2020-06-03
Sexo

Por qué las mujeres nos sentimos culpables cuando un tío no quiere follar

Qué pasa cuando ellos no quieren follar: aprender a escuchar un no sin sentirnos culpables.

“De pronto, esta escena: estás tumbada en la cama junto a alguien. La situación y la relación son cómodas, las ganas están. Te dejas ser, te acercas, alargas la mano, acaricias, invitas. Y entonces escuchas: no. En tu cabeza, entonces, la maquinaria entera se pone a funcionar: estás gorda, eres fea, normal que te rechace, lo que haces no le gusta, no sabes, follas mal. El silogismo es la mar de lógico: si ellos siempre quieren, la culpa es necesariamente tuya. Algo tiene que estar mal en ti, porque, si no, no se explica. Y aún podemos dar un paso más: no quiere porque no te quiere. Y es que si eres así de fea, así de gorda, si follas así de mal: ¿quién te va a querer? Mientras giras la cabeza hacia el otro lado, lo sientes con total nitidez: esto te ocurre por tomar la iniciativa”.

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Hace unos dos años que leí este texto de Laura Casielles en la revista La Madeja y durante este tiempo ha vuelto a mi de manera recurrente. Una y otra vez: cuando pienso en lo que significa mi cuerpo frente a otro, en lo que me importan las negativas de los demás para definir mi propio deseo. En lo empoderante que es poder pronunciar un no, y en lo poco que hemos aprendido a escucharlo y asimilarlo como parte del mismo proceso de autoexploración que nos abre el feminismo.



Lo que despierta en mí este texto no deja de ser, sobre todo, rabia hacia mi misma, hacia la casi nula capacidad que tengo para revertir estos pensamientos. Rabia porque creo que de manera colectiva e individual tratamos de aplicar el feminismo a todas nuestras experiencias, e inventamos herramientas precisamente para poder defendernos en situaciones concretas; pero mientras, tenemos la sensación de que cultura de la violación sigue campando a sus anchas, negando la agencia a las mujeres, borrando su deseo sexual o convirtiéndolo en un apéndice de la líbido masculina, siguiendo una lógica patriarcal que se expresa fuera, de manera judicial, institucional, pero también dentro, en nuestros cuerpos, en nuestras entrañas, labrando nuestro inconsciente.

Desde pequeñas interiorizamos que el consentimiento no es erótico, ni sexy ni abierto al deseo: nuestros cuerpos aprendieron que con el silencio todo era más sencillo, que si no nos quejábamos, nadie sufría.

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"El 'no' simplemente es una opción que no contemplamos y para la que no tenemos respuesta alguna"

Es el mismo marco de pensamiento que nos lleva a establecer que ellos siempre tienen ganas y que nosotras debemos satisfacer esas ganas: nos hacemos responsables del deseo de nuestra pareja. “La culpa es femenina porque las mujeres tienden a pensar que depende de lo que nosotras hagamos, asumimos la responsabilidad de que no haya broncas en la relación pero también de que el sexo sea fantástico. Siguiendo esa idea de que nosotras tenemos que estar predispuestas a aceptar en general, también tenemos que estar a punto para tener relaciones sexuales”, explica la sexóloga Carmen Martín.

En este contexto, resulta natural que un “no” de ellos nos descoloque, nos frustre, nos lleve hasta el pensamiento rotundo e innegable de que esa negativa solo puede ser debida a que no estamos haciendo algo bien. Es entonces cuando aparecen los “estás gorda, eres fea, normal que te rechace, lo que haces no le gusta, no sabes, follas mal”, que decía Laura . Desde nuestra posición, el “no” simplemente es una opción que no contemplamos y para la que no tenemos respuesta alguna más allá que la que nos ofrece la lógica de la cultura de la violación: la culpa es nuestra, la culpa es siempre de las mujeres.

“Cuando era más joven, tenía muy metida la idea de que ambos –quien fuese en ese momento mi pareja sexual o algún lío temporal– teníamos que estar 100% dispuestos de la mañana a la noche”, me cuenta Noemí*.

