Feminismo

Cómo pretenden que tenga hijos si no me puedo cuidar a mi misma

Si nos presentamos como madres en lugar de decir que tenemos hijos, estamos diciendo que eso es lo que nos define, lo único que podemos hacer.
SerMadre2
Ilustración por Teresa Cano

Desde hace ya algún tiempo, hemos podido leer noticias del tipo: "Madres cada vez mayores y con menos hijos" o "España, la tasa de natalidad más baja". Es un tema escabroso y preocupante entre la élite, que espera que solucionemos el problema nosotros mismos y que no hace más que presionar a las mujeres para cumplir con su supuesta obligación a la maternidad.

En abril de este año, se hicieron públicos los resultados de la Encuesta de Fertilidad realizada en 2018 por el Instituto Nacional de Estadística para sondear a la población y estudiar los cambios en las estructuras familiares, las relaciones de pareja y las relaciones con los hijos. Curiosamente, o no tanto, es la primera vez que se ha incluido a los hombres en esta encuesta. Sus respuestas no han variado mucho el panorama. Casi el 80% de las mujeres de entre 25 y 29 años y más del 95% de los hombres menores de 30 aún no tiene hijos.

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Es un tema que asusta a los gobiernos, ya que en 2050 seremos junto a Japón el país más envejecido del mundo, con todos los problemas económicos que eso implica. Somos el país con uno de los índices de natalidad más bajos, pero también con una de las esperanzas de vida más alta; por lo que nos queda un horizonte de andadores, sillas de ruedas y sonotones, gran falta de personal que atienda sus necesidades, recursos con los que financiar sus pensiones y muy poca mano de obra fresca que aporte a este reciente aprieto financiero. A raíz de este estudio, también se le ha preguntado a los jóvenes si creen si sería conveniente presionar más a la gente para aumentar esa tasa y repoblar un poco nuestro querido y arrugado país.


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Las razones más frecuentes para el retraso de la maternidad, según el estudio del INE, son laborales, económicas y de conciliación familiar. Sin embargo, tal y como afirmaba el investigador de la Universitat Autònoma de Barcelona, Albert Esteve, para Eldiario.es: "[El retraso de la maternidad supone un problema] en la medida en que hay personas que hubiesen querido tener hijos, o más hijos, y, por no poder cuadrar el trabajo o por la precariedad, no han podido satisfacer ese deseo. No lo veo tanto como un problema demográfico: las sociedades se irán adaptando".

Para nosotras, tan insertas en el sistema como cualquiera, también nos supone una contradicción y una carga tomar la decisión de tener o no tener hijos. Además, en multitud de ocasiones esta decisión se nos ve impuesta por las circunstancias y aun así debemos enfrentarnos a las insinuaciones, a las preguntas intrusivas, a las opiniones externas sobre nuestra decisión y nuestro cuerpo. Yo he oído de todo, hasta el maravilloso comentario de: "Si decide no tener hijos, es que es una egoísta". No sé vosotras, pero mi meta en la vida no es precisamente salvarle el culo al erario. Mi útero no viste capa y espada, thanks. Dudo mucho de que haya alguien que tome la decisión según le convenga a la tasa de natalidad nacional, sino al estado de su vida, de su deseo personal y de su fondo bancario. Que hay gente muy patriótica, oye, pero espero sinceramente que nadie sea tan triste como para llegar a eso. En fin, que la cosa está jodida y mi caso no es especial.

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Desde pequeña siempre quise ser madre. No me gustaban las cocinitas ni el rosa ni la escoba y el cubo de la fregona en miniatura que me regaló mi tía para que fuera practicando y que terminó usando más mi hermano. Tenía Barbies y alguna muñeca con las que no jugaba mucho, pero me encantaban los bebés. Eso es algo que no ha cambiado. Es ver un bebé y mearme de la risa. No puedo con sus morisquetas, sus pucheritos y esos muslitos regordetes; es que no puedo evitar querer tenerlo en brazos y darle bocaditos en los molletes del cuello. Es superior a mí.

Pienso activamente en todo ello y en cómo me gustaría que me hubieran criado a mí para haberme dado cuenta mucho antes de todos los abusos e injusticias que sufrimos, para poder haberlos combatido. Quiero que mis hijos sean personas independientes, fuertes, críticas, sin tabúes ni odios ni prejuicios. El querer tener hijos ha sido siempre una decisión que he dado por hecho. Un algo en el futuro que haría algún día, porque la vida sin hijos y sin familia siempre me había parecido abstractamente muy triste. Era una etapa más en la vida, un paso más para llegar a la madurez.

Sin embargo, ahora, a los 28 empiezan mis contradicciones. Realmente me planteo: "¿Quiero tener hijos?". La respuesta sigue siendo sí, en algún momento. Pero pensando en cuestiones prácticas y temporales, no tengo ni idea de cuándo voy a tener ganas ni de si acaso podré. Mi vida adulta y mi independencia acaban de empezar y las condiciones sociales, laborales y económicas en las que está inmersa esta generación millennial no me lo permitirían.

