropolución’. Esto era algo desconocido hace 50 años o así. [Antes] no teníamos todas esas ondas bombardeándonos el cerebro. Debilitan el campo bioenergético, y el concepto de Amega consiste, básicamente, en reforzarlo”.

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Paul Saenz y su fantabulosa AMwand. Impresionante, ¿eh?

El AMcolgante funciona como la vara con la salvedad de que es omnidireccional, se supone que el usuario tiene que llevarlo siempre puesto y que no hay que hacerlo oscilar para activar sus efectos.

Amega y su AMwand entraron en la vida de Paul hace pocos meses. Unos colegas suyos del negocio del marketing le recomendaron que probara los productos de Amega, calificándolos de asombrosos, increíbles. Tras estudiar la página web de Amega e investigar un poco en internet por su cuenta, Paul decidió hacer la prueba y encargó una AMwand. Una semanas más tarde la recibió en su casa y, según él, apreció los efectos de la vara en su cuerpo prácticamente de inmediato. En cuestión de minutos estaba agitando la vara delante de cualquier cosa que tuviera a la vista.

“Tengo un desgarro en un hombro. El dolor me llega hasta la mano”, me explicó Paul hablando de sus primeras experiencias con la vara. “He recurrido a masajistas y acupunturistas, a todos los tratamientos habituales, y ninguno ha funcionado. Me pasé la vara durante tres minutos esa misma noche, y a la mañana siguiente el dolor había desaparecido”.

A lo largo de la tarde me esforcé en adoptar una expresión impertérrita mientras escuchaba a Paul hacer esta y otras afirmaciones descabelladas: la vara le ayudó a perder siete kilos en un mes; la vara alivió los dolores de espalda de su esposa; su vecino, un portugués de 75 años que necesita un implante de cadera, pudo caminar con mayor facilidad tras sólo cinco minutos de pases de vara… Llegado cierto punto no pude evitar preguntarle a Paul si había probado a utilizar la vara en su pene. Me respondió que no, eso no lo había hecho, pero estaba deseoso de probar otro producto de Amega, un aceite corporal estimulante llamado Inflame. Pese a todo, y sin importar lo ridículo o inverosímil que a mí me pareciera, nada de lo que Paul dijo esa tarde hizo que yo pusiera en duda su fe en las capacidades de la vara. Y dista mucho de ser el único creyente.

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La AMwand empezó a comercializarse en Estados Unidos en enero, y desde entonces el número de asociados a Amega en toda América que han descubierto las enormes posibilidades de la vara y de otros productos de la firma no ha dejado de aumentar. Una lista reducida de sus supuestos poderes incluye el alivio de distintas molestias y dolores físicos, la estimulación del sistema circulatorio, la reducción de la acidez de los limones, el incremento del poder alimenticio de la comida, la eliminación de las migrañas y la “energización” de prácticamente cualquier objeto orgánico o inorgánico que se ponga al alcance de la varita.

La página web de la empresa informa que Amega Global se formó en Singapur en 2006 de la mano de un consorcio de tres compañías: un fabricante de productos para el bienestar, una firma de inversiones y “una compañía especializada en el desarrollo personal”. La mayoría de sus productos se fabrican en Asia y Australia. Por si os lo estáis preguntando: los fundadores dieron con el nombre Amega Global porque su intención era crear “una compañía mega global”. Y si hay que creer a los distribuidores, el programa ha sido un completo éxito. Otros vendedores me dijeron que en diciembre de 2009 la AMwand había generado aproximadamente 42.000 dólares en concepto de preventas, 885.000 dólares el primer mes en que estuvo disponible en el mercado y unos pasmosos 2,5 millones llegado febrero. (No hay disponibles cifras más recientes en el momento de enviar esto a imprenta). No hay forma de averiguar si estas cifras de ventas son auténticas. Ninguno de los emails que envié ni mensajes de voz que dejé en el contestador automático de los administradores de Amega obtuvo respuesta. El único empleado directo con el que tuve oportunidad de hablar por teléfono fue un representante de su servicio de atención al cliente; me informó de que no disponían de un departamento de relaciones públicas, que él no tenía acceso a información sobre cifras de ventas, y me aconsejó que enviara un email a la dirección general, lo cual hice y nunca respondieron. Todo y así, no hubo distribuidor con el que hablara que no se mostrara increíblemente entusiasta sobre los productos y afirmara estar recibiendo buenos ingresos por su venta a tiempo total o parcial. De hecho, muchos de los Ameganos con los que contacté mencionaron que el programa había sido tan exitoso que había provocado la aparición de varas de imitación, más baratas, que estaban a la venta en internet (y que, según ellos, no funcionan).

