Pareja teniendo sexo
Fotos por Clifford Prince King
Sexo

El sudoroso, pegajoso y triunfante regreso de las fiestas sexuales

Después de muchos meses en los que todo el mundo se ha convertido en su pareja sexual más segura, ¿cómo lucen las fiestas sexuales ahora?

Artículo publicado originalmente por VICE en inglés.

En 2020, Daisy* sabía que quería acostarse con mujeres, pero no sabía exactamente cómo. Las apps de citas parecían desalentadoras y los bares de lesbianas demasiado intimidantes, así que cuando algunas de sus compañeras de trabajo que también eran buenas amigas le mencionaron Chemistry, una fiesta sexual en la ciudad de Nueva York, pensó que podría ser el lugar ideal para comenzar.

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Chemistry es una fiesta privada solo para miembros, pero unirse fue tan fácil como postularse a un espacio de coworking: Daisy visitó su sitio web, envió un correo electrónico, completó un cuestionario y, cuando fue aceptada, la agregaron a una lista de boletines. Luego esperó a que llegara la próxima fecha de la fiesta.

Tuvo lugar el día de San Valentín. El tema, que Chemistry establece con meses de anticipación, fue “Mi San Valentín apocalíptico”. En retrospectiva, a medida que acechaba un virus respiratorio, se sintió como un presagio, pero en esos primeros meses simplemente fue divertido. Aunque la oficina de Hong Kong de la agencia internacional de publicidad para la que trabaja Daisy había cerrado y sus empleados trabajaban desde casa, se sentía segura. Si a la gente le preocupaba contraer algo, ciertamente no era el nuevo coronavirus.

Daisy llegó a la fiesta en un almacén en Bushwick, Brooklyn, alrededor de las 11:30 PM. Los proyectores mostraban terrenos baldíos en las paredes y abundaban las señales de peligro biológico. La gente caminaba con máscaras de médicos de la peste —del tipo europeo con pico— que luego se quitaron, junto con su ropa.

En la sala principal, Daisy bebió un whisky para calmar sus nervios. La multitud se congregó cuando comenzó un espectáculo de burlesco. “Solo espera, en diez minutos este espacio estará vacío”, dijo una conocida de su compañera de trabajo. Daisy se rio, pero aquella mujer tenía razón. Una vez finalizada la presentación, la sala se vació de gente como agua en una costa durante la marea baja.

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Daisy entró a una de las “salas de juegos”, que estaban equipadas con camas para tener sexo comunal. En cuestión de minutos, una mujer y su pareja masculina se le acercaron. Daisy llevaba una blusa similar a un traje hazmat, que se abrochaba en el cuello. “¿Te importa si la desabrocho?”, preguntó la mujer rubia. De repente, Daisy recordó por qué estaba allí, así que accedió verbalmente y con entusiasmo, según las reglas de la fiesta.

Juntos encontraron una cama. El resto transcurrió como era de esperarse. El hombre cambió de condón mientras alternaba entre Daisy y su pareja y el encuentro terminó cuando él se vino en la boca de la rubia. Mientras Daisy recogía su ropa, sus compañeras de trabajo, que estaban mirando, le hicieron una seña de aprobación.

Daisy permaneció unos minutos en el área común escasamente poblada y luego se marchó. Era la 1:30 AM; todavía una hora razonable. Sintió euforia y alivio a la vez. Solo había sido sexo: sin ambigüedades y consensuado. Y luego había terminado. Sin intercambio de números telefónicos ni despedidas incómodas.

De camino a casa, sola en el Uber y sintiéndose extática, Daisy no tenía idea de que su primer trío sería su último encuentro sexual en casi un año.

El período de sequía ocurrió inesperadamente. A la luz de la cuarentena, se pospusieron las primeras citas y las fiestas sexuales fueron canceladas. “La gente reportó haber enfrentado dificultades en su vida sexual y sus relaciones”, me dijo por teléfono Justin Lehmiller, investigador del Instituto Kinsey y colaborador de VICE.