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"He cumplido 28 años en casa de mis padres, sigo siendo una desdichada autónoma y llevo buscando trabajo en plantilla seis meses. Hola, soy la juventud actual"

Cuando terminé la carrera, hace 6 años, inmediatamente me dispuse a estudiar un máster, ya que, como todo el mundo sabe, un grado del renovado Plan Bolonia (del que yo fui la primera generación) no vale una mierda si no te especializas. Para finiquitarlo, elegí unas estupendas prácticas: tres magníficos meses en los que trabajé gratis en Madrid, sosteniéndome con mis ahorros y sin aprender absolutamente nada. Gracias al bombardeo de currículums, conseguí captar una empresa que puso esperanzas en mí y comenzó a mandarme algo de trabajo. El milagro llegó. Ya era traductora profesional, me di de alta como autónoma y me independicé.

Mi gozo en un pozo cuando tres años después de eso tenía menos trabajo que nunca, el chorro laboral se había cortado y mi cuenta de banco comenzaba a peligrar. Durante varios meses aguanté dando clases de inglés, haciendo trabajos a los que antes me había negado y rascando de donde ya no podía. Tuve que afrontar la realidad que me daba en toda la cara: con los 300€ de la tarifa de autónomos, la impresionante burbuja inmobiliaria gracias a AirBnb y mi penoso sueldo, ya no podía sostenerme. No me era rentable ni práctica ni psicológicamente. He cumplido 28 años en casa de mis padres, sigo siendo una desdichada autónoma y llevo buscando trabajo en plantilla seis meses. Hola, soy la juventud actual.

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Además, para el resto del mundo y de forma general, al tener hijos tu libertad y tu independencia se terminan. Brigitte Vasallo lo ejemplifica muy bien en su artículo Desocupar la maternidad, en el que explica que si nos presentamos como madres en lugar de decir que tenemos hijos, nos subyugamos ante la idea de que nuestra identidad se basa en el hecho de serlo y luego el resto ya vendrá. Priorizamos el éxito de nuestra biología ante otras facetas:

"Al enunciarnos como madres ('soy madre' en lugar de “tengo hijxs”) nos afirmamos desde una categoría relacional, que nos des-hace como sujetas para re-convertirnos en sujetas-en-tanto-que, ese gran clásico del patriarcado. Cuando se nos enuncia como madres, se antepone la relación con nuestrxs hijxs a cualquier otra de las dimensiones de nuestra identidad, porque ser madre, en el fondo, es desaparecer. La maternidad se sitúa, lo queramos o no sus protagonistas, en el centro, en la única identidad definitoria, en el sujeto mismo".

En su trabajo Feminismo y maternidad: ¿una relación incómoda?, Irati Fernández Pujana ahonda en el concepto de maternidad, en sus orígenes y en los cambios que se están dando en la actualidad. En él, afirma que actualmente existe un único modelo de maternidad aceptado por la sociedad patriarcal, por lo que se descartan todos los demás, pero el elegido no es aleatorio. A partir de los siglos XVIII y XIX, el concepto de "la buena madre" coge fuerza y se apoya, para su defensa, en estudios de medicina, psicología y religión.

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"El concepto de la buena madre se enmarca dentro de la obligación de dedicarse por completo a los hijos, en vivir por y para ellos. ¿Quién no ha escuchado el adjetivo 'abnegada' si no es para preceder al sustantivo 'madre'?"

Irati Fernández sigue explicando: "Es a partir de la Ilustración y la Revolución Francesa y en el creciente contexto de separación de las esferas -público/privado, naturaleza/cultura, producción/reproducción- y de diferenciación natural de los sexos, cuando se dan las ofensivas moralizadoras de la nueva maternidad como eje identitario de la esencia femenina. […] Esta auténtica propaganda dirigida a las mujeres y su responsabilidad para con la descendencia y el futuro de la nación, vino de la mano de varios elementos indisociables de la buena madre, como la lactancia materna, que se convirtió en símbolo de virtud femenina. La responsabilidad exclusiva que se le asignó a la madre, edulcorándola con elogios que conducían a mitificar y santificar la maternidad, trajo como contrapartida el sentimiento de culpabilidad de la mala madre».

El concepto de la buena madre se enmarca dentro de la obligación de dedicarse por completo a los hijos, en vivir por y para ellos. ¿Quién no ha escuchado el adjetivo "abnegada" si no es para preceder al sustantivo "madre"? Y si decides rebelarte, si no te funciona la premisa de ser feliz sacrificándote por la crianza, no solo serás relegada a lo peor de la sociedad, la madre que abandona a sus hijos, sino que serás tú misma la que todos los días te culpes y autoflageles; y es que esa única forma de ser madre, como tantas otras cosas, está tan arraigada en lo más profundo de nuestro ser que es muy difícil deshacerse de ella. Pero no imposible (guiño feminista).

La culpabilidad por haber fracasado como madre es un temor recurrente. Todas queremos hacerlo lo mejor posible, pero nadie se libra de la dicotomía libertad-responsabilidad o, podríamos decir en este caso, ser feliz-ser "buena madre". Por ello, como señala la activista María Llopis: "Todas [las maternidades] son distintas, y en eso radica la subversión, en que cada persona debe vivir la maternidad como desee y sienta que debe hacerlo. Es en ese respeto a las elecciones de cada mujer y de cada persona donde radica la cuestión".

En última instancia, cada uno lo hace como mejor sabe o puede, pero me da qué pensar y pienso que otro concepto de maternidad es posible. Una cosa puedo asegurar y es que nunca, jamás, never de ever tendré un hijo para cumplir las expectativas de alguien externo a mí o para cumplir con mi supuesto país cada vez más envejecido o para solventar mágicamente los baches económicos de las futuras pensiones.

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