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Drogas

Fuma paco y conviértete en zombi

Paco es un popurrí hecho con restos de coca, veneno para ratas, queroseno y solventes industriales.

Todas las fotos fueron tomadas por Hugo Ropero (retratado arriba). 

Hugo Ropero estaba adentro de su auto estacionado, sus ojos fijos en el hombre del retrovisor. Miraba perdidamente los ojos hundidos y grises, la piel estirada y sin vida de ese rostro. No lo reconocía. Había pasado un año desde que el monstruo había entrado a su sistema y ya no se reconocía en el espejo.

Ropero me cuenta su historia seis años después de rehabilitación, le tiemblan las manos y los pies, un efecto secundario que probablemente le dure toda la vida. Es el ex director de foto de Noticias, una las principales revistas culturales en Argentina, y un hombre rehabilitado de su adicción a "la droga de la exterminación", también conocida como paco.

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El paco se hace con los restos de las hojas de coca, y los argentinos la consideradan la droga más peligrosa y adictiva en el mercado, aún más que la heroína y el crack. Es un popurrí hecho con restos de coca, veneno para ratas, queroseno y varios solventes industriales. Los efectos de un pasón duran de cinco a diez munutos, pero la intensidad inicial de la droga (comúnmente conocido como el "orgasmo") dura sólo unos segundos. Después de eso, tus músculos se tensan y tu cuerpo pide más, lo que hunde al usuario en un estado de profunda depresión y desesperación.

Empezó a aparecer en los barrios pobres durante el peor momento del colapso económico en Argentina. Entre 2001 y 2005,  el uso del paco aumentó 200 por ciento, los traficantes vendían una dosis por un peso (25 centavos en aquellos tiempos), en comparación con diez pesos por la cocaína. Una década después del colapso, la economía del país se ha recuperado notablemente, pero paco todavía acecha a la nación.

Justo antes del colapso económico, Ropero estaba en la cima de su carrera fotográfica, tomando fotos de celebridades de día, y llevando un estilo de vida a la Tara Reid de noche: fumando mota y metiéndose líneas en las múltiples fiestas que frecuentaba. Pero las drogas eran algo que sabía controlar, o al menos eso creyó.

Cuando Ropero conoció el paco por primera vez, estaba hundido en la depresión. En 1997, su mejor amigo y compañero fotógrafo, Jose Luis Cabezas, fue secuestrado, torturado y hallaron su cuerpo incinerado en un auto rentado. La pérdida devastadora y la investigación subsecuente, que ligó a la policía y a algunos magnates con el crimen, dejó a Ropero en un estado desolador.

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"Después de que José murió, las cosas se fueron en picada. No me llevaba bien con mi jefe, estaba atravesando por mi divorcio, todas mis relaciones se caían a pedazos. Estaba muy vulnerable", me dice Ropero, mientras sus ojos se llenan de lágrimas.

Al ver cómo el mundo a su alrededor se derrumbaba, no tardó en encontrar uno nuevo. Una noche en un bar en Bueno Aires, un grupo de chicas jóvenes y atractivas le pidió su celular, y después lo invitaron a tomarse unas cervezas con ellas. Empezaron a hablar de drogas, y le contaron de esta nueva drogra que había en las calles: paco.

Después de unas rondas, las chicas invitaron a algunos amigos y terminaron organizando una fiesta en casa de Ropero. Le había gustado una de las chicas, y ésta lo convenció de que probara el paco. "Se lo quité y le dije: 'Dame eso, quiero probar esta madre'. Se sintió como un orgasmo".

Empezó a salir con la chica que lo introdujo al paco. Y después de fumar otras tres veces, supo que no había vuelta atrás.

“Supe que era adicto el día que me desperté y sólo podía pensar en paco". Como un efecto dominó, Ropero rápidamente perdió: departamento, trabajo, amigos y por último, su salud. Al principio, Ropero podía fumar la droga e ir a trabajar. Pero eventualmente los efectos secundarios de la droga lo alcanzaron. Su paranoia lo llevó a pelearse por nada con sus compañeros de trabajo y con su jefe. Después de usar paco todos los días durante tres años, Ropero se había convertido en un zombi, como se le conoce a los adictos al paco que recorren las calles en busca de su siguiente toque.