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El humidificador ultrasónico de Amega producía aromas de lo más sugerentes.

Paul vareando una copa de vino para una cata.

Pasé el resto de la velada en casa de Paul, pasándome la vara a mí mismo, al agua, a las cervezas; probando el DNA, un suplemento alimenticio en polvo de Amega que parecía un paquete de vitaminas Emergen-C; olfateando el vapor “AMificado” que emitía un humidificador ultrasónico, y escuchando los testimonios de Paul, Pers y otros, afirmando todos ellos haber aliviado toda clase de dolores con la vara. Alguien (prometí no decir quién) tuvo la brillante idea de varear marihuana para “quitarle los antioxidantes”, lo cual supuestamente realzaría su sabor, quizá hasta incrementara su potencia. Dos de los presentes agitaron sus varas por un cuenco de cerámica lleno de hierba durante varios minutos antes de cargar una pequeña cantidad en un bong, donde fue vareada por segunda vez. Uno de los invitados preparó el bong, encendió la hierba y aspiró una calada. Le pregunté si se sentía más colocado así que fumando maría no vareada. El hombre no estaba seguro, pero a juzgar por su mirada, sin duda estaba voladísimo.

Minutos después Paul decidió que ya iba siendo hora de que notara los efectos de la vara en mi propio cuerpo. Me preguntó si tenía dolores o algún tipo de achaque y le respondí que padecía una leve ciática. Me dijo que me quitara los zapatos y me tumbara en el sofá, cerrara los ojos y borrara de mi mente cualquier pensamiento. Lo siguiente que supe fue que Pers, John y Paul me estaban pasando sus varas por encima de la espalda. Como dije al principio de este artículo, tras la sesión de vareado noté mi espalda exactamente igual que antes. Me sentía relajado, pero ese es el efecto que suele tener en la gente el tumbarse quince minutos en un sofá. Paul me dijo que podía estar experimentando algún tipo de bloqueo y que los efectos de la vara tal vez tardaran un día en hacerse notar.

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Pasando por alto mi declaración de que la vara no había obrado efecto en mis dolores de espalda, Paul le pidió a la novia de Pers, Bobbie Jo Mason, quien dijo no haber probado nunca la vara, que ocupara mi sitio en el sofá e hiciera la prueba. Bobbie Jo padece un cáncer óseo desde hace trece años, y a consecuencia de la enfermedad ha sufrido tres hernias discales y daños nerviosos en la parte izquierda de su espalda. Toma varios medicamentos contra el dolor y recientemente contemplaba la posibilidad de implantarse un estimulador nervioso en la columna vertebral. Se estiró en el sofá y Paul, John y el hijo adolescente de Pers, Matthew (que durante la velada se había entretenido tocando de vez en cuando la melodía principal de

La Noche de Halloween

en el piano de Paul), procedieron a hacer oscilar en círculo sendas varitas sobre su espalda. Al cabo de unos minutos de silencio y concentración, insistieron en que también yo cogiera una vara y me uniera a ellos. Me sentí como si de alguna manera estuviera abusando de Bobbie Jo, pero pensé que la situación sería aún más incómoda si me negaba a participar.

La sesión finalizó veinte minutos más tarde. Bobbie Jo se relajó en el sofá unos instantes y después, lentamente, se levantó. Sonreía. “¡Me noto genial la espalda!”, dijo. “Antes no me podía inclinar. ¡Ni recuerdo cuándo fue la última vez que me pude tocar los dedos de los pies! Lo digo en serio”. Le pregunté si ahora se podría considerar una creyente y respondió, “Sí, supongo que sí”.

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Yo albergaba sospechas de que Bobbie Jo era un anzuelo y que la habían invitado a la fiesta en previsión de que yo no sintiera los efectos de la vara, pero no tenía ninguna prueba de que aquello fuese una artimaña. Además, las cicatrices por la quimioterapia que tenía en los hombros hacían dolorosamente evidente que lo de su cáncer óseo no era mentira.

John Joyce le da la vara a su hermano menor, Mike.

