Fotos por Carlos Álvarez Montero.
Fotos por Carlos Álvarez Montero.

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Identidad

Una noche con una pareja de vaqueros gay en la Ciudad de México

Sombreros, hebillas, ligue y mucha pachanga.

Preámbulo: cuéntame una de vaqueros (e inventadas)

Augusto me mira con sus ojos oscuros, plenos de inteligencia y perspicacia. Con la misma precisión de un bisturí, sus palabras afiladas brotan y dibujan historias. Sólo unos minutos bastan para que, grosso modo, me cuente las pinceladas que necesito conocer sobre el movimiento de los vaqueros gay en México. En nuestra charla es inevitable hablar de Tom of Finland, quizá el más afamado ilustrador de la hipermasculinidad gay. Tom retrataba hombres leather, marineros, soldados, leñadores, motoristas, policías y por supuesto, vaqueros. Estos hombres musculosos, machos, velludos, quedaron adheridos en la memoria colectiva de la comunidad gay de la segunda mitad del siglo pasado, siendo tomados como emblemas del erotismo homosexual. “Era inevitable que los primeros vaqueros gays adoptaran esa exagerada masculinidad, aunque eso también llevara algunos vicios: el machismo, la misoginia y la llamada aversión a los gays obvios o amanerados, aunque a todos nos guste la verga”, me cuenta Augusto.

“Si bien en la Ciudad de México existen muchas inventadas, es decir, hombres que se disfrazan con el atuendo de vaquero pero que jamás en su vida se han subido siquiera a un caballo, también hay muchos vaqueros reales. A la Ciudad de México llegaron muchos hombres de provincia que no podían coger o sostener relaciones amorosas en sus estados de origen. Por eso es que esos vaqueros se venían a la gran ciudad, a coger o a ser cogidos, aquí donde sí se podía”, me cuenta, como quien da una cátedra sobre un tema que domina a la perfección.

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Para él también es importante dejar claro que el ser vaquero no tiene nada de malinchista. “Si bien hay una inspiración en cuanto a la estética y a lo musical —la música country, por ejemplo— de los vaqueros gringos, la realidad es que esos vaqueros gringos en algún momento fueron mexicanos, antes de la venta de los territorios del norte a Estados Unidos. Esos vaqueros se hicieron gringos por anexión, pero ellos formaban parte de nuestro país y de su cultura. Así que por donde lo veas, ser vaquero es una cosa mexicana”.

Mientras echamos la sabrosa charla llega su esposo Mark y a Augusto se le ilumina el rostro. Esos mismos ojos que otrora fueran desafiantes y agudos se vuelven dulces, como los de un enamorado quinceañero. Mark me saluda y nos deja seguir platicando. Así es como me entero de que Augusto no es inventada: él vaya que se ha subido a caballos, e incluso se ha encargado de llevarlos a la Marcha del Orgullo Gay de la Ciudad de México.

Encantado por estar con un par de vaqueros de a de veras, les propongo irnos de fiesta y acceden. Es mes patrio, viernes de quincena y vísperas de la Noche Mexicana, por lo que la ciudad hierve de vida nocturna. Y es así como comenzamos la visita de las cuatro casas, para ver si así como dominan a los equinos, este par de vaqueros son capaces de domar las pistas de baile.

El Almacén. Florencia 37, colonia Juárez.

Primera parada: El Almacén
00:00 horas

Cover: 75 pesos
Cerveza: 35 pesos

Como era de esperarse, este lugar emblemático de la Zona Rosa está atiborrado, por lo que apenas y se puede pasar. Augusto, Mark, mi novio y yo, intentamos buscar un lugar para tomarnos nuestras respectivas bebidas —ellos cerveza y yo agua— para admirar un poco mejor el espacio. Los muros están decorados por leyendas consagradas de la música: por acá Madonna, por allá Freddie Mercury, a lo lejos Lady Gaga. A algún trabajador gracioso se le ocurrió ponerles sombreros, bigotes y barbas postizas, trenzas con listones tricolores. Estamos celebrando a México y por muy extranjeras que sean, hoy a estas superestrellas les toca vestirse con los elementos patrios.