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“Un día me vi en el espejo y agité la cabeza, no quería ser ese tipo", dice Ropero. Decidió internarse en un hospital de rehabilitación y así empezó un proceso largo y doloroso. Durante su rehabilitación se inspiró para escribir un libro sobre su adicción y la terrible epidemia de paco en Argentina. Su libro Maldita Droga: Una historia del paco fue publicado en 2009.

“Lo perdí todo. Fue muy difícil volver a empezar yo solo, pero no me preocupa volver a caer. Eso ya terminó", dice, jugando con los anillos plateados en sus dedos.

Ropero es uno de los pocos afortunados que ha escapado de la prisión de la droga. Ese mal atrapa a niños de hasta seis años. A Lidia Rigoli, otra exadicta al paco, le tomó mucho más tiempo que a Ropero darse cuenta que necesitaba ayuda. "Cuando usas coca o mariguana, buscas placer. Cuando usas paco no hay placer, pero no puedes parar", explica.

Durante los días más obscuros de su adicción, Rigoli consumía hasta 200 dosis al día. Era un ciclo perverso que duró varios años hasta que descubrió que su hija de 14 años también era adicta. Finalmente entendió el efecto que su adicción estaba teniendo en su familia. Le dolió enterarse que no podía ayudar a su hija porque no se podía ni ayudar ella misma.

Mientras todavía era adicta, Rigoli se unió a Madres del Paco, una organización antipaco que se enfoca en ayudar a los adictos jóvenes de su localidad. Cuando su vida se caía a pedazos, vio una luz cuando la fundadora del grupo, Marta Gómez, le ayudó a rehacer su vida.

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Hoy, Rigoli recorre las calles peligrosas de su vecindario, La Boca, buscando adictos jóvenes y escuchando sus historias. Descubrió que escuchar es una mejor medicina que presionar a los adictos a dejar la droga. Pero La Boca es sólo uno de los muchos vecindarios asediados por este monstruo del paco.

El peor es Villa 21, el barrio pobre más grande en Buenos Aires, con una población de 50 mil. También alberga la parroquia de Nuestra Señora de Caacupé. Entre los edifcios viejos y el enjambre de zombis adictos al paco, la parroquia es una luz en la oscuridad. Con el Padre Pepe como guía, la iglesia ha organizado un sistema de rehabilitación, un proceso de dos pasos, para los adictos al paco en la comunidad.

El primer paso es la prevención: la capilla organiza actividades semanales, eventos deportivos y entretenimiento, para mantener a los jóvenes fuera de las calles y entretenidos. El segundo paso es la rehabilitación: un equipo de voluntarios recorre el barrio en busca de niños desamparados por el uso del paco. Los voluntarios buscan encontrar a los niños más jóvenes, de siete u ocho años. Los adictos que así lo desean entran a rehabilitación. El programa tienen un 50 por ciento de éxito.

Según el Padre Pepe, un problema principal con la prevención es la falta de control policiaco. La venta de paco ocurre a plena luz, incluso frente a la policía. La droga no ha sido criminalizada y su uso y venta, no están penados. "Había gente del gobierno investigando la situación, pero la gente en el poder está tan lejos de todo que no promueve el cambio. Mantienen su distancia". Según Pepe, en este momento las calles de Villa 21 no se vigilan y las patrullas ya no entran por las "puertas" del infierno.

Pero ese infierno no es eterno, y las historias de éxito de Ropero y Rigoli son un rayo de esperanza. Ahora, cuando Ropero se ve en el espejo, es otra persona. Se puede reconocer y está orgulloso del hombre que ha reconstruido. Pero él es parte de una minoría, los zombis todavía recorren los barrios pobres de la ciudad, los rostros de familiares se han vuelto irreconocibles y el apetito del monstruo sólo aumenta. Mientras Argentina continúa con su recuperación económica, ¿qué hace falta para acabar con la droga de la exterminación?

@lilmammaET