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Su investigación, “Sexo y relaciones en la época de COVID-19”, encuestó a 1.559 adultos entre el 21 de marzo y el 14 de abril de 2020 y confirmó estas dificultades. Las razones no eran sorprendentes: depresión y estrés, que sofocan la libido; y por supuesto, el distanciamiento social, que hizo casi imposible conocer nuevas parejas. Pero no fue del todo malo. Uno de cada cinco participantes en el estudio afirmó haber tenido más sexo. Probaron nuevas posiciones, juguetes, pornografía, juegos de rol, sexting y fantasías. Para una minoría, el sexo y las relaciones mejoraron.

Desde que las personas comenzaron a tener sexo, lo han hecho de manera grupal. Los artistas del Paleolítico pintaron escenas grupales en las paredes de las cuevas. Los romanos hicieron bacanales legendarias. Cleopatra supuestamente se acostó con más de cien hombres en una sola noche. En el pasado, el sexo grupal era ritualista y religioso y, por lo tanto, a menudo se forzaba a los participantes. Más recientemente, dadas las cambiantes costumbres religiosas, la actitud hacia el sexo y los movimientos de liberación femenina, se ha convertido en algo recreativo, lo que requiere una cultura de elección.

“El sexo grupal recreativo puede ser una forma de rebelarse o marcar estatus o individualidad dependiendo del entorno”, dijo Katherine Frank, antropóloga cultural y autora de Plays Well in Groups: A Journey Through the World of Group Sex (Funciona bien en grupos: un viaje por el mundo del sexo grupal). “A diferencia de otros mamíferos, los humanos tienen sexo en privado, lo cual es único y cuando lo infringes, puede ser una experiencia poderosa”.

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En nuestra era moderna, el sexo en grupo es la fantasía más común, según Lehmiller, quien encuestó a 4.000 personas para su libro de 2018 Tell Me What You Want (Dime lo que quieres). A principios de este verano, realizó otro estudio con el Instituto Kinsey y la compañía de juguetes sexuales Lovehoney, llamado “El verano del amor”, que explora cómo ha cambiado la vida sexual de las personas desde el inicio de la pandemia.

Los hallazgos más recientes fueron alentadores. A medida que las restricciones por la cuarentena se relajaron, más personas reportaron haber tenido más sexo y masturbación. Mientras que el 51 por ciento se volvió más experimental, el 49 por ciento de los estadounidenses dijo que estaba menos interesado en tener un trío y solo el 23 por ciento estaba más interesado en asistir a una fiesta sexual. (Un sorprendente dos por ciento afirmó haber tenido su primer trío durante la pandemia).

Lehmiller atribuyó esta aparente contradicción de más variedad sexual pero menos interés en el sexo grupal a la dinámica única del aislamiento social durante la pandemia. La gente estaba aburrida y podía experimentar, pero la recomendación generalizada de evitar a los demás hizo que la idea de tener múltiples parejas, en particular de forma simultánea, fuera menos atractiva. Pero las fiestas sexuales siempre se han tratado de algo más que mera excitación sexual. Para los participantes habituales, explicó Frank, a menudo se trata de la comunidad.

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A medida que aumentaron los casos de COVID en Estados Unidos, las fiestas sexuales no se detuvieron. Una convención de swingers se llevó a cabo en noviembre en Nueva Orleans y 41 asistentes dieron positivo por el coronavirus posteriormente. En todo caso, las fiestas se hicieron más pequeñas. “Hubo más eventos privados, como fiestas gang bang o fiestas bukkake con quizás 10 o 20 personas”, dijo Zhana Vrangalova, investigadora sexual, oradora, escritora y consultora radicada en la ciudad de Nueva York. “Algunos eventos durante el COVID se realizaron con mascarillas”.

Pero al igual que muchas empresas, las fiestas sexuales dieron un giro. En las ciudades con restricciones, los eventos públicos se enfocaron en reuniones comunitarias seguras. Betty Kaya, la presentadora de Taste en la ciudad de Nueva York, organizó sesiones en Zoom desde el principio. “Teníamos algunas actividades tontas, como ir a la cocina, conseguir una espátula y hacer algo extraño con tu pareja”, dijo. “Algunas personas usaban mascarillas y luego actuaban”, es decir, tenían sexo frente a la cámara. Las sesiones de Zoom no duraron. Hubo problemas técnicos y la propia Kaya “estaba con mis padres, así que era difícil esconderse en la habitación y organizar una fiesta sexual en Zoom”.