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“Dime por qué me dices siempre solamente mentiras [lo juro, lo juro], dime por qué [lo juro juro], no dices nunca la verdad… con sentimientos tú estás jugando, así no puedo seguir”, canta Daniela Romo desde los altoparlantes. Los asistentes, en su mayoría ya entrados en sus treintas o cuarentas, por supuesto que se saben —ok, nos sabemos— la letra de este hit que fuera indispensable en los años 80. En las pantallas, La Romo mueve su kilométrica cabellera azabache, mientras el respetable baila y corea la canción.

“Para alegrarles la noche y que den el grito como se debe, El Almacén trae para ustedes otro stripper. ¡Reciban ustedes con un fuerte aplauso a Bruno!”.

Y es así como un hombre enfundado en tela spandex, se convierte en el centro de las miradas de la mayoría de los asistentes. Pero los ojos de Augusto y Mark no están en él, sino contemplándose mutuamente. Bruno puede despojarse de la ropa cuanto quiera o bambolear su falo cuanto le venga en gana: este par de esposos parecen estar hipnotizados el uno por el otro. De repente, un tercero intenta agregarse entre ellos, cosa que no aceptan de ninguna forma. Lo rechazan tajantemente y el sujeto se da por vencido.

Por iniciativa de Augusto, quien se encuentra visiblemente incómodo por la situación, nos vamos. “¿Viste lo que hace traer la texana?”, me dice ya en la calle, mientras caminamos sobre Florencia, en la Zona Rosa. “Es como si fuera un imán o algo. Pero a mí me gusta cuidar mi relación”.

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El Vaquero. Florencia 35, colonia Juárez.

Segunda parada: El Vaquero
00:30 horas

No cover
Cerveza: 35 pesos

Si la frase “como pez en el agua” fue acuñada con un propósito, es para describir cómo esta noche Augusto y su marido se mueven en este lugar de la calle de Florencia. Saludan a la gente de la puerta, a los meseros, a otros parroquianos quienes al verlos los saludan y abrazan. Rápidamente se integran a una bolita de conocidos, pero no se quedan mucho tiempo con ellos. Prefieren echar unas buenas cumbias tropicales en la pista, cosa que hago con mi novio también. Todos reímos, disfrutamos, nos dejamos llevar por la sabrosura musical.

El Vaquero hace honor a su nombre en la decoración. Además de los infaltables elementos patrios por la temporada, hay también otras cosas que resaltan y que nos hacen notar, por si somos pocos observadores o por si nos extraviamos, que estamos en un lugar especialmente creado para los cowboys del asfalto: sillas de montar empotradas en las paredes, sombreros texanos gigantes colgando por aquí y por allá, dibujos que exacerban la cultura de la bota y el caballo, son los ingredientes que le dan sabor a este tugurio de aire campirano.

Al mirar hacia arriba se ve un cielo artificial, pintado de un azul que pocas veces veríamos en la Ciudad de México. Y justo en el centro, como un sol resplandeciente, una bola disco gira y dispara destellos a diestra y siniestra, derramando sobre los fiesteros sus rayos azarosos. “Una aventura es más bonita, si no miramos el tiempo en el reloj” suena en los altoparlantes. Y así, tomados de las manos, de la cintura y sin dejar de mirarse, Augusto y Mark dominan la pista. “Reventamos estamos que reventamos cada vez que de frente nos miramos” dice la salsa, y ellos así están: mirándose sin tiempo, porque saben que es sin relojes de por medio como se viven las aventuras más memorables, las dignas de ser vividas y contadas.

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La Purísima. República de Cuba 17, Centro Histórico.

Tercera parada: La Puri
01:45 AM

Cover: 50 pesos
Cerveza: 30 pesos

Volvemos a la calle de Florencia. Cobijados bajo la noche, caminamos como una manada disímbola y variopinta: ellos como una pareja de vaqueros, yo con mi chaqueta leather, mi novio con sus aspecto casual y relajado. Por supuesto, las miradas son para ellos. La gente los detiene e incluso les pide fotos: “¿Ya viste cómo no era choro? ¡Este es el poder de la texana!”, me dice Augusto, quien, divertido, no tiene problemas en que la gente lo aborde como haría con un rockstar o con un elemento decorativo de la Ciudad. Conoce el atractivo que le confiere su indumentaria y está más que acostumbrado.

