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Salud

Así que ahora, de repente, te flipa ir al gimnasio

Un compendio de improperios hacia toda esa gente que se ha apuntado a esto de la “vida fit”.
Foto vía el usuario de Flickr eg65

Me acuerdo de cuando íbamos al McDonald’s a comer toda la mierda posible aprovechando unas ofertas que nos había dado un tipo en el metro, para nosotros era una especie de ritual de los grotesco, conscientes de la cerdada pero a la vez susceptibles a la sempiterna búsqueda del humor, la felicidad y la camaradería.

Era un canto a la libertad de poder romper los esquemas propios —“el McDonald’s es el mal”— y bañarnos en el más absoluto de los “todo me importa una mierda”, y era en esos momentos cuando ni tan siquiera éramos conscientes de que con este sencillo acto de lujuria estábamos derribando unos cuantos muros y prejuicios.

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En ese momento ni nos planteábamos el hecho de que ese ágape podía ser un exceso de calorías para nuestros cuerpos, nuestros intereses iban por otros derroteros (comprar discos, comprar cómics, escuchar discos y leer cómics) y no sentíamos ningún tipo de presión sobre el modelaje de nuestra carne exterior, por lo que no éramos conscientes que con este sencillo acto estábamos derribando ese muro del enfermizo culto al cuerpo, otro tentáculo del capitalismo que últimamente está abrazando férreamente los núcleos urbanos de España.

En fin, esos festines de la grasa eran uno de esos momentos en los que el capitalismo te da el machete con el que poder apuñalarlo.

Ahora, como podréis deducir con esta nostálgica introducción, ya no vamos al McDonald’s a hacer maratones de basura, ahora ya no existen esos momentos de suspensión puntual en los que existía la posibilidad del error, de la flaqueza, de la, al fin y al cabo, tranquilidad con la propia existencia. Ahora resulta que todo debe estar medido, contabilizado y apuntado en un calendario, convirtiendo la improvisación y el “todo me importa una mierda” en una aberración.

España es el país mediterráneo con más inscritos en centros deportivos no profesionales

Por lo que parece, España es el país mediterráneo con más inscritos en centros deportivos no profesionales, esas catedrales donde se practica el fitness y el crossfit y todos esos métodos que hacen que la gente decida perder tiempo de vida moviendo su cuerpo de una forma que nunca le exigiría la naturaleza. Si queréis datos, aquí van: en España, el 10% de la población está apuntada a un gym, superando el 7% de la media europea, además, en 2016, el sector tuvo un crecimiento del 7,69 %.

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El caso es que ahora, de repente, te has apuntado al gimnasio, cosa que no entiendo, como tampoco entiendo las cosas y conceptos de los que hablas. Antes, cuando íbamos a un bar a tomar cervezas de un euro, hablábamos de cosas interesantes —como si la gente es realmente consciente de que debajo de su cara hay una calavera— pero ahora en vez de cerveza te pides una botella de agua y comentas no sé qué sobre los “steps”, el "cardio" o las “sentadillas”, que hasta donde yo sé —según la película Pecker de John Waters— es una parafilia que consiste en apoyar poco a poco los testículos sobre la cabeza de un hombre.

Es como si no fueras consciente de que toda esta escena fit es fruto de la explotación de un nuevo nicho de negocio que factura más de 2.100 millones de euros al año

He tenido que borrarte del Facebook porque solamente compartías artículos sobre CrossFit y sobre un tal Greg Glassman y luego, en los comentarios, veía como tenías conversaciones con, supongo, tus nuevos amigos del gym, sobre los productos “+ Proteínas” del Mercadona, que sí el batido, la leche, los yogures, pero ¿Desde cuándo te interesa hablar sobre lácteos y proteínas? ¿Y por qué se supone que “estás totalmente enganchado al queso fresco batido desnatado”? No entiendo estas modas.

