Crónica de un día en las urgencias del Hospital La Paz

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Marca España

Crónica de un día en las urgencias del Hospital La Paz

Compruebo si @urgenciaslapaz, la cuenta de Twitter más incendiaria de la sanidad española, tiene razón.

"¡Que han atropellado a mi madre y llevo cuatro horas esperando una ambulancia! ¿Puede ayudarme alguien?". Son las 23:45 horas de un viernes y un hombre acaba de aparcar su coche en la puerta de urgencias del hospital madrileño de la Paz. "¡La madre que me parió, qué cojones tenéis!". Coge una silla de ruedas y la empuja hacia la entrada. "Como le pase algo, os juro que voy a la cárcel", grita mientras corre por el pasillo con el vehículo. La madre de ese hombre es uno de los casi 200.000 pacientes que atiende la Paz al año. Más de 600 al día.

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En la capital hay 500.000 madrileños a los que les toca la Paz como hospital público de referencia. El personal sanitario de urgencias ronda los 200 empleados, de los cuales alrededor de 120 son enfermeros y 80 son auxiliares. Acumulan miles de horas extras sin librar y sus críticas al Gobierno de la Comunidad son feroces en su cuenta de Twitter @urgenciaslapaz.

Pero la crónica de Urgencias comenzó cinco horas antes. Son las 18:10 y en una sala de 32 metros de largo por 9 de ancho —288 metros cuadrados— hay 76 personas, 4 sillas de ruedas, tres abanicos y una monja. No se sabe cuántos son enfermos, cuántos acompañantes y cuántos turistas sanitarios. "Anda hijo, entra en esa puerta y busca a la señora, que se le ha caído el móvil debajo de la monja". "Que no mamá, que es un plástico", le contesta. La monja chatea por el móvil mientras las conversaciones alrededor fluyen. "Hay que descartar la apendicitis, pero como sea, ya solo le falta eso, con el miedo que le dan a mamá los puntos", cuenta una mujer rubia. "Por favor, se ruega silencio en la sala de espera de urgencias", se escucha por un altavoz que cada 55 segundos llama a alguien a la sala de rayos, a una consulta o envía a un acompañante a otra zona de la clínica. "Ya lo han dicho veinte veces", espeta un señor.

"¿Qué quiere señora?", "una bolsa de patatas, ¿son con sal?", pregunta ella, "no, al punto de sal", le responden. "Vale, pues ayúdame a sacarlas". Es la misma máquina con la que la monja se enfadaría después al no servirle chicles. Optará por patatas al jamón. En la sala de espera de urgencias se cruzan botellas de agua con frascos de orina. "¿De la que me hablas era rubia, verdad? Dale un beso de mi parte. Luego te llamo", se oye en las conversaciones de sillas de ruedas. En la rampa hay una anciana con la camisa llena de sangre seca y puntos en la barbilla.

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La entrada de Urgencias a las siete de la tarde

EL PURO ATRAPADO EN LA BOCA

Luis tiene 61 años y es un fijo en urgencias. Hoy solo lleva seis horas, y su mujer murmura que han comido un sandwich. Ingresó con un infarto hace años y hoy tiene un desfibrilador que le mantiene vivo. "Pero ahora es el riñón", confiesa su esposa. El día del derbi europeo, Real Madrid — Atlético, Luis estaba ingresado y le dijo un médico que "hoy entrarán cinco o seis por infarto". Uno llegó incluso en helicóptero. "El más problemático fue un hombre que entró con el puro mordido en la boca y no había forma de quitárselo". En la cama de al lado, un joven muy musculado se quería ir de alta voluntaria. "Seguro que estaba ingresado por el aguarrás y las drogas", comenta Luis. El médico le miró fijamente y le advirtió: "Cuando comas te vas, pero por desgracia, volverás". Luis se encaró con el joven y le recriminó su actitud. "Algún médico ha llegado a decir que porque tiene hijos, que sino, abandonaba el hospital", asegura Luis.

Enfrente de Luis hay una chica con una enorme urticaria en el cuello, a la derecha un chaval muy moreno con una mascarilla, y unas niñas vestidas de colegio arreglando la espiral de su cuaderno. Al fondo, una mujer con hiyab sentadas en una silla de ruedas. En la tele, un programa de Discovery Channel explica descubre cómo se hacen las cosas. "Tengo un amiguete celador en Maternidad, y dice que no paran de sacar chinos y negros, 25 ó 30 al día, y españoles, menos de 10", dice utilizando el típico tópico machista. Luis es una garganta profunda. "El otro día, dio a luz una chica de 14 años" dice.

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Pedro Luis, tiene 50 años y ha sufrido un accidente de moto

"Algún médico ha llegado a decir que si no tuviera hijos, abandonaba el hospital"

A la entrada de urgencias, algunos sanitarios charlan, ríen y miran el móvil. Otros hacen un pequeño picnic a la vuelta. Aaron tiene 24 años, es cocinero y sale arrastrando la pierna ostensiblemente pero contento con el trato recibido. "He estado tres horas. Tengo artritis en la rodilla y se me ha subido a la ingle, pero me han dicho que se curará". Hay corrillos de familiares, hasta de tres filas. Una señora de la tercera edad levanta la cabeza y dice: "Eso es lo que me hicieron a mí para operarme del aneurisma".

Llega una ambulancia de Castilla-La Mancha. Otra persona mayor. Una familia gitana espera sentada en el suelo. "Pues la próxima vez le dices que me lleve al parque de atracciones, porque él no quiere montarse, pero yo sí,", echa en cara una joven con labios y jersey muy rojos a un hombre con sueño y acalorado. Al lado, el clásico drama. "Solo se ha tomado tres traguitos de café, pero ahora tiene que esperar tres horas para hacerse la prueba". A trago por hora, ya que para hacerse las pruebas tenía que esperar sin comer y sin beber. Maternidad está a tres minutos andando. Son las 19:45 y en urgencias hay siete niños. Nadie llora. Un chaval hace giros de 360 grados con su silla de ruedas. "No entrar más de dos personas por niño", avisa un cartel en la entrada. Fuera, un grupo de amigos del barrio de la Begoña, cercano al hospital, hablan distendidamente. Todos para uno y uno para todos. Llega un coche con prisa y baja una mujer con un bebé. Se escuchan voces de los gorrillas que controlan el aparcamiento de fuera. Uno le ha quitado un cliente a otro. Sale por la puerta de Maternidad una mujer con un bebé en la silla y levanta el pulgar: "Le han dado el alta", dice. Los amigos se levantan. Sale un berrido de dentro. "Estamos felices con la Paz, incluso cuando uno de mis gemelos tuvo problemas, en la privada me recomendaron que los trajera aquí", confiesa uno de la pandilla. El niño del alta fue prematuro y tiene algunos problemas. "A mí también me acaban de dejar salir", cuenta su padre. "Estaba ingresado por ansiedad".

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ACCIDENTES DE TRÁFICO

De nuevo en Urgencias Generales, una enfermera descansa en la puerta junto a una nevera azul y blanca y una enorme maleta. Es de la unidad de trasplantes. La familia gitana que esperaba en la puerta crece. Han llegado dos veinteañeros muy guapos, vestidos de camuflaje con una hoja de marihuana dorada bordada en el pecho. Les acompaña un niño con idéntica indumentaria.

Son las 22:29. Llega la Guardia Civil de atestados. "Yo soy su mujer", dice una compungida mujer en la ventanilla. Su marido se ha estrellado con el coche. "Pero él está bien", asegura la autoridad. El coche, no. La mujer entra en la sala de espera. "No saben si lo darán siniestro total. Como dé positivo la hemos jodido", le cuenta por teléfono la señora a su interlocutor.

Una mujer se lleva las manos a la cabeza. Otra mira de reojo a un joven Tom Hanks en la tele. La monja sigue ahí. Saca el cargador, enchufa el móvil y desliza la pantalla hacia abajo para ver los controles. "Vamos Pedro, siento haberte hecho daño con los baches", se disculpa la conductora de una ambulancia con un hombre de 50 años. Va en silla de ruedas y con el brazo en cabestrillo. Accidente de moto. "No te preocupes", le susurra una mujer que le acaricia la cabeza. "A mí que no me operen", advierte el motorista, "mañana por la mañana tengo que estar ahí". Boda y comunión al parecer.

En el tablón de la entrada, noticias antiguas e inquietantes: "Siete de cada diez jóvenes no saben el número de urgencias"

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Luis ya no está. Pero entra el señor del pijama de cuadros. De verano. Color burdeos. Pero con zapatillas de invierno. Se sienta y a los 40 segundos le llaman. "Hoy está muy tranquilita la sala", cuenta una joven médico a otro colega que se va rápido a cenar algo porque está "muerto de hambre". A 200 metros está el templo de las hamburguesas, que parece una fiesta de disfraces ya que muchos comen con el uniforme médico.

A las 23:40, hay 43 personas en la estancia. En un banco, un hombre de casi dos metros apoya la cabeza en las rodillas de una mujer. También hay un flemón y un ojo tapado. La máquina de bebidas y comida, tirita. Sale Jasón, un jovial señor que cuenta que los zapatos nuevos, "estilo náuticos", han podido ser la clave de su lesión. Que se tiene que comprar "unas plantillas de silicona". Pero cojea de mala manera y va con muletas.

En el tablón de la entrada, noticias antiguas e inquietantes: "Siete de cada diez jóvenes no saben el número de urgencias". Emergencias 112 Madrid. "Vamos para adentro, que van a soltarle para ir al baño", dice uno de los dos vigilantes jurados que durante todo el día se han ocupado diligentemente de que nadie fume en la zona prohibida del recinto. Se ponen los guantes y entran con prisa en la zona cero.

"Lo importante es que no des golpes a las cosas con la escayola", le advierte un padre a su hija. Un chico con la mano en alto habla con la que debe ser su madre. "¡Y me dice que siga con el hielo y que me ponga la muñequera una semana más!". No está muy convencido. Dentro, el hombre del pijama de cuadros se ha cambiado de sitio. La monja ya no está. Gracias a Dios.

Salgo de… ¿urgencias? sin haber visto una gota de sangre fresca, pero si toneladas de palabras, pequeñas dolencias y almas solitarias. Pero tengo la sensacion de que una simple chispa, en forma de accidente grave, puede prender de nuevo la combativa cuenta de Twitter.