Cuando el clima mejoró, Chemistry planeó reuniones en la playa en Fort Tilden y picnics en el parque en Prospect Park. Los miembros llegaron con amigos que no eran miembros; las familias llegaron con sus hijos. No hubo ningún aspecto sexual en los eventos. “Estas reuniones son algo que comenzamos durante la pandemia para mantener el vínculo con nuestra comunidad sin las fiestas”, me dijo por teléfono Kenny Blunt, uno de los cofundadores y director ejecutivo de Chemistry. 

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Asistí a una reunión en la playa un sábado de junio una semana antes de que se reanudaran las fiestas sexuales de Chemistry. El día era azul y ligeramente ventoso. Alrededor de 10 personas estaban tendidas sobre toallas entre dos carpas y una bandera del orgullo ondeaba con violencia en el viento. El director de Chemistry habló sobre los viejos tiempos. “Le Trapeze era como un campo de concentración sexual”, dijo, refiriéndose a un club de Manhattan ahora cerrado. “Fue la experiencia más miserable de mi vida. Si no había mujeres involucradas en la administración de la fiesta, se prestaba más a la explotación”.

La mayoría de las fiestas sexuales de la actualidad comenzaron como eventos para irrumpir en el mainstream. Debido a que no estaban impresionados con “la escena” (una frase común para la comunidad positiva ante el sexo) en la década de 2000, repleta de bandejas con canapés, citas pagadas y “porno hardcore en las paredes”, según Blunt, los fundadores comenzaron sus propias fiestas, donde la atención se centraba menos en el sexo y más en la conexión a través de buena música, buenos espectáculos y buenas vibras.

En la ciudad de Nueva York surgieron decenas de fiestas: Taste, Chemistry, Hacienda, NSFW, The Killing Kitten’s White Party, One Leg Up y House of Scorpio son algunas de las más populares, cada una con su propia visión distintiva. “El sexo es más un telón de fondo”, como me dijo una pareja poliamorosa en Fort Tilden.

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Debajo de las carpas, una mujer compartió sus galletas de azúcar caseras, que comimos con entusiasmo sobre nuestras toallas. La mayoría de las personas en la reunión habían asistido a Chemistry antes, excepto un hombre con shorts color salmón. Su novia lo había sugerido y ahora que la gente estaba vacunada, estaba listo para experimentar. En algún punto, Blunt sacó un porro. Fue como cualquier reunión en la playa, pero con la promesa de un posible encuentro sexual dentro de una semana.

“Espero que esta fiesta sea una bacanal”, dijo Ali, una DJ de Chemistry, sobre la próxima fiesta.

“Puedo sentir la energía”, dijo Blunt. “Creo que va a ser una locura”.

Photos by Clifford Prince King

Quinientos cuatro días después de la cuarentena, Chemistry finalmente hizo una fiesta sexual. Fue el fin de semana del 4 de julio y el tema eran los fuegos artificiales. Fui con mi amiga Lucy*, que estaba usando un minivestido dorado y llevaba una botella de tequila Espolón (en todas las fiestas de Chemistry, los invitados llevan sus propias botellas). Les revelé mi asistencia como periodista a todas las personas con las que hablé esa noche, lo que fue aún más evidente por el bolígrafo y el papel que sostenía en la mano.

El evento se llevó a cabo en una casona de Bushwick. (“Por favor, ingresen desde la calle en silencio; ¡no queremos llamar la atención del mundo exterior en cuanto a lo que sucede dentro!”, decía el correo electrónico). Como era la primera vez que asistíamos, nos pidieron que firmáramos los documentos antes de ingresar; todos tenían que mostrar de antemano un comprobante de vacunación o una prueba de COVID negativa. Una vez dentro comprobaron nuestros nombres y pagamos 70 dólares para entrar.

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“J.J. está rompiendo el hielo con los invitados”, explicó Blunt, tras señalar la reunión dentro de la casa.

“¿Cuál es J.J.?”, pregunté.

“Él que tiene el trasero de fuera”, dijo Blunt, señalando sus nalgas desnudas. “Lo llamamos el ProfASSer”.

Se sentía como estar en un baile de secundaria, incómodo e impredecible. Arriba, cruzando un patio con una fogata y subiendo las escaleras exteriores, estaba la fiesta real. Tres bartenders hermosas estaban detrás de una barra etiquetando las botellas de alcohol de los invitados con sus nombres. Un sostén rojo, blanco y azul colgaba de la lámpara del techo.