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“Yo me esforzaba mucho por disimular si no era así, y al menos hasta que tuve más de 20 años nunca me encontré con un hombre que me dijese que era él al que no le apetecía. No recuerdo situaciones concretas, pero si el sentimiento de no ser suficiente y de estar haciendo algo terriblemente mal. En la escasísima educación sexual que había recibido no existían las razones inocuas para no querer follar, y mucho menos en un hombre. Así que una negativa provocaba un largo proceso de diálogo, búsqueda de motivos y explicaciones”.

"Recuerdo el sentimiento de no ser suficiente y de estar haciendo algo terriblemente mal"

También la sexóloga me confirma que este mecanismo culturalmente femenino es extensible y estructural, “he tenido varios casos en consulta en que las mujeres se extrañan de que sus parejas les digan que no tienen ganas o que no les apetece en un determinado momento. La sensación siempre aparece para ellas antes o después: qué no estoy haciendo bien, qué pasa conmigo, por qué ya no soy suficientemente atractiva. Incluso que sus parejas puedan tener un gatillazo o problemas de erección lo achacan, por ejemplo, a que ellos puedan tener otra pareja sexual. Cuando muchas veces son cuestiones que hacen referencia exclusivamente a una situación personal del hombre. y la pareja no tiene ninguna responsabilidad en la negativa a tener relaciones sexuales”.

Le pregunto a más amigas, quiero saber más sobre este tema, despejar el silencio. ¿Qué hacéis, qué pensáis, cómo os sentís cuando os rechazan los hombres? Me encuentro, sin embargo, que en general les sigue preocupando mucho más aprender a decir “no” y gestionar las ganas de follar de su pareja sin que resulte doloroso cuando ellas no quieren. De hecho, siento que como si aún no hubiéramos ni siquiera superado este primer escalón contra lo aprendido, y ahora, poner la frustración del deseo femenino en primer plano fuese casi una frivolidad, puesto que aun no es reconocido como igual.

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“Cuando soy yo la que quiero, en mi caso él siempre está dispuesto. O al menos lo parece y no quiero entrar a cuestionarlo”, me explica Natalia*, que muchas veces sí se ve en la situación contraria: a ella no le apetece y a él sí. “Aquí sí me siento culpable. Al principio la relación se basaba mucho en el sexo, pero ahora hay muchas otras cosas que tienen que ver con la rutina del día a día. El ejemplo más claro es cuando vengo de trabajar todo el día fuera de casa, llego y me apetece tumbarme en el sofá con el móvil o meterme en la cama después de cenar y ducharme. Entonces mi pareja quiere tener sexo y yo no, comienzan las típicas frases que me hacen sentir mal, 'antes lo haciamos mucho más', 'debe ser que ya no te gusto tanto' o 'si tu quieres tener sexo a mi me da igual lo cansado que yo esté'. Me parece inútil intentar que lo llegue a entender así que ya ni lo intento. A veces reconozco que follo sin ganas, cuando no quiero que se sienta mal o herir su autoestima de macho, otras simplemente prefiero aguantar el sermón y dormirme, que es lo que me apetece realmente”.

"A ellos les puede dar rabia porque no consiguen la conquista, pero realmente luego no hay sanciones vengativas para ellos mismos, sino para la otra persona"

Podemos estar tentadas de poner en el mismo plano lo que ocurre cuando alguien se niega a satisfacer nuestro deseo de tener relaciones sexuales diciendo que lo que se daña, siendo hombres o mujeres, no es más que nuestra autoestima.

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Aunque con matices, algo parecido es lo que me responde Claudia cuando le pregunto por este asunto: “creo que es básicamente lo mismo en los dos casos, te puede el ego, pero nosotras a lo mejor sí que llegamos a un punto en el cual nos invalidamos, si no quieres follar es porque algo en mí debe estar mal y yo creo que ellos ahí no llegan, les puede dar rabia porque no consiguen la conquista, pero realmente luego no hay sanciones vengativas para ellos mismos, sino para la otra persona. Dejamos toda la responsabilidad del amor propio en otras personas”.