Dejamos la Zona Rosa y nos dirigimos a la Calle de República de Cuba, en el Centro Histórico de la Ciudad. Aquí es donde el arrabal jotero y “alternativo”, resiste a los inevitables embates de la homogeneización de los gustos musicales. En La Puri la fila es inmensa: todo mundo quiere entrar al lugar de moda, sea parte de la comunidad LGBTTTIQA+ o no. Por fortuna, como extrabajador del lugar tengo algunos privilegios y el dueño no sólo nos permite pasar, sino que al llegar a la barra nos saluda con una amplísima sonrisa y con abrazos fraternos y sinceros.

El congal, como era de esperarse, está a reventar. No lo dicen, pero en los rostros de Mark y Augusto se lee un poco de claustrofobia. A unos metros de nosotros, un grupo de chicos se adhieren a un tubo de pole dance. Con un una fuerza admirable, se pelean por ganarse un espacio junto al cilindro metálico, y así mostrar sus mejores pasos y poses. Como almas en pena residentes de este suduroso purgatorio, los muchachos pagan su condena en un frenesí desquiciado.
Acostumbrados a más espacio, los vaqueros se abren paso hacia la barra. Sin mayor trámite, Augusto se trepa a ella con agilidad felina. Por supuesto que llama la atención no sólo por su vestimenta vaquera, sino por su tupida barba. Y por qué no decirlo: también por su edad. Cuando en El Vaquero o el Almacén alguien en sus cuarenta es un público más que regular, en La Puri, acostumbrados a una afluencia casi postadolescente, un adulto de a de veras parte plaza y roba miradas.

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No tarda en subirse junto a él una drag queen, con quien Augusto baila sin ningún tapujo. En el rostro de su marido no hay celos: sabe que su esposo está divirtiéndose y que no hay amenaza alguna, sólo la diversión de quien se lo está pasando en grande. “Amor prohibido murmuran por las calles, porque somos de distintas sociedades. Amor prohibido nos dice todo el mundo: el dinero no importa en ti ni en mí, ni en el corazón” parece cantarnos desde paraíso la inigualable Selena. Mientras, aquí abajo, los aún mortales bailamos y coreamos a grito pelado ese hitazo inolvidable de La Reina del Tex-Mex.

La Malagueña.

Cuarta Parada: La Malagueña, 03:00 AM

Cover: 75 pesos
Cerveza: 30 y 35 pesos

La noche comienza a hacerse vieja y nuestros ánimos de aventura también. Después de tanto frenesí queremos oxígeno y bailar con algo más de holgura. Y eso es algo que en La Malagueña siempre se puede hacer: la pista siempre cuenta con espacio para echarse una salsa, una guaracha o para un buen éxito de banda, agarrando a la pareja “de a cartoncito de chela”.

Este es otro lugar pensado para los vaqueros, donde la edad tampoco es tema. Es más: entre mayor se es, más se liga. Aquí no triunfa el más acuerpado o el que exhibe que trae la ropa de temporada. No señor: aquí si se busca ganarse el respeto, hay que hacerlo en la pista. Camisería y sombrerería de día, antro vaquero de noche, La Malagueña es una joya escondida del Centro Histórico que cualquier fan del underground LGBTTIQA+ debería visitar alguna vez. Y no como elemento de mexican curious, sino porque de verdad uno se la pasa bien: aquí los compadres beben, se divierten, echan el baile y se besan a gusto.

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En la pista de baile suena “El viejo del sombrerón” y el respetable, identificado, la baila muy a gusto. Y es que viejos y sombrerones es lo que aquí abunda. Aquí no pasa nada si se tiene el vientre abultado, canas y patas de gallo. Envejecer no esta proscrito, porque viejos los cerros, y reverdecen. Y mientras uno sepa moverse al ritmo de una buena cumbia, de una salsa fogosa o de un éxito de banda, aquí todos son bienvenidos.

Tomados de la mano, Augusto y Mark se acercan a la pista de baile. Sin dejar de mirarse a los ojos como sólo ellos saben hacer, rozan hebilla con hebilla y se declaran su amor sin mediar palabras, al ritmo de duranguense. Porque a veces bailar también es un acto combativo, de amor y de rebeldía. Porque a veces no hay mayor acto de disidencia política que ser diferente aún dentro de la diversidad. Porque bailando con texana, sombrero y botas también se puede hacer la revolución.

@PaveloRockstar