Días más tarde le envié a Paul un email preguntándole si querría prestarme su vara para probarla unos días en un entorno más familiar. Él, amablemente, accedió. Siguiendo las instrucciones del manual, que señalaban distintos ejercicios para limpiar de cualquier posible inmundicia el campo bioenergético, a lo largo de una semana me hinché a pasarme la vara a mí mismo, a mi novia, a mis compañeros de trabajo, al perro de un amigo, a la comida, al vino, a la cerveza, al licor y hasta a mi ordenador. El único efecto que noté fue cansancio en la muñeca. Tras leer algo en un foro acerca de que la vara podría no funcionar con todo el mundo, decidí que había llegado el momento de contactar con algunos distribuidores que no pertenecieran al círculo de Paul y ver qué tenían que decir.

Uno de los distribuidores con los que hablé fue Jack Herd, de 71 años, un quiropráctico afincado en Camp Hill, Pennsylvania, a quien solicité una entrevista tras localizarle haciendo una búsqueda en Google de representantes de Amega en Estados Unidos. Me contó que no hace mucho, en la iglesia, se encontró con una paciente que le dijo que le dolía tanto la rodilla que temía no poder ir al día siguiente a trabajar. “Le dije que viniera a mi oficina. Yo le había prestado mi vara a un masajista terapéutico –ahora tengo tres varas–, así que le llamé. Vino a la oficina y le pasé la AMwand a la mujer durante cuatro minutos. Ella se levantó de la silla de un salto y dijo que el dolor había desaparecido. Inmediatamente se sentó delante de mi ordenador y encargó una vara para ella”.

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Al igual que Paul, a lo largo de su vida Jack ha participado en un buen número de programas de marketing multinivel. De hecho, prácticamente todos los representantes de Amega con los que hablé llevaban largo tiempo escalando puestos en compañías piramidales. Y, como Paul, Jack creía que la vara era capaz de acceder a una fuente de energía hasta ahora inaccesible.

Hablé también con Ronnie Lane, de 67 años; representante de Amega a tiempo completo y músico blues amateur que firma sus emails con un “Diviértete y sigue rockeando”. Ronnie me dijo que él fue uno de los primeros en vender aloe vera en Estados Unidos durante los años 60, y que se sentía muy optimista sobre el potencial de la línea de productos de Amega, que pueden “demostrar su potencial entre sólo tres y diez minutos”. Me habló de su amigo Chuck, un anciano caballero que utiliza sus problemas de salud como excusa para que le presten atención. “Cuando le fui a ver a la residencia tuve una larga y seria conversación con él. Le dije, ‘Chuck, sabes que te encanta camelarte a las cuidadoras para que te den Vicodin y píldoras contra el dolor, y vas a ver a un montón de médicos y sigues quimioterapia. Toda tu vida gira en torno a no estar físicamente bien’. Después dije, ‘No puedo prometer que esta vara vaya a hacer algo, pero debes tener actitud, un sistema de creencias, el deseo de no quedarte aquí el resto de tu vida’”. Ronnie le pasó la vara a Chuck 25 minutos. Tres días después Chuck fue a hacerse un test del antígeno prostático específico (APE). Según Ronnie, el nivel de APE de Chuck había bajado 100 puntos. El doctor estaba asombrado.

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El mayor distribuidor de Amega en Norteamérica es un hombre llamado Sam Adams. A decir de todos los distribuidores “menores” que entrevisté, fue Sam quien empezó a importar la AMwand y otros productos de Amega a principios de año y también él quien creó la mayoría de webs y vídeos en YouTube sobre la compañía Amega. Ahora está en la cima de una pirámide en continuo crecimiento. Sam, que no devolvió las muchas llamadas telefónicas que le hice, sigue siendo para mí un semi-misterio. Ronnie, no obstante, me dirigió a un clip en YouTube en el que Sam explica cómo descubrió Amega estando en Filipinas, durante un viaje a un sitio llamado Centro para el Bienestar Energético NURA; dicho centro ofrecía “la solución holística a los cuidados preventivos, el control del estrés, el bienestar personal y el proceso de rejuvenecimiento”. No había forma de poder verificar la relación exacta entre NURA y Amega, pero las dos compartían consejeros y miembros de la junta ejecutiva y ambas comercializaban productos basados en algo llamado “Tecnología de Fusión AMificada”. En ese viaje Sam quedó absolutamente impresionado por los productos y el modelo de negocio de NURA y el resto es historia.