La multitud era variada. Una pareja parecía unos padres ricos haciéndola de chaperones en una fiesta juvenil: él con un bronceado reluciente y ella con diamantes de buen gusto. Había una mujer en silla de ruedas con cabello rubí. Una mujer mayor de cabello plateado tenía una camisa de rayas marineras. Mucha gente estaba envuelta en parafernalia de la bandera estadounidense. Había gente de mediana edad. Había universitarios. Había gente en forma y gente con curvas, personas altas y de baja estatura. Había asiáticos, blancos, negros, mestizos y de diferentes categorías.

Con el tiempo, el estado de ánimo se relajó, como ocurre en todas las fiestas, con un poco de alcohol. Los invitados comenzaron a arremolinarse en el tercer piso, examinando las áreas de juego vacías como si estuvieran recorriendo una casa en venta. Traté de hablar con J.J., el ProfASSor, pero cuando estábamos presentándonos gritó: “¡Hola!”, luego dijo: “Lo siento, mi dominatriz y su esposo acaban de llegar”, antes de cruzar con rapidez la habitación.

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A las 11 PM comenzó el espectáculo burlesco. Una mujer vestida como la Estatua de la Libertad leyó las reglas al público: “Nada de teléfonos ni fotografías. Sin condón no hay relación”. Otra mujer se desnudó sensualmente al ritmo de “National Anthem” de Lana Del Rey y se frotó el cuerpo con una paleta helada (los muslos, el trasero, la vagina abierta) para que algunos miembros de la audiencia los lamieran. La desnudez puso ansiosa a la gente. Una pareja cerca de mí comenzó a acariciarse.

Cuando terminó la presentación, Lucy y yo fuimos al bar. Mientras ordenaba las bebidas, ella comenzó a besarse con un hombre negro y alto que había conocido momentos antes. Ella lo llevó de la mano “al piso de arriba”, que era un eufemismo (junto con “ir al sótano”) para tener sexo con cualquier persona que te pareciera atractiva.

Mi propio encuentro con unos de los invitados se produjo por casualidad, como un juego de sillas musicales en el que dos personas acaban una al lado de la otra una vez que la música se detiene. Thomas*, quien vestía una larga bata de lentejuelas, estaba de pie detrás de mí en la barra. Era amigo de los anfitriones y había ayudado a instalar una Sybian en el sótano.

“¿Quieres verla?”, preguntó y yo asentí. Habían colocado una decena de camas en el suelo. Muchas aún estaban vacías y en las que estaban ocupadas solo había una pareja por cama. Thomas me tomó de la mano hacia la Sybian, un dispositivo en forma de silla de montar con un vibrador horizontal incrustado en el centro. Extendió plástico transparente sobre la máquina como si fuera un molde de pastel recién horneado. La monté a horcajadas. Entonces controló la intensidad y yo cerré los ojos. Me preguntó si podía tocarme y acepté verbalmente. A mi derecha, una mujer con un tutú de malla le estaba dando sexo oral a su pareja. Frente a mí, J.J. compartía una cama con su dominatriz y su marido, con el trasero ahora inexplicablemente cubierto por primera vez. (Más tarde le oí decir que la cobertura era estratégica para mantener una erección en un inicio).

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Nunca llegué al clímax ni me acerqué, pero la sensación fue buena. Regresamos al piso de arriba, donde Lucy estaba ahora con el amigo de Thomas —un tipo alto y canoso parecido a Mads Mikkelsen— en una de las tres camas del dormitorio. Una pareja de amigos de Thomas estaban teniendo sexo en una cama en otra habitación. “¿Quieres unirte a nosotros?" preguntó el amigo. Me negué, pero le dije que podíamos mirar.

Los brazos de la mujer estaban atados a su espalda. “Hice un trabajo pésimo”, dijo el hombre sobre sus nudos shibari. En su manera de hablarle sucio, le pidió que enumerara todos los productos lácteos que había comido ese día. “Ella es intolerante a la lactosa”, aclaró. “Tener sexo anal sería mala idea”. Su intimidad era encantadora. Por la forma en que le daba vueltas y la tocaba y cómo cada uno de sus movimientos le provocaba un agudo “¡Sí!”, me encontré deseando la intimidad que se desarrolla con una pareja a largo plazo y reprimí el impulso de morderle suavemente su seno derecho. 