Luego vamos a un concierto y no tomas alcohol y me dejas solo en el arte del bebercio y ya no tengo compañero de borrachera ni tampoco de resaca porque por las mañanas tienes que hacer unos ejercicios con las Kettlebell y luego tienes que prepararte unas “recetas de pasteles fit” que has sacado de un youtuber de brazos enormes mientras yo me remuevo en la cama por el dolor de cabeza de la resaca y deseo que el domingo se termine ya; pero esto de los domingos de resaca tampoco está tan mal, porque los domingos se supone que DEBEN ser así.

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Foto vía el usuario de Flickr healthiermi

Luego quieres abrir tu canal de YouTube y créeme cuando te digo que es una idea patética, por mucho que tus “GymFriends” —así se llama vuestro grupo de WhatsApp— te hayan dicho que es una idea “adorable”. ¿Quién es esa gente? ¿De dónde salen? Esa peña deben ser estudiantes de económicas a los que “les flipa” Foo Fighters, esos que se dejan perillas y se saben todas las conversaciones de El Club de la Lucha. Tus amigos son esa gente de la que, anteriormente, nos reíamos durante nuestras orgías en el McDonald’s.

Es como si no fueras consciente de que toda esta escena fit es fruto de la explotación de un nuevo nicho de negocio que factura más de 2.100 millones de euros al año. Si no me falla la memoria fue en 2015 —o así— cuando se alababan las curvas, los culos enormes y los cuerpos abundantes, ahora ya queda muy poco de todo esto y solo se aceptan cuerpos deportivos, esculpidos sin un interés profesional competitivo, sino por una necesidad impostada por unos modelos estéticos que ya creía caducados. Y este giro se ha hecho en solo tres años.

No eres solo tú, es la propia ciudad la que está cambiando. Últimamente vivimos rodeados de esta obsesión por lo saludable y los barrios son un reflejo de ello, inundados por una cantidad ingente de nuevos centros deportivos

Y no eres solo tú, es la propia ciudad la que está cambiando. Fíjate, últimamente vivimos rodeados de esta obsesión por lo saludable y los barrios son un reflejo de ello, pues se están viendo inundados por una cantidad ingente de nuevos centros deportivos. Cierran salas de conciertos y bares y se abren centros de fitness. Solo las 35 principales cadenas disponen de 1.146 establecimientos en todo el territorio nacional. Los pequeños gimnasios de barrio han sido sustituidos por las enormes instalaciones de las cadenas low cost, que no paran de proliferar.

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Ahora llevas esas zapatillas de deporte que parecen pies de los robots de Evangelion y tienes más ropa de deporte en tu armario que ropa normal, incluso vistes esa mierda cuando sales a la calle, cosa que hace que parezcas uno de esos chavales de 19 años que escuchan trap y llevan una riñonera cruzada. ¿Eres consciente? Tienes también aplicaciones para monitorizar tu cuerpo y luego ese reloj raro que te dice cuándo tienes que hacer ejercicio. Te estoy hablando y de repente te pones a estirar los brazos, ¿sabes?

Ahora llevas esas zapatillas de deporte que parecen pies de los robots de Evangelion y tienes más ropa de deporte en tu armario que ropa normal

Y por cierto, ese póster de Kílian Jornet de tu habitación, apesta. De hecho me acabo de levantar, he ido a tu habitación y lo acabo de arrancar. Que te quede claro.

¿Qué es lo que pretendes? ¿Tener suficiente fuerza y resistencia como para poder sobrevivir en un entorno salvaje y peligroso, compitiendo con panteras, insectos venenosos y explorando grutas impenetrables —un entorno en el que nunca podrás llegar a vivir porque ya estamos viendo que a medida que avanza el progreso de la humanidad todo este contexto salvaje y peligroso se está destruyendo dejando paso a las grandes megalópolis en las que se puede sobrevivir comiendo solo bolsas de patatas de sabores?— ¿Estar sano y vivir más años? Nah, todo esto son tonterías.

Solo quieres estar decente físicamente para conseguir que haya alguien ahí fuera que tenga ganas de follarte. Si fueras lo suficientemente sincero contigo mismo y aceptaras esta realidad entonces, al menos, no tendría que estar escribiendo todas estas palabras saturadas de odio y rencor en un artículo para VICE.