La AMwand, dicen los textos de Amega, opera según los principios de la energía punto cero, un fenómeno de la física cuántica descubierto por Albert Einstein y Otto Stern en 1913. A grandes rasgos, la energía punto cero vendría a ser una especie de océano de energía subatómica que subyace en un cuerpo animado o inanimado y que permanece incluso después de que cualquier otro tipo de energía haya desaparecido del sistema. Al parecer, los productos de Amega están imbuidos de energía punto cero mediante un proceso secreto, propiedad de la compañía, llamado “Tecnología de AMfusión” (ninguna de las personas con las que hablé tenía ni idea de cómo funcionaba ese proceso, y algunos dijeron que habían oído que se necesitaban alrededor de 20 horas para cargar una vara). Se suponía que el proceso había sido desarrollado a lo largo de un período de 15 años de investigación biofísica. Los partidarios de la AMwand sostienen que la vara puede enfocar esta energía de tal manera que limpia de distorsión el campo bioenergético del cuerpo y les recuerda a las células “de dónde proceden”, lo cual hace que la zona por la que se ha pasado la vara regrese a un estado homeostático y saludable. Los artículos de Amega van desde colgantes y pulseras energéticas hasta productos alimenticios, cremas para el cuidado de la piel, un “visualizador de descargas” que puede detectar y diagnosticar disturbios en el campo bioenergético, sistemas de aromaterapia que cargan la atmósfera de vapor AMificado y demás parafernalia energizante.

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Tras el vareado, Bobbie Jo dijo que podía tocarse los dedos de los pies por primera vez en años.

El medidor RF de Folan detectó que la vara no emitía nada de nada.

Durante el pasado siglo muchos fueron los charlatanes y chiflados que trataron de vender dispositivos que supuestamente hacían uso de la energía punto cero; en su mayoría, descabelladas máquinas de movimiento perpetuo y místicos objetos que funcionaban sin fuente de energía externa: una premisa que socava los fundamentos básicos de la física. Decidido a arrojar un poco de luz sobre el asunto, resolví que había llegado la hora de analizar la varita desde un punto de vista estrictamente científico. A tal efecto me puse en contacto con Bernard Haisch, un reputado y algo controvertido astrofísico. Con la ayuda de su colaborador Alfonso Rueda, Haisch ha llevado a cabo investigaciones exhaustivas sobre la energía punto cero y desarrollado una teoría que explicaría el origen de la inercia; esta teoría podría en un futuro utilizarse en el terreno de la propulsión de las naves espaciales. Para tratarse de alguien que se dedica a diario a desentrañar los secretos de la física cuántica, Haisch es un hombre de mente increíblemente abierta: le intriga la ufología y en 2006 publicó

The God Theory: Universes, Zero-Point Fields, and What’s Behind It All

[

La Teoría de Dios: Universos, Campos Punto Cero y Lo Que Hay Detrás de Todo

], un libro que intenta reconciliar las creencias religiosas tradicionales con la lógica científica.

Antes de nuestra entrevista, le envié por email a Bernard una breve explicación de la AMwand, incluyendo links a las webs de varios distribuidores de Amega. Cuando hablamos por teléfono, Haisch desmontó los principios operativos de la vara (al menos los científicos) de un sólo golpe: “Es una estafa. Intentar medir la energía punto cero es algo muy sutil. Puede hacerse en un laboratorio científico. Y puedes causar efectos muy, muy sutiles en el espectro atómico, cosas así. Pero la idea de que puedes lograr efectos perceptibles en el cuerpo humano con una vara es ridícula. Un timo. Es como decir: ‘Tengo una vara que modifica la gravedad. La voy a agitar por encima de tu cabeza y flotarás en el aire’”.

Pregunté a Bernard por qué pensaba que compañías como Amega y los consumidores de sus artículos se habían acogido a un aspecto tan complejo y difícil de medir de la física cuántica. “La ‘energía punto cero’ se ha convertido en una especie de término de moda en los círculos New Age. Lo aplican a todo, les sirve para describir todo tipo de cosas. He visto toda clase de alusiones al respecto. En el campo de la física es un concepto perfectamente bien definido, se ha estudiado y no tiene esas propiedades que le atribuyen por ahí. La gente no entiende el concepto, o a lo mejor sí y lo utilizan para engañar a los incautos”.