Al final de la noche, estaba abrumada y agotada. Me sentía demasiado nerviosa y sin el sustento suficiente. Me sentí mareada sin ninguna razón específica, como cuando eres pequeña y tu mamá te acaricia el pelo porque percibe que estás triste. Solo había una razón para mi tristeza: estaba recién soltera. A horcajadas sobre la Sybian, viendo tanta intimidad a mi alrededor, casi extrañaba a la persona que me había acariciado durante un año y medio.

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Después de 16 meses de distanciamiento social, la interacción humana —en cualquier presentación— es abrumadora. Y ver a innumerables personas tener sexo en las camas en múltiples posiciones con infinitas parejas es particularmente abrumador. Cuando entré a Chemistry, me pregunté cómo el COVID había cambiado nuestras vidas sexuales y si eso impulsaría a la gente a asistir a fiestas sexuales, pero los invitados primerizos con los que hablé en el evento ya estaban interesados en el sexo grupal antes de la pandemia. El COVID solo los empujó a que finalmente lo probaran.

Como me dijo una pareja alrededor de la fogata, “Estamos sorprendidos del ambiente despreocupado”. Era su primera fiesta. Ella llevaba puesta una peluca plateada. Él tenía unos bíceps notables. Eran amables y provenían de San Francisco, “trabajando desde casa”.

En todo caso, la vida real se volvió más parecida a las fiestas sexuales como resultado del COVID: las conversaciones sobre consentimiento (si te sientes cómodo con los apretones de manos, tocarse el uno al otro, quitarse o ponerse la mascarilla) se normalizaron y se volvieron frecuentes; también lo hizo la comunicación en torno a la imposición de límites y la divulgación de la información (a quién has visto, cuántas personas estarán presentes, qué tan recientemente viajaste). Incluso las pruebas clínicas se convirtieron en un hábito continuo, algo que las personas de la comunidad positiva ante el sexo hacen con frecuencia.

“Los clubes y las fiestas sexuales hacen que esa comunicación sea explícita y necesaria, lo cual es algo realmente bueno”, dijo Frank. “Si el COVID tuviera alguna ventaja en el ámbito sexual, quizás serían conversaciones más inteligentes y menos alarmantes sobre las ETS”, agregó. “La gente puede hablarlo sin culpas ni vergüenzas, ¿sabes?”.

Poco después del espectáculo burlesco, una mujer joven se me acercó. Su aliento olía a vino y estaba intrigada por mi presencia como periodista. Su nombre era Hannah*. Era una comediante y lesbiana que estaba decepcionada por la multitud esa noche. Luego reveló que había perdido a su padre por un ataque cardíaco en junio. “Es contradictorio ser parte de la bacanal y cargar con el dolor”, dijo.

Aunque las personas llegaron aquí por diferentes razones —experimentar, acostarse con tantas personas como fuera posible, divertirse con sus seres queridos—, todos experimentaron colectivamente algo similar: la posibilidad de tener sexo de manera directa, segura y sin estigma. Más allá del sexo, todos habíamos soportado el trauma de una pandemia mortal.

Lo que nadie dijo explícitamente en mis conversaciones —con expertos, anfitriones y invitados— fue por qué la gente había dejado de tener sexo durante el año y medio anterior. La razón era obvia —las personas tenían miedo de enfermarse o infectar a otros y potencialmente morir— y nadie la mencionó. A pesar del éxtasis que nos rodeaba, esa proximidad a la muerte unió silenciosamente nuestras experiencias de aquella noche. En algún momento de la velada, pensé en una oración del cuento “Lust” (“Lujuria”) de Susan Minot: “Después de la vivacidad del amor, el amor se detiene. Y te das la vuelta con la muerte tendida a tu lado como una boa de plumas o una serpiente, liviana como el aire”.

No tenía forma de saber cuántas personas en la habitación habían perdido a alguien o cómo habían lidiado con la pandemia, pero sabía que todos cargábamos nuestro dolor privado —Hannah con su padre; yo con mi relación— y supongo que ir a una fiesta sexual era una forma de liberación catártica colectiva.

Alexis Cheung es una escritora radicada en Hawái. Su trabajo ha aparecido en Vanity Fair, The Believer y T, entre otras publicaciones.