Los matices son importantes. Porque para nosotras llegar ahí, a expresar deseo, a atrevernos a tomar la iniciativa, supone desaprender, pasar de objetos a sujetos, de deseadas a deseantes. Y el “no”, es un “no” que aflora la culpa, pero también el castigo: abre la herida, te dice que a lo mejor has ido demasiado lejos, que este no era tu papel en una relación sexual.

“Me ocurrió con mi una pareja hace tiempo, él en ningún momento me dijo con palabras que no pero yo sabía que no quería follar, y su actitud era bastante desagradable, dándome la espalda, poniendo caras raras. No sólo hablo de momentos en la cama, también paseando por la calle o con amigos, dejó de mostrar cariño como antes”, me cuenta Andrea* refiriéndose a su primera relación con un chico, “claramente mi pensamiento de dejarlo fue a raíz de lo que ocurría en la cama: si no quiere follar es que ya no quiere estar más conmigo, y si no quiere follar conmigo pues querrá con otras personas. Así que la relación se acabó y puedo decir que lo reconocí cuando él ya no quería follar más. Sin embargo, nunca lo llegamos a hablar, él actuaba de cierta manera y yo reaccionaba, pero no lo verbalizamos entre nosotros. Esto me generó muchas inseguridades y a la vez ilusiones –la esperanza de que si yo cambiaba podríamos volver a follar como antes–, no sólo era cuestión física, había sentimientos de por medio, supongo que siempre los hay”.

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"La relación se acabó y lo reconocí cuando él ya no quería follar más. Sin embargo, nunca lo llegamos a hablar"

Andrea sentencia este relato con una frase que podría resumir cómo se establece una relación normal cuando opera dentro del marco patriarcal: “La relación dependía de nuestro deseo, pero el mío dependía del suyo. Follábamos cuando él quería y cuando no quiso follar más, la relación se acabó y yo lo supe inmediatamente”.

Así aprendemos, con experiencias como las de Andrea –que es casi el mejor supuesto que enfrentamos de adolescentes– y otras que oímos de amigas y conocidas, de narrativas repetidas en series y películas que conforman nuestra precaria educación sexual, la respuesta a cómo debe follar y qué debe erotizar una mujer.

Un lugar donde el “no quiero follar” se pone siempre en entredicho, pero él "sí", también; porque aquí solo hay putas o santas, solo se nombran las relaciones normativas heterosexuales y siempre en una sola dirección. Lo demás no existe. Con estas narrativas crecimos, aprendimos a vernos y a que nos vieran, y ahora toca cuestionarlas, otra vez nosotras: por qué mi placer se basa en complacer, por qué me excito a veces con imágenes de abuso, por qué nos cuesta tanto oír un “no” si llevamos un largo trabajo de aprendizaje intentado aprender a decirlo.

Por suerte, cuestionar todo esto significa también hablar con amigas y leer textos como el de Laura Casielles: “yo no quiero follar sin ganas, pero tampoco quiero que follen conmigo por compromiso. Aprender a escuchar no sin que tiemblen ni el amor ni la autoestima se me aparece como un territorio muy fértil, que nos enseña cosas que también son importantes cuando nos las llevamos fuera de la cama. A mí, por ejemplo, lidiar con la onda expansiva del no me ha ayudado a entender que las razones del otro son independientes de lo que yo haga. Que no es mi culpa si no quieren o no me quieren. Que la valía no se pone en cuestión por el rechazo: que el amor tampoco […]. Hablo, pienso, hablo, pienso, aprendo, pero algunas veces me sorprendo de nuevo golpeada al escuchar un no. Todo, de nuevo, se tambalea: gorda, torpe, inútil. Me da miedo, saco la coraza, aparece la inercia de reprimir la expresión. Siempre todo es un work in progress”.

*Se han cambiado los nombres.

@Berta_Gomez