Tras mis experiencias en la fiesta, y hablando con otros entusiastas de Amega de todo el país, empecé a tener la sensación de que de la operación emanaban aires propios de una secta o, como mínimo, de pensamiento grupal. Las empresas de estructura piramidal, en especial las que aluden a la salud y el bienestar, son siniestras de por sí, pero lo que encontré realmente preocupante es que ni uno solo de los distribuidores y simpatizantes de Amega a los que entrevisté tuviera la más mínima pista de cómo funcionaban los productos de la compañía, limitándose a emplear términos comodín como ‘energía punto cero’ y ‘Tecnología de Fusión AMificada’. Lo único que hacía la mayoría era repetir lo que decían los textos de Amega. El asunto olía sospechosamente a Amway aliñado con un poco de esoterismo cienciólogo. Eso sí, todos y cada uno de los admiradores y distribuidores que conocí me parecieron personas muy agradables y, aparentemente, bienintencionadas.

Otro motivo de preocupación surgió días después de la fiesta de Paul, mientras intentaba profundizar en mi investigación sobre Amega y su varita. Supe de la existencia del colgante Quantum, un medallón energético fabricado por una compañía de Malasia llamada Cosway y poseedor, según la publicidad, de idénticas capacidades sanadoras que la AMwand. En octubre pasado, agentes aduaneros de Hong Kong analizaron el colgante y descubrieron que contenía torio-232 y uranio-238 en cantidades lo bastante altas como para provocar eritemas y aumentar seriamente el riesgo de contraer cáncer de piel. Tras la revelación, un total de 2.835 colgantes Quantum fueron rápidamente retirados de una cadena de tiendas. Más aún: un artículo prácticamente idéntico, el Colgante Quantum de Energía Escalar, está fácilmente disponible a través de Amazon por poco menos de 30 dólares. FusionExcel, la compañía que fabrica esta versión, sostiene que el colgante radioactivo de Cosway era una burda imitación, una baratija falsificada sin ningún tipo de permiso.

Descubrir este suceso hizo que me preocupara que el ir agitando la varita por ahí con toda alegría me hubiera dejado energizado con un melanoma, así que me puse inmediatamente a buscar a alguien que tuviera acceso a un contador Geiger y me permitiera utilizarlo en la vara. Afortunadamente, Lorcan Folan, jefe del Departamento de Física del Instituto Politécnico de la Universidad de Nueva York, vino a mi rescate. Mejor dicho, fui yo quien fue a su despacho, donde ya tenía el contador Geiger preparado y esperando a decirme si durante la semana anterior había estado agitando una varita radioactiva a escasos centímetros de mi cuerpo.

Lorcan se inclinó sobre el aparato, esperó unos instantes a que se pusiera en marcha y, con algo de perversidad, lo pasó por encima de la vara. Yo mantuve el ojete apretado y no le quité la vista encima al medidor. “Bueno, no es radioactivo”, dijo él. “Eso está bien”.

Sonreí y finalmente pude relajarme. De camino al despacho de Lorcan me había acordado de algo que me dijo Paul acerca de que la energía de la vara se podía medir en megahercios. Le pregunté a Lorcan se disponía de algo que pudiera confirmar o desmentir la afirmación de Paul. Lo tenía: un medidor RF. Le observé acercarlo a un horno microondas conectado y la aguja del medidor saltar bruscamente. La vara, sin embargo, no parecía emitir ondas ni nada por el estilo. “Te puedo decir con seguridad que de ese trasto no está saliendo nada”, dijo Lorcan. “Ni siquiera es magnético”. Pensé en romper la vara, abrirla y averiguar lo que había en su interior, pero dado que no emitía frecuencia de ningún tipo, hacerlo habría sido irrelevante.

Puede que la vara no sea magnética en un sentido literal, que no tenga carga eléctrica, pero sin duda posee poder. Un poder de otro tipo. En poco menos de seis meses, cientos, puede que miles de americanos han llegado a creer a pies juntillas que la vara es una creación maravillosa que puede aliviar sus problemas de salud y proveerles de una importante fuente de ingresos. A algunas personas les está funcionando, aunque sus sueños y esperanzas estén basadas en la pseudociencia y las mentiras. Aunque sigo recelando de las capacidades de la vara y de la filosofía de negocio de Amega, es imposible refutar que hay activa una magia de algún tipo. Por lo que parece, tendré que vivir con el hecho de que nunca sabré si se trata de una desvergonzada superchería o si hay algo realmente místico en todo esto que yo, simplemente, soy demasiado testarudo para aceptar.

Rocco filmó su experiencia varitera para VBS.TV. Echadle un ojo al programa: limpiará vuestros campos bioenergéticos.