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Cultură

Halloween en una casa satánica

Estadísticamente, el número de crímenes aumenta en la noche de Halloween, así que os podréis imaginar el caos al que invitaba la sede de la Iglesia de Satán.

Escribo esto ya engalanada con vestimenta naranja y negra en preparación para la festividad más maravillosa del año. Me alegra que Berlín se haya puesto finalmente al día con las alegrías que ofrece esta estrafalaria versión americana del Samhain, porque durante el primer cuarto de siglo de mi vida, cuando era una defensora del Diablo, Halloween no era la diversión y la alegría que era para muchos otros.

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Estadísticamente, el número de crímenes aumenta en la noche de Halloween, así que os podréis imaginar el caos al que invitaba la sede de la Iglesia de Satán –una casa negra ubicada en uno de los distritos más cuadriculados y conservadores de San Francisco. A principios de los 70, San Francisco sufrió un fuerte aumento del índice de criminalidad, con un toque especial de rareza a lo Barbary Coast dado por lunáticos locales como el Asesino del Zodíaco, que llevó el miedo a la ciudad incluso cuando no era Halloween.

Mis padres no permitían que mis amigos visitaran la casa. Mi rutina diaria consistía en volver a casa desde el colegio, dejarme ver, escapar inmediatamente a casa de un amigo o salir afuera a jugar sola y volver a presentarme a la hora de la cena en ese siniestro desorden que era nuestra cocina antes del toque de queda para dormir.

Cabría esperar que en el más célebre domicilio satánico de los años 70 fuera diferente durante Halloween, pero Halloween era más de lo mismo. Los rituales sólo se realizaban de cara a los paletos -la familia no necesitaba ceremonias especiales, que formaban parte del circo Casa Lavey. Nosotros no pasábamos Halloween el desenfreno espeluznante. Dedicábamos la noche a protegernos de los muchos buscadores de sensaciones que habían elegido nuestra famosa morada como el objetivo perfecto para el vandalismo. Este problema ya era bastante grave en cualquier noche del año, pero Halloween era garantía de que los maníacos usarían nuestra casa como blanco de barbaridades, a cual más imaginativa.

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Como un niño salvaje dickensiano, yo siempre encontraba a otros chicos del vecindario cuyos padres me dejaban pasar con ellos las noches de Halloween para asegurarse de que estaba a salvo.

A los ocho años de edad creía que tenía mi estrategia de Halloween perfectamente perfilada. Uno de mis mejores amigos, Frankie, un chico chino con una gata siamesa llamada Mamacita, convenció a su padre para que nos llevara a pedir caramelos. Frankie se disfrazaría de Batman y yo de Catwoman. Nos pasamos semanas preparándonos para Halloween, estudiando las reposiciones de Batman, aprendiéndonos nuestras frases, probándonos los disfraces y dejándolo todo listo para el gran día.

Frankie y yo vivimos juntos muchas venturas, animándonos entre nosotros a cometer travesuras. Un día, cuando me presenté para nuestra preparación de Halloween, Frankie estaba especialmente nervioso. Con voz baja me dijo que tenía que enseñarme algo. Fuimos a la habitación de sus padres y, mientras sacaba una caja de cartón de debajo de la cama de su padre, me dijo con entusiasmo, "¡He encontrado una Q-U-I y otras revistas guays! ¡No te lo vas a creer!"

¿De qué narices está hablando?"¿Qué es una Q-U-I?", le pregunté.

"Ya sabes", dijo, "¡revistas para hombres!"

¡Oh! Justo al bajar la cabeza caí a qué se refería. "¡Quieres decir Oui! Sí, claro que conozco Oui. Mi padre tiene toneladas de revistas de estas". (Frankie había leído mal el título del primer número, de octubre de 1972, y creía que la primera letra era una "Q").

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Vale. El porno suave era algo novísimo para Frankie pero no para mí, considerando que pertenecía a una familia que se había hecho famosa por practicar ritos salaces rodeados de revistuchas porno. Muy bonito, pensé. Pero ahora volvamos a Batman. No volvimos a pensar mucho en las revistas… Hasta el gran día.

Noche de Halloween de 1972. Metódicamente me fui vistiendo con mis prendas sexy heredadas: leotardos, medias y jersey de cuello de cisne, todas ellas negras. Me puse los bigotes, la cola y las orejas de gato. Añadí un poco de lápiz de ojos Julie Newmar y, a modo de garras, unas zapatillas de ballet súper silenciosas.

Todo buen pequeño espectro sabía que daba mala suerte empezar a hacer truco-o-trato antes de que se pusiera el sol, pero a las 5 de la tarde yo ya no podía esperar más. Me escabullí de aquella casa negra como un gato saliendo del infierno. Funda de almohada en mano, fui a toda prisa a la tienda de comestibles de la esquina, donde en el piso superior vivían Frankie y su familia. Al cabo de un rato empecé a aporrear la puerta con impaciencia. Pude oír a Frankie bajando las escaleras. ¡Bien!, pensé. ¡Por fin nos ponemos en marcha!

Cuando Frankie abrió la puerta SIN su Bat-disfraz, mi corazón de rompió en pedazos. ¿Qué pasaba? Frankie sólo dijo, "No puedo ir contigo esta noche. Mi padre se dio cuenta de lo de la Q-U-I", y después cerró la puerta.

Para mantener San Francisco a salvo, Catwoman merodeó por las calles oscuras sin el defensor de la capa. Pasé miedo durante un par de horas rondando sola por las avenidas, cumpliendo apasionadamente mi promesa de Halloween: truco-o-trato o muerte.

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Esa noche de Halloween terminó de forma abrupta cuando supe que había ido a la casa equivocada. Subí por las escaleras hasta un piso que no tenía los típicos adornos de Halloween, pero me arriesgué y llamé al timbre en busca de una última barrita de Snickers o un paquete de Fizzies. Su siniestro y desaliñado ocupante me miró como una araña mira a su presa en la red.

Sonrió haciendo una mueca nada amistosa y dijo, "¿Qué quieres?"

Me di cuenta inmediatamente de que había llamado a la puerta equivocada. Me inventé algo acerca de haberme confundido de casa y me di la vuelta para irme, pero él me agarró del brazo y dijo, "No pasa nada, no tengo caramelos pero puedes entrar, seguro que encontraré algo". En una milésima de segundo, mis reflejos de miedo y supervivencia me impulsaron escaleras abajo y directa hacia mi casa.

Fue una de las muchas veces en mi vida en que me he escapado por los pelos. Pero, como podéis ver en la foto del botín que logré reunir, mi rata Orwell se puso muy contenta de que verme de vuelta en casa sana y salva.

Después de renunciar a Satán en 1990 para compartir mi vida con entidades más generosas y consideradas, ahora me siento libre de disfrutar por completo de Halloween como nunca pude cuando estaba al servicio de un demonio